“A pesar de las apariencias, necesito más que nunca tu consuelo. Estoy triste de ti hasta morir, y sólo después de haber vuelto a verte, comprendo que eres más que nunca mi vida, mi amor, mi esperanza, mi ternura, mi dolor, mi todo.”

Leopoldo Lugones



“Aspirad, pues, a desarrollar, en lo posible, no un sólo aspecto, sino la plenitud de vuestro ser.”

Leopoldo Lugones


"Bajo la cabeza del felino, irradiaba luz superior el rostro de un numen; y mezclados soberbiamente con la flava piel, resaltaban su pecho marmóreo, sus brazos de encina, sus muslos estupendos. Y un grito, un solo grito de libertad, de reconocimiento, de orgullo, llenó la tarde: —¡Hércules, es Hércules que llega!"


Leopoldo Lugones

Los caballos de Abdera



“¡Cómo brillaba, cuán inexorable brillaba aquella luna de la eternidad!”

Leopoldo Lugones


“Cuando voten las mujeres que desean votar, adquiriendo así la experiencia negativa del voto, pues ellos es inevitable, su esfuerzo dejará de gastarse en la rotación de ese volante al vacío, y su descontento, bien explicable, a decir verdad, engrosará la imponente masa cuya resistencia pasiva aísla paulatinamente a los gobiernos en un círculo vicioso de impotencia y de inutilidad.”


Leopoldo Lugones



“Cuánto y cuánto te quiero, mi dulzura lejana. No hago ni he hecho más que recordarte y padecer con tu ausencia, y así será, querido amor, hasta que vuelta a verte. ¿Cuándo?”

Leopoldo Lugones


"De las murallas los conocían. ¡Dinos, Aethon, Ameteo, Xanthos! Y ellos saludaban, relinchaban gozosamente, enarcaban la cola, cargando enseguida con fogosos respingos. Uno, un jefe ciertamente, irguióse sobre sus corvejones, caminó así un trecho manoteando gallardamente al aire como si danzara un marcial balisteo, contorneando el cuello con serpentina elegancia, hasta que un dardo se le clavó en medio del pecho…"




Leopoldo Lugones
Los caballos de Abdera



Delectación morosa

"La tarde, con ligera pincelada
Que iluminó la paz de nuestro asilo,
Apuntó en su matriz crisoberilo
Una sutil decoración morada.

Surgió enorme la luna en la enramada;
Las hojas agravaban su sigilo,
Y una araña en la punta de su hilo,
Tejía sobre el astro, hipnotizada.

Poblóse de murciélagos el combo
Cielo, a manera de chinesco biombo;
Tus rodillas exangües sobre el plinto
Manifestaban la delicia inerte,
Y a nuestros pies un río de jacinto
Corría sin rumor hacia la muerte."

Leopoldo Lugones



"Desde mi terraza dominaba una vasta confusión de techos, vergeles salteados, un trozo de bahía punzado de mástiles, la recta gris de una avenida…
A eso de las once cayeron las primeras chispas. Una aquí, otra allá —partículas de cobre semejantes a las morcellas de un pabilo; partículas de cobre incandescente que daban en el suelo con un ruidecito de arena. El cielo seguía de igual limpidez; el rumor urbano no decrecía. Únicamente los pájaros de mi pajarera cesaron de cantar.
Casualmente lo había advertido, mirando hacia el horizonte en un momento de abstracción. Primero creí en una ilusión óptica formada por mi miopía. Tuve que esperar largo rato para ver caer otra chispa, pues la luz solar anegábalas bastante; pero el cobre ardía de tal modo, que se destacaban lo mismo. Una rapidísima vírgula de fuego, y el golpecito en la tierra. Así, a largos intervalos.
Debo confesar que al comprobarlo experimenté un vago terror. Exploré el cielo en una ansiosa ojeada. Persistía la limpidez. ¿De dónde venía aquel extraño granizo? ¿Aquel cobre? ¿Era cobre…?
Acababa de caer una chispa en mi terraza, a pocos pasos. Extendí la mano; era, a no caber duda, un gránulo de cobre que tardó mucho en enfriarse. Por fortuna la brisa se levantaba, inclinando aquella lluvia singular hacia el lado opuesto de mi terraza. Las chispas eran harto ralas, además. Podía creerse por momentos que aquello había ya cesado. No cesaba. Uno que otro, eso sí, pero caían siempre los temibles gránulos.
En fin, aquello no había de impedirme almorzar, pues era el mediodía. Bajé al comedor atravesando el jardín, no sin cierto miedo de las chispas. Verdad es que el toldo, corrido para evitar el sol, me resguardaba…
… ¿Me resguardaba? Alcé los ojos; pero un toldo tiene tantos poros, que nada pude descubrir.
En el comedor me esperaba un almuerzo admirable; pues mi afortunado celibato sabía dos cosas sobre todo: leer y comer. Excepto la biblioteca, el comedor era mi orgullo. Ahíto de mujeres y un poco gotoso, en punto a vicios amables nada podía esperar ya sino de la gula. Comía solo, mientras un esclavo me leía narraciones geográficas. Nunca había podido comprender las comidas en compañía; y si las mujeres me hastiaban, como he dicho, ya comprenderéis que aborrecía a los hombres.
¡Diez años me separaban de mi última orgía! Desde entonces, entregado a mis jardines, a mis peces, a mis pájaros, me faltaba tiempo para salir. Alguna vez, en las tardes muy calurosas, un paseo a la orilla del lago. Me gustaba verlo, escamado de luna al anochecer, pero esto era todo y pasaba meses sin frecuentarlo."

Leopoldo Lugones
La estatua de sal



“El beso de mi amor, de todo mi amor, te muerde, mi alma hasta la agonía.”

Leopoldo Lugones




“El mundo, mi mundo, está bajo tus pies, mi ángel, mi princesa, mi amada inmortal.”

Leopoldo Lugones



“El murmullo de las conversaciones agrandábase en gozosa gratitud. ¡Eso era patriotismo, y querer a sus paisanos, y saber granjearse su cariño hasta la muerte!”

Leopoldo Lugones




“El sabor de tus labios queridos permanece en mi boca con un gusto de flor, que es el tuyo, mi diamela, y hasta el vacío de mis brazos conserva todavía la suavidad de tu cintura.”

Leopoldo Lugones



“Esa mujer es la luna, que en azar de amable guerra, va arrastrando por la tierra mi esperanza y mi fortuna.”

Leopoldo Lugones



“Flotó un silencio apenas turbado por distante bisbiseo de latines. El grupo que jinete y cabalgadura formaban, parecía una brusca coagulación de bronce. Una nube pálida subió al rostro del paisano. Sobre su frente la brisa desordenaba algunas mechas. Su brazo permaneció inmóvil todavía un instante...”

Leopoldo Lugones



“Hada fiel que mi dicha con sus hechizos forja, es moneda en mi alforja y en mi ruleta es ficha.”

Leopoldo Lugones





Holocausto

"Llenábanse de noche las montañas,
y a la vera del bosque aparecía
la estridente carreta que volvía
de un viaje espectral por las campañas.

Compungíase el viento entre las cañas,
y asumiendo la astral melancolía,
las horas prolongaban su agonía
paso a paso a través de tus pestañas.

La sombra pecadora a cuyo intenso
influjo arde tu amor como el incienso
en apacible combustión de aromas,

miró desde los sauces lastimeros,
en mi alma un extravío de corderos
y en tu seno un degüello de palomas."


Leopoldo Lugones



La blanca soledad

"Bajo la calma del sueño,
Calma lunar de luminosa seda,
La noche
Como si fuera
El blanco cuerpo del silencio,
Dulcemente en la inmensidad se acuesta…
Y desata
Su cabellera,
En prodigioso follaje
De alamedas.

Nada vive sino el ojo
Del reloj en la torre tétrica,
Profundizando inútilmente el infinito
Como un agujero abierto en la arena.
El infinito,
Rodado por las ruedas
De los relojes,
Como un carro que nunca llega.

La luna cava un blanco abismo
De quietud, en cuya cuenca
Las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas,
y uno se pasma de lo próxima
Que está la muerte en la blancura aquella.
De lo bello que es el mundo
Poseído por la antigüedad de la luna llena.
y el ansia tristísima de ser amado,
En el corazón doloroso tiembla.

Hay una ciudad en el aire,
Una ciudad casi invisible suspensa,
Cuyos vagos perfiles
Sobre la clara noche transparentan.
Como las rayas de agua en un pliego,
Su cristalización poliédrica.
Una ciudad tan lejana,
Que angustia con su absurda presencia.

¿Es una ciudad o un buque
En el que fuésemos abandonando la tierra.
Callados y felices,
y con tal pureza,
Que sólo nuestras almas
En la blancura plenilunar vivieran?…

Y de pronto cruza un vago
Estremecimiento por la luz serena.
Las líneas se desvanecen,
La inmensidad cámbiase en blanca piedra,
y sólo permanece en la noche aciaga
La certidumbre de tu ausencia."


Leopoldo Lugones




“La juventud, que así significa en el alma de los individuos y de las generaciones, luz, amor, energía, existe y lo significa también en el proceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten y consideran la vida como vosotros, serán siempre la fecundidad, la fuerza, el dominio del porvenir.”

Leopoldo Lugones



“La noche...Tus ojos...Un poco de Schumann...Y mis manos llenas de tu corazón.”

Leopoldo Lugones


"La razón puramente sentimental de dicha preferencia, queda evidenciada, si se reflexiona que la guitarra y el arpa eran instrumentos de transporte difícil para el cantor errante de la llanura. Su fragilidad y su sensibilidad a las variaciones del ambiente, requerían cuidados minuciosos; y más de una vez, en las marchas nocturnas, el gaucho se despojaba del poncho, su único abrigo, para envolver la guitarra, cuyas cuerdas destemplaría el sereno.
Es, asimismo, clásico, el contraste expresivo de las danzas gauchas. Su ritmo, elemento masculino, es alegre y viril, mientras su melodía llora con melancólica ternura. Así resulta todavía más descriptivo de la doble alma que encierra la pareja danzante, conservando toda su individualidad al hombre y a la mujer, quienes nunca llegan a unirse materialmente. Aquel ritmo es con frecuencia suntuoso y sólido como las prendas de plata con que el gaucho se adornaba. El acompañamiento suele resultar monótono, porque el gaucho conservó el hábito español de no variarlo para sus diversas tonadas. No obstante, la introducción del triángulo revela una tendencia a modular, aligerando la densidad explosiva del bombo, como quien alegra con sencillo bordado una tela demasiado sombría. La audacia orquestal de este acompañamiento, no escapará, de seguro, a la técnica modernista. Añadiré que el bombo, tocado siempre a la sordina, no violenta el colorido musical; antes acentúa su delicadeza con profunda adumbración. El reemplazo de las castañuelas, demasiado insolentes en su cascadura, por las castañetas tocadas con los dedos, obedeció al mismo concepto de delicadeza en la gracia. El predominio del arpa y de la guitarra propagó el acompañamiento arpegiado y con él la profundidad sentimental de las sombras monótonas."

Leopoldo Lugones
El Payador



“Las prendas del espíritu joven -el entusiasmo y la esperanza- corresponden en las armonías de la historia y la naturaleza al movimiento y a la luz.”

Leopoldo Lugones



“…Llueve. La lluvia lánguida trasciende
Su olor de flor helada y desabrida.
El día es largo y triste…”

Leopoldo Lugones




“Mi reinita adorada que tan deliciosamente sabe hacerme sufrir. Porque sabrás que la crueldad de tu amor es y será mi delicia más intensa.”

Leopoldo Lugones




“No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda la rama. La rama queda para hacer el nido.”

Leopoldo Lugones


"Pelados como gatos sarnosos, reducida a escasos chicharrones la crin, secos los ijares, en una desproporción de cómicos a medio vestir con la fiera cabezota, el rabo agudo y crispado como el de una rata que huye, las garras pustulosas, chorreando sangre—todo aquello decía a las claras sus tres días de horror bajo el azote celeste, al azar de las inseguras cavernas que no habían conseguido ampararlos.
Rondaban los surtidores secos con un desvarío humano en sus ojos, y bruscamente reemprendían su carrera en busca de otro depósito, agotado también, hasta que sentándose por último en torno del postrero, con el calcinado hocico en alto, la mirada vagorosa de desolación y de eternidad, quejándose al cielo, estoy seguro, pusiéronse a rugir.
Ah... nada, ni el cataclismo con sus horrores, ni el clamor de la ciudad moribunda era tan horroroso como ese llanto de fiera sobre las ruinas. Aquellos rugidos tenían una evidencia de palabra. Lloraban quién sabe qué dolores de inconsciencia y de desierto a alguna divinidad obscura. El alma sucinta de la bestia agregaba a sus terrores de muerte, el pavor de lo incomprensible. Si todo estaba lo mismo, el sol cuotidiano, el cielo eterno, el desierto familiar—¿por qué se ardían y por qué no había agua?... Y careciendo de toda idea de relación con los fenómenos, su horror era ciego, es decir, más espantoso. El transporte de su dolor elevábalos a cierta vaga noción de provenencia, ante aquel cielo de donde había estado cayendo la lluvia infernal; y sus rugidos preguntaban ciertamente algo a la cosa tremenda que causaba su padecer. Ah... esos rugidos, lo único de grandioso que conservaban aún aquellas fieras disminuidas: cuál comentaban el horrendo secreto de la catástrofe; cómo interpretaban en su dolor irremediable la eterna soledad, el eterno silencio, la eterna sed."

Leopoldo Lugones
La lluvia de fuego



“Por ruego de aquél punteaba en ocasiones para alguna endecha antigua o espinela amorosa las cuerdas de la guitarra. ¡Ah galardones de la dicha expresa en versos campesinos! ¡Ah tristes ingenuos que resucitaban infortunios, porque el amor, como el vino, revive las penas!”

Leopoldo Lugones



“Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváis dentro de vosotros mismos.”

Leopoldo Lugones



“Subyugaba aquella voz de combate rebotando en los cerros: la voz del jefe que aconsejaba lealtad. Flagraban en su acero fugaces lampos. A cada acción, su caballo alfaba.”

Leopoldo Lugones



“…Te estaba escribiendo,
Cuando por la casa desolada
Arrastró el horror su trapo siniestro…”


Leopoldo Lugones



“Todo, amada, en tu ausencia siempre larga te llora: el silencio y la estrella, la sombra y la canción, lo que duda en la dicha, la que en la duda implora. Y luego...Este profundo sangrar del corazón.”

Leopoldo Lugones




“Todo el jardín cantaba para ti, perfumaba, florecía, loco de lirios que ansiaban derramarse a tus pies.”

Leopoldo Lugones




“Un poco de cielo y un poco de lago donde pesca estrellas el grácil bambú, y al fondo del parque, como íntimo halago, la noche que mira como miras tú.”

Leopoldo Lugones