"Desde allí contemplaba un ángulo centelleante del Gran Canal, los tejados y las chimeneas con turbante, la cúpula de una iglesia, todo ello bañado de la luz de una luna esplendente, envuelto en un silencio profundo, en el cual percibo a veces, lejano y como sordamente rimado, un susurro que es una presencia y que solo más tarde sabré que es el murmullo del mar en las playas del Lido."

Henri de Régnier
La altana y la vida veneciana



El reposo

Apaga, visitante, esa antorcha importuna
y no al suelo la flama inclines. ¿Has creído
que sus gotas de fuego que caen una a una
reanimarán el polvo en que ayer he vivido?

No. Si la misma losa, ante la chispa vana
cediera un solo instante en su dureza fría,
y sí en mi noche triste, insensible y lejana
surgiera nuevamente la claridad del día,

¡oh, caminante! ¿piensas que iba mi polvo yerto
que libertó la parca y en la quietud reposa
a renunciar al goce divino de haber muerto
y a dar por nueva vida su noche tenebrosa?

No obstante, fui dichoso. Amor dejó sellada
mí boca con su boca en más de un beso ardiente,
y entretejió la gloria con mano delicada
lauros para mi nombre, antes para mi frente.

Mas dejan en el alma como un resabio triste
cada feliz instante, cada divina hora,
y aquí ya nada espero, y para mí no existe
la vuelta de la noche ni el paso de la aurora.

Que el generoso día o la inquietud nocturna
den a los vivos lloro o goce apetecido:
¿qué importa al que en cenizas aduérmese en la urna
bajo pesado mármol e inquebrantable olvido?

Por eso ni tus pasos, tu vista, ni la ardiente
antorcha, ni tu labio que en alta voz me nombra
darán un sobresalto a mi paz impaciente
¡oh, tú que aquí has venido para evocar mi sombra!

Aunque tu propia mano, piadosa, en su rudeza,
quebrara el fuerte gozne, rompiera el bronce duro,
¡Amor! y aunque tu tierno semblante y tu belleza
viera asomar de nuevo sobre mi asilo obscuro.

Henri de Régnier



"En amor la experiencia no cuenta para nada; porque si contase no se volvería a amar."

Henri François-Joseph de Regnier




Experiencia

Voy siguiendo sus pasos y escuchando sus besos:
sus gallardas siluetas destacándose van
sobre el blanco de ala de gaviota, sobre esos
horizontes gris-perla del paisaje otoñal.

Mientras siguen su viaje de amorosa ternura
en la costa azotada por los tumbos del mar,
yo no siento ni celos, ni dolor, ni amargura
ni tristezas ocultas, ni febril malestar.

Ellos siguen absortos en su sueño enlazado
dando sér a lo efímero de su anhelo ideal;
ellos son el presente y yo soy el pasado,
y sé de la quimera la palabra final.

Henri de Régnier



LA ESPERANZA SUPREMA


Qué importa que en la tumba de rincones desiertos
donde eres ya tan sólo un muerto entre los muertos,
no detenga sus pasos la turba presurosa
por enhiesta pirámide o por urna, pomposa,
y ni macizo bronce ni mármol deslumbrante
atraigan las miradas de incierto caminante
ni la de aquellos hombres que al destino eminente
ofrendan homenajes y doblegan la frente?
Que los que amen el fausto eleven hasta el cíelo
sobre su muerto polvo monumentos de duelo.
Responde: ¿No te basta el saber que reposas
bajo el ciprés agudo que entretejen las rosas?
Si nunca a tu sepulcro se llega, un visitante,
¿no es mucho que en las frondas un pájaro te cante?
Y ¿qué importa que un día, de la sencilla piedra
corroída de musgo y ataviada de hiedra,
borre tu nombra el tiempo, si en el paraje mudo,
Amor—-divina sombra—posa su pie desnudo?

Henri de Régnier



La voz

Yo no quiero que nadie se acerque a mi tristeza,
ni tus pasos amigos, ni tu rostro adorado.
ni tu mano que toca con lánguida nobleza
la perezosa cinta y el volumen cerrado.

Déjame; que mi puerta a nadie se abra ahora,
ni al viento matutino dé paso mi ventana;
está cansado y triste mi corazón, y llora
sobre un mundo sombrío y una existencia vana.

Mi tristeza me viene de una región distante,
más allá de mi mismo; es una cosa ajena,
y todo hombre que ame, que sonría, o que cante,
en voz baja la escucha cuando la hora suena.

Y algo se agita y mueve en la conciencia obscura,
se despierta y espande en el alma dormida,
a esa voz apagada que al oído murmura
que es ceniza en su fruto la rosa de la vida.

Henri de Régnier



SOBRE LA PLAYA

Acuéstate en la playa y recoge en la mano
para dejar que escurra después, grano por grano,
la hermosa arena rubia que el sol hace de oro;
cierra luego los ojos, mas antes ve el sonoro
mar que la orilla besa, y el cielo transparente,
y cuando, poco a poco, sientas que dulcemente
no queda peso alguno, en tu mano ligera,
abre otra vez los párpados; pero antes considera
que nuestra propia vida toma y devuelve activa
a las eternas playas su arena fugitiva.

Henri de Régnier