Amanece

Azotado por la patria y el oleaje mortal,
Por las eléctricas lameduras del frío asediado,
Froto mi sangre como un animal
Bufando a la intemperie,
Cuento un minuto de la década
Acribillado por el vértigo.
Palpo las cicatrices de los niños,
Su corazón sólo al amparo de la crueldad.
Busco los ojos de los que amé,
Alguna huella
Humeante de sus pasos.
Y con los ojos levemente heridos de rocío
Me pregunto cómo
Sobrevivió
La vida.

Javier Alas


Ángeles

Estación de la humedad.
Yo tenía un sueño que tenía tus ojos,
Y cada vez te llevaba un corazón.
Tu imagen, creciendo sobre las vías del tren,
Era el delirio.
Luego era la noche, el cementerio
Cuya soledad sólo era interrumpida por tu mirada.
Y se hacía la lluvia.
Dentro de alguna cripta,
Acompañando en su paz al morador,
Tu lacia cabellera eclipsaba a mis manos.
Tu perfil se desdibujaba con la prisa de los relámpagos,
Para volver a la sombra de mi abrazo.
Pero hasta la lluvia pasaba, dejando su incolora saliva
En los cenotafios y en los árboles.
Ah, tu silueta entre las cruces
Y los nítidos suspiros de la noche fosfórica,
Tu miedo frente al pozo, como si los borrados muertos
Llegaran a beber a su garganta de limo.
Fuera, una danza de luciérnagas sacudía el prado,
Y tus labios sonreían un adiós.
Bajo las insuficientes luces de la calle
Contemplaba en perspectiva el retorno de tu ausencia.
Quedaban en mí – arrancados el aire, la noche –
Sólo la estatua viviente, el mendigo de tus horas.
Eras la felicidad. Yo,
El egoísta.

Javier Alas


El pulso de tu sangre

Cuando el manto de la noche
Nos llena de estrellas los ojos, siento
La dulce bestia de tu corazón,
Golpeando apenas mi hombro.
Con dedos furtivos, como viento, aparto tu collar de jade oscuro,
Tu cabellera lenta como un río negro,
Y en esa oscuridad dorada
Quisiera encender, para ti, palabras cual brasas,
En esas lenguas extrañas del Sur.
Amo el pulso de tu sangre
Bajo mi temblor.
En la ebriedad de los sentidos
Somos dos animales desordenando el rocío.

Javier Alas


Invierno adentro

Toda la niebla se agolpa en este bosque olvidado,
Donde pájaros de escarcha se estrujan sin sonido.
Vuelvo al tiempo circular, a los pétalos de la nieve,
Al cierzo que es lluvia y de nuevo cierzo,
A la ausencia de conocidos y presentidos labios.
Vuelvo a este arroyo que contempla su quietud,
Pues hasta los peces
Rehúsan quebrar los negros vidrios del agua.
Respiro la ebriedad del musgo, y sangro:
Tengo el invierno en el rostro, ninguna tibieza
Puede ya traspasar los temblores.
Vuelvo al lado oscuro del sol, al reverso del mundo:
Hasta el aire sabe aquí a lápida.
La noche se teje a sí misma, y un disperso fulgor
Chorrea aún en las ventanas.
He vuelto al cieno.
Calla, sangre; duerme.

Javier Alas



La amapola de Morfeo


Sueño una manada de caballos blancos
golpeando como un sismo a los prados,
una avalancha de galopes destrozando la hierba.
El mar resplandece como un espejo de titanio.
La estampida salta arriba de mi rostro:
en mis ojos queda como sangre
la imagen de un súbito casco.
La estampida se convierte en un oleaje de fuego
y a su paso hace crujir la arena
antes de hundirse en el mar.
Un humo blanco cubre las olas y la playa
y no veo ya más que la ceguera.

Javier Alas









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