John Lanchester

"Así era como divagaba mi mente durante aquellas noches, noches que se iban haciendo perceptiblemente más cortas con cada turno que pasaba. Al cabo de diez días, el turno de «noche» comenzaba a plena luz del día y terminaba a plena luz del día. La primera pausa para el café/tentempié de la noche, cuando Mary bajaba por el Muro con su bicicarro, era justo al caer la noche; su última visita, con el último café del turno, era justo antes del alba. Desde el primer día, me habían gustado las visitas de Mary: no tenía nada de original, todo el mundo quería a Mary. Es difícil que no te guste una persona que viene a traerte conversación, y risas, y compañía, y una bebida caliente en mitad de una guardia larga y solitaria, pero aun así su personalidad se ajustaba de un modo perfecto a la tarea. Era la clase de persona que dejaba a la mayoría de la gente sonriendo tras ella, la mayoría de las veces. Solo mirarla te podría arrancar ya una sonrisa: su bonita cara redonda y rosada, y ese pelo rizado y casi pelirrojo que parecía que estuviese siempre intentando escapar de lo que fuera que llevase para controlarlo y contenerlo: un pañuelo cuando estaba en la cocina, una capucha o un gorro o una gorra cuando estaba fuera, en función del calor y la lluvia. Esos largos periodos de tiempo volvían a la gente cascarrabias, y era fácil experimentar cambios bruscos de humor, momentos en los que estabas seguro de que no ibas a salir de esta. Mary no tenía de eso: su puesto era relativamente privilegiado, en comparación, y ella lo sabía y había asumido como parte de su trabajo hacer sentirse mejor a todos los demás.
La décima hora de ese turno, Mary hizo su segunda ronda, a pocos minutos del alba. La vi seguir su rutina habitual, su bici parando en el charco de luz de cada Defensor a medida que avanzaba de baluarte en baluarte, una taza caliente y unas palabras para cada uno. Esa noche el viento soplaba con fuerza. Las olas y el viento hacían tanto ruido que costaba oír incluso por el auricular del intercomunicador. Un rugido, el mar más atronador de lo que lo había oído nunca. El Capitán se había pasado ya dos veces esa noche, sin decir gran cosa, solo echando un vistazo. Estaba claro que se había tomado en serio las advertencias del político pimpollo. No recuerdo exactamente lo que estaba pensando, seguramente solo estaba contando los días que faltaban para el final del turno: cuatro noches más, lo que significaba que ya casi estaba, y luego dos semanas fuera, y luego dos semanas de turno de día, concretomarvientocielo, y habría llegado casi a la mitad de mi primer año en el Muro. No era todavía momento de empezar a celebrar que el fin estuviese a la vista, pero al menos ya había comprobado que sabía cómo ir superando el periodo de servicio, y que pasaría y se terminaría y me marcharía del Muro.
Mary se paró a charlar con Shoona más rato que de costumbre. Se veía una franja tenue en el horizonte, el amanecer inminente, pese a que el viento no había amainado todavía, como hacía a menudo al romper el día. Se volvió a subir en la bici —o más bien apoyó de nuevo los pies en los pedales, porque se había quedado sentada a horcajadas durante la ronda, como siempre— y vino hacia mí. Hice un repaso al Muro y al agua y me preparé para concederle mi completa atención durante el siguiente par de minutos."

John Lanchester
El muro


"Dicen que hay momentos determinados que constituyen la memoria colectiva de una generación: guerras, triunfos deportivos, asesinatos execrables, alunizajes...Al mismo tiempo, se supone que hay momentos que son los hitos de la vida de cada uno: las primeras experiencias sexuales, los accidentes de coche, las muertes de los parientes...Para una generación concreta de gente de determinada edad, la primera vez que vieron una televisión en color. Esa colonización brutal de la vida interior no me interesa nada, y supongo que tampoco a la mayoría de los auténticos artistas. Me interesan más las cosas que no puedo recordar: las ausencias, elisiones, vacuidades, negatividades, lagunas, aporías, la nada."

John Lanchester
En deuda con el placer




"Durante la guerra, resultaba muy tentador preguntarse qué estaría ocurriendo en otras partes. Esa era una de las razones por las que las largas horas en el banco nos venían tan bien. Cuando doblaba la esquina y veía los leones de piedra al pie de la central de Queen's Road, sabiendo que al poco rato me encontraría respirando el aire fresco del techo abovedado del banco, me quitaba un peso de encima. De otro modo, me habría pasado el día preocupándome y soñando despierto. ¿Qué habría sido de mi abuela y de David? ¿Seguiría yendo tan mal la guerra en Europa? (Los japoneses publicaban un periódico en inglés, el Hong Kong Daily News, que no paraba de suministrarnos una dieta de derrotas aliadas.) ¿Qué estaba sucediendo en China? ¿Dónde estaría Maria? ¿Seguiría viva? ¿Nos mandarían a un campo de concentración? (No dejaban de correr rumores sobre el tema.) Y si nos mandaban allí, ¿habría suficiente comida? ¿Qué ocurriría si los japoneses nos descubrían? Y luego la pregunta que no podía parar de hacerme, que era: ¿Por qué yo?, ¿por qué nosotros?, ¿por qué aquí?, ¿por qué Maria?, ¿por qué cualquiera de nosotros haciendo lo que estábamos haciendo en el lugar en que lo estábamos haciendo? ¿Por qué se nos había abandonado?
Tal vez sea lógico que la única vez que mantuve algo parecido a una auténtica conversación con Wo Man-Lee fuese también la única vez que le hice una pregunta sobre sus razones. Yo estaba trabajando en la planta baja del banco, en la sala principal, un trabajo aburrido y pesado que consistía fundamentalmente en deambular por allí con las manos a la espalda, como si supiera lo que hacía, esperando a que requieran mi ayuda para resolver alguna pequeña discrepancia con algún cliente insatisfecho. Era una de las partes de mi trabajo que más se parecía a la gerencia del hotel. No estábamos muy ocupados; la zona del banco donde se trataba con el público nunca lo estaba. Andaba paseándome por allí cuando oí que alguien alzaba la voz, miré en aquella dirección y, para mi absoluta sorpresa, vi a Wo discutiendo con uno de los cajeros. Era la primera vez que lo veía fuera de la clandestinidad, y por un momento creí que iba a desmayarme del susto. El cajero me miró como suplicándome que me acercara."

John Lanchester
El puerto de los aromas



"El artista le dice al cosmos: lo único que pido es un amor infinito; ¿Es que eso está tan mal? Y el cosmos ni siquiera se molesta en responder."

John Lanchester




"El viaje de Martin, de mes y medio, les deparó cuatro postales; cada una de ellas trajo consigo su respectivo y gráfico conjunto de imágenes preocupantes (Ámsterdam: ¡drogas! Copenhague: ¡sida! Berlín: ¡cabezas rapadas! Atenas: ¡contaminación!); y una sola llamada telefónica, desde un pueblo de Grecia donde la única cabina estaba estropeada, de modo que todo el mundo podía llamar gratis a cualquier parte del mundo. Regresó con una barbita recortada que tenía unos inesperados pelos rojos en las comisuras de la boca. Eso y el sorprendente moreno de su piel hacían que pareciera fácilmente cinco años mayor. Tras ese viaje nunca volvió a estar tan enfadado, ni tan distante, ni tan hosco, ni tan reservado con ellos; fue cuando empezó a irse de casa. El señor Phillips no puede evitar preguntarse qué les aguardará a todos los padres de estos chicos. En alguna parte, cada uno de ellos tiene a alguien que se muere de preocupación.
Como en una película o un anuncio, un chico se acerca a toda velocidad, sube como un rayo la escalinata dejando atrás al señor Phillips, se sienta rápidamente en el escalón junto a la chica con el corte de pelo a lo Louise Brooks, y se pone a besarla con mucho entusiasmo. El señor Phillips tiene que apartar la vista antes de averiguar qué pasa con el chicle.
Por un momento, el señor Phillips piensa en hacer cola para la exposición principal. Pero esas colas tan largas, que son siempre lo más parecido que quepa imaginar a estar muerto, hoy no son seguramente una buena idea. Así que, en vez de eso, se abre camino entre la gente de la escalera y atraviesa la puerta giratoria tras un hombre que anda como un pato, con un gorro para el sol y unos vaqueros enormes que le llegan al esternón, y entra en la galería principal.
Hace mucho más fresco y hay mucho más ruido que en el exterior. Algunas personas están delante de la mesa donde registran los bolsos, no muy a fondo, un par de guardas con unos uniformes bastante informales, que parecen hechos en casa con una máquina de coser. Será por las bombas, probablemente, una de esas cosas de Londres a las que te acabas acostumbrando; a no ser que sea también para controlar a los chalados que quieran rajar los cuadros con cuchillos Stanley o rociarlos de pintura o prenderles fuego o algo similar: hacerlos trizas con un machete antes de que los reduzcan los guardas mal pagados y medio dormidos. ¡Vais a morir conmigo!"

John Lanchester
El Señor Phillips


"En muchas sociedades desarrolladas hay tensiones en torno a las distintas versiones del contrato social en generaciones diferentes. Por ejemplo, cuando el Estado de bienestar es mucho más generoso con la generación anterior. Hace poco estuve viendo las cifras de Italia: un italiano de unos 65 años paga la mitad en impuestos y recibe el doble de prestaciones que un joven. Cuatro veces más. Y eso es como tener dos sociedades a la vez. Es como si dijeras: tú tienes este acuerdo y nosotros tenemos este otro. Muchas de esas tensiones están muy presentes. Y la idea que tenía era que el cambio climático las magnifica, porque en vez de tener versiones paralelas del contrato social, tienes a personas que crecieron en planetas diferentes: viven en versiones de la Tierra totalmente distintas. Eso puede producir una situación donde las tensiones generacionales que actualmente afrontamos nos parezcan nimiedades en comparación."

John Lanchester



"La mejor ciencia ficción no va del futuro sino del presente."

John Lanchester


"La novela para mí es como un problema único. ¿Cuál es la historia? ¿Quién la cuenta? ¿Y cómo? Son esas tres cosas. Cada vez es una versión diferente, todas están profundamente interrelacionadas entre sí. Y una vez que he hecho eso no puedo repetirlo. Me gustan los escritores que hacen variaciones, pero yo no puedo hacerlo, es como si lo hubiera agotado, sería como hacer un crucigrama dos veces."

John Lanchester



"Medir el progreso es la única manera de lograr un éxito duradero."

John Lanchester



"Mi escritura sobre economía y finanzas se debe a que quería escribir de Londres. Empezaba con una pregunta: ¿por qué ha cambiado? Las respuestas tenían que ver con las finanzas y la economía, y me di cuenta de que no sabía nada de eso. Era una especie de analfabeto en el idioma que en cierto modo era el más importante para entender los cambios. De repente cambiaba quién vivía en la casa de al lado: no era una cuestión metafórica. Era un tipo de persona y de pronto era alguien que se dedicaba a las finanzas. Y empecé a darme cuenta de cómo funcionaba, y luego vinieron la crisis y la restricción crediticia, y accidentalmente yo sabía algo de eso. Y trece años después sigo escribiendo sobre el tema. Pero la génesis fue la ficción, y lo otro llegó como un producto secundario. Ocurre así a menudo: los artículos y libros que escribo en retrospectiva están relacionados, se alimentan unos a otros, de una forma que resulta mucho más clara retrospectivamente. Investigué y leí bastante sobre el cambio climático en 2005. Alguien me hablaba el otro día de una charla que di sobre el tema. Muchas de las cosas que están en The wall vienen de allí, solo que llevó un tiempo."

John Lanchester



"Todo recuerdo implica cierto grado de pérdida; todos somos exilados de nuestro propio pasado, del mismo modo que, al levantar la vista de un libro, descubrimos de nuevo nuestro destierro del luminoso mundo de la imaginación y la fantasía. Un ferry que cruza el canal, con sus ceniceros rebosantes y sus niños vomitando, es un sitio tan bueno como otro cualquiera para reflexionar sobre el ángel que sostiene una espada llameante ante la puerta que se abre a todos nuestros ayeres."

John Lanchester
En deuda con el placer



“Vivimos en una gran era de fortificaciones, fronteras y divisiones creadas recientemente.”

John Lanchester














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