Eduardo Moga

"A mí me gustan los poemas fluyentes, que te arrastran como un río, y en cuya deriva puedes contemplar un paisaje cambiante, un mundo múltiple. Pero fluir no quiere decir carecer de forma: el río discurre por un cauce, entre orillas. Como he dicho muchas veces, el poema ha de ser un río, pero también una casa. Para escribirlo, me sumerjo en la conciencia (una tarea que no resulta nunca fácil) y me desplazo por sus parajes, por sus meandros, por sus ramificaciones, y con ellos edifico el poema: sumándolos, como estratos o eslabones. Necesito que los poemas me den margen —espacio y tiempo— para decir lo que siento —lo que descubro, porque la palabra tira de la idea— que he de decir. El poema corto supone, para mí, una coacción intolerable (que, no obstante, he practicado alguna vez, con actitud que puede calificarse de masoquista). Para que el poema largo que suelo escribir no se desparrame, no pierda cohesión, es fundamental, entre otras medidas, la música o, más concretamente, el ritmo. El ritmo estructura y unifica. A falta de metro, rima y estrofa, es esa pauta vocal, recurrente y sutil, la que lo abraza y endereza. El ritmo, además, mantiene la tensión, un concepto para mí esencial en el verso. Y la tensión es el sinónimo elocutivo de la pasión: de la pasión por vivir (y por eludir la muerte ineludible). El verso ha de trepidar siempre, aunque sea largo, aunque haya muchos."

Eduardo Moga




[Dime, alma, qué cincel has empleado…]

Dime, alma, qué cincel has empleado
para que sea yo tu forma,
qué sombra subyace en mi sombra,
o qué memoria soy, qué invertebrada
conciencia.
……………..¿Has moldeado el aire?
¿Asientes a mis volúmenes, a mis ojos?
Acaso sea hijo de tu luz,
y acaso ese resplandor aterido
me rescate de lo inconcebible
y me alimente de lo mortal:
tu fiebre me unce al ser.
¿Qué extraña potencia, alma,
constituyen mis manos?
¿Son las tuyas?
¿Tienes tú manos?
……………………… ¿Ven?
Dime, oh, alma, si es tuyo este silencio
o si son los engranajes de mi cuerpo;
dime si dictas tú mi sangre
o es mi sangre la que te articula;
dime si eres mortal
o sólo sucumbes al azar.
¿Existes, alma?
…………………..¿Existo yo,
o soy un arañazo de la nada?
Te hablo, y no sé a quién.
¿Por qué es tu transparencia
mi opacidad?
…………………¿Por qué desconozco tu idioma,
si en mí converge cuanto hay,
y me iluminan soles dispares,
y recae en mi piel el peso de lo que se aleja?
¿Por qué no te veo, alma,
si advierto las hondonadas celestes,
los remolinos de la fragilidad?
Me oigo anochecer, y morir,
y construirme;
te niego, alma: niego tu azul
y tus guadañas;
 ……………………niego tus células,
en las que cunde lo incomprensible.
Y oigo tu levedad,
que me atenaza; y aquilato
tu soplo homicida,
el fluir de tu ausencia
por mis capilares
y mi ropa.
…………….¿Eres, alma?
¿Determinas mi latitud y mi penumbra?
¿Coses mis latidos?
¿Me acunas?
………………..¿Por qué no recalas
en mis signos, y fotografías mis miedos,
y me ratificas en tu hoguera sin causa,
ajena al tacto, despojada de tildes,
pero que siento en el fondo de mi nombre,
derramada,
derramándose?
…………………… ¿Por qué no lloras?
¿Qué mar es el tuyo, alma?
¿Te poseo
…………….. o soy yo tu objeto?
¿Qué abstracciones, pájaros,
estragos
son tu carne,
o la mía? […]

Eduardo Moga






"El dolor articulado es menos dolor. Y la primera articulación consiste en decirlo: el dolor dicho es menos dolor. Y, para decirlo, antes hace falta pensarlo, aunque sea inconsciente o irracionalmente. El pensamiento es un bálsamo: identifica las realidades (a menudo a tientas, tropezando, equivocándose) y las desgaja de la confusión en que vivimos, de la confusión que somos. Ese solo acto sosiega. Ver las cosas fuera de nosotros, aunque sigan siendo nuestras, atenúa el peso del yo. Y ser menos yo es un gran alivio."

Eduardo Moga



"El pudor es un gran enemigo de la literatura. El sexo, no solo como fuente de placer, sino como conjuro contra la soledad y reconciliación con uno mismo, siempre ha sido otro de los polos de mi literatura. Y los seres queridos son la realidad, nuestra realidad, sobre todo cuando desaparecen: una ruptura sentimental, el fracaso de una amistad o la muerte de alguien amado te hace dolorosamente consciente de eso que nos esforzamos en todo momento por ignorar, pero que nos constituye: nuestra soledad, nuestra fragilidad y nuestra finitud. En nuestra concreción —en la de cada uno— está todo eso, y la radical incertidumbre de existir. Pero enseñar —en el sentido de adoctrinar— es difícil y acaso inconveniente. Quizá lo único que puede hacer la literatura es mostrar. Mostrar, con verdad, lo que nos une, que es justamente lo que nos separa, lo que hace de nosotros entes sin conexión posible, que flotan a la deriva, encerrados en sí mismos, y chocan con los demás, como bolas de billar en un tapete cósmico. Esa separación radical define a cada hombre y a todos los hombres."

Eduardo Moga



"En la medida en que decimos el dolor, el dolor se mitiga. Decirlo es sacarlo de nosotros y esa alienación es curativa. El lenguaje nos permite deslindar lo que nos hace daño, o lo que no entendemos, y deslindarlo lo vuelve asequible."

Eduardo Moga



"Escribir no es solo un modo de mirar el mundo, sino de sobrevivir a él."

Eduardo Moga



"La dimensión social está siempre presente en mi poesía. No deja de ser un aspecto del paisaje al que aludía antes. Soy incapaz de percibir lo que me rodea (y lo que bulle dentro de mí) sin atender a la imbricación de intereses contrapuestos que refleja (y, por lo tanto, de desequilibrios, de carencias, de injusticias) y sin formular un juicio ético sobre el ejercicio del poder. Aunque ese juicio ético no puede ser tético, es decir, no puede estar en la superficie del poema, como una bandera, sino que ha de subyacer en él, tiene que ser implícito. Tal como yo la entiendo, la poesía no puede desentenderse de la vida colectiva. Esa vida también forma parte de la que debemos exprimir antes de morirnos: también nos define, también nos condiciona, también somos nosotros; y también nos aporta infinidad de estímulos que asimilar y sobre los que reflexionar. Por desgracia, muchas de las cosas que nos llegan desde fuera son lamentables: demostraciones de la rapacidad y la estupidez del ser humano."

Eduardo Moga



Los haikús del ciego y el perro
 
El ciego mete
al lánguido mastín
bajo el asiento.

:

El perro quiere
salir, pero el ciego
es inflexible.

:

El ciego ve
otras oscuridades.
También el perro.

:

Se mueve el perro
y, minuciosamente,
se mueve el ciego.

:

¿Transcurre el tiempo
entre el paso del perro
y el del ciego?

(Y un corolario afín)

:El tuerto ¿ve
tan sólo la mitad
de lo que existe?

 Eduardo Moga
[De Los haikús del tren]


 

[No sé de dónde vienes…]

No sé de dónde vienes. Abro los ojos, y no sé de dónde vienes,
pero ahí está tu cuerpo, ocupando un lugar cierto,
un lugar geológico
y matemáticamente corporal
en la realidad, que es un camino,
aunque no sepa de dónde vienes
y ese camino no discurra por la tierra
y solo sea la proyección instantánea
…………………………………………………de tu estar indudable,
de tu estar mientras pasas, sin piedra ni mundo
ni tiempo
…………….ni tú.
Pero tú estás, ciertamente,
………………………………..mineralmente,
en la provisionalidad de un cuerpo que fue azul
antes de adquirir este matiz de tierra vertebrada, este coágulo
de uñas que vuelan y, no obstante, me acarician,
esta solidificación abstracta
de carne
…………..y de ti.
Pasas frente a los libros que acumulo con la misma voluptuosidad
con que te he querido, desnuda en la penumbra
desnuda, y observo, apenas abiertos los ojos,
que el camino pasa por tu vientre,
que el camino es tu vientre.
No hay atajos,
sino un sendero que se bifurca
………………………………………..a ambos lados de tu cuello,
se incurva en las semiesferas de los hombros,
y desciende por las estribaciones de los omoplatos,
y vuelve, por fin, otra vez, al vientre de donde
ha salido como algo transitorio,
como algo sin origen
……………………………y sin cuerpo,
pero que se hunde en el cuerpo,
en sus silbidos y su hiel,
como se hunden los cuerpos en el agua.
Muda, desnuda,
…………………….caminas por el camino que eres,
y recorres tus muslos, que cimientan el tronco blanco
que te sostiene, y se deslíen en una blancura
plural, fundida
en un abrazo transparente
……………………………….con la oscuridad,
y palpas el aire con los dedos, y se vuelven aire
tus dedos, derramados en su movimiento
de búsqueda
………………..e introducción,
y ofreces a mis ojos recién nacidos
tus ojos antiquísimos,
el diámetro ácueo de tus caderas,
la erupción aluvial de tus pechos,
la cavidad excedente de tus nalgas:
lo que se endereza, y se extingue, y perdura,
lo que es doble, como tu camino
y el mío, como tus pies, que se adentran en mis ojos,
estrepitosamente brotados del sueño,
y en los tuyos,
…………………..como la sangre,
que es de ambos, pero de un solo cuerpo,
abrasadamente tuya.
Tu cuerpo ha caído en una plenitud atardecida,
pero está entero,
………………………abrumado de claridad.
Tu cuerpo multiplica mi cuerpo, asustado
por los insectos y los truenos,
vívido de abatimiento.
………………………………Recorro los ángulos
aún tajantes que lo dibujan, y se ciernen luces,
florecen húmeros, digo objetos con una lengua
menos ardua, con otra lengua,
entumecida de latidos, liberada de las formas
que me subyugan
con su permanencia.
……………………………Hiendes la tiniebla
por la que pasas, y yo la acaricio como si fuera materia,
como a una resina exudada
…………………………………….por su árbol, y palpo la tibieza
que sugieres, y sé de la cordialidad de tus huesos.
Todos mis poros son manos. Te oigo con los ojos
que te huelen. Te intuyo con el ruido que me
crece en la sangre, o con el silencio
que bracea hasta la médula. Percibo
cuando tocas las sábanas, para volverte a acostar,
como la araña percibe la vibración de la tela
en la que se ha enredado otro cuerpo, la convulsión
de un organismo que va a ser amortajado por labios,
la muerte aleteante
………………………….de algo tan vivo como el espejo que me devuelve
a los ojos apenas ojos la totalidad de tu columna, como la hoguera
claroscura de tus pasos hacia la cama, como
el renacer de la piel dormida en el tiempo,
olvidada de ti
………………….y de tus brazos,
que tantean la almohada hasta dar con mi mirada,
y me ahogan con la indefensión de un moribundo,
y se cierran alrededor de mi sueño
como un vientre sobre otro vientre.
Ya no veo entonces tu cuerpo,
pero lo sé dentro de mis ojos.
No sé de dónde vienes,
………………………………pero has venido a mí.

 Eduardo Moga




[OCUPO UN PUNTO QUE SE PIERDE...]

Ocupo un punto que se pierde
en la insignificante sucesión
de puntos que me forman.
Soy lo que se ha ido, lo que se hace instante
y se hace piedra, lo que me amamanta
y me succiona: un punto más
en la fuga del ser, en la demolición
del latido. Y veo estas manos
que escriben,
los dedos que moldean el silencio
y lo transforman en silencio humano.
Reconozco los ojos que me miran
desde el cristal, velados por una niebla ardiente:
corren, inmóviles, como si huyeran
del cuerpo, o careciesen
de él; quieren detenerse, pero gritan
y se ennegrecen,
y abrevan
en ácido,
                 y se consumen
en el desorden y la simetría;
producen tinta:
son tinta, y pugnan por que todas
las noches sean una sola noche.
Y arde la noche,
desde cuyas profundidades
observo
el caer de los cuerpos,
                                         y me sumo a él:
glándulas y ataúdes y murmullos
que circulan por este deshacerme
en el que estoy
recluido; afectos
diseminados
                        como metralla
por un impacto irresistible;
gavillas
de espectros
que corroboran
                             la nada.
Ni siquiera conozco mi pasado: es un cuerpo
ajeno el que se hospeda en mi cuerpo y concibe
el poema; son otras hebras las que componen
el ininteligible
tapiz del ser, el tabernáculo
salobre de la madre, el aire
virginal que es membrana
del mundo, piel en la que desemboca
mi piel, y besos
que escuecen,
pero silíceos:
                         besos como regatos.
El árbol no es: su copa imita el gesto
del agua yéndose, y los pájaros
que lo coronan sobreviven
en la frontera
sin líneas de lo fluido.
Huye su masa:
su movimiento es su quietud;
y huyen también mis ojos,
que tiemblan
con su temblor
                            de suceso limítrofe,
con el tumulto efímero de su musculatura.
Tampoco existe el banco
que veo, ni la injuria de la luz,
ni la espadaña próxima, arqueada
como un cisne: todo es vislumbre de la muerte,
renovada obsesión de la materia
por exhalar su polvo
y su indiferencia.
Lo que está niega el mundo,
pero es el mundo, y su presente
es memoria: un oasis de átomos,
médula apenas médula, entidades amándose,
o fugitivas. Veo el aire,
y lo que rompe el aire, y a mí viéndolo;
y la carne abandona
su sede,
               y el tiempo
envejece, y madura el sucinto coágulo
que es desaparecer. Mis ojos ven
lo que seré: un cadáver, como ya
soy, pero exento de lenguaje,
privado
de esperma y de sol; algo
nonato,
               desechado antes
de concebirse; una partícula
de este futuro que se ofrece
hoy, seminal,
con zarpazos de jade y de ceniza.
Y en esta percepción me adenso,
frío como la pez,
mientras percuten, a mi alrededor,
los objetos nacientes,
o los que dejan
de ser.

Eduardo Moga
(Poema IX de Cuerpo sin mí, Bartleby, 2007)





Soy un hombre que escribe...

Soy un hombre que escribe.
Otros reparan coches. O instalan cuartos de baño. O venden cosas
por teléfono. Yo escribo.
Lo hago aunque
esté resfriado o se me haya marchado
el alma, como un gato en celo.
Escribo a pesar de las innumerables razones
para no escribir.
Escribo porque la gata tiene los ojos verdes.
Escribo porque los árboles se desequilibran con el viento
y la gente anda por la calle como si fuesen a algún sitio
y el tiempo gotea de los tejados
y yo respiro en este cuarto forrado de libros
                                                                                  y silencio.
Escribo porque amanece. Porque anochece.
Escribo porque la soledad me muerde las entrañas
y el raspar del lápiz en el papel
me acompaña en este baldío
en el que he levantado mi casa.
                                                         Escribo porque se caen las letras
de mi nombre, y yo las junto en la página, y luego las miro,
asombrado de que digan cosas que no comprendo, pero sigan siendo
mi nombre.
                     Escribo porque llueve. Porque me protege de la lluvia.
Porque así escucho a todos
y no escucho a nadie.
                                       Soy un hombre que escribe
cuando las plantas saltan de los tiestos y bailan
en el comedor.
                           O cuando el silencio me levanta
de la cama en la que no puedo dormir
y deambulo por la casa, manchando con la tinta de mi sombra
la página del suelo
y las guardas taciturnas de las paredes.
Otros beben para olvidar. Yo escribo para recordar.
No quiero ser oído; quiero clausurarme,
como se clausuran las ruinas en lo hondo del bosque,
como se acoraza de espinas el erizo,
                                                                   como se recluye el anacoreta
que repudia la palabra, salvo la que pronuncia en la estancia escondida,
donde ningún eco ni glosa pueden menoscabarla.
Escribo en los supermercados, en los cementerios,
en las oficinas de Hacienda,
en los museos,
en los burdeles.
                             Escribo sin otra pretensión que no morir
o, si es inevitable, que no aborrecer la muerte.
Escribo para que los perros no gruñan,
para que no chisporrotee el mal,
para que a la gente no se le caiga la nariz ni se le despiece el sexo,
para que, cuando me derribe el ventarrón del desamparo,
la intemperie a la que me arrastre no sea lunar,
para que no cesen Bach ni Juan de Yepes,
para que no.
                       Escribo porque me complace tener manos.
Soy un hombre que sueña, que caga,
que se duele de la alegría y se regocija con la tristeza,
que escribe.
                      Y que se pregunta a dónde va
eso que escribe, qué sinrazón lo alumbra o amortaja, cuántas
manos lo leen. Lo escrito ¿cuándo es?
Escribo compadecido de mí, huido de mí,
poseído por mi hambre y mi sombra,
diciendo verdades absolutas, mintiendo irrefutablemente,
desollándome con cada sílaba,
                                                        bebiéndome las tildes,
asomado al balcón de esta nada en la que habito,
purulento, lastimoso, inquieto
como una lagartija.
                                      Escribo para atenuarme
y encenderme. Pero no proyecto luz,
sino una blanca negrura. Escribo aterido: las palabras
me dan un calor susurrado, que nunca conduce, empero,
a la hoguera del grito.
                                         Escribo abrasado: decir
me orea, como orea la brisa
al ahorcado.
                       Cuando escribo, me ronda otro insomnio,
en cuyo seno descanso, febril.
No soy pacífico cuando escribo: aspiro a quebrar
los límites. Pero no sé cuáles son, ni dónde están, ni si hay
límites.
              Escribir me lleva al otro lado. Pero en el otro lado
también estoy yo. Y miro a quien escribe —me miro—
como si practicase una alquimia inversa,
como si el sortilegio que invoco
fuera un maleficio.
                                   Cuando escribo, me escribo.
Y escribir me borra.
                                     No quiero que mis hijos escriban,
porque escribir encarcela como el amor
o el alambre de espino.
Escribir no extiende la dicha, ni salva.
Escribir es una rueda que gira
sin otro designio que girar. Escribir
es un relámpago estéril.
                                             Yo soy un hombre que escribe
porque no sabe hacer otra cosa. Porque escribir es
lo único que soy, mientras haya luz, y el vacío acucie,
y los días se sucedan.
                                        Y sigo escribiendo, empujado
por un desconcierto que arrecia: transcurre el cuerpo,
el horizonte doblega al sol,
la noche desgozna al horizonte,
                                                          y yo no dejo de andar,
acompañado por este primitivo bastón con el que soporto
la pesadez de las horas embarradas de tiempo
y el resultado incierto de esta minuciosa evisceración.
Escribo mientras la gente se muere a mi alrededor.
Mientras yo mismo me muero.
Escribo asediado por el ocaso
de los cuerpos que he amado
y de los libros de este cuarto
silente.
             Escribo porque he cometido
la insensatez de nacer y debo acatar la indignidad
de morir.
                 Escribo acariciado por lo que me falta
y consolado porque, escribiendo, simulo una lengua hacedora,
que acrece la realidad con una realidad que no existe.
Al escribir, asumo el riesgo de perder
no solo la vida que aún se me ofrece, sino también
a los pocos que me aman todavía. Las horas escritas son horas arrebatadas
al vidrioso esplendor de la mortalidad.
                                                                        ¿Escribir
represa la sangre que ha circulado por las venas
cuando se escribía? ¿Y refleja el brillo de los ojos,
o su tiniebla? ¿Se deposita el semen que expulso, y que preservará
mi nombre, en los nombres
que escribo?
                       Escribir es un pájaro que escapa,
una mano que se abre, pero que no contiene nada,
la helada que vemos cuando nos levantamos por la noche
y nos asomamos al silencio del mundo por una ventana negra,
mientras nos tomamos un vaso de agua fría.
                                                                                   Escribo porque sí,
porque no,
                     porque es el fuego que me forja
y el metal forjado, que descansa, tras la fragua,
en un rincón polvoriento de la fundición.
Soy un hombre que escribe.
Soy un hombre
que.
        Soy un.
Soy.
        Que.
Hombre.
Un.
       Soy.
Escribe.

Eduardo Moga



"Todo escritor quiere ser más leído, es decir, leído por más gente, y el que diga otra cosa (aunque lo racionalice: la inmensa minoría; con un lector me basta, o con ninguno; yo solo escribo para mí; etc...) miente. Yo no soy una excepción. Sin embargo, también me gusta, y quizás prefiero, ser bien leído, es decir, que esos lectores que me lean, pocos o muchos, me lean bien. No me interesa, pues, un público masivo (que la poesía, por otra parte, difícilmente tiene), sino un buen público, compuesto por buenos lectores; y si es numeroso, pues mejor. Si me convirtiese en un autor “popular”, siempre tendría la sospecha de haber hecho algo mal."

Eduardo Moga















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