Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós
“El mal, en cualquier forma que
tome dentro de lo humano, no tiene significación alguna para una alma fuerte,
aplomada y segura de sí misma.”
“El miedo es la forma de nuestra
subordinación a las leyes físicas.”
“El verdadero amor, el sólido y
durable, nace del trato; lo demás es invención de los poetas, de los músicos y
demás gente holgazana.”
“En aquel momento sus ojos miraban en derredor,
asombrados, asustados, con melancolía y vaguedad, como el que no ha visto nunca
un horizonte y lo ve por primera vez.”
La fontana de oro
“En las mayores calamidades, permite siempre un suspiro; en las dichas que su misericordia concede, se le olvida siempre algún detalle, cuya falta lo echa todo a perder."
Benito Pérez Galdós
"Entre los soldados vi algunos que sentían el malestar del mareo, y se agarraban a los obenques para no caer. Verdad es que había gente muy decidida, especialmente en la clase de voluntarios; pero por lo común todos eran de leva, obedecían las órdenes como de mala gana, y estoy seguro de que no tenían el más leve sentimiento de patriotismo. No les hizo dignos del combate más que el combate mismo, como advertí después. A pesar del distinto temple moral de aquellos hombres, creo que en los solemnes momentos que precedieron al primer cañonazo la idea de Dios estaba en todas las cabezas. Por lo que a mí toca, en toda la vida ha experimentado mi alma sensaciones iguales a las de aquel momento. A pesar de mis pocos años, me hallaba en disposición de comprender la gravedad del suceso, y por primera vez, después que existía, altas concepciones, elevadas imágenes y generosos pensamientos ocuparon mi mente. La persuasión de la victoria estaba tan arraigada en mi ánimo, que me inspiraban cierta lástima los ingleses, y los admiraba al verlos buscar con tanto afán una muerte segura."
Benito Pérez Galdós
Trafalgar
“Es ley que los mayores conserven el afecto a la descendencia, aunque esta les martirice, les maltrate y les deshonre.”
Benito Pérez Galdós
“Esa polilla de la voluntad que
llamamos lástima.”
Benito Pérez Galdós
“Eso sí: tenía el genio fuerte y no
consentía la más pequeña falta; pero su mucho rigor nos obligaba a quererle
más, porque el capitán que se hace temer por severo, si a la severidad acompaña
la justicia, infunde respeto, y, por último, se conquista el cariño de la
gente.”
“Estamos bajo la influencia del norte de Europa, y ese maldito norte nos impone los grises que toma de su ahumado cielo.”
Benito Pérez Galdós
“Esto es achaque antiguo, y no sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando, que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza.”
Gerona
“Esto es insoportable. Esto es nauseabundo. En
este partido se tropieza por excepción con hombres sinceramente republicanos,
con hombres que deseen el advenimiento de la República.”
“Hay en nuestras sociedades enemigos muy espantosos, a saber: la especulación, el agio, la metalización del hombre culto, el negocio; pero sobre estos descuella un monstruo que a la callada destroza más que ninguno: es la codicia del aldeano.”
Benito Pérez Galdós
“Hoy juegas y ríes e ignoras;
pero tú tendrás treinta y tres años, y entonces quizás tu historia sea digna de
ser contada, como lo fue la de tus padres.”
Benito Pérez Galdós
“La base de la estrategia del
guerrillero es el arte de reunirse y dispersarse. Se condensan para caer como
la lluvia. Eso y nada más que eso es la lucha guerrillera, es decir, el país en
armas, el territorio, la geografía misma batiéndose.”
“La experiencia es una llama que
no alumbra sino quemando.”
Benito Pérez Galdós
“La falta de educación es para el pobre una desventaja mayor que la pobreza.”
Benito Pérez Galdós
“La lógica española no puede fallar. El pillo delante del honrado; el ignorante encima del entendido; el funcionario probo debajo, siempre debajo.”
Benito Pérez Galdós
"La pluma (¿por qué no hemos de darle vida?), yacía, como dijimos, en compañía de varios objetos bastante innobles, propios del lugar, y constantemente expuesta a ser hollada por la bárbara planta de los gansos, de los pollos y aun de otros animalejos menos limpios y decentes que tenían habitación en algún lodazal cercano.
No hay para qué decir que la pluma debía de estar muy aburrida; pues suponiendo un alma en tan delicado, aéreo y flexible cuerpo, la consecuencia es que esta alma no podía vivir contenta en el corral descrito. Por una misteriosa armonía entre los elementos constitutivos de aquel ser, si el cuerpo parecía un espectro de materia, el alma había sido creada para volar y remontarse a las alturas, elevándose a la mayor distancia posible sobre el suelo, en cuyo fango jamás debieran tocar los encajes casi imperceptibles de su sutil vestidura. Para esto había nacido ciertamente; pero en ella, como en nosotros los hombres, la predestinación continuaba siendo una vana palabra. Estaba la pobre en el corral, lamentando su suerte, con la vista fija en el cielo, sin más distracción que ver agitadas por el viento los blancos festones de su ropa inmaculada, y diciendo en la ignota lengua de las plumas: «No sé cómo aguanto esta vida fastidiosa. Más valdría cien veces morir».
Otras muchas cosas igualmente tristes dijo; pero en el mismo instante una ráfaga de viento que puso en conmoción todas las pajas y objetos menudos arrojados en el corral, la suspendió, ¡oh inesperada alegría!, alzándola sobre el suelo más de media vara. Por breve espacio de tiempo estuvo fluctuando de aquí para allí, amenazando caer unas veces y remontándose otras, con gran algazara de los pollos, quienes al ver aquella cosa blanca que se paseaba por los aires con tanta majestad, iban tras ella aguardándola en su caída, con la esperanza de que fuera algo de comer. Pero el viento sopló más fuerte y haciendo un fuerte remolino en todo el recinto del corral, la sacó fuera velozmente. Cuando ella se vio más alta que la tapia, más alta que la casa, que los castaños, que la cúspide del chopo, tembló toda de entusiasmo y admiración. Allá arribita, el viento la meció, sosteniéndola sin violentas sacudidas; parecía balancearse en invisible hamaca o en los brazos de algún cariñoso genio."
Benito Pérez Galdós
Torquemada en la hoguera
“La señá Casiana, alta y huesuda, hablaba con cierta arrogancia, como quien tiene o cree tener autoridad; y no es inverosímil que la tuviese, pues en donde quiera que para cualquier fin se reúnen media docena de seres humanos, siempre hay uno que pretende imponer su voluntad a los demás, y, en efecto, la impone.”
Benito Pérez Galdós
“Lo previsto no ocurre jamás, sobre todo en España, pues por histórica ley, los españoles viven al día, sorprendidos de los sucesos y sin ningún dominio sobre ellos."
Benito Pérez Galdós
“Los ciegos serían felices en este país, que para la lengua es paraíso y para los ojos infierno.”
Benito Pérez Galdós
“Los que
no ven en la lucha de la vida más que el triste pedazo de pan y los modos de
conseguirlo, me parecen muertos que comen.”
“Más días hay que longanizas.”
“Más sabe el que vive sin querer
saber que el que quiere saber sin vivir.”
Benito Pérez Galdós
“Más vale que tengan libertad ciento que no la
comprenden, que la pierda uno solo que conoce su valor. Los males que con ella
pudieran ocasionar los ignorantes son inferiores al inmenso bien que un solo
hombre ilustrado pueda hacer con ella. No privemos de la libertad a un discreto
por quitársela a cien imprudentes.”
La fontana de oro
"MÁXIMO. (Atento a su trabajo.) ¡Contenta se pondrá! Como si no fuera bastante la locura de ayer, cuando te llevaste al chiquillo, y al devolvérmelo te estuviste aquí más de lo regular, hoy, para enmendarla, te has venido a mi casa, y aquí te estás tan fresca. Da gracias a Dios por la ausencia de nuestros tíos. Invitados por los de Requesens al reparto de premios y al almuerzo en Santa Clara, ignoran el saltito que ha dado la muñeca de su casa a la mía.
ELECTRA. Tú me aconsejaste que me insubordinara.
MÁXIMO. Sí tal: yo he sido el instigador de tu delito, y no me pesa.
ELECTRA. Mi conciencia me dice que en esto no hay nada malo.
MÁXIMO. Estás en la casa y en la compañía de un hombre de bien.
ELECTRA. (Siempre en su trabajo, hablando sin abandonar la ocupación.) Cierto. Y digo más: estando tú abrumado de trabajo, solo, sin servidumbre, y no teniendo yo nada que hacer, es muy natural que…
MÁXIMO. Que vengas a cuidar de mí y de mis hijos… Si eso no es lógica, digamos que la lógica ha desaparecido del mundo.
ELECTRA. ¡Pobrecitos niños! Todo el mundo sabe que les adoro: son mi pasión, mi debilidad… (MÁXIMO, abstraído en una operación, no se entera de lo que ella dice.) Y hasta me parece… (Se acerca a la mesa llevando unos libros que estaban fuera de su sitio.)
MÁXIMO. (Saliendo de su abstracción.) ¿Qué?
ELECTRA. Que su madre no les quería más que yo.
MÁXIMO. (Satisfecho del resultado de un cálculo, lee en voz alta una cifra.) Cero, trescientos diez y ocho… Hazme el favor de alcanzarme las Tablas de resistencias… aquel libro rojo…
ELECTRA. (Corriendo al estante de la derecha.) ¿Es esto?
MÁXIMO. Más arriba.
ELECTRA. Ya, ya… ¡qué tonta! (Cogiendo el libro, se le lleva.)
MÁXIMO. Es maravilloso que en tan poco tiempo conozcas mis libros y el lugar que ocupan.
ELECTRA. No dirás que no lo he puesto muy arregladito.
MÁXIMO. ¡Gracias a Dios que veo en mi estudio la limpieza y el orden!
ELECTRA. (Muy satisfecha.) ¿Verdad, Máximo, que no soy absolutamente, absolutamente inútil?
MÁXIMO. (Mirándola fijamente.) Nada existe en la creación que no sirva para algo. ¿Quién te dice a ti que no te crió Dios para grandes fines? ¿Quién te dice que no eres tú…?
ELECTRA. (Ansiosa.) ¿Qué?
MÁXIMO. ¿Un alma grande, hermosa, nobilísima, que aún está medio ahogada… entre el serrín y la estopa de una muñeca?
ELECTRA. (Muy gozosa.) ¡Ay, Dios mío, si yo fuera eso…! (MÁXIMO se levanta, y en el estante de la izquierda coge unas barras de metal y las examina.) No me lo digas, que me vuelvo loca de alegría… ¿Puedo cantar ahora?
MÁXIMO. Sí, chiquilla, sí. (Tarareando, ELECTRA repite el andante de una sonata.) La buena música es como espuela de las ideas perezosas que no afluyen fácilmente; es también como el gancho que saca las que están muy agarradas al fondo del magín… Canta, hija, canta. (Continúa atento a su ocupación.)
ELECTRA. (En el estante del foro.) Sigo arreglando esto. Los metaloides van a este lado. Bien los conozco por el color de las etiquetas… ¡Cómo me entretiene este trabajito! Aquí me estaría todo el santo día…
MÁXIMO. (Jovial.) ¡Eh, compañera!
ELECTRA. (Corriendo a su lado.) ¿Qué manda el Mágico prodigioso?
MÁXIMO. No mando todavía: suplico. (Coge un frasco que contiene un metal en limaduras o virutas.) Pues la juguetona Electra quiere trabajar a mi lado, me hará el favor de pesarme treinta gramos de este metal.
ELECTRA. ¡Oh, sí…!
MÁXIMO. Ayer aprendiste a pesar en la balanza de precisión.
ELECTRA. (Gozosa, preparándose.) Sí, sí… dame, déjame. (Al verter el metal en la cápsula, admira su belleza.) ¡Qué bonito! ¿Qué es esto?
MÁXIMO. Aluminio. Se parece a ti. Pesa poco…
ELECTRA. ¿Que peso poco?
MÁXIMO. Pero es muy tenaz. (Mirándole al rostro.) ¿Eres tú muy tenaz?
ELECTRA. En algunas cosas, que me reservo, soy tenaz hasta la barbarie, y creo que, llegado el caso, lo sería hasta el martirio. (Sigue pesando sin interrumpir la operación.)
MÁXIMO. ¿Qué cosas son ésas?
ELECTRA. A ti no te importan."
Benito Pérez Galdós
Electra
"Mejor que la poesía lírica puede el Teatro dar idea del espíritu de aquel siglo. La primera fue siempre aquí secundaria y un tanto sometida á influencias exteriores, mientras el segundo ha sido en todos tiempos preferente espejo del pueblo. Como meridionales, inclinados á todo lo simbólico y representativo, siempre hemos dado á la literatura dramática el primer puesto, haciéndola nuestra más fiel expresión, condensando en ella nuestra vida y nuestro saber. En los primeros años del siglo mi aún existía un resto del gran Teatro nacional, representado en Cañizares y Zamora, que poseían algunas buenas cualidades, aunque obscurecidas por el vicio de la forma conceptuosa y disparatada. Las mismas vicisitudes que hemos señalado en el curso y desarrollo de la poesía lírica, pueden indicarse en el Teatro, que descabellado y loco en los primeros años, después ambiguo y confuso, más tarde árido, atildado y frío, prosaico y rastrero al cabo, no fue Teatro verdadero hasta que Moratín le dio nueva savia en los albores del presente siglo, inaugurando el brillante período del Teatro contemporáneo.
Los errores de la primera época, que habían llevado hasta el sumo delirio los desaciertos de la comedia antigua, olvidando por completo su grandioso sentido nacional y su pasmosa fuerza inventiva, son referidos por Moratín con mucho donaire, pero con alguna exageración. Se representaban, á más de las farsas mitológicas, en que sin pizca de lógica intervenían mil divinidades y los manoseados héroes de la antigüedad, multitud de tragicomedias de carácter religioso, en las cuales, con la Virgen y San José, alternaban figuras alegóricas de los vicios y virtudes, la Muerte, el Purgatorio... Esto no era más que una vil parodia de los antiguos autos. Hacía más triste la suerte del arte dramático la singular disposición de los corrales, que eran, tales como si en ellos no hubiese de entrar otra gente que la de baja ralea. El patio era sitio de pendencias, y las parcialidades que se habían formado con visos de partidos literarios dirimían sus querellas en plena representación, dirigidas por frailes libertinos y procaces: el teatro parecía más bien desahogo de gente holgazana que recreo de lo más escogido de la sociedad.
Los reformadores quisieron poner mano en esto; reformar á la vez á los autores, al público, á la crítica y hasta el local. Nasarre y Luzán hicieron su profesión de fe publicando las reglas de la tragedia y la comedia clásicas; pero esto no bastaba. Querer producir hondísima transformación en las arraigadas costumbres que el pueblo fomentaba y sostenía, era empresa loca. Las reglas no pasaban del gabinete de cuatro ó cinco literatos, que en vano se quemaban las cejas traduciendo á Alfieri y á Racime. Don Francisco Pizarro Piccolomini había ya traducido el Cinna; y en la mitad del siglo, don Juan de Trigueros tradujo el Británico, y don Eugenio de Llaguno y Amírola la Atalia, que no llegaron á representarse. ¿Y cómo había de tener entrada en los teatros esta literatura que sólo podía interesar á personas de refinada ilustración, literatura de la cual este pueblo, palpitante aún con las emociones de nuestro gran teatro, vivo, pintoresco, lleno de luz y verdad, nada podía comprender, por no encontrar en ella ni sus afectos, ni sus pasiones, ni su lenguaje, ni su historia? La tragedia clásica francesa no tuvo, ni puede tener, ni tendrá jamás el don de interesar á nuestro pueblo.
¿Qué le importaban á éste el furor de Orestes ni la pasión de Fedra? Bien pronto hubieron de conocer los reformadores que la implantación brusca del Teatro clásico, con su frío, insubstancial paganismo, no podía sustituir á nuestra antigua Comedia, superior mil veces por la fuerza de su genio y a pintoresca hermosura y gracia de su forma. Se contentaron con aspirar á la fusión de los dos sistemas, tomando del nuestro el espíritu, y vistiéndolo con la forma erudita del buen sentido y la retórica franceses, haciendo todo lo posible por hermanar el genio nativo español con los preceptos de la nueva crítica. Esta era empresa también sumamente difícil; y una prueba de la esterilidad del eclecticismo en materias de arte, está en las composiciones de Moratín (padre), de Cadalso y de Ayala, que quisieron en este terreno, como en el lírico, ser atrevidos innovadores. El Guzmán el Bueno, del primero, es obra en que nada hay digno de atención, como confiesa el mismo don Leandro en el juicio, tan breve como poco benévolo, que hace de ella. El Sancho García, de Cadalso, no merece ni siquiera los honores de ser citado; y en la Numancia destruida, de don Ignacio de Ayala, no se revela ninguna de las cualidades del autor dramático; es un artificio árido, pobre, incongruente y falto de sentido. El único que acertó fue Huerta, poeta del último tercio del siglo, que, á pesar de las burlas de sus contemporáneos, especialmente de Moratín, burlas motivadas tal vez por su presuntuoso y díscolo carácter, poseía cualidades eminentes y aptitud para el teatro, que, cultivadas en tiempos más felices, le habrían colocado al lado de los grandes dramáticos del siglo XVII. La Raquel, de Huerta, es la mejor, quizás la única composición trágica española de su época."
Benito Pérez Galdós
Memoranda
"Nada hijo, ésto no va contigo. Duérmete. ¿No tienes ganas de estudiar? Haces bien. ¿Para qué sirve el estudio? Mientras más burro sea el hombre, mientras más pillo, mejor carrera hace...Vamos a la cama, que ya es tarde."
Benito Pérez Galdós
“Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando.”
Benito Pérez Galdós
"No comprendía que una palabra cariñosa, un halago, un trato delicado y amante que hicieran olvidar al pequeño su pequeñez, al miserable su miseria, son heroísmos de más precio que el bodrio sobrante de una mala comida."
Benito Pérez Galdós
"No es impropio el llanto
en las grandes almas; antes bien, indica el fecundo consorcio entre la
delicadeza de sentimiento y la energía del carácter".
Benito Pérez Galdós
“¿No es triste considerar que sólo la desgracia hace a los hombres
hermanos?”
Benito Pérez Galdós
Trafalgar
“Nuestra imaginación es la que ve y no los ojos.”
Benito Pérez Galdós
“¡Oh España, cómo se te reconoce en cualquier parte de tu historia adonde se fije la vista! Y no hay disimulo que te encubra, ni máscara que te oculte, ni afeite que te desfigure, porque a donde quiera que aparezcas, allí se te conoce desde cien leguas con tu media cara de fiesta, y la otra media de miseria, con la una mano empuñando laureles, y con la otra rascándote tu lepra.”
Benito Pérez Galdós
Napoleón en Chamartín
“Otra equivocación -decía-, otra caída, otro desengaño. Todo aquello
en que pongo los ojos se vuelve negro. Si mi corazón se apasiona por algo,
persona o idea, la persona se corrompe y la idea se envilece. Conspiro, y todo
sale mal. Deseo la guerra, y hay paz. Deseo la paz, y hay guerra. Trabajo por
la libertad, y mis manos contribuyen a modelar este horrible monstruo. Quiero
ser como los demás, y no puedo. En todas partes soy una excepción. Otros viven
y son amados; yo no vivo ni soy amado, ni hallo fuente alguna donde saciar la
sed que me devora. ¿Amigos? Ninguno me satisface. ¿Artes? Las siento en mí;
pero no tengo educación para practicarlas. ¿Amor? Siempre que me acerco a él y
lo toco, me quemo. ¿Religión? Los volterianos me la han quitado, sin ponerme en
su lugar más que ideas vagas...Dios mío, ¿Por qué estoy yo tan lleno y todo tan
vacío en derredor de mí? ¿En dónde arrojaré este gran peso que llevo encima y
dentro de mi alma? Voy tocando a todas las puertas, y en todas me dicen:
"Aquí no es, hermano; siga usted adelante".”
Benito Pérez Galdós
“Palabra y piedra suelta, no tienen vuelta.”
Benito Pérez Galdós
“Pero nada hay más repugnante que la justicia popular, la cual tiene sobre sí el anatema de no acertar nunca, pues toda ella se funda en lo que llamaba Cervantes el vano discurso del vulgo, siempre engañado”
Benito Pérez Galdós
Napoleón en Chamartín
“Pero tú y tus amigas rara vez os acercáis a un pobre para saber de su misma boca la causa de su miseria... ni para observar qué clase de miseria le aqueja, pues hay algunas tan extraordinarias, que no se alivian con la fácil limosna del ochavo... ni tampoco con el mendrugo de pan…”
Benito Pérez Galdós
“Precisamente el alma es la que se pierde, porque es la que se fascina,
la que se engaña, la que sueña mil bellezas y superiores goces, la que aspira
con sed insaciable a lo que no posee y a hacer posible la imposibilidad, y a
querer estar donde no está, y a marchar siempre de esfera en esfera buscando
horizontes.”
Benito Pérez Galdós
“Que cada cual siga su inclinación, pues las inclinaciones suelen ser
rayas o vías trazadas por un dedo muy alto, y nadie, por mucho que sepa sabe
más que el destino.”
Benito Pérez Galdós
“Rechazada por la familia que había sustentado en días tristísimos de miseria y dolores sin cuento, no tardó en rehacerse de la profunda turbación que ingratitud tan notoria le produjo; su conciencia le dio inefables consuelos: miró la vida desde la altura en que su desprecio de la humana vanidad la ponía; vio en ridícula pequeñez a los seres que la rodeaban, y su espíritu se hizo fuerte y grande."
Benito Pérez Galdós
Misericordia
“Rey no conocía la dulce tolerancia del condescendiente siglo que ha inventado singulares velos de lenguaje y de hechos para cubrir lo que a los vulgares ojos pudiera ser desagradable.”
Benito Pérez Galdós
“Se ha declamado mucho contra el positivismo de las ciudades, plaga
que entre las galas y el esplendor de la cultura corroe los cimientos morales
de la sociedad; pero hay una plaga más terrible, y es el positivismo de las
aldeas, que petrifica millones de seres, matando en ellos toda ambición noble y
encerrándoles en el círculo de una existencia mecánica, brutal y tenebrosa.”
“Sí, una cosa sé, y es que no sabemos más que fenómenos
superficiales... ¡Alma! ¿Qué pasa en ti?”
Benito Pérez Galdós
"Te quise desde que nací…». Esto decía la primera carta… no, no, la segunda, que fue precedida de una breve entrevista en la calle, debajito de un farol, entrevista intervenida con hipócrita severidad por Saturna, y en la cual los amantes se tutearon sin acuerdo previo, como si no existiesen, ni existir pudieran otras formas de tratamiento. Se asombraba ella del engaño de sus ojos en las primeras apreciaciones de la persona del desconocido. Cuando se fijó en él, la tarde aquella de los sordomudos, le tuvo por un señor así como de treinta o más años. ¡Qué tonta! ¡Si era un muchacho!… Y su edad no pasaría seguramente de los veinticinco, sólo que tenía un cierto aire reflexivo y melancólico, más propio de la edad madura que de la juventud. Ya no dudaba que sus ojos eran como centellas, su color moreno caldeado de sol, su voz como blanda música que Tristana no había oído hasta entonces y que más le halagaba los senos del cerebro después de escuchada. «Te estoy queriendo, te estoy buscando desde antes de nacer —decía la tercera carta de ella, empapada de un espiritualismo delirante—. No formes mala idea de mí si me presento a ti sin ningún velo, pues el del falso decoro con que el mundo ordena que se encapuchen nuestros sentimientos se me deshizo entre las manos cuando quise ponérmelo. Quiéreme como soy; y si llegara a entender que mi sinceridad te parecía desenfado o falta de vergüenza, no vacilaría en quitarme la vida».
Y él a ella: «El día en que te descubrí fue el último de un largo destierro».
Ella: «Si algún día encuentras en mí algo que te desagrade, hazme la caridad de ocultarme tu hallazgo. Eres bueno, y si por cualquier motivo dejas de quererme o de estimarme, me engañarás, ¿verdad?, haciéndome creer que soy la misma para ti. Antes de dejar de amarme, dame la muerte mil veces».
Y después de escribir estas cosas, no se venía el mundo abajo. Al contrario, todo seguía lo mismo en la tierra y en el cielo. ¿Pero quién era él, quién? Horacio Díaz, hijo de español y de austriaca, del país que llaman Italia irredenta; nacido en el mar, navegando los padres desde Fiume a la Argelia; criado en Orán hasta los cinco años, en Savannah (Estados Unidos) hasta los nueve, en Shangai (China) hasta los doce; cuneado por las olas del mar, transportado de un mundo a otro, víctima inocente de la errante y siempre expatriada existencia de un padre cónsul. Con tantas idas y venidas, y el fatigoso pasear por el globo, y la influencia de aquellos endiablados climas, perdió a su madre a los doce años, y a su padre a los trece, yendo a parar después a poder de su abuelo paterno, con quien vivió quince años en Alicante, padeciendo bajo su férreo despotismo más que los infelices galeotes que movían a fuerza de remos las pesadas naves antiguas.
Para más noticias, óiganse las que atropelladamente vomitó la boca de Saturna, más bien secreteadas que dichas: «Señorita… ¡qué cosas! Voy a buscarle, pues quedamos en ello, al número 5 de la calle esa de más abajo… y apechugo tan terne con la dichosa escalerita. Me había dicho que a lo último, a lo último, y yo, mientras veía escalones por delante, para arriba siempre. ¡Qué risa! Casa nueva; dentro, un patio de cuartos domingueros, pisos y más pisos, y al fin… Es aquello como un palomar, vecinito de los pararrayos, y con vistas a las mismas nubes. Yo creí que no llegaba. Por fin, echando los pulmones, allí me tiene usted. Figúrese un cuarto muy grande, con un ventanón por donde se cuela toda la luz del cielo, las paredes de colorado, y en ellas cuadros, bastidores de lienzo, cabezas sin cuerpo, cuerpos descabezados, talles de mujer con pechos inclusive, hombres peludos, brazos sin persona, y fisonomías sin orejas, todo con el mismísimo color de nuestra carne. Créame, tanta cosa desnuda le da a una vergüenza… Divanes, sillas que parecen antiguas, figuras de yeso, con los ojos sin niña, manos y pies descalzos… de yeso también… Un caballete grande, otro más chico, y sobre las sillas o clavadas en la pared, pinturas cortas, enteras o partidas, vamos a decir, sin acabar, algunas con su cielito azul, tan al vivo como el cielo de verdad, y después un pedazo de árbol, un pretil… tiestos; en otra, naranjas y unos melocotones… pero muy ricos… En fin, para no cansar, telas preciosas y una vestidura de ferretería, de las que se ponían los guerreros de antes. ¡Qué risa! Y él allí, con la carta ya escrita. Como soy tan curiosa, quise saber si vivía en aquel aposento tan ventilado, y me dijo que no y que sí, pues… Duerme en casa de una tía suya, allá por Monteleón; pero todo el día se lo pasa acá, y come en uno de los merenderos de junto al Depósito."
Benito Pérez Galdós
Tristana
"Tenía la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto finos y de buena educación, y su rostro moreno no carecía de cierta gracia interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y oscuros, apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no terminaban en uñas de cernícalo. Eran sus manos como de lavandera y aún conservaban hábitos de aseo. Usaba una venda negra bien ceñida sobre la frente; sobre ella, pañuelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas. Con este pergeño y la expresión sentimental y dulce de su rostro, todavía bien compuesta de líneas, parecía una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Le faltaban sólo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podía creerse que hacía las veces de ésta el lobanillo del tamaño de un garbanzo, redondo, cárdeno, situado como a media pulgada más arriba del entrecejo."
Benito Pérez Galdós
Misericordia
“Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los
disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres
de talento.”
Benito Pérez Galdós
“Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar. La lectura es vida artificial y prestada, el usufructo, mediante una función cerebral, de las ideas y sensaciones ajenas, la adquisición de los tesoros de la verdad humana por compra o por estafa, no por el trabajo.”
Benito Pérez Galdós
“Y no fue su gobierno (se refiere al de Luis González Bravo) de cinco meses totalmente estéril, pues entre el miserable trajín de dar y quitar empleos, de favorecer a los cacicones, de perseguir al partido contrario y de mover, sólo por hacer ruido, los podridos telares de la Administración, fue creado en el seno de España un ser grande, eficaz y de robusta vida: la Guardia Civil.”
Benito Pérez Galdós
“Yo no tengo la culpa de que la vida se nutra de la virtud y del
pecado, de lo hermoso y de lo feo.”
Benito Pérez Galdós