“Alma que vas huyendo de ti misma, ¿qué buscas, insensata, en las
demás?”
Rosalía de
Castro
"Aunque no estás a mi lado y aunque tu voz no me llama, tu sombra… —¡sí, sí, tu sombra!— tu sombra siempre me aguarda."
Rosalía de Castro
“Bajo el hacha implacable, ¡cuán presto en tierra cayeron encinas y
robles!”
Rosalía de
Castro
"Cada vez huye más de los vivos. Cada vez habla más con los muertos."
Rosalía de Castro
“Cual si en suelo extranjero me hallase, tímida y hosca, contemplo
desde lejos los bosques y alturas y los floridos senderos donde en cada rincón
me aguardaba la esperanza sonriendo.”
Rosalía de
Castro
“¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!”
Rosalía de
Castro
De gemidos quejumbrosos
De gemidos quejumbrosos,
de suspiros lastimeros,
vago suena en el espacio
melancólico concierto...
Son las campanas que tocan...
¡Tocan por los que murieron!
Plañidero el metal vibra,
las regiones recorriendo
de los valles solitarios,
de los tristes cementerios,
y también allá en la hondura
de las almas sin consuelo.
¡Vasto páramo es la mía,
como abrasado desierto,
como mar que no se acaba,
y en ella un sepulcro tengo
más profundo que un abismo,
más ancho que el firmamento,
y al eco de las campanas
que en él se va repitiendo,
los esqueletos se rompen,
de mis pálidos recuerdos!
¿Será cierto que pasaron,
y para siempre murieron?
¿Es verdad que cuanto toco,
cuanto miro y cuanto quiero
todo ilusión me parece,
todo me parece un cuento?...
Y que tuve un tiempo madre
y que ora ya no la tengo...
También un sueño parece,
¡pero qué terrible sueño!
II
Ayer en sueños te vi...
Que triste cosa es soñar,
y que triste es despertar
de un triste sueño... ¡ay de mí!
Te vi... la triste mirada,
lánguida hacia mí volvías,
bañada en lágrimas frías,
hijas de la tumba helada.
Y parece que al mirarme,
con tu mirada serena,
todo el raudal de mi pena
se alzaba para matarme.
Y también me parecía
que tu acento desolado,
llegando hasta mí pausado:
«¡Ya estoy muerta!», repetía.
Y al repetirlo, gimiendo
el eco en el hondo abismo
de mi pecho, iba así mismo
«¡ya estoy muerta!», repitiendo.
Y qué terror... qué quebranto
aquel eco me causaba...
Llegué a pensar que me hallaba,
en la región del espanto.
Y aunque era mi madre aquélla,
que en sueños a ver tornaba,
ni yo amante la buscaba,
mi me acariciaba ella.
Allí estaba sola y triste,
con su enlutado vestido,
diciendo con manso ruido:
«Te he perdido y me perdiste»
Y llorábamos... ¡qué horror!
Llorábamos de tal suerte;
ella lágrimas de muerte,
yo lágrimas de dolor.
Todo en hosco apartamiento,
como si una extraña fuera,
o cual si herirme pudiera,
con el soplo de su aliento.
Y es que el sepulcro insondable,
con sus vapores infectos,
mediaba entre ambos afectos,
de un origen entrañable.
Aun en sueños, tan sombría,
la contemplé en su ternura,
que el alma con saña dura,
la amaba y la repelía.
¡A la dulce, a la sin par
madre que me llevó el cielo!
¡Ah! ¡Qué amargo desconsuelo
debe su tumba llenar!
¡Aquélla a quien dio la vida,
tener miedo de su sombra!
¡Es ingratitud que asombra,
la que en el hombre se anida!
Mas tú que tanto has amado,
tú que tanto has padecido,
tú que nunca has ofendido,
y que siempre has perdonado,
a la que nació en tu seno
sé que no guardas rencores;
tú toda mieles y amores,
aun de la tumba en el cieno.
Ruega, ruega a Dios por mí,
desde tu lecho de espinas,
por donde al cielo caminas
al alejarte de aquí.
Y cuando al Dios de ternura,
llegues de gracia cubierta,
dile no cierre su puerta
a esta humilde criatura,
porque en santa paz unidas,
donde no hay penas ni olvido,
gocemos en blando nido,
las glorias desconocidas.
III
Como en un tiempo dichoso
fui al campo por la mañana,
que estaba hermosa y risueña,
que fresca y galana estaba;
fuime al romper de la aurora,
cuando tocaban al alba,
cuando aún los hombres dormían
y los jilgueros cantaban,
saltando de rosa en rosa,
volando de rama en rama.
Con su murmurio apacible,
solita la fuente estaba,
bajo el castaño frondoso
que tiernamente la guarda.
Y estaba la verde yerba
toda cubierta de escarcha.
Las tenues lejanas nieblas,
cual vaporosos fantasmas,
vagaban tristes y errantes
sobre las altas montañas.
El lejano campanario
sobre las nieblas se alzaba,
con sus graciosos festones,
con su armoniosa campana.
Y en torno al humilde templo,
bajo su sombra guardadas,
veíanse humildes chozas,
aun más que la nieve blancas.
¡Cuánta pureza en la atmósfera!
¡Cuánta dulcísima calma,
del cielo azul descendiendo,
en torno se respiraba!
Mas yo vestida de luto
y aun más enlutada el alma,
bajo las ramas del bosque
bajo las ramas paseaba,
soñando en sueños de muerte
que nos rasgan las entrañas.
Paseaba yo silenciosa,
paseaba yo solitaria,
mientras las aguas del río
camino del mar rodaban.
En vano, en vano buscando
al ángel de mi esperanza
que con sus alas ligeras,
hacia los cielos tornara.
¡Pobre ángel! pobre ángel mío...
¡Cuánto en la tierra te amaba!
¡Mas cómo no amarte cuando
tus alas me cobijaban,
si fueron ellas mi cuna,
la cuna en que me arrullabas.
Si fueron mi dulce aliento
y el paño, ay, Dios, de mis lágrimas!
Hora corren hilo a hilo.
Hora mis mejillas bañan,
bañan la tierra que piso
y en su amargura me empapan,
mas nadie viene, ángel mío,
¡ay!, nadie viene a enjugarlas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya el sol bañaba las cumbres
de las risueñas montañas,
ya disiparan las nieblas,
las brisas de la mañana;
ya despertaran los hombres,
ya no tocaban al alba,
cuando torné de los campos,
paso tras paso a mi casa.
Dejárala silenciosa
cuando salí a la mañana,
y silenciosa a mi vuelta,
más que las tumbas estaba.
En la solitaria puerta
no hay nadie... ¡nadie me aguarda!
ni el menor paso se siente
en las desiertas estancias.
Mas hay un lugar vacío
tras la cerrada ventana,
y un enlutado vestido
que cual desgajada rama
pende en la muda pared
cubierto de blancas gasas.
No está mi casa desierta,
no está desierta mi estancia...
Madre mía... madre mía,
¡ay!, la que yo tanto amaba,
que aunque no estás a mi lado
y aunque tu voz no me llama,
tu sombra sí, sí... tu sombra,
¡tu sombra siempre me aguarda!
Muchos lloran y lloran y se quejan,
y entre quejas y llantos y suspiros,
que hijos son del dolor,
la ruda fuerza del dolor mitigan,
cantando al son de lira cariñosa
con plañidera voz.
Yo ni lloro, ni canto, ni me quejo,
mas en mi seno recogida guardo
la hiel del corazón;
y por eso, vivir, vivo muriendo,
que sentir nadie sin morir pudiera,
¡ay, lo que siento yo!
Rosalía de Castro
Dend’aquí vexo un camiño
que no sei adonde vai
po-lo mismo que no sei
quixera o poder andas.
[Desde aquí veo un camino
que no sé adónde va
por lo mismo que lo ignoro
quisiera poderlo andar.]
Rosalía de Castro
"Es feliz el que soñando, muere. Desgraciado el que muera sin
soñar."
Rosalía de
Castro
"Es más fuerte, si es vieja,
la verde encina:
más bello el sol parece
cuando declina;
y esto se infiere
porque ama uno la vida
cuando se muere."
Rosalía de
Castro
“Frío y calor, otoño o primavera, ¿dónde... dónde se encuentra la
alegría?”
Rosalía de
Castro
“Hermosas son las estaciones todas para el mortal que en sí guarda la
dicha.”
Rosalía de
Castro
“Hierve la sangre juvenil, se exalta lleno de aliento el corazón, y
audaz el loco pensamiento sueña y cree que el hombre es, cual los dioses,
inmortal.”
Rosalía de
Castro
Hora tras hora, día tras día...
Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña,
pasa la vida.
Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran.
Recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.
Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?
Rosalía de Castro
“Inexplicable angustia
hondo dolor del alma,
recuerdo que no muere,
deseo que no acaba…
¡Silencio, los lebreles
de la jauría maldita!
No despertéis a la implacable fiera
que duerme silenciosa en su guarida.
¿No veis que de sus garras
penden gloria y honor, reposo y dicha?
Prosiguieron aullando los lebreles…
-Los malos pensamientos homicidas!-
y despertaron la temible fiera…
-¡la pasión que en el alma se adormía!-
Y ¡adiós! en un momento,
¡adiós gloria y honor, reposo y dicha!
Duerme el anciano padre, mientras ella
a la luz de la lámpara nocturna
contempla el noble y varonil semblante
que un pesado sueño abruma.
Bajo aquella triste frente
que los pesares anublan,
deben ir y venir torvas visiones,
negras hijas de la duda.
Ella tiembla…, vacila y se estremece…
¿De miedo acaso, o de dolor y angustia?
Con expresión de lastima infinita,
no sé qué rezos murmura.
Plegaria acaso santa, acaso impía,
trémulo el labio a su pesar pronuncia,
mientras dentro del alma la conciencia
contra las pasiones lucha
¡Batalla ruda y terrible
librada ante la víctima, que muda
duerme el sueño intranquilo de los tristes
a quien ha vuelto el rostro la fortuna
Y él sigue en reposo, y ella,
que abandona la estancia, entre las brumas
de la noche se pierde, y torna al alba,
ajado el velo…, en su mirar la angustia.
Carne, tentación, demonio,
¡oh!, ¿de cuál de vosotros es la culpa?
¡Silencio…! El día soñoliento asoma
por las lejanas alturas,
y el anciano despierto, ella risueña,
ambos su pena ocultan,
y fingen entregarse indiferentes
a las faenas de su vida oscura.
La culpada calló, mas habló el crimen…
Murió el anciano, y ella, la insensata,
siguió quemando incienso en su locura,
de la torpeza ante las negras aras,
hasta rodar en el profundo abismo,
fiel a su mal, de su dolor esclava.
¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudo
hacer traición a su virtud sin mancha,
malgastar las riquezas de su espíritu,
vender su cuerpo, condenar su alma?
Es que en medio del vaso corrompido
donde su sed ardiente se apagaba,
de un amor inmortal los leves átomos,
sin mancharse, en la atmósfera flotaban.
Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas, de mi suerte imagen:
no sé lo que me pasa al contemplaros,
pues como yo sufrís, secas y mudas,
el suplicio sin término de Tántalo.
Pero ¿quién sabe…? Acaso luzca un día
en que, salvando misteriosos límites,
avance el mar y hasta vosotras llegue
a apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde beben su amor los serafines!”
hondo dolor del alma,
recuerdo que no muere,
deseo que no acaba…
¡Silencio, los lebreles
de la jauría maldita!
No despertéis a la implacable fiera
que duerme silenciosa en su guarida.
¿No veis que de sus garras
penden gloria y honor, reposo y dicha?
Prosiguieron aullando los lebreles…
-Los malos pensamientos homicidas!-
y despertaron la temible fiera…
-¡la pasión que en el alma se adormía!-
Y ¡adiós! en un momento,
¡adiós gloria y honor, reposo y dicha!
Duerme el anciano padre, mientras ella
a la luz de la lámpara nocturna
contempla el noble y varonil semblante
que un pesado sueño abruma.
Bajo aquella triste frente
que los pesares anublan,
deben ir y venir torvas visiones,
negras hijas de la duda.
Ella tiembla…, vacila y se estremece…
¿De miedo acaso, o de dolor y angustia?
Con expresión de lastima infinita,
no sé qué rezos murmura.
Plegaria acaso santa, acaso impía,
trémulo el labio a su pesar pronuncia,
mientras dentro del alma la conciencia
contra las pasiones lucha
¡Batalla ruda y terrible
librada ante la víctima, que muda
duerme el sueño intranquilo de los tristes
a quien ha vuelto el rostro la fortuna
Y él sigue en reposo, y ella,
que abandona la estancia, entre las brumas
de la noche se pierde, y torna al alba,
ajado el velo…, en su mirar la angustia.
Carne, tentación, demonio,
¡oh!, ¿de cuál de vosotros es la culpa?
¡Silencio…! El día soñoliento asoma
por las lejanas alturas,
y el anciano despierto, ella risueña,
ambos su pena ocultan,
y fingen entregarse indiferentes
a las faenas de su vida oscura.
La culpada calló, mas habló el crimen…
Murió el anciano, y ella, la insensata,
siguió quemando incienso en su locura,
de la torpeza ante las negras aras,
hasta rodar en el profundo abismo,
fiel a su mal, de su dolor esclava.
¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudo
hacer traición a su virtud sin mancha,
malgastar las riquezas de su espíritu,
vender su cuerpo, condenar su alma?
Es que en medio del vaso corrompido
donde su sed ardiente se apagaba,
de un amor inmortal los leves átomos,
sin mancharse, en la atmósfera flotaban.
Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas, de mi suerte imagen:
no sé lo que me pasa al contemplaros,
pues como yo sufrís, secas y mudas,
el suplicio sin término de Tántalo.
Pero ¿quién sabe…? Acaso luzca un día
en que, salvando misteriosos límites,
avance el mar y hasta vosotras llegue
a apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde beben su amor los serafines!”
Rosalía de
Castro
La canción que oyó en sueños el viejo
A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho
vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco...!, corre a esconderte en el asilo oscuro
donde ya no penetra la viva luz del sol.
Aquí tu sangre torna a circular activa,
y tus pasiones tornan a rejuvenecer…
huye hacia el antro en donde aguarda resignada
por la infalible muerte la implacable vejez.
Sonrisa en labio enjuto hiela y repele a un tiempo;
flores sobre un cadáver causan al alma espanto;
ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
busques cuando tu vida llegó triste a su ocaso.
A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho
vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco...!, corre a esconderte en el asilo oscuro
donde ya no penetra la viva luz del sol.
Aquí tu sangre torna a circular activa,
y tus pasiones tornan a rejuvenecer…
huye hacia el antro en donde aguarda resignada
por la infalible muerte la implacable vejez.
Sonrisa en labio enjuto hiela y repele a un tiempo;
flores sobre un cadáver causan al alma espanto;
ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
busques cuando tu vida llegó triste a su ocaso.
Rosalía de Castro
“La miseria seca el alma y los ojos además.”
Rosalía de
Castro
“La que ayer fue capullo, es rosa ya, y pronto agostará rosas y
plantas el calor estival.”
Rosalía de
Castro
Lágrima triste en mi dolor vertida
Lágrima triste en mi dolor vertida,
perla del corazón que entre tormentas
fue en largas horas de pesar nacida,
en fúnebre memoria convertida
la flor será que a tu corona enlace;
las horas de la vida turbulentas
ajan las flores y el laurel marchitan;
pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,
llanto de duelo que el dolor fecunda,
si el triste hueco de una tumba anega
y sus húmedos hálitos inunda,
ni el sol de fuego que en Oriente nace
seco su manantial a dejar llega
ni en sutiles vapores le deshace,
¡y es manantial fecundo el llanto mío
para verter sobre un sepulcro amado
de mil recuerdos caudaloso río!
Rosalía de Castro
“Los que ayer fueron bosques y selvas de agreste espesura, donde
envueltas en dulce misterio al rayar el día flotaban las brumas, y brotaba la
fuente serena entre flores y musgos oculta, hoy son áridas lomas que ostentan
deformes y negras sus hondas cisuras.”
Rosalía de
Castro
"Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
vuelves haciéndome burla.
Cuando imagino que te has ido,
en el mismo sol te me muestras,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.
Si cantan, eres tú que cantas,
si lloran, eres tú que lloras,
y eres el murmullo del río
y eres la noche y eres la aurora.
En todo estás y tú eres todo,
para mí y en mí misma moras,
no me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras."
Rosalía de Castro
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
vuelves haciéndome burla.
Cuando imagino que te has ido,
en el mismo sol te me muestras,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.
Si cantan, eres tú que cantas,
si lloran, eres tú que lloras,
y eres el murmullo del río
y eres la noche y eres la aurora.
En todo estás y tú eres todo,
para mí y en mí misma moras,
no me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras."
Rosalía de Castro
“No importa que los sueños sean mentira, ya que al cabo es verdad que
es venturoso el que soñando muere, infeliz el que vive sin soñar.”
Rosalía de
Castro
“No son nube ni flor los que enamoran; eres tú, corazón, triste o
dichoso, ya del dolor y del placer el árbitro, quien seca el mar y hace habitar
el polo.”
Rosalía de
Castro
“No subas tan alto, pensamiento loco, que el que más alto sube más
hondo cae.”
Rosalía de
Castro
“¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!”
Rosalía de
Castro
"Para el alma desolada y huérfana no hay estación risueña ni propicia."
"Para el alma desolada y huérfana no hay estación risueña ni propicia."
Rosalía de Castro
“¿Por qué tan terca, tan fiel memoria me ha dado el cielo?”
Rosalía de
Castro
“Puro el aire, la luz sonrosada, ¡qué despertar tan dichoso!”
Rosalía de
Castro
"¿Qué es la soledad? Para llenar el mundo basta a veces un solo
pensamiento."
Rosalía de
Castro
“Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!…”
Rosalía de Castro
“Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!…”
Rosalía de Castro
"Sombra soy y sombra permaneceré hasta que un día, alcanzada mi purificación, me transfigure en luz."
Rosalía de Castro
“Tras la lucha que rinde y la incertidumbre amarga del viajero que
errante no sabe dónde dormirá mañana, en sus lares primitivos halla un breve
descanso mi alma.”
Rosalía de
Castro