“A veces las relaciones que se cimentan en el daño son más persistentes que las que se basan en el amor.”

Rosa Montero



"Apagó el despertador, que todavía alborotaba sobre la mesilla, y se sentó en la cama. El aire del dormitorio se acomodó flojamente alrededor de su cuerpo, como una chaqueta que no termina de ajustar. A esas mismas horas, en ese mismo instante, miles de personas solitarias se levantaban, metidas en el caparazón de sus casas vacías. Zarza sintió el peso del resto del mundo sobre sus espaldas. Si sufriera un repentino ataque cardíaco y se muriera, tardarían por lo menos un par de días en descubrirla. Pero Zarza no disponía ahora de tiempo para morir. Tenía que levantarse. Chancleteó por el dormitorio hacia el cuarto de baño, que carecía de ventanas. Encendió la fila de bombillas que enmarcaba el espejo y se miró. Siempre la misma palidez y la sombra azulosa rubricando los ojos. Aunque tal vez fuera efecto de la luz artificial, tal vez bajo una violenta luz solar no tuviera ese aspecto lánguido y morboso. La gente decía que era hermosa, o al menos alguna gente aún lo decía, y ella se lo había creído mucho tiempo atrás, en otra vida. Ahora simplemente se encontraba rara, con esa mata desordenada de pelo rojizo veteado de canas, semejante a un fuego que se extingue; con la piel lechosa y las ojeras, y con una mirada oscura en la que no se podía reconocer. Un vampiro diurno. Hacía mucho tiempo que no conseguía reconciliarse con su aspecto. No se sentía del todo real. Por eso jamás se hacía fotos, y procuraba no mirarse en los espejos, en los escaparates, en las puertas de vidrio. Sólo se asomaba a su reflejo por las mañanas, todas las mañanas, en su cuarto de baño. Se enfrentaba al azogue, con los párpados pesados y la boca sabiendo todavía al salitre de la noche, para intentar acostumbrarse a su rostro de ahora. Pero no, no avanzaba. Seguía siendo una extraña. A fin de cuentas, tampoco los vampiros pueden contemplar su propia imagen."

Rosa Montero
El corazón del tártaro


"El amor no es sino la acuciante necesidad de sentirse con otro, de pensarse con otro, de dejar de padecer la insoportable soledad del que se sabe vivo y condenado. Y así, buscamos en el otro no quien el otro es, sino una simple excusa para imaginar que hemos encontrado un alma gemela, un corazón capaz de palpitar en el silencio enloquecedor que media entre los latidos del nuestro, mientras corremos por la vida o la vida corre por nosotros hasta acabarnos."

Rosa Montero
Bella y oscura


“Ignoro de qué sustancia extraordinaria está confeccionada la identidad, pero es un tejido discontinuo que zurcimos a fuerza de voluntad y de memoria.”

Rosa Montero


"La conmovedora y trágica Carson McCullers, autora de “El corazón es un cazador solitario”, escribió en sus diarios: «Mi vida ha seguido la pauta que siempre ha seguido: trabajo y amor». Me parece que también ella debía de contabilizar los días en libros y amantes, una coincidencia que no me extraña nada, porque la pasión amorosa y el oficio literario tienen muchos puntos en común. De hecho, escribir novelas es lo más parecido que he encontrado a enamorarme (o más bien lo único parecido), con la apreciable ventaja de que en la escritura no necesitas la colaboración de otra persona. Por ejemplo: cuando estás sumido en una pasión, vives obsesionado por la persona amada, hasta el punto de que todo el día estás pensado en ella; te lavas los dientes y ves flotar su rostro en el espejo, vas conduciendo y te confundes de calle porque estás obnubilado con su recuerdo, intentas dormirte por las noches y en vez de deslizarte hacia el interior del sueño caes en los brazos imaginarios de tu amante. Pues bien, mientras escribes una novela vives en el mismo estado de deliciosa enajenación: todo tu pensamiento se encuentra ocupado por la obra y en cuanto dispones de un minuto te zambulles mentalmente en ella. También te equivocas de esquina cuando conduces, porque, como el enamorado, tienes el alma entregada y en otra parte.

Otro paralelismo: cuando amas apasionadamente tienes la sensación de que, al instante siguiente, vas a conseguir compenetrarte hasta tal punto con el amado que os convertiréis en uno solo; es decir, intuyes que está a tu alcance el éxtasis de la unión total, la belleza absoluta del amor verdadero. Y cuando estás escribiendo una novela presientes que, si te esfuerzas y estiras los dedos, vas a poder rozar el éxtasis de la obra perfecta, la belleza absoluta de la página más auténtica que jamás se ha escrito. Ni que decir tiene que esa culminación nunca se alcanza, ni en el amor ni en la narrativa; pero ambas situaciones comparten la formidable expectativa de sentirte en vísperas de un prodigio.

Y por último, pero es en realidad lo más importante, cuando te enamoras locamente, en los primeros momentos de pasión, estás tan lleno de vida que la muerte no existe. Al amar eres eterno. Del mismo modo, cuando te encuentras escribiendo una novela, en los momentos de gracia de la creación del libro, te sientes tan impregnado por la vida de esas criaturas imaginarias que para ti no existe el tiempo, ni la decadencia, ni tu propia mortalidad. También eres eterno mientras inventas historias."

Rosa Montero
La loca de la casa



“La existencia está tejida de un material de mala calidad que se encoge con el uso.”

Rosa Montero


“La literatura está llena de cosas inútiles absolutamente necesarias.”

Rosa Montero


“La vida es mucho más pequeña que los sueños.”

Rosa Montero


“Lo que tú eres se va decidiendo con cien pequeñas cosas cada día.”

Rosa Montero


“Pero en realidad yo no soy la que fui ni la que será; como mucho, no soy más que este instante de conciencia en la negrura, y ni siquiera estoy segura de ser eso, porque a menudo me veo a mí misma desdoblada.”

Rosa Montero
La Hija del Caníbal



“Pero lo más hondo del dolor no se explica directamente, porque el verdadero sufrimiento es inefable.”

Rosa Montero
“Ni pena ni miedo”, El País, 10 agosto, 2016




"Porque hay una historia que no está en la historia y que solo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres."

Rosa Montero

“Quizá uno empieza a envejecer en el momento en que empieza a dolerle la memoria.”

Rosa Montero

"Regresé a casa de la peor manera posible: con el mismo miedo que antes, con mayor inseguridad e incertidumbre y con dos hombres de vigilancia pegados a la espalda. Los gorilas subieron conmigo y entraron los primeros en mi piso para verificar que todo estuviera en orden, y después se bajaron al portal.
—Por lo menos ahora, con los guardias ahí abajo, te sentirás más segura —dijo Adrián, intentando animarme.
Pero a mí me parecía que era justo al contrario: los guardias estaban ahí abajo precisamente porque la situación era ahora más indeterminada y peligrosa. Mi vida de antes, tediosa e insustancial, empezaba a parecerme la mejor de las vidas. Siempre he sido muy cobarde: tengo la imaginación y la debilidad emocional suficientes para ello. Así es que en esas horas posteriores a la cita frustrada del café imaginé las mil y una maneras posibles de asesinarme: cómo el desconocido del teléfono se colaría por la ventana de la cocina descolgándose desde la terraza; cómo despistaría a los policías y entraría tranquilamente por la puerta; cómo se habría escondido en el cuarto de calderas del sótano; cómo subiría trepando por el canalón del patio; o cómo se encontraría ya (tal vez) en casa de Adrián, si es que Adrián (tal vez) tenía relación con los secuestradores.
Sin embargo, este rapto de paranoia acabó muy pronto y de manera abrupta. Esa misma noche recibí una llamada del inspector García. Fue al filo de las doce, la hora de las maldiciones y las brujas.
—Véngase a comisaría, por favor. Información importante.
Fui para allá con el ánimo encogido y escoltada por los gorilas. El inspector me hizo pasar enseguida a su despacho, que olía a tigre y a tabaco frío. Me tendió un periódico abierto por las páginas locales.
—Es El País de mañana.
«Hombre asesinado a tiros a la salida de su casa en un posible ajuste de cuentas», decía el titular, y debajo venía una pequeña foto de carné: un tipo joven, moreno, con aspecto campesino, no desagradable en sus facciones. Un rostro para mí familiar.
—Creo... Creo que este hombre fue uno de los que nos intentaron atracar —dije con desmayo.
—¿Sí? Interesante.
García me enseñó entonces otras fotografías, retratos de archivos policiales, sombrías instantáneas hechas en los momentos de la detención. Sí, no cabía duda: ese hombre era el atracador.
—Pues él era él —dijo García tautológicamente—. El del Paraíso. Al que esperábamos. Su teléfono es el teléfono. Por eso no vino.
—¿Por qué?
—Porque estaba tieso.
Leí la noticia con atención: le habían matado a las 10.45 de la mañana. Desde un coche. Una mano desconocida asomando con letal precisión por la ventanilla. El método no era muy común, pero había sido abundantemente usado por los terroristas. «Urbano Rejón Olla, alias el Ruso, tenía numerosos antecedentes por robo a mano armada, extorsión y estragos.» Urbano Rejón Olla era el finado, la voz, mi atracador. Un muerto que me salpicaba con su sangre, haciéndome sentir extrañamente implicada o incluso responsable, hundiéndome un poco más en el pantano de la pesadilla."

Rosa Montero
La hija del caníbal 



"Sólo se oye el tenue bisbiseo del tubo de luz, un ligero chirrido como de insecto atrapado. Es un silencio que se le antoja oprimente, tan cargado de secretos como el de la Casa de los Horrores. ¿Y por qué se acuerda ahora de eso? Fue en Gloucester, Reino Unido. En las décadas de los setenta y los ochenta. Fred West violó y torturó durante años a sus hijas y a otras muchachas a las que acorralaba y secuestraba, y acabó asesinando al menos a su primera esposa, a nueve jóvenes y a dos de sus propias niñas con la ayuda de su segunda mujer, Rosemary. Fred, que nació en 1941, tuvo su primer encontronazo con la ley a los veinte años, cuando fue procesado por violar a su hermana de trece. Él lo admitió, pero el caso fue sobreseído. Los derechos de las niñas no valían mucho en aquellos tiempos, piensa Pablo. Y quizá ahora tampoco. Poco después, Fred se casó con Rena, que estaba embarazada de otro hombre. Nació una niña a la que llamaron Charmaine y que Fred adoptó, y enseguida tuvieron una hija en común, Anne-Marie. Cinco años después, en 1969, Fred conoció a Rosemary, una quinceañera perversa y brutal, y la desgracia se cerró con precisión de relojería. Debieron de adivinar al primer vistazo la similitud de sus almas negras, porque se emparejaron de inmediato y su primera hija, Heather, nació en 1970. Entonces Fred decidió que su esposa Rena y la niña adoptada, Charmaine, que ya tenía ocho años, eran un fastidio, y entre los dos las asesinaron. A continuación, Fred y Rose se casaron y se fueron a vivir a la casa de Cromwell Street que acabaría por hacerse tétricamente famosa.
Pablo lleva meses coleccionando estas historias de horrores familiares. Relatos atroces en los que busca una respuesta que aún no ha encontrado. Los lee, los relee, se los aprende de memoria. Por eso ahora recuerda que la hija de Rena y Fred, Anne-Marie, tenía ocho años cuando empezó a ser violada por su padre con la ayuda de Rosemary. Mientras tanto la pareja iba sumando hijos: siete más después de la primogénita, tres de ellos concebidos por Rosemary con otros hombres. A todos los críos los obligaban a ver pornografía. Vivían secuestrados; no tenían amigos y, como a los Turpin, los habían convencido de que el mundo exterior era un peligro para ellos. Tenéis suerte de tener un padre como yo, decía Fred a sus hijas cuando las violaba. Esos críos que sólo salían de casa para ir a la tienda de comestibles, ese tropel de niños callados, desastrados y tristísimos, hubieran debido llamar la atención de los vecinos. Pero no. No le importaron a nadie. O tal vez sí, pero no se atrevieron a dar el paso. Quizá hubo personas que, como él ahora, se acercaron alguna noche a la puerta de los West. Que arrimaron la oreja a la madera, rumia Pablo mientras pulsa por enésima vez el interruptor de la luz. Pero ¿de qué vale eso, si luego no haces nada? Ahora bien: ¿qué se puede hacer? ¿Y si te equivocas? ¿En qué momento justo pasas de ser prudente a ser medroso? ¿Y de ser un ciudadano responsable a un entrometido y un cotilla? Pablo entiende a los vecinos que ignoraron la situación. Y al mismo tiempo le dan asco. Se da asco.
Para pagar la hipoteca, los West empezaron a alquilar habitaciones baratas, cosa que atrajo a su casa a chicas de vida desestructurada, escapadas de hogares de acogida, con problemas de drogas. Víctimas indefensas y solitarias. Las torturaban y forzaban sexualmente los dos, y a varias las acabaron matando. Quedaron demostrados nueve asesinatos, entre ellos los de dos jóvenes estudiantes universitarias que no tuvieron nada que ver con los West y a las que secuestraron por la calle."

Rosa Montero
La buena suerte


"Todo poder lleva en sí mismo el ansia de perpetuarse, la tentación de lo absoluto."

Rosa Montero


“Todos los seres humanos se permiten la locura a través de la pasión.”

Rosa Montero


“Todos llevamos nuestra posible perdición pegada a los talones.”

Rosa Montero