Rosa Montero
"Todo poder lleva en sí mismo el ansia de perpetuarse, la tentación de lo absoluto."
Rosa Montero
"Regresé a casa de la peor manera posible: con el mismo miedo que antes, con mayor inseguridad e incertidumbre y con dos hombres de vigilancia pegados a la espalda. Los gorilas subieron conmigo y entraron los primeros en mi piso para verificar que todo estuviera en orden, y después se bajaron al portal.
—Por lo menos ahora, con los guardias ahí abajo, te sentirás más segura —dijo Adrián, intentando animarme.
Pero a mí me parecía que era justo al contrario: los guardias estaban ahí abajo precisamente porque la situación era ahora más indeterminada y peligrosa. Mi vida de antes, tediosa e insustancial, empezaba a parecerme la mejor de las vidas. Siempre he sido muy cobarde: tengo la imaginación y la debilidad emocional suficientes para ello. Así es que en esas horas posteriores a la cita frustrada del café imaginé las mil y una maneras posibles de asesinarme: cómo el desconocido del teléfono se colaría por la ventana de la cocina descolgándose desde la terraza; cómo despistaría a los policías y entraría tranquilamente por la puerta; cómo se habría escondido en el cuarto de calderas del sótano; cómo subiría trepando por el canalón del patio; o cómo se encontraría ya (tal vez) en casa de Adrián, si es que Adrián (tal vez) tenía relación con los secuestradores.
Sin embargo, este rapto de paranoia acabó muy pronto y de manera abrupta. Esa misma noche recibí una llamada del inspector García. Fue al filo de las doce, la hora de las maldiciones y las brujas.
—Véngase a comisaría, por favor. Información importante.
Fui para allá con el ánimo encogido y escoltada por los gorilas. El inspector me hizo pasar enseguida a su despacho, que olía a tigre y a tabaco frío. Me tendió un periódico abierto por las páginas locales.
—Es El País de mañana.
«Hombre asesinado a tiros a la salida de su casa en un posible ajuste de cuentas», decía el titular, y debajo venía una pequeña foto de carné: un tipo joven, moreno, con aspecto campesino, no desagradable en sus facciones. Un rostro para mí familiar.
—Creo... Creo que este hombre fue uno de los que nos intentaron atracar —dije con desmayo.
—¿Sí? Interesante.
García me enseñó entonces otras fotografías, retratos de archivos policiales, sombrías instantáneas hechas en los momentos de la detención. Sí, no cabía duda: ese hombre era el atracador.
—Pues él era él —dijo García tautológicamente—. El del Paraíso. Al que esperábamos. Su teléfono es el teléfono. Por eso no vino.
—¿Por qué?
—Porque estaba tieso.
Leí la noticia con atención: le habían matado a las 10.45 de la mañana. Desde un coche. Una mano desconocida asomando con letal precisión por la ventanilla. El método no era muy común, pero había sido abundantemente usado por los terroristas. «Urbano Rejón Olla, alias el Ruso, tenía numerosos antecedentes por robo a mano armada, extorsión y estragos.» Urbano Rejón Olla era el finado, la voz, mi atracador. Un muerto que me salpicaba con su sangre, haciéndome sentir extrañamente implicada o incluso responsable, hundiéndome un poco más en el pantano de la pesadilla."
Rosa Montero
La hija del caníbal
"Sólo se oye el tenue bisbiseo del tubo de luz, un ligero chirrido como de insecto atrapado. Es un silencio que se le antoja oprimente, tan cargado de secretos como el de la Casa de los Horrores. ¿Y por qué se acuerda ahora de eso? Fue en Gloucester, Reino Unido. En las décadas de los setenta y los ochenta. Fred West violó y torturó durante años a sus hijas y a otras muchachas a las que acorralaba y secuestraba, y acabó asesinando al menos a su primera esposa, a nueve jóvenes y a dos de sus propias niñas con la ayuda de su segunda mujer, Rosemary. Fred, que nació en 1941, tuvo su primer encontronazo con la ley a los veinte años, cuando fue procesado por violar a su hermana de trece. Él lo admitió, pero el caso fue sobreseído. Los derechos de las niñas no valían mucho en aquellos tiempos, piensa Pablo. Y quizá ahora tampoco. Poco después, Fred se casó con Rena, que estaba embarazada de otro hombre. Nació una niña a la que llamaron Charmaine y que Fred adoptó, y enseguida tuvieron una hija en común, Anne-Marie. Cinco años después, en 1969, Fred conoció a Rosemary, una quinceañera perversa y brutal, y la desgracia se cerró con precisión de relojería. Debieron de adivinar al primer vistazo la similitud de sus almas negras, porque se emparejaron de inmediato y su primera hija, Heather, nació en 1970. Entonces Fred decidió que su esposa Rena y la niña adoptada, Charmaine, que ya tenía ocho años, eran un fastidio, y entre los dos las asesinaron. A continuación, Fred y Rose se casaron y se fueron a vivir a la casa de Cromwell Street que acabaría por hacerse tétricamente famosa.
Pablo lleva meses coleccionando estas historias de horrores familiares. Relatos atroces en los que busca una respuesta que aún no ha encontrado. Los lee, los relee, se los aprende de memoria. Por eso ahora recuerda que la hija de Rena y Fred, Anne-Marie, tenía ocho años cuando empezó a ser violada por su padre con la ayuda de Rosemary. Mientras tanto la pareja iba sumando hijos: siete más después de la primogénita, tres de ellos concebidos por Rosemary con otros hombres. A todos los críos los obligaban a ver pornografía. Vivían secuestrados; no tenían amigos y, como a los Turpin, los habían convencido de que el mundo exterior era un peligro para ellos. Tenéis suerte de tener un padre como yo, decía Fred a sus hijas cuando las violaba. Esos críos que sólo salían de casa para ir a la tienda de comestibles, ese tropel de niños callados, desastrados y tristísimos, hubieran debido llamar la atención de los vecinos. Pero no. No le importaron a nadie. O tal vez sí, pero no se atrevieron a dar el paso. Quizá hubo personas que, como él ahora, se acercaron alguna noche a la puerta de los West. Que arrimaron la oreja a la madera, rumia Pablo mientras pulsa por enésima vez el interruptor de la luz. Pero ¿de qué vale eso, si luego no haces nada? Ahora bien: ¿qué se puede hacer? ¿Y si te equivocas? ¿En qué momento justo pasas de ser prudente a ser medroso? ¿Y de ser un ciudadano responsable a un entrometido y un cotilla? Pablo entiende a los vecinos que ignoraron la situación. Y al mismo tiempo le dan asco. Se da asco.
Para pagar la hipoteca, los West empezaron a alquilar habitaciones baratas, cosa que atrajo a su casa a chicas de vida desestructurada, escapadas de hogares de acogida, con problemas de drogas. Víctimas indefensas y solitarias. Las torturaban y forzaban sexualmente los dos, y a varias las acabaron matando. Quedaron demostrados nueve asesinatos, entre ellos los de dos jóvenes estudiantes universitarias que no tuvieron nada que ver con los West y a las que secuestraron por la calle."
Rosa Montero
La buena suerte
"Todo poder lleva en sí mismo el ansia de perpetuarse, la tentación de lo absoluto."
Rosa Montero
“Todos los seres humanos se permiten la locura a través de la pasión.”
“Todos llevamos nuestra posible perdición pegada a los talones.”