"Al salir de su rincón para dar inicio al quinto asalto, de pronto fue evidente que a nuestro hombre no le iban bien las cosas. Algún golpe casual en aquella última melé del cuarto asalto debía de haber encontrado en él un punto vital, pues era más que evidente que se encontraba en muy baja forma. Por increíble que ello pudiera parecer, Battling Billson estaba groggy. Arrastraba los pies en vez de pisar con firmeza la lona, miraba parpadeando lastimosamente a sus partidarios, y era evidente que hallaba cada vez más dificultades para atajar las calurosas atenciones que le dedicaba el señor Todd. Se alzaron murmullos sibilantes, Ukridge agarró mi brazo en una presa angustiosa, varias voces ofrecieron apuestas a favor de Alf, y en el rincón del Battler, asomando sus cabezas entre las cuerdas, aquellos miembros menores del clero que actuaban como segundos de nuestro hombre no ocultaban su aprensión.
Por su parte, el señor Todd era un hombre nuevo. Se había retirado a su rincón, al finalizar el precedente asalto, con el paso vacilante de quien sabe que le está esperando el desastre. «Siempre persigo quimeras —había parecido decir la mirada del señor Todd mientras se posaba, cariacontecida, en el suelo tratado con resina—. ¡Otro sueño hecho trizas!». Y había salido para librar el quinto asalto con la penosa desgana del hombre que ha estado ayudando a divertir a los críos en una fiesta infantil y que se ha hartado de esta tarea. La más elemental cortesía le obligaba a seguir hasta el fin aquella desagradable cuestión, pero ya no tenía el corazón puesto en ella.
Y entonces, en vez del guerrero de acero y caucho que tan duramente le había castigado en el último asalto, se encontraba con esa ruina tambaleante. Por un instante, la sorpresa pareció paralizar las extremidades del señor Todd, pero en seguida se ajustó a las nuevas condiciones. Fue como si alguien hubiese injertado glándulas de mono a Alfred Todd, pues éste se abalanzó sobre Battling Billson y la presa que Ukridge hacía en mi brazo resultó más dolorosa que nunca.
Un silencio repentino se adueñó de la sala. Era un silencio tenso y expectante, ya que la situación había llegado a una fase de crisis. El Battler se apoyaba en las cuerdas cercanas a su rincón, sin prestar oído a los bienintencionados consejos de sus segundos, y Alf Todd, cuyo tupé casi le tapaba ahora los ojos, buscaba una abertura. Hay una marea en los asuntos humanos que, si se aprovecha en su momento de flujo, conduce a la fortuna, y era evidente que Alf Todd lo tenía muy en cuenta. Sus manos describieron por unos instantes unos pases, como si trataran de hipnotizar al señor Billson, y después se lanzó a fondo.
Resonó un grito poderoso. Parecía como si los miembros de la congregación hubiesen olvidado por completo qué era aquel lugar en el que se encontraban. Saltaban una y otra vez en sus asientos y rugían de una manera deplorable. Y es que la crisis había sido evitada. De un modo o de otro, Wilberforce Billson había conseguido escapar de aquel rincón y ahora se encontraba en medio del cuadrilátero, tomándose un respiro.
Y sin embargo, no parecía complacido. Su rostro, usualmente inexpresivo, estaba deformado por el dolor y el enojo. Por vez primera en todo el combate, parecía genuinamente emocionado. Observándole atentamente, pude ver que sus labios se movían, tal vez en una plegaria, y cuando el señor Todd, saltando desde las cuerdas, avanzó hacia él, se relamió esos labios. Lo hizo de una manera que daba a entender un siniestro significado, y su mano derecha descendió lentamente por debajo de su rodilla."

P. G. Wodehouse
Ukridge



"¿Alguien ha visto a un crítico de día? Por supuesto que no. Salen después de que oscurece, y no para bien."

Pelham Grenville Wodehouse


"Así pues, sir Buckstone sintió que todas sus esperanzas se derrumbaban, pensó con amargura en lo distinta que habrían sido las cosas si lady Abbott hubiera tenido por hermano a Henry Ford. Y en aquel dramático momento, apareció Alice seguida de Sam Bulpitt.
Su entrada coincidió con el ruido producido por un cuerpo al desplomarse. Míster Chinnery, al saltar de su silla con la ligereza de un ciervo —ya hemos dicho que aquel día presentaba un notable parecido con este distinguido animal— resbaló en la alfombra, cayó y, en el momento de penetrar los dos hermanos, se hallaba sentado en el suelo.
Sin embargo, lo que podía haber de aparente excentricidad en semejante circunstancia, no alteró la marmórea serenidad de lady Abbott, que ni siquiera arqueó las cejas. Se diría que se había pasado toda la vida viendo a hombres dar saltos de las sillas y caer al suelo.
—Buck, aquí está Sam —se limitó a decir.
Sir Buckstone, bajo la impresión de las infaustas noticias, miró inexpresivamente al hombrecillo. Bulpitt le tendió la mano.
—Celebro mucho verlo, lord Abbott.
—Hola, ¿cómo está? —dijo sir Buckstone.
—Muy bien —dijo míster Bulpitt.
En aquel momento pareció darse cuenta de que había en la alfombra un objeto extraño. Miró a míster Chinnery y lanzó una exclamación de alegría:
—¡Oh, cuánto me complace encontrar aquí a un antiguo amigo! ¡Bueno, bueno, bueno, bueno!
A veces, las situaciones catastróficas tienen la virtud de solventar los más arduos problemas. Elmer Chinnery, reducido a aquel agobiador extremo, reaccionó virilmente. Un momento antes, era un animal acorralado. En ese momento recobró una dignidad casi romana.
—Hola —dijo—. ¡Démela!
—¿Cómo?
—¡Le digo que me la dé, hombre!
Sus palabras, y el mudo ademán de su mano extendida hacia míster Bulpitt aclararon la situación. Sam comprendió que se había producido un equívoco.
—¿Cree usted que vengo de nuevo a buscarlo? No, amigo mío: hoy nada tengo que tratar con usted.
Míster Chinnery se levantó, frotándose la parte trasera de los pantalones, ya que la caída le había causado algún daño, y lo miró con una expresión entre incrédula y esperanzada."

P. G. Wodehouse
Luna de verano



"Dos semanas son ampliamente suficientes para confirmar a un hombre su primera y rápida impresión de que ha encontrado la única mujer que podía amar. A la expiración de éste plazo la mente de Tony se había convertido en un mero receptáculo en el que reinaba la imagen a la que los libros llaman la Adorada. Viendo a Polly cada día, estando en constante relación con ella, había llegado a una condición mental en la que pocas cosas de la vida, fuera de Polly, tenían existencia real.
George Christopher Meech hubiera quedado sorprendido al saberlo, pero en aquellos momentos aparecía ante los ojos de su dueño como una especie de fantasma.
Tony se decía que en Polly había descubierto a la muchacha de sus sueños juveniles. Y, no obstante, cosa curiosa, no se parecía en nada al objeto de estos sueños, porque, de muchacho, sus gustos —despertados acaso por la visión de la heroína de algún bello espectáculo— tendían más bien hacia lo majestuoso, lo bello y lo voluminoso. Pero le había bastado ver a Polly dos veces para darse cuenta, emocionado, que había conseguido alcanzar la meta de su camino.
Adoraba su originalidad, su sutil filosofía, el color moreno de su tez, el centelleo que con tanta facilidad acudía a sus ojos y que era el precursor de aquella deliciosa sonrisa suya.
Una muchacha única entre un millón.
Diría más aún. Dos millones. Tres.
Habiendo depositado sus paquetes, Tony comenzó a esparcir algo de su efervescente espíritu en animada conversación. Por fantasma que fuese Meech le gustaba hablar con él.
—¿Cómo han ido los negocios? —preguntó.
—Mucha calma, señor. Poco trabajo. He cortado el pelo a un cliente.
—Bien…
—Pero no ha querido ni lavarse la cabeza, ni quemar las puntas, ni loción para el pelo.
—Malo…
Meech sonrió paternalmente.
—No hay que descorazonarse, señor. Mi experiencia me ha enseñado que las aglomeraciones se producen los sábados por la tarde.
—¡Ah…! Por las tardes, ¿eh?
—A propósito, señor. Míster Chalk-Marshall ha estado aquí hace poco preguntando por usted.
—¡Ah! Conque están en Londres… ¿Ha dejado algún recado?
—Sí, señor. Dijo que volvería más tarde.
—Bien. Y ahora —prosiguió Tony—, ¿me hace usted el favor de colgar el «Cerrado» en la puerta?
Meech, no diremos exactamente que se tambalease, pero estuvo muy cerca de ello. Todo lo que en él había de profesional estaba escandalizado."

P. G. Wodehouse
Si yo fuera usted






"El dos plazas era un coche que podía alcanzar los ciento veinte kilómetros en el apogeo de su fiebre, y llegó a las puertas del castillo en un mínimo de tiempo. Pero una vez pasó por ellas redujo la marcha. Había observado delante de él una figura familiar.
—¡Hola, Tippy! —llamó. Llevaba prisa, pero es imposible pasar junto a un viejo amigo haciéndole un simple ademán con la mano después de llevar dos días separado de él.
Tipton Plimsoll se detuvo, miró por encima del hombro, y al ver quién era el que lo había llamado frunció intensamente el ceño. Llevaba un rato andando de un lado a otro del paseo, sumido en profunda meditación, y entre sus pensamientos había varios particularmente duros para aquel viejo y cordial ex amigo.
Ex, decía, porque si hubo un tiempo en que vio en Frederick Threepwood al compañero nato con quien seguir adelante cogidos del brazo, dispuestos siempre a volar de altas esferas en altas esferas, en ese momento, sólo veía en él a un rival en amor, un rival siniestro, astuto, marrullero, que podía ser clasificado sin vacilación dentro del orden de los reptiles. A su juicio, si no podían clasificarse como reptiles los tipos que andaban seduciendo muchachas inocentes después de haber arrojado al arroyo a sus antiguas esposas como si fuesen tubos viejos de pasta dentífrica, no sabría verdaderamente cómo clasificarlos.
—¡Hum! —dijo reservadamente. Un hombre tiene que contestar algo cuando le dirigen la palabra, pero no tiene la obligación de mostrarse radiante.
Su melancolía no pasó inadvertida. Difícilmente podía pasarlo, como no fuese en un entierro. Pero Freddie, dándole una errónea interpretación, estuvo más satisfecho que ofendido. En un hombre que se abstiene súbitamente de brebajes alcohólicos que fueron en un tiempo su principal forma de nutrición, es de esperar cierto mal humor, y aquella actitud digna de Hamlet le sugería que su antiguo compañero de juegos seguía aún su severo régimen, lo cual decía mucho en su favor. El único comentario al desfallecimiento de su amigo fue bajar la voz por compañerismo, como lo hubiera hecho junto a un lecho de enfermo.
—¿Has visto a Prue en alguna parte? —preguntó con un tenue susurro.
Tipton frunció el ceño."

P. G. Wodehouse
Luna Llena



"Es una buena norma en la vida nunca disculparse. La buena gente no quiere disculpas y la mala saca siempre ventaja de ello."

Pelham Grenville Wodehouse


"Hay solamente una cura para las canas. Fue inventada por un francés. Se llama guillotina."

P. G. Wodehouse o Pelham Grenville Wodehouse



"La biblioteca, adonde se había encaminado Jimmy después de su coloquio con mistress Pett, era una habitación espaciosa que daba a una calle paralela al lado sur de la casa. Las amplias ventanas, de estilo francés, y que se abrían sobre una franja de césped limitada por un muro, hacían que aquel rincón tranquilo pareciese corresponder más bien a una casa de campo que a una mansión situada en el centro de una gran ciudad. La residencia de míster Pett estaba llena de esa clase de sorpresas.
En un ángulo de la habitación había sido empotrada una maciza caja de caudales, la cual parecía algo incongruente allí, porque las paredes estaban completamente cubiertas de estantes llenos de libros de todas las dimensiones y colores. En la pared norte de la habitación, encima de la puerta, había una estrecha galería, también repleta de libros, a la que se llegaba por un corto tramo de escaleras.
Jimmy lanzó una mirada a la caja de caudales, tras cuyas puertas de acero suponía que estaba a buen recaudo el tubito que Willie Partridge les había enseñado durante el almuerzo. Luego se puso a examinar los estantes, pero no encontró ningún libro que pudiese hacerle pasar agradablemente el tiempo mientras esperaba a Ann. En esta cuestión, Jimmy tenía un gusto muy pronunciado por la literatura moderna, y la biblioteca de míster Pett no daba la impresión de poseer un solo tomo que hubiese sido escrito después del siglo XVII, y, además, casi todos eran de poesía. El joven dirigió su atención entonces al estante en que había distinguido unos libros de aspecto más moderno. Cogió uno al azar y lo abrió. Luego, distraído, lo arrojó sobre el escritorio. ¡Versos! ¡Aquel Pett tenía la manía de la poesía! Nadie lo habría imaginado al verlo. Jimmy, después de una ojeada a los nutridos estantes, casi se había resignado a una larga espera sin el consuelo de la lectura, cuando sus ojos se posaron sobre un nombre impreso en la tapa de unos de los volúmenes. Y su sorpresa fue tan grande, que tuvo que volver a mirarlo para convencerse de su descubrimiento."

P. G. Wodehouse
Picadilly Jim


"La fascinación del tiro como deporte depende casi por completo de si te encuentras en el extremo correcto o equivocado del arma."

P. G. Wodehouse



"Lancé una mirada en derredor mío. Había llegado el momento de partir. Me puse triste y recordé esos melodramas en que un individuo se ve arrojado de su hogar, y queda solo entre la nieve. Estoy de acuerdo con esos poetas-filósofos que dicen que uno debe sentirse satisfecho de pasar tribulaciones. Me refiero a todo eso sobre el sufrimiento que purifica y cosas por el estilo. El sufrimiento hace más compasiva a la gente. La ayuda a hacerse cargo de las desgracias de los demás, si uno las ha tenido que soportar antes. Mientras estaba en el centro de mi solitario dormitorio del hotel, esforzándome en hacerme yo solo el nudo de mi corbata blanca, se me ocurrió pensar que en el mundo hay muchos hombres que no tienen un criado que cuide de ellos. Siempre había considerado a Jeeves como una especie de fenómeno natural; pero, claro, si se piensa bien, se comprende que deben existir muchísimos individuos que tienen que plancharse los pantalones ellos mismos, que no tienen a nadie que les traiga el té por las mañanas, etc. Quedé muy emocionado por estos pensamientos. Y desde entonces he podido comprender las espantosas privaciones que han de soportar los pobres."

P. G. Wodehouse
Adelante, Jeeves


"Las flores son cosas alegres."

P. G. Wodehouse


"La humanidad se divide en buenas personas, personas y malditos bolcheviques."

Pelham Grenville Wodehouse



“La mujer que ama a su marido, corrige sus defectos; el marido que ama a su mujer, aumenta sus caprichos.”


Sir Pelham Grenville Wodehouse


"La opinión general es que el asunto tiene algo que ver con la cuarta dimensión. Ya sabes lo que son las cosas: si a uno le ocurre algo raro, consulta a un individuo que tenga el seso bien sentado,éste mueve la cabeza y dice: "¡Ah! La cuarta dimensión."

Sir Pelham Grenville Wodehouse
Tomada de la revista National Geographic, La cuarta dimensión, página 103



"Los recuerdos son como una sopa de curry en un restaurante barato. Es mejor no revolverlos."

P. G. Wodehouse


"Para encontrar el verdadero carácter de un hombre, juega golf con él."

P. G. Wodehouse



"¿Por qué no te cortas el pelo? Pareces un crisantemo."

P. G. Wodehouse


"Pude ver que si bien no estaba realmente discontento, estaba lejos de estar contento."

P. G. Wodehouse