"A mí qué me importa el dinero y a mí qué me importa contribuir al progreso de la literatura; a mí lo único que me importa es lo que nunca consigo: la confirmación de que mis propias palabras han tocado el corazón del mundo."

Stig Dagerman


"Así que tras la comida bajo a la bodega, donde Ulrik ha dejado la maleta y la caja con la corona. Hay varias coronas más en el suelo. La de Ulrik y la de Lydia. Lena también ha enviado lo suyo, una flor. Y no es por ser quisquilloso, pero vaya mierda de corona que han comprado Lydia y Nisse. No han tenido el detalle de comprar una cinta decorosa. Y la de Ulrik, qué vulgaridad de corona, pero hay diferencia entre poderlas comprar aquí o en la ciudad. Y Lena sólo ha enviado una flor, pero es preciosa y no se le puede reprochar la falta de recursos para comprar una corona cuando lleva casi medio año en el sanatorio. Nada hay de Tage, el hermano pequeño, pero seguro que trae la propia cuando llegue en el tren de la noche. Y madre, de ella sólo me acuerdo yo. En la caja traigo un ramillete de flores para ella y lo saco porque voy a ir al cementerio esta misma tarde. Abro la maleta y me meto una petaca de aguardiente en el bolsillo. No porque vaya a ver a Panadero, no, pero siempre puedo toparme con algún viejo conocido y en cualquier caso resulta grato tener algo con que invitar.
Cuando vuelvo están en la cocina como en misa mientras la pobre chica lava la vajilla, pero no hay quien le eche una mano. Conque agarro un paño y me pongo a repasar la vajilla. Pero entonces va Lydia y dice que me deje de coquetear. Tus historias son tan archiconocidas que no hay chica decente que quiera tener tu ayuda. Y decente quiere ser la moza, claro, así que se le suben los colores a la cara y me arrebata el paño de un tirón y me dice a voces que no, que gracias. Y allí quedo como un truhan. Conque vete tú a saber las pestes que han echado de mí mientras estaba en la bodega.
En todo caso cojo el ramillete para madre y digo que me voy a visitar su tumba. Pero entonces le entra la alarma a Lydia, se nota, porque rápido cae en la cuenta de que en tal caso Nils pueda llevarnos al cementerio, querido Knut. Y maldito el interés repentino que siente por la tumba de madre, pero lo único que quiere es impedir que yo vaya solo. Teme que pase lo de la última vez. No porque yo le importe, porque a ella le importo un comino, sino porque está pensando en las habladurías. Porque fueron muchos los dimes y diretes con ocasión de la última vez, por haberme emborrachado la noche anterior al entierro de madre. Pero tampoco es que Nils y Lydia me importen mucho a mí, además Nils está en el retrete y me da tiempo a salir y atajar por medio del campo antes de que salga y me lo encuentre.
Vaya hermanos que tengo. Apenas me creen capaz siquiera de acercarme a la tumba de madre. Y hay que joderse la indirecta que me suelta Ulrik. Rastrillo y regadera tienes a mano, en el cementerio, si es que vas a ir allí. ¡Si es que vas a ir allí! ¿Acaso cree que voy a tirar el ramillete al río? Ocho coronas me ha costado para que nadie pueda decirme que no he hecho lo que he podido por mis padres. Si todos hicieran lo mismo, mejor se evitarían las reprimendas.
Es un buen mes de octubre, hay que decirlo. En un sembrado cercano a la linde del bosque arden un montón de matojos de patatas. Y los Wiklund se han hecho con una cosechadora que está junto al cobertizo del establo. Si Ulrik fuese un poco emprendedor podría ir a medias con Wiklund en lo de la cosechadora para no tener que trabajar tanto. Eso es lo que le digo cada vez que vengo a casa, pero Ulrik quiere matarse a trabajar, así que no hay motivo para entrometerse. El camino está cubierto de hojarasca y empieza a oscurecer, hay que aligerar el paso para llegar al cementerio antes de que sea noche cerrada. En la ventana de su casa el cura está fumando en pipa, un cura que fuma en pipa. Qué cosa más rara. Qué bien se anda el camino, aunque el herrero parece tener dificultades. Va dando tumbos de un lado a otro y una, dos, tres y cae de cabeza en la cuneta. Difícil tiene lo de mantenerse sobrio, pero es un buen hombre y padre lo consideró uno de sus últimos amigos. Al chapista habría que decirle unas pocas palabras antes de regresar a la capital. Pase que bebieran juntos, pero eso de mandar a padre a casa en el estado que estaba, de eso tendría que hablar con el chapista."

Stig Dagerman
Dónde está mi jersey islandés



 “¿Dónde se encuentra ahora el bosque en el que el ser humano pueda probar que es posible vivir en libertad fuera de las formas congeladas de la sociedad ?”


Stig Dagerman



“Dos cosas me llenan de horror: el verdugo que hay en mí y el hacha que hay sobre mi cabeza.” 

Stig Dagerman



"El hecho mismo de que sean los alemanes los responsables de la salida de este tren parece afligirlo más que la situación en que se encuentran. Este joven médico es un conservador anti nazi que, en caso de necesidad, también puede ver al nazismo desde el punto de vista de la necesidad nacional. Cuando habla de la ocupación de Noruega, donde sirvió como médico castrense después de conseguir su título, evoca maravillosas excursiones en esquí a la luz de la luna en estaciones de invierno noruegas. Al oírle hablar así da la impresión de que los alemanes ocuparon Noruega para poder practicar deportes de invierno. Y, sin embargo, es difícil dejar de pensar que el doctor W. es, a su manera, una persona respetable.
En cualquier caso hoy es lo suficientemente educado y lo suficientemente honrado para no sólo aceptar la existencia de las autoridades aliadas, sino además colaborar lealmente con ellas, a fin de mejorar las condiciones de vida en Essen. Pero para el —al igual que para otros jóvenes de las clases acomodadas, que no han sido educados en el espíritu del nazismo sino en el de un nacionalismo idealista que implica, por detrás de los buenos modales, una falta de consideración en caso de victoria y una dignidad leal en caso de derrota— la experiencia de la falta de consideración de un grupo de alemanes hacia otros alemanes le provoca un terrible shock moral.
Es posible que Alemania se encuentre en estos momentos en una situación sin precedentes. Al respecto, el antagonismo entre las principales colectividades en el interior de la propia nación es tan agudo que, en cierta medida, priva a las fuerzas reaccionarias que existen en la conciencia colectiva de la base operativa desde la que puedan ejercer algún tipo de propaganda neo nacionalista con posibilidades de eficacia. Los pasajeros de este tren odian a los campesinos bávaros y a los bávaros en general, y la relativamente próspera Baviera ve, por su parte, con un ligero desprecio al resto de la histérica Alemania. La población de las ciudades acusa a los campesinos de desviar los productos alimenticios hacia el mercado negro, y los campesinos afirman, a su vez, que la gente urbana viaja por el campo saqueándolos. Los refugiados del Este hablan con odio de los rusos y de los polacos, pero ellos mismos son vistos como intrusos y acaban viviendo en pie de guerra contra la población occidental. El ambiente cargado del oeste está lleno de sentimientos de odio, que todavía no están lo suficientemente pronunciados para explotar en algo más que aislados casos de violencia.
Muchos de los pasajeros de este tren se han apeado en esta ciudad y han encontrado sus antiguos pisos ocupados por desconocidos. Ahora están sentados en la paja y amargados, pero en el andén dos viejas discuten sobre si Hitler está vivo en realidad, según se rumorea en la Alemania del Oeste."

Stig Dagerman
Otoño alemán


"Llegué a entender qué es la pureza: significa sentir algo tan sinceramente que deja atrás todas las dudas, toda cobardía y todas las consideraciones dentro de uno."

Stig Dagerman
El muchacho quemado


"Los padres siempre viven una vida menos pura que sus hijos, porque toleran todo lo que hacen. La capacidad de condonar todo en uno mismo pero prácticamente nada en los hijos es la bendición que la "experiencia" otorga a la humanidad."

Stig Dagerman

El muchacho quemado






Matar a un Niño


"Es un día suave y el sol esta oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los 3 pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo y abrochan sus blusas. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día un niño será muerto, en el tercer pueblo, por un hombre feliz. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy harán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina, y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado de la bomba de bencina roja, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira en una cámara, y en el cristal ve un pequeño carro azul, y a su lado a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de bencina ajusta la tapa del tanque y asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el carro, y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, oye la muchacha, en el asiento delantero, lo que él habla; ella cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el carro se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y se goza del brillo y del olor de bencina y de ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el carro, y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.

Pero, al mismo tiempo que, en el primer pueblo, el hombre cierra la puerta izquierda del carro y tira el botón de arranque, en el tercer pueblo, la mujer abre su alacena, en la cocina, y no encuentra el azúcar. El niño, que ha abrochado su camisa y que ha amarrado los cordones de sus zapatos, está de rodillas en el sofá y contempla el riachuelo que serpentea entre los alisos, y el negro bote que está medio varado sobre el pasto. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado y, en ese momento, pliega el soporte del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la crema y las moscas. Sólo el azúcar falta, y la madre ordena a su hijo que corra donde los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras el niño abre la puerta, le grita el padre que se dé prisa, porque el bote espera en la ribera. Remarán tan lejos como nunca antes remaron. Cuando el niño corre a través del jardín, en todo momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y nadie le susurra que sólo le quedan 8 minutos para vivir y que el bote permanecerá allí donde está todo el día y muchos otros días. No es lejos lo de los Larsson: únicamente cruzar el camino, y mientras el niño corre atravesándolo, el pequeño carro azul entra en el otro pueblo. Es un pueblo pequeño con pequeñas casas rojas, con gente que acaba de despertar, que está en su cocina con las tazas de café levantadas y observan al carro venir por el otro lado del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y el hombre en el carro ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién alquitranados, pasan como sombras grises. Sopla verano por la ventanilla. Salen velozmente del pueblo. El carro se mantiene seguro en medio del camino. Están solos todavía. Es placentero viajar completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo abierto es mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene prisa por alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, pero sin embargo, pronto matará a un niño. Mientras avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha otra vez los ojos y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al compás de los muelles tumbos del carro, sueña en lo terso que estará.

¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad, que un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño, todavía es feliz y un minuto antes de que una mujer grite de horror, puede cerrar los ojos y soñar en el ancho mar, y durante el último minuto de la vida de un niño pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote, y el niño mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un camino con algunos terrones en la mano derecha envueltos en papel blanco; y durante este último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante riachuelo con grandes peces y un ancho bote con callados remos ?

Después, todo es demasiado tarde. Después, está un carro azul al sesgo en el camino, y una mujer que grita retira la mano de la boca, y la mano sangra. Después, un hombre abre la puerta de un coche y trata de mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de sí. Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados absurdamente entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil boca abajo, con la cara duramente apretada contra el camino. Después, llegan dos lívidas personas que todavía no han podido beber su café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un espectáculo que jamás olvidarán.

-Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas-. El tiempo no cura la herida de un niño muerto y cura muy mal el dolor de una madre que olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo a través del camino para pedirla prestada; e igualmente, mal cura la congoja del hombre feliz, que lo mató..

Porque el que ha matado a un niño, no va al mar. El que ha matado a un Niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y junto a sí lleva una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por los que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son más oscuras, y cuando se separan todavía es en silencio; y el hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a tener que necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue su culpa. Pero sabe que esto es mentira, y en sus sueños de las noches deseará en cambio tener un solo minuto de su vida pasada para "hacer este solo minuto diferente".


Pero tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde."


Stig Dagerman



“Mi poder es terrible: puedo oponer mis palabras al mundo, y las palabras construyen la libertad.” 

Stig Dagerman


Nuestra necesidad de consuelo es insaciable


"Estoy desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre dichoso nunca llegará a temer que su vida sea un errar sin sentido hacia una muerte cierta. No me ha sido dado en herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención de dios; ni he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico, ni las astucias del racionalista, ni el ardiente candor del ateo. Por eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en cosas que yo dudo, ni a quien idolatra la duda como si ésta no estuviera rodeada de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mí mismo ya que de una cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable.

Yo mismo persigo el consuelo como el cazador su presa. Por dondequiera que en el bosque lo vislumbre, disparo. A menudo no alcanzo más que el vacío; pero alguna que otra vez cae a mis pies una presa. Y como sé que el consuelo no dura más que el soplo del viento en la copa del árbol, me apresuro a apoderarme de ella.

¿Y qué tengo entonces entre mi brazos? Puesto que estoy solo: una mujer amada o un desdichado compañero de viaje. Puesto que soy poeta: un arco de palabras que no puedo tensar sin un sentimiento de dicha y de horror. Puesto que soy prisionero: una súbita mirada hacia la libertad.

Puesto que estoy amenazado por la muerte: un animal vivo aún caliente, un corazón que palpita sarcásticamente. Puesto que estoy amenazado por el mar: un arrecife de duro granito.

Pero también hay consuelos que me llegan como huéspedes sin haberlos invitado y que llenan mi aposento de odiosos cuchicheos: Soy tu deseo - ¡ama a todo el mundo! Soy tu talento -¡abusa de él como abusas de ti mismo! Soy tu sensualidad - ¡solamente viven los sibaritas! Soy tu soledad ¡menosprecia a los seres humanos! Soy tu deseo de muerte -¡corta!

El equilibrio es un listón estrecho. Veo mi vida amenazada por dos poderes: por un lado, por las ávidas bocas del exceso; y por otro, por la avara amargura que se nutre de sí misma. Pero rehuso elegir entre la orgía y la ascesis, aunque sea al precio de una confusión mental. Para mí no basta con saber que, puesto que no somos libres en nuestros actos, todo es excusable. Lo que busco no es una excusa a mi vida sino todo lo contrario a una excusa: la reconciliación. Al fin me doy cuenta que cualquier consuelo que no cuente con mi libertad es engañoso, al no ser más que la imagen reflejada de mi desespero. En efecto, cuando mi desespero me dice: Desespera, puesto que cada día no es sino una tregua entre dos noches, el falso consuelo me grita: Espera, pues cada noche no es más que una tregua entre dos días.

Pero de nada le vale al ser humano un consuelo brillante; necesita un consuelo que ilumine. Y todo aquel que quiera convertirse en una persona malvada, es decir, una persona que actúa como si todas las acciones fueran defendibles, debería, al lograrlo, tener al menos la bondad de advertirlo.

Son innumerables los casos en los que el consuelo es una necesidad. Nadie sabe cuándo caerá el crepúsculo y la vida no es un problema que pueda ser resuelto dividiendo la luz por la oscuridad y los días por las noches; es un viaje imprevisible entre lugares inexistentes. Puedo, por ejemplo, andar por la orilla y sentir de repente el horrible desafío que la eternidad lanza sobre mi existencia y el perpetuo movimiento del mar y la huida constante del viento. ¡En qué se convierte entonces el tiempo sino en un consuelo por el hecho de que nada de lo humano es duradero y qué consuelo tan miserable que sólo enriquece a los suizos!

Puedo estar sentado ante la lumbre en la habitación menos expuesta al peligro y sentir de pronto que la muerte me rodea. Está en el fuego, en todos los objetos puntiagudos que me rodean, en la solidez del techo y en el grueso de las paredes, está en el agua y en la nieve, en el calor y en mi sangre. ¡En qué se convierte entonces el sentimiento humano de seguridad sino en un consuelo por el hecho de que la muerte es lo más cercano a la vida y qué consuelo más miserable que no hace más que recordarnos aquello que quiere hacernos olvidar! Puedo llenar todas las hojas en blanco con la más hermosa combinación de palabras que mi cerebro pueda imaginar. Puesto que deseo confirmar que mi vida no es absurda y que no estoy solo en la tierra, junto todas estas palabras en un libro y se lo ofrezco al mundo. A cambio, éste me da dinero, gloria y silencio. Pero qué me importa a mí el dinero y qué me importa contribuir al progreso de la literatura; sólo me importa aquello que nunca consigo: la confirmación de que mis palabras conmueven el corazón del mundo. ¡En qué se convierte entonces mi talento sino en un consuelo a mi soledad y qué consuelo más terrible que sólo consigue que sienta mi soledad cinco veces más fuerte!

Puedo ver la libertad encarnada en un animal que atraviesa veloz un claro del bosque y oír una voz que murmura: ¡vive con sencillez, toma lo que desees y no temas las leyes! ¡Pero qué es este buen consejo sino un consuelo por el hecho de que la libertad no existe y qué implacable consuelo para quien entiende que el ser humano tarda millones de años para convertirse en lagarto!

Puedo, finalmente, descubrir que esta tierra es una fosa común en la que el rey Salomón, Ofelia y Himler reposan uno junto al otro. De lo cual concluyo que el verdugo y la infeliz gozan de la misma suerte que el sabio y que la muerte puede parecer un consuelo a una vida errónea.

¡Pero qué consuelo más atroz para quien querría ver la vida como un consuelo por la muerte!

No tengo filosofía alguna por la que moverme como pájaro en el aire o como pez en el agua.

Todo lo que tengo es un duelo que se libra cada minuto de mi vida entre los falsos consuelos que sólo aumentan mi impotencia y hacen más profundo mi desespero, y los consuelos verdaderos que me llevan a la liberación momentánea, o mejor dicho: el consuelo verdadero, puesto que sólo existe para mí un consuelo verdadero, aquel que me dice que soy un hombre libre, un individuo inviolable, un ser soberano dentro de mis límites.

Pero la libertad empieza por la esclavitud, y la soberanía, por la dependencia. La señal más cierta de mi servidumbre es mi temor de vivir. La señal definitiva de mi libertad es el hecho de que mi temor cede el sitio a la alegría de la independencia. Puede parecer que necesito la dependencia para poder conocer, al fin, el consuelo de ser un hombre libre, y seguramente es cierto. A la luz de mis actos me doy cuenta que el objetivo de toda mi vida ha sido labrar mi propia desdicha. Lo que podría traerme libertad me trae esclavitud y cargas en vez de pan.

Otra gente tiene otros señores. A mí, por ejemplo, me esclaviza mi talento hasta el punto de no atreverme a utilizarlo por miedo a perderlo. Además, soy de tal modo esclavo de mi nombre que apenas me atrevo a escribir por miedo a dañarlo. Y cuando al fin llega la depresión soy también su esclavo. Mi mayor aspiración es retenerla, mi mayor placer es sentir que todo lo que yo valía residía en lo que creo haber perdido: la capacidad de crear belleza a partir de mi desesperación, de mi hastío y de mis debilidades. Con amarga dicha deseo ver mis casas caer en ruina y verme a mí mismo sepultado en las nieves del olvido. Pero la depresión es una muñeca rusa y en la séptima muñeca hay un cuchillo, una hoja de afeitar, un veneno, unas aguas profundas y un salto al vacío.

Acabo por convertirme en esclavo de todos estos instrumentos de muerte. Como perros me persiguen, o yo a ellos como si fuese yo mismo un perro. Y creo comprender que el suicidio es la única prueba de la libertad humana.

Pero, viniendo de un lugar insospechado, se acerca el milagro de la liberación. Puede acaecer en la orilla y la misma eternidad que, hace un momento suscitaba en mí temor, es ahora el testigo de mi nacimiento a la libertad. ¿En qué consiste este milagro? Simplemente en el súbito descubrimiento que nadie, ni ningún poder ni ningún ser humano tiene derecho a exigirme que mi deseo de vivir se marchite. Ya que si este deseo no existe, ¿qué es lo que puede existir?

Puesto que estoy en la orilla del mar puedo aprender del mar. Nadie puede exigirle al mar que sostenga todos los navíos, o al viento que hinche constantemente todas las velas. De igual modo nadie puede exigirme que mi vida consista en ser prisionero de ciertas funciones. ¡No el deber ante todo, sino la vida ante todo! Igual que los demás hombres debo tener derecho a unos instantes durante los cuales pueda dar un paso al lado y sentir que no soy únicamente parte de esta masa a la que llaman población, sino una unidad autónoma.

Solamente en este instante puedo ser libre ante los hechos de la vida que antes causaron mi desesperación. Puedo confesar que el mar y el viento me sobrevivirán y que la eternidad no se preocupa de mí. ¿Pero quién me pide preocuparme de la eternidad? Mi vida es corta sólo si la emplazo en el cepo del tiempo. Las posibilidades de mi vida son limitadas sólo si cuento el número de palabras o de libros que tendré tiempo de escribir antes de morir. ¿Pero quién me pide contar? El tiempo es una falsa unidad de medida para medir la vida. El tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo alcanza las obras avanzadas de mi vida.

Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un maravilloso contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la ayuda en la necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por el mar, la alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la belleza, todo esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no solamente se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el tiempo.

Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, a la vez, la exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba ser medido. Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados conseguidos en una prueba. Tampoco una vida humana es la superación de una prueba, sino algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no realiza pruebas con buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de reposo. Es absurdo pretender que el mar está hecho para sostener armadas y delfines. Ciertamente lo hace, pero conservando su libertad.

Del mismo modo es absurdo pretender que el ser humano esté hecho para otra cosa que para vivir. Ciertamente aprovisiona máquinas y escribe libros, y también podría hacer otras cosas. Lo importante es que, haga lo que haga, lo hace conservando su libertad y con la plena conciencia de ser, como cualquier otro detalle de la creación, un fin en sí. Reposa en sí mismo como una piedra en la arena.

Puedo incluso librarme del poder de la muerte. No es que pueda librarme de la idea que la muerte corre detrás de mis talones, y menos aún puedo negar su existencia; pero puedo reducir a la nada su amenaza dejando de apoyar mi vida en soportes tan precarios como el tiempo y la gloria.

Por el contrario no está en mi poder permanecer siempre vuelto hacia el mar y comparar su libertad con la mía. Llegará el momento en que tendré que volverme hacia la tierra y encararme a los organizadores de mi opresión. Entonces me veré obligado a reconocer que el ser humano ha dado a su vida unas formas que, al menos en apariencia, son más fuertes que él. Incluso con mi libertad recientemente alcanzada no puedo destruirlas, sino solamente suspirar bajo su peso. Por el contrario, entre las exigencias que pesan sobre el hombre puedo distinguir las que son absurdas y las que son ineludibles. Para mí, un tipo de libertad se ha perdido para siempre o por un largo tiempo: la libertad que procede de la capacidad de dominar su propio elemento. El pez domina el suyo, el pájaro el suyo, el animal terrestre el suyo. Thoreau dominaba todavía el bosque de Walden.

¿Dónde se encuentra ahora el bosque en el que el ser humano pueda probar que es posible vivir en libertad fuera de las formas congeladas de la sociedad?

Debo responder: en ninguna parte. Si quiero vivir libre debo hacerlo, por ahora, dentro de estas formas. El mundo es más fuerte que yo. A su poder no tengo otra cosa que oponer sino a mí mismo, lo cual, por otro lado, lo es todo. Pues mientras no me deje vencer yo mismo soy también un poder. Y mi poder es terrible mientras pueda oponer el poder de mis palabras a las del mundo, puesto que el que construye cárceles se expresa peor que el que construye la libertad. Pero mi poder será ilimitado el día que sólo tenga mi silencio para defender mi inviolabilidad, ya que no hay hacha alguna que pueda con el silencio viviente.


Este es mi único consuelo. Sé que las recaídas en el desconsuelo serán numerosas y profundas, pero la memoria del milagro de la liberación me lleva como un ala hacia la meta vertiginosa: un consuelo que sea algo más y mejor que un consuelo y algo más grande que una filosofía, es decir, una razón de vivir."

Stig Dagerman



 “Para mi, un tipo de libertad se ha perdido para siempre o por un largo tiempo : la libertad que procede de la capacidad de dominar su propio elemento.”

Stig Dagerman




"Yo carezco de fe y por eso nunca podré ser una persona feliz porque una persona feliz nunca tendrá que temer que su vida sea un vagar desprovisto de sentido hacia la certeza de la muerte."

Stig Dagerman
El hombre desconocido