“Una caravana de veinte camellos recorría el desierto. Al anochecer, el
camellero ató a cada uno de los animales a sus respectivos postes menos a uno,
para el que no quedaba cuerda suficiente.
-Es lo mismo- dijo el jefe de la expedición- Este camello es tan torpe
que no se dará ni cuenta. Tú finge que le atas cada noche y ya verás que no se
mueve.
-¿Y no se escapará si le asusta cualquier ruido? -preguntó el
camellero.
-No. Creerá que sigue atado- respondió el jefe.
Y así fue. Cada noche, el camellero repetía con ese camello los mismos
gestos que con los otros y el animal permanecía fijo en su sitio, creyendo que
no podía moverse. Sólo que no había cuerda real que le atase.
¿Quién pone los límites? Siempre es uno
mismo, desde su parte no consciente. Desde la oscuridad personal se planean los
más refinados autosabotajes que suelen dar como resultado el resentimiento
crónico y la infelicidad. Todos tenemos cuerdas virtuales que nos mantienen
prisioneros en nuestras cárceles personales. Pero todos tenemos también la
posibilidad de utilizar unas tijeras imaginarias y cortar con ellas esas
cuerdas tejidas a golpe de oscuridad y de desamor.
A veces, una creencia condiciona toda una
vida. Creer que alguien nos odia es suficiente para que comencemos a tratar a
esa persona con odio. Muchas veces, los malentendidos o el dar por sentado la
mala fe del otro generan una bola de nieve que va aumentando hasta que se
convierte en un alud de destrucción y violencia.
Los fantasmas más peligrosos no son los
que arrastran cadenas y ululan por los castillos en las noches de luna llena.
Los verdaderamente peligrosos son los fantasmas personales, esos que hemos
creado y alimentado en nuestro interior hasta que tienen suficiente fuerza
corno para irrumpir en nuestra vida. Pero es posible convertirlos en nuestros
aliados.”
Mary Sol
Olba