"Antes, los eruditos sabían chino y escribían una prosa correcta y armoniosa. La gente no habla así. Todos los días aparecen palabras nuevas, simpáticas como esas ratitas. Y, como a esas ratitas, no les importa lo que roen. Las palabras cambian con tanta rapidez que uno experimenta vértigo. Por eso su vida es muy breve, y aunque sobrevivan se vuelven obsoletas... Como las novelas que escribimos."

Yasunari Kawabata



"Cuando uno ve el tazón, se olvida de los defectos del antiguo dueño. La vida de mi padre fue sólo una pequeña parte de la vida de un tazón de té."

Yasunari Kawabata



"El artículo había impresionado a Shingo, y por eso al acostarse había soñado con un aborto.
Pero en su sueño no sucedía nada desagradable con el muchacho y la joven. Era una historia de amor puro, y la chica se convertía en una «niña santa». Antes de irse a dormir no era así como veía el asunto.
La impresión se había convertido en algo hermoso. ¿Por qué se había producido tal transformación? Tal vez en el sueño él había rescatado a la muchacha, y a sí mismo también. De todos modos, el sueño emanaba benevolencia.
Shingo reflexionaba, preguntándose si, en su caso, la bondad surgía en sueños.
Se puso un poco sentimental. ¿Un momentáneo estremecimiento juvenil le había regalado un sueño de amor puro siendo un viejo?
El sentimentalismo, que persistió después del sueño, tal vez le había permitido celebrar con benevolencia la voz de Shuichi —que era como un suave quejido—, haciéndole percibir en ella amor y tristeza.
Todavía acostado, Shingo oía cómo Kikuko intentaba despertar a Shuichi.
Shingo se levantaba demasiado temprano esos días. Yasuko, que era dormilona, lo retaba: «Los viejos no caen simpáticos cuando hacen el ridículo y se levantan al despuntar el alba».
A él también le parecía incorrecto levantarse antes que su nuera. Por eso iba sin hacer ruido hasta la puerta de entrada para recoger el diario y leerlo en la cama.
Shuichi había ido a lavarse.
Se lo oyó vomitar. Evidentemente le habían entrado arcadas al cepillarse los dientes.
Kikuko se precipitó hacia la cocina.
Shingo se levantó. En la galería se cruzó con su nuera, que salía de la cocina.
—Padre.
Casi a punto de chocar con él, ella se detuvo y se sonrojó. Algo se derramó de la taza que llevaba en la mano. Parecía sake frío, un paliativo para la resaca de Shuichi.
A Shingo le pareció muy hermosa, con ese rubor en el rostro pálido, sin maquillaje, con la timidez en sus ojos todavía adormecidos, y los bellos dientes que asomaban entre los labios puros, sin pintar, en los que se insinuaba una sonrisa vergonzosa.
¿Todavía conservaba esa cualidad infantil? Shingo recordó su sueño.
No era raro que jóvenes como las que se mencionaban en el artículo se casaran y tuvieran niños. En otros tiempos era lo habitual.
Cuando no era mayor que esos muchachos, el propio Shingo se había sentido fuertemente atraído por la hermana de Yasuko.
Al verlo entrar en el comedor, Kikuko abrió los postigos con cierta prisa. El sol de primavera se filtró en la estancia."

Yasunari Kawabata
El rumor de la montaña



"El hecho de ser el último día del año hacía que el tiempo transcurriera con mayor lentitud. En el atardecer invernal, aquel bosque de tumbas y figuras Jizo serenaría sus sentimientos, pero al ver lo oscura que estaba la alameda que conducía al templo de Gío, ordenó al conductor que regresara. Decidió entonces detenerse en el templo del Musgo y luego volver al hotel. Los jardines del templo estaban casi desiertos, yermos de una infinita soledad. Sólo los recorría una pareja que parecía en luna de miel, en contraste con aquella amarga hiel de vaciedad. Había pinocha esparcida sobre el musgo y el reflejo de los árboles en el estanque se iba desplazando a medida que él avanzaba. En el camino de regreso al hotel las Colinas Orientales parecían incandescentes bajo la luz anaranjada del sol poniente."

Yasunari Kawabata
Lo bello y lo triste


"El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos, pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo."

Yasunari Kawabata
Lo bello y lo triste



"Los postigos exteriores de las ventanas carecían de rejas. Sólo penetraba una débil claridad diurna en la sombría habitación. Jiro permaneció contemplando el rostro de Utako y sintió revivir el amor. Tuvo la sensación de que nada había cambiado, de que carecía de sentido odiarla, culparla o cualquier atisbo de nostalgia por la perdida juventud."

Yasunari Kawabata
Primavera en el monte Fuji


"Para el certamen de despedida del Maestro, el tiempo era casi el doble que el de estos inusualmen­te prolongados juegos, y cuatro veces más que el de un juego común. Y hasta casi se podría haber hecho caso omiso de restricciones en el tiempo.
Si esta extraordinaria disposición de tiempo había sido un mandato del Maestro, hay que decir que se había echado un enorme peso a las espaldas. Debía soportar su propia enfermedad y los largos períodos de reflexión de su adversario. Esas treinta y cuatro horas eran convincente prueba de ello.
Por otra parte, el arreglo de jugar cada cinco días se había aceptado en consideración a la edad del Maes­tro, pero en verdad se sumaba a la carga que había que sobrellevar. Si ambos hubieran usado el tiempo con­venido completamente —un total de ochenta horas— y si cada sesión hubiera durado cinco horas, enton­ces habrían sido dieciséis sesiones, lo cual significa que aun si el juego se hubiera desarrollado sin ningu­na interrupción se habría prolongado por unos tres meses. Cualquiera que conozca el espíritu del Go sabe que la concentración necesaria no puede mante­nerse o la tensión no puede perdurar durante tres meses enteros. Algo así resulta como una astilla en el cuerpo del jugador. El tablero de Go acompaña al ju­gador mientras se despierta y duerme, de modo que un receso de cuatro días no significa reposo sino agotamiento.
El receso se volvió más exasperante luego de la enfermedad del Maestro. Él y los organizadores, por supuesto, deseaban terminar con el certamen lo más pronto posible. Necesitaba descansar, y existía el pe­ligro de que se desplomara en el transcurso del juego.
Le había dicho a su mujer, y ella me lo había transmitido con tristeza, que ya no le importaba quién ganara, que lo único que deseaba era terminar con todo."

Yasunari Kawabata
El maestro de Go


"Pero, como le decía, es muy distinto ser modelo de un novelista. Es un sacrificio sin recompensa. - ¡Adoro sacrificarme! Quizás ésa sea la razón de mi vida."

Yasunari Kawabata




"Por muy desencantado que se pueda estar del mundo, el suicidio no es una forma de iluminación; por muy admirable que sea, el hombre que se suicida está lejos del reino de la santidad. Yo no admiro ni estoy de acuerdo con el suicidio."

Yasunari Kawabata



"¿Sería que una muchacha profundamente dormida, que no dijera nada ni oyera nada, lo oía todo y lo decía todo a un anciano que, para una mujer, había dejado de ser hombre?"

Yasunari Kawabata