“En el mismo movimiento en que se pretenden haber derribado todas las barreras que separaban a los miembros de la sociedad de los signos que la constituyen como tal, el poder lejos de haber desaparecido se ha vuelto omnipresente. Y es que allí donde la dominación vuelve fungibles hasta el extremo a los trabajadores y a los productos de éstos, se hace totalmente innecesario cualquier uso de los signos que no esté orientado por la utilidad instantánea.”

Fredric Jameson


"Hay que tener en cuenta que no fue sólo Wallerstein quien tuvo razón al presagiar la incapacidad de los movimientos bolchevique y estalinista para convertirse en un enclave del que surgiera un sistema global totalmente nuevo; fue también Marx (el Marx de los Grundrisse, tal vez, más que el de las páginas más triunfalistas de El capital) quien insistiera incansablemente en la importancia del mercado mundial como el horizonte último del capitalismo, y, por tanto, en el principio no ya de que la revolución socialista sería cuestión de una alta productividad y de un avanzado desarrollo, y no de una modernización rudimentaria, sino de que esa revolución tendría que ser mundial. El fin de la autonomía nacional en el sistema mundial del capitalismo tardío parece excluir de manera mucho más radical los experimentos sociales episódicos que el período moderno (en medio del cual, después de todo, sobrevivieron durante un tiempo considerable). No hay dudas de que la autonomía y la autarquía nacionales se han hecho muy impopulares en estos tiempos, y de que los medios de comunicación, que tienden a asociarlas con el difunto Kim Il Sung y su doctrina su-che, las desacreditan con toda energía. Esto quizá pueda resultar consolador para países como la India o Brasil, que están empeñados en abandonar su autonomía nacional; pero no debemos renunciar al intento de imaginar las consecuencias que podrían derivarse de intentar una desconexión del mercado mundial y el tipo de política que ello requeriría. Porque también se nos plantea la pregunta de qué es lo que asegura una integración tan implacable al nuevo mercado mundial, y la respuesta a esta pregunta, más allá del desarrollo de la dependencia con respecto a las importaciones y la destrucción de la producción local, pasa hoy día por el terreno cultural, como veremos posteriormente. Es claro que esta ansiedad por integrarse al mercado mundial se perpetúa en los circuitos de información mundiales y los espacios de entretenimiento destinados a la exportación (realizados en lo fundamental por Hollywood y la televisión estadunidense), los cuales no sólo refuerzan estilos consumistas internacionales sino que, más importante aún, traban la formación de culturas autónomas y alternativas basadas en valores o principios diferentes (o, como en el caso de los países socialistas, erosionan las posibilidades de que surja dicha cultura autónoma). Todo ello hace que la cultura (y la teoría de la reificación de la mercancía) ocupe hoy un espacio político mucho más central que en cualquier otro momento previo del capitalismo; por otra parte, al tiempo que sugiere una redistribución relativa de la importancia de la ideología en el seno de otras prácticas culturales más influyentes, confirma la idea de Stuart Hall de que la «lucha discursiva) es el modo fundamental de legitimación y deslegitimación de las ideologías en nuestros tiempos. La saturación de una cultura consumista ha ido de la mano con la sistemática deslegitimación de consignas y conceptos que van desde la nacionalización y el bienestar social hasta los derechos económicos y el propio socialismo, que antes fueran considerados no sólo posibles, sino también deseables, y que hoy una razón cínica omnipresente tiene universalmente por quiméricos. Sea causa o efecto, esta deslegitimación del propio lenguaje y de los conceptos vinculados al socialismo (y su remplazo por una retórica del mercado autocomplaciente hasta la náusea) ha desempeñado un papel fundamental en el actual «fin de la historia)"

Fredric Jameson
El marxismo realmente existente


"No obstante, es en el campo de la arquitectura donde resulta más visible la modificación de la producción estética, y donde los problemas teóricos relacionados con ella han sido planteados de manera más central y coherente; fue precisamente a partir de los debates sobre arquitectura que comenzó a surgir inicialmente mi propia definición del posmodernismo tal como la expondré en las páginas que siguen. De manera más decisiva que en otras manifestaciones o formas de expresión artística, las posiciones posmodernistas en arquitectura se han tornado inseparables de una crítica implacable del momento cumbre del modernismo arquitectónico y del llamado Estilo Internacional (Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Mies), en la que la crítica y el análisis formales (de la transformación del momento cumbre modernista del edificio en una escultura o “pato” monumental, para utilizar palabras de Robert Venturi) se dan la mano con reconsideraciones sobre el nivel del urbanismo y de la institución estética. Se la atribuye, pues, a la época de esplendor del alto modernismo, la destrucción de la coherencia de la ciudad tradicional y de su antigua cultura de barrios (mediante la disyunción radical del nuevo edificio utópico del alto modernista con respecto a su contexto circundante); al tiempo que se denuncia sin compasión el elitismo y el autoritarismo proféticos del movimiento modernista en el gesto imperioso del Maestro carismático.
Resulta lógico, por tanto, que el posmodernismo en arquitectura se presente como un tipo de populismo estético, como sugiere el propio título del influyente manifiesto de Venturi: Learning from Las Vegas. Sea cual sea la evaluación última que hagamos de esta retórica populista, la misma tiene al menos el mérito de llamar nuestra atención hacia uno de los rasgos característicos de todos los posmodernismos antes mencionados: el hecho de que en los mismos se desvanece la antigua frontera (cuya esencia está en el momento cumbre del modernismo) entre la alta cultura y la llamada cultura de masas o comercial, así como el surgimiento de nuevos tipos de textos permeados de las formas, categorías y contenidos de esa misma Industria Cultural tan apasionadamente denunciada por los modernos, desde Leavis y la Nueva Crítica Norteamericana, hasta Adorno y la Escuela de Frankfurt. De hecho, los posmodernistas se sienten fascinados por el conjunto del panorama “degradado” que conforman el shlock y el kitsch, la cultura de los seriales de televisión y de Selecciones del Reader’s Digest, de la propaganda comercial y los moteles, de las películas de medianoche y los filmes de bajo nivel de Hollywood, de la llamada paraliteratura con sus categorías de literatura gótica o de amor, biografía popular, detectivesca, de ciencia ficción o de fantasía: todos estos son materiales que los posmodernos no se limitan a “citar”, como habrían hecho un Joyce o un Mahler, sino que incorporan en su propia sustancia."

Fredric Jameson
Ensayos sobre el posmodernismo