A mi madre

Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)

Leopoldo Maria Panero



El circo

Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma
lanzando gritos y bromeando acerca de la vida:
y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho siempre
cómo se balancean los trapecios. Dos 
atletas saltan de un lado a otro de mi alma
contentos de que esté tan vacía.
Y oigo
oigo en el espacio sonidos
una y otra vez el chirriar de los trapecios
una y otra vez.
Una mujer sin rostro canta de pie sobre mi alma,
una mujer sin rostro sobre mi alma en el suelo,
mi alma, mi alma: y repito esa palabra
no sé si como un niño llamando a su madre a la luz,
en confusos sonidos y con llantos, o bien simplemente
para hacer ver que no tiene sentido.
Mi alma. Mi alma
es como tierra dura que pisotean sin verla
caballos y carrozas y pies, y seres
que no existen y de cuyos ojos
mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres
sin cabeza cantarán sobre mi tumba
una canción incomprensible.
Y se repartirán los huesos de mi alma.
Mi alma. 
               Mi hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí.

Leopoldo María Panero



"El colegio es una institución penitenciaria donde enseñan a olvidar la infancia."

Leopoldo María Panero



"Había luz en el apartamento de Simón cuando volví, medio aturdido, a mi casa. No sé muy bien por qué, me sentí dispuesto a hacerle una visita. Cuando hube abierto la puerta de su salón sin anunciarme, vi a Simón que, inclinado hacia adelante, dándome la espalda, parecía muy ocupado examinando minuciosamente, a la luz de una lámpara Cárcel, un objeto que sostenía entre sus manos. En el momento de entrar yo, tuvo un violento sobresalto, metió su mano en el bolsillo interior de su chaleco, y volvió hacia mí su rostro encendido por la emoción.
«Eh, ¿qué ocurre?», exclamé. «¿Te he sorprendido en medio de la contemplación de alguna miniatura de una hermosa dama? En tal caso, no hace falta que te pongas colorado; no te pediré que me lo enseñes.»
Simón lanzó una risa embarazada, pero no dio rienda suelta a las protestas que son de rigor en semejantes circunstancias. Me invitó a sentarme.
«Simón», le dije, «acabo de tener una experiencia prodigiosa, en casa de tu Madame Vulpes.»
Esta vez, se puso blanco como un sudario y adoptó un aire tan estupefacto como si hubiera sido sacudido por una descarga eléctrica. Balbuceó algunas palabras incoherentes y se dirigió rápidamente a una pequeña alacena donde tenía algunas botellas de alcohol. Su emoción me sorprendió bastante, pero yo estaba demasiado obsesionado por los conocimientos que había adquirido a tan caro precio, en el curso de aquella experiencia cuyo recuerdo parecía estar suspendido en mi alma, o al borde de ella, sin que yo me decidiera totalmente a darle acogida ni a rechazarlo, Pero la mera sospecha de que estaba por fin en posesión del secreto bastaba para producir una excitación anormal en mi espíritu.
«Tenías razón cuando llamaste a Madame Vulpes un demonio de mujer. Es más, en su caso yo me inclinaría incluso a suprimir el sentido figurado de esta expresión», continué. «Simón, ella me ha revelado esta tarde cosas tan enormes, y de una manera tan singular, que casi no tengo valor para creer en lo que he visto… y oído. Pero experimento, sin embargo, una atracción irresistible por realizar lo que, gracias a ella, de alguna manera, sé. ¡Ah, si sólo pudiese hacerme con un diamante de ciento cuarenta quilates de peso!»
Apenas el suspiro con que había acompañado la declaración de mi anhelo se hubo extinguido en mis labios, cuando Simón, como un perro 'rabioso, me lanzó una mirada salvaje y, después, abalanzándose sobre la chimenea, descolgó un kriss malayo de una panoplia de armas exóticas y se puso a blandirlo furiosamente hacia delante.
«¡No!» gritó en francés (lengua a la que volvía siempre en los momentos de sobreexcitación.) «¡No! ¡No será tuyo, hijo de Satanás! ¡Te lo ha dicho esa mujer torcida, y codicias mi tesoro! ¡Pero tendrás que matarme para apoderarte de él! ¡Yo no le tengo miedo a nada! ¡No me asustas!»
Este discurso, enunciado con una voz temblorosa de emoción, me llenó de estupor. Comprendí que, por un azar, había sorprendido un secreto de Simón, cualquiera que éste pudiera ser. Tenía que tranquilizarlo.
«Mi querido amigo», le dije entonces, «no entiendo nada en absoluto de lo que me estás hablando. He ido a consultar a Madame Vulpes a propósito de un problema científico y, gracias a ella, he descubierto que un diamante del grosor que he mencionado me era necesario para resolverlo. Ni ella ni yo hemos hecho la menor alusión a ti en toda la tarde increíble, y yo, personalmente, ni siquiera he pensado en ti una sola vez. ¿Por qué ese estallido, entonces, te lo ruego? Si estás en posesión de una colección de diamantes preciosos, no tienes nada que temer de mí. Es imposible que tengas el diamante que me hace falta; porque, si lo tuvieras, de seguro no vivirías aquí.»
Algo de mi tono de voz debió de tranquilizarlo completamente, ya que cambió de inmediato su expresión: su furor se transformó en una suerte de alegría forzada, sin que, empero, dejara de observar receloso mis movimientos. Me dijo riéndose que tenía que ser paciente con él, ya que era víctima a veces de una especie de vértigo que tomaba cuerpo en frases incoherentes, y que las crisis desaparecían tan rápidamente como habían sobrevenido. Al mismo tiempo que me daba esta explicación se desprendió de su arma y se esforzó, con cierto éxito, en adoptar un aire más feliz."

Leopoldo María Panero
El lugar del hijo




"Hay cuatrocientos hombres
que se lavan en la piedra de la desdicha
¿vendrás mañana?
es fácil decir para siempre."


Leopoldo Maria Panero


Hembra

Hembra que entre mis muslos callabas
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura.

Leopoldo Maria Panero




La cosa que yace entre los árboles

La cosa que yace entre los árboles
en la nada inscrita
Como el decir que cae al suelo
Enredado en la tumba donde sopla el viento
Árbol de donde cae el mono
Padre del hombre
Y del cual recogimos estos frutos malvendidos
Y el viento arranca nuestra carne
Y la palabra muerde los frutos
Mientras talamos el árbol de la ciencia
Y otra vez la palabra cae al suelo
Herida por la misma palabra
que canta el hombre de la boca cosida
Al viento que todo lo borra
al viento
y la cabeza borra toda existencia anterior
Como si el hombre o el mono
jamás hubieran existido. 

Leopoldo Maria Panero



La vida es un cuento de brujas

Bello es perder
cuando se acercan los hombres
bella es la ruina y el acabamiento
bella es la muerte y rica en excremento
y azul cemento
en que perdí mi vida.

Bello es el pájaro azul de la ruina
allí donde una reina en el espejo mira
y Blancanieves pregunta si yo existo.

Está prisionero el viento
y escribo sobre una botella perdida
en una isla arrasada
donde deletreo una tras otra
las sílabas del viento.

Oh jauría de recuerdos
pasado cruel que con saña me persigue y me acosa
en la llanura
donde luchan los ciervos.

Leopoldo Maria Panero




"Porque todos llevamos dentro un niño muerto, llorando,
que espera también esta mañana, esta tarde como siempre
festejar con los Otros, los invisibles, los lejanos
algún día por fin su cumpleaños."

Leopoldo Maria Panero



Te mataré mañana cuando la luna salga

Te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra
te mataré mañana poco antes del alba
cuando estés en el lecho, perdida entre los sueños
y será como cópula o semen en los labios
como beso o abrazo, o como acción de gracias
te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra
y en el pico me traiga la orden de tu muerte
que será como beso o como acción de gracias
o como una oración porque el día no salga
te mataré mañana cuando la luna salga
y ladre el tercer perro en la hora novena
en el décimo árbol sin hojas ya ni savia
que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra
te mataré mañana cuando caiga la hoja
decimotercera al suelo de miseria
y serás tú una hoja o algún tordo pálido
que vuelve en el secreto remoto de la tarde
te mataré mañana, y pedirás perdón
por esa carne obscena, por ese sexo oscuro
que va a tener por falo el brillo de este hierro
que va a tener por beso el sepulcro, el olvido
te mataré mañana cuando la luna salga
y verás cómo eres de bella cuando muerta
toda llena de flores, y los brazos cruzados
y los labios cerrados como cuando rezabas
o cuando me implorabas otra vez la palabra
te mataré mañana cuando la luna salga,
y así desde aquel cielo que dicen las leyendas
pedirás ya mañana por mí y mi salvación
te mataré mañana cuando la luna salga
cuando veas a un ángel armado de una daga
desnudo y en silencio frente a tu cama pálida
te mataré mañana y verás que eyaculas
cuando pase aquel frío por entre tus dos piernas
te mataré mañana cuando la luna salga
te mataré mañana y amaré tu fantasma
y correré a tu tumba las noches en que ardan
de nuevo en ese falo tembloroso que tengo
los ensueños del sexo, los misterios del semen
y será así tu lápida para mí el primer lecho
para soñar con dioses, y árboles, y madres
para jugar también con los dados de noche
te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra.

Leopoldo Maria Panero



“… Y qué es un hombre saliendo de la nada
y volviendo solo a la habitación.”

Leopoldo Maria Panero



Yo François Villon

Yo François Villon, a los cincuenta y un años
gordo y corpulento, de labios color ceniza
y mejillas que el vino amoratara,
a una cuerda ahorcado
lo sé todo acerca del pecado.
Yo, François Villon,
a una cuerda pendido
me balalnceo lento, habiendo sido
peor que Judas, quien también murió ahorcado.
Las viejas se estremecen al oír mis hazañas
pues no tuve respeto para la vida humana.
Que el viento me mueva, ya oigo cerca las voces
de aquellos que mandé a freír monas.
Me esperan en el infierno
y alargan las manos
porque se ha corrido allí, del Leteo al Cocyto
¡que al fin Villon había muerto ahorcado!
Ya la luna aparece, e ilumina la horca
dando a mi rostro el color de la sangre
yo, que hice mal sabedor de que lo hacía
hasta que por fin he muerto ahorcado.
Ya los lobos ladran en torno al patíbulo
y los niños gritan, parecidos a ratas:
¡Villon ha muerto ahorcado!
Viejas que me insultabais en la carretera oscura:
¡sabed que el semen moja mis caderas
y es fresco y sabroso el semen del ahorcado!
Que mis dientes sirvan
de jugo en tu caldera
bruja de los límites, tú a quien admiro
sabedora de embrujos, de filtros y de hechizos
más poderosos que la fe y que los apóstoles
de quienes se burló el Mago, más apta que ellos
para conocer el dolor
¡de este que un sepulcro merece!
Y que el viento diga, al amanecer, mañana
vanamente a ranas y a gusanos
Villon se ha hecho al fin célebre
pues al fin una horca dibuja su figura
¡Villon ha muerto ahorcado!
Y que de mi mano ajada caiga la rosa
que mis dientes estrujaron
pues ella supo mis crímenes
y fue mi confidente
y dígalo ella al mundo, cayendo sobre el suelo
¡Villon ha muerto ahorcado!
Pronto vendrá la canalla
a hozar en mi tumba
y orinarán encima, y los amantes
harán seguro el amor sobre mis huesos
y será la nada mi más escueto premio
para que ella lo diga,
no sé si nada o rosa:
¡Villon ha muerto ahorcado!
Sabrán de mí los niños
de edades venideras
como de un gran pecador
y asustados correrán a esconderse
bajo las sábanas cuando sus madres
les digan: "Cuidado ahí viene".
Y esa será la fama de Villon, el Ahorcado.
Y será tal mi fama que prefiero el olvido
porque un día, mañana
de ese futuro que el hedor hace
parecerse al recuerdo, una mano
dejará caer, al oír mi nombre
el fruto del culo, el excremento
y mi vida, y mi carne, y todos mis escritos
¡promesa serán sólo para las moscas!

Leopoldo Maria Panero