Dulce amor

Las cosas suceden así,
sencillamente:

Vuelven del trabajo
con sabor de cal viva entre los dientes.
la esposa les contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor, si la palabra estalla?-.

Y cogen del pan,
como si fuera barro y arena,
un puñado tan sólo.
(Es pan de pobres, desalado y negro
y triste como el silencio de la casa toda.)

Y se marchan.

(La esposa les oye cerrar la puerta,
pero no dice nada. ¡Está tan cansada!
Prefiere aquella fría soledad
con olor de abandono.

Pudiera recordar su juventud y dormir,
pero ¿quién sueña o duerme?
Los pobres no recuerdan;
mueren como las piedras roídas de las murallas.

Ellos, en tanto, beben
un agrio vino con sabor de azufre;
y si ríen y gritan y golpean,
es porque -¡Dios, qué vida!-
da rabia beber sin alegría.

Acaso entonces lleguen hombres
de esos que velan por la paz de las familias,
y les hablen del dulce amor de las esposas
y del descanso junto al fuego,
escuchando, por la radio, una dulce canción,
mientras los niños buscan en el atlas
países coronados de yedras o corales…

Si esto sucede, gritan con más fuerza
y beben más vino agrio con sabor de azufre,
hasta que ya no saben dónde tienen los ojos,
ni por qué les duele el corazón.

Les arrojan con prisa.
La calle es larga, y en el firmamento
las estrellas relucen.

Regresan a la casa -¡oh dulce hogar!- llorando.
La esposa les contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor, si la palabra estalla?"

Victoriano Crémer


El amor y la sangre

"El amor sube por la sangre. Quema

la ortiga del recuerdo y reconquista
el ancho campo abierto, la ceniza
fundadora, que la brasa sostiene.


El amor es herencia de la sangre,
como el odio, su amante, y se mantienen
íntimos, besándose, nutriéndose
de sus dobles sustancias transmitidas.


Nada podrá arrancarles de su abrazo:
La espada, el hielo, el tiempo, con sus filos
mezclarán sangres, que, lluviosamente,
germinarán odios, amor o nuevas sangres.


¿Cómo decir:
-“Aquéllos, que nunca conocieron
la sangre derramada, que separen
el odio del amor y reconstruyan
las viejas catedrales de la dicha…”


¿”Aquéllos”?, ¿son acaso otros que los murientes
trasvasados, hechos de sangre antigua?
No es posible lavarse el alma ni las manos
cuando fluye hacia ellas sangre y olor a sangre.


Si ha de hacerse el amor, será con sangre
trepadora, quemante, conocida,
pura sangre del odio, amante impávido
que el amor fecundiza.

Si ha de hacerse la paz…

-¡Callad, campanas!,
¡Ved la tierra, la tierra, que resume
su tempero sangriento y le convierte
en paz, en paz, a puñetazos puros…!"


Victoriano Crémer



“… Encerrados vivimos. La costumbre
levanta muros, aprisiona cielos,
esparce sones, crucifica rosas,
limita los caminos…”


Victoriano Crémer



“… Fui pasto de su furia. Su mirada y sus dientes
implacables hicieron tajadas de mi alma.
Mis vestidos rodaron como musgos antiguos
y sentí deshacerme como un barco de niebla…”

Victoriano Crémer



Isla

Así la tierra enardecida,
empuja sus cortezas
y como un puño vengador
eleva
su amenaza al cielo
resignado con su soledad eterna,
el corazón, crecido en la costumbre,
siente que entre las sangres se quiebra
su clausura y que un furor oscuro
hacia la culminación le lleva.

Designio, vendaval o mano
de angélica promisión, decreta
la inapelable sentencia de los dioses:
Morir día tras día, piedra a piedra,
como acaban los árboles y el rayo
escalando lo incierto.

Sin saber el origen ni el destino,
sin conocer la senda
de la libertad. Solamente sombra
de sí, apenas,
repentino fulgor de la memoria, escalofrío
por el laberinto de las venas.

Desde la altura
del tiempo, se contempla
la ciudad del cansancio, el paisaje encendido.

Victoriano Crémer


Regreso

Ya me tienes en ti de nuevo,
acaso nunca pude alejarme de estos muros vivísimos
que, abiertos siempre,
tienen largos brazos de aurora o de agonía.
Aquí contemplo vida,
me hago llama de esta hoguera de manos
que levanta sus negras lenguas a lo alto,
siento que soy un hombre más entre los hombres,
y un vestido de angustias me abandona sencillamente,
así la noche deja desnuda el alba y libre,
aunque con frío,
cuando lejanos sones la presienten,
frío tengo en el alma,
pero canto,
ahora que estoy aquí de nuevo
y veo tanto gozo y dolor,
tanta miseria
y tan clara esperanza compartida.

Victoriano Crémer