A un niño en un árbol

Eres el único habitante de una isla que sólo tú conoces,
rodeada del oleaje del viento y del silencio rozado apenas
por las alas de una lechuza.
Ves un arado roto y una trilladora cuyo esqueleto
permite un último relumbre del sol.
Ves al verano convertido en un espantapájaros
cuyas pesadillas angustian los sembrados.
Ves la acequia en cuyo fondo tu amigo desaparecido
toma el barco de papel que echaste a navegar.
Ves al pueblo y los campos extendidos como las páginas del silabario
donde un día sabrás que leíste la historia de la felicidad.
El almacenero sale a cerrar los postigos.
Las hijas del granjero encierran las gallinas.
Ojos de extraños peces miran amenazantes desde el cielo.
Hay que volver a tierra.
Tu perro viene a saltos a encontrarte.
Tu isla se hunde en el mar de la noche. 

Jorge Teillier


Botella en el mar

"Y tú quieres oír, tú quieres entender.
Y yo te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni para los iniciados.
Es para la niña que nadie saca a bailar,
es para los hermanos que afrontan la borrachera
y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos."


Jorge Teillier


Despedida

"Me despido de mi mano
que pudo mostrar el paso del rayo
o la quietud de las piedras
bajo las nieves de antaño.

Para que vuelvan a ser bosques y arenas
me despido del papel blanco y de la tinta azul
de donde surgían ríos perezosos,
cerdos en las calles, molinos vacíos.

Me despido de los amigos
en quienes más he confiado:
los conejos y las polillas,
las nubes harapientas del verano,
mi sombra que solía hablarme en voz baja.

Me despido de las virtudes y de las gracias del planeta:
los fracasados, las cajas de música,
los murciélagos que al atardecer se deshojan
de los bosques de casas de madera.

Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda.

Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
camino conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas en que las calles se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.
Me despido de una muchacha
cuya cara suelo ver en sueños
iluminada por la triste mirada de linternas
de trenes que parten bajo la lluvia.

Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
-la sal y el agua
de mis días sin objeto-

y me despido de estos poemas:
palabras, palabras -un poco de aire
movido por los labios- palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar."


Jorge Teillier




El poeta de este mundo
(A René-Guy Cadou)

Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente,
reunías palabras que eran pedernales
de donde nace un fuego que no es olvidado.
René-Guy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero y el contrabandista,
vivías en una aldea de seiscientos habitantes.
Allí eras profesor rural,
el peso del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases
como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro.
Te gustaba hablar con la gente de cara parecida a ollas de greda,
caminar descalzo,
ver jugar a las cartas en la taberna.
En la noche a la luz de un fuego de espino
abrías un libro mientras Helena cosía
("Helena como una gota de rocío en tu vaso").
Tenías un poeta preferido para cada estación:
en otoño era Verlaine, la primavera te traía todas las rosas de Ronsard,
el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand Meaulnes
y la estación violenta
el ruido de espadas entrechocándose en una posada de Alejandro Dumas.
Tú nunca estabas solo,
te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en el invierno.
Y mientras tus amigos iban al Café,
a la Brasseire Lipp o al Deux Magots,
tú subías a tu cuarto
y te enfrentabas al Rostro radiante.

En la proa de tu barco
te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos,
caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia.
Tus palabras llegaban
como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta
al fin del mundo.
Y los poemas se encendían como girasoles
nacidos de tu corazón profundo y secreto,
rescatados de la nostalgia,
la única realidad.

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada sino permite a los hombres acercarse y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los quieren llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada que decir.
La poesía es un respirar en paz
para que los demás respiren,
un poema
es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.
Pocos saben aquí lo que es un poema,
pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal;
pocos saben lo que es un poeta
y cómo debe morir un poeta.
Tú moriste en un cuarto en donde se congregaba toda la primavera
mirando un cesto con manzanas.
He visto morir a un príncipe
dijo uno de tus amigos.

Y este Primero de Noviembre
cuando me rodean los muertos que siempre están conmigo
y pienso en tu serena y ruda fe
que se puede comprender
como a una pequeña iglesia azul de pueblo
donde hay un párroco que no pide sino compartir su pan.
Tú hablabas con tu Dios
como al pobre hijo de un carpintero,
pues sabías que también se crucifica todos los días a un poeta
(Jesús tenía treinta y tres años,
Jean Arthur también era Cristo
crucificado a los treinta y siete).
Pero a ti no te importaba que te escupieran la cara o te olvidaran
porque como tú lo decías, nadie puede impedir a un pájaro
que cante en la más alta cima,
y el poeta derribado
es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque. 

Jorge Teillier



"El reloj sigue diciendo
que la noche es el único tren
que puede llegar a este pueblo."

Jorge Teillier


"El silencio no puede seguir siendo mi lenguaje,
pero solo encuentro esas palabras irreales
que los muertos dirigen a los astros y a las hormigas,
y de mi memoria desaparecen el amor y la alegría
como la luz de una jarra de agua
lanzada inútilmente contra las tinieblas."

Jorge Teillier
La última isla (extracto)


"Eso fue la felicidad: 
 dibujar en la escarcha figuras sin sentido 
 sabiendo que no durarían nada."

Jorge Teillier

La tierra de la noche


"No hablemos.
Es mejor abrir las ventanas mudas

desde la muerte de la hermana mayor.

La voz de la hierba hace callar la noche:

«Hace un mes no llueve».

Nidos vacíos caen desde la enredadera.

Los cerezos se apagan como añejas canciones.
Este mes será de los muertos.
Este mes será del espectro
de la luna de verano.

Sigue brillando, luna de verano.
Reviven los escalones de piedra

gastados por los pasos de los antepasados.

Los murciélagos no dejan de chillar

entre los muros ruinosos de la Cervecería.

El azadón roto

espera tierra fresca de nuevas tumbas.
Y nosotros no debemos hablar
cuando la luna brilla
más blanca y despiadada que los huesos de los muertos.
Sigue brillando, luna de verano."

Jorge Teillier



Otoño Secreto

Cuando las amadas palabras cotidianas pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan, ni el agua, ni la ventana,
y ha sido falso todo diálogo que no sea con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela y las manzanas puestas a guardar.
Cuando la forma de los árboles ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia memoria del otoño,
y los días tienen la confusión del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad que amamos antes de conocer;
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto que no queríamos escuchar. 

Jorge Teillier



Para Beatriz

Tal vez no aparecerás nunca más,
pienso en esta tarde de un sol que anuncia la resurrección,
porque todo resucita tras el viaje al infierno.
Y la semilla de la esperanza siempre creo verla
en la tierra arrasada del desamor florecer.
Tal vez no te veré nunca más,
porque yo mismo he lanzado una piedra al pozo
donde no debía despertar ecos,
pero en mi memoria sólo eres la muchacha que me mostraba
los magnolios recién florecidos en la Plaza Nuñoa.
Sólo recordaré de ti ese gesto
y vestida de tiempo que nada marchita.
Eres para siempre la única amada espiga
que debe traer la felicidad que no he sabido cuidar.
En el reino de la muerte serás el único sol que añoraré contemplar. 

Jorge Teillier



"Te gusta quedarte en la estación desierta
cuando no puedes abolir la memoria,
como las nubes de vapor

los contornos de las locomotoras."

Jorge Teillier



"Tengo ganas de que lleguen los ovnis..."

Jorge Teillier



“… Un día
volveremos al primer fuego.

Y los sobrevivientes

apenas podrán conservar

un ramo de gencianas y una palabra amada.”



Jorge Teillier


“…Ya no quiero ser más vendedor de palabras.

Ya mi cabeza está demasiado aturdida
y mi canción es sólo un montón de hojas muertas…”

Jorge Teillier