"Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular la savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos. Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad que respiraste el día que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve."

Susanna Tamaro
Donde el corazón te lleve


"Cuando trabajo en el huerto, de tanto en tanto trato de recordar el rostro de mi abuelo. Se quedaría perplejo si descubriera que su único nieto —el nieto de ciudad, el nieto que con su título de médico había sido su gran orgullo— lo había echado todo por la borda y vivía ahora haciendo el mismo trabajo que él.
Con frecuencia me vuelven a la mente sus gestos; cuando ato un arbusto mis manos son las suyas, las mismas manos callosas que veo también cuando trasplanto plantas jóvenes: manos agrietadas, fuertes, y sin embargo capaces de transformar en un instante su fuerza en delicadeza.
Creo que no te lo he contado nunca, pero la única vez en mi vida que he participado en una procesión religiosa fue precisamente un verano que pasé con los abuelos. En el pueblo se celebraba la fiesta de San Isidro labrador. El día anterior, la abuela me llevó con ella a rezar el triduo. Al pie del altar había dos enormes bueyes de yeso que tiraban de un arado; detrás de los bueyes se hallaba, en alto, san Isidro y, por encima de él, volaban suspendidos dos ángeles.
Cuando regresamos a casa, la abuela me contó que esos ángeles eran sus ayudantes y trabajaban en su lugar cuando él estaba cansado. Dios le hizo aquel insólito regalo en agradecimiento a su gran devoción.
Al día siguiente me puse la túnica blanca que me dieron y, con el incensario en la mano, precedí la estatua del santo por todas las calles del pueblo. No estaba acostumbrado al incienso, tenía el viento en contra, se me metía en los ojos y en la nariz, los ojos me lagrimeaban y temía tropezar. A mi alrededor se levantaba un coro de rezos en latín de los que no entendía ni una palabra, pero estaba muy orgulloso de mi papel, y también muy atemorizado ante la idea de no estar a la altura. Con gran sorpresa por mi parte, logré volver a la iglesia sin tropezar ni ceder a los mareos que me habían atormentado durante todo el recorrido.
Recuerdo que aquella noche, antes de dormirme, tuve una extraordinaria sensación de ligereza. Me encontraba allí, pero era como si no estuviera, estaba en mi cama, pero al mismo tiempo era como si flotara en el aire. A lo mejor los ángeles de san Isidro habían levantado mi colchón a la vez que el arado. Estaba en lo alto y volaba con ellos, pero, en lugar de tener miedo me daba risa, me sentía contento y libre como si fuera Aladino.
Este estado de gracia se mantuvo al día siguiente y, por su culpa, recibí la primera y única torta de mi abuela. Unos días antes había encontrado en el huerto un bonito ejemplar de mantis religiosa. La llevé a casa y la instalé en la cocina, en una de las jaulas de grillos del abuelo. El insecto se mantenía en su habitual posición, con las patas juntas. Al día siguiente de la procesión, se me ocurrió darle una sorpresa; me escondí debajo de la mesa donde estaba colocada la jaula y con un hilo de voz —la que suponía que tendría la mantis— me puse a repetir algunos fragmentos de oraciones en latín que afloraban a mi memoria. No había acabado de decir «requiescant in pace» cuando la mano de la abuela cayó con fuerza sobre mi cabeza. Sus ojos centelleaban como el fuego."

Susanna Tamaro
Para siempre



"La idea que me expones en tu última carta me parece óptima. Quieres intentar entrar en la escuela de fisioterapia porque, como dices, tengo claro que prefiero ocuparme de seres humanos antes que de cuentas corrientes. Es un gran paso adelante, ¿no crees? Al principio sabías sólo lo que no querías hacer: utilizar tu licenciatura de Economía. Ahora sabes lo que quieres: ocuparte de las personas que sufren.
Tengo varios amigos fisioterapeutas y me parece un trabajo muy interesante: conocer el cuerpo, escucharlo, para lograr vencer el dolor. Creo que es un campo adecuado para los curiosos como tú, porque seguro que hay muchas cosas por descubrir sobre la enigmática relación entre alma y cuerpo. El desarrollo de nuestra civilización no ha favorecido este tipo de conocimiento.
El «pienso, luego existo» de cartesiana memoria ha sido una piedra angular en la negación de la totalidad del hombre. Existe la cabeza y el resto es sólo un molesto apéndice. Lo podemos ver todos los días en las salas de espera de los consultorios médicos, en los autobuses, por la calle, donde estamos rodeados de cuerpos jóvenes y ya extraños a sí mismos.
Qué error creer que nuestro pensamiento sea capaz de descifrar la realidad, de hacerla inteligible, de justificarla. Podemos dar definiciones, naturalmente, y éstas pueden llegar a ser nuestra idea de la vida. Pero nunca serán la vida, jamás abrazaremos su misteriosa, fascinante y dolorosa totalidad.
Como ves, para tomar una decisión has tenido que dejar pasar tiempo y puede que tenga que pasar mucho más antes de que tu deseo se vuelva realidad. Es difícil, hoy en día, no dejarse atrapar por la fiebre malsana de la prisa. Todos tienen prisa, corren, como si los persiguiera una manada de hienas salvajes.
Pero ¿a qué responde esta continua fuga? Es miedo, impaciencia, no querer ponerse a la escucha. Antes que afrontar el vacío, huyo. Con tal de no hacerle frente al silencio, salto. Para no detenerme y tratar de comprender cuál es el camino justo, cojo el primero que encuentro. ¿Hacia dónde va? ¡No importa! Lo que importa es moverse, no dejarse atrapar por el desaliento de no estar en ninguna parte.
Huyo de la gran oscuridad, de la plaga del color de la tinta que se extiende más allá de los días. Huyo de la enorme pregunta que hace la muerte a quien se detiene. ¿Tiene sentido todo esto o el existir es sólo la sombra de un sueño, el delirio de una mente loca? «Siéntate y aguarda», escribe la abuela a su nieta en la página final de Donde el corazón te lleve. «Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún.»
Como una planta, que para crecer vigorosa requiere la cantidad adecuada de luz y de agua, la vida interior, para proceder en la verdad, necesita inmovilidad y paciencia. Una decisión tomada con prisas, muy pronto, estará atada de pies y manos. Una respuesta aferrada entre el montón es distinta de una escogida después de haber descartado muchas, porque nuestra mente, contrariamente a lo que se cree, no es fuente de verdad sino de confusión.
Para empezar a entenderlo no tienes más que intentar interrogar tus pensamientos. ¿De dónde vienes? ¿Quién eres? ¿Adónde me quieres llevar? Verás que uno tras otro se desinflarán como un soufflé recién sacado del horno. Uno venía del miedo, otro de la envidia, el tercero era el deseo de revancha. Bajo interrogatorio, mostrarán la ambigüedad de su rostro.
Y cuando ante tus ojos aparezca la verdad en su perfecta definición intelectual, rózala con un dedo y hazla reventar como una pompa de jabón, porque la verdad es esplendor y no definición. Y su fuerza no es la comprensión, sino la amorosa energía que el espíritu libera."

Susanna Tamaro
Más fuego, más viento




"Los cambios se acumulan imperceptiblemente, poco a poco, y al llegar a cierto punto estallan."

Susanna Tamaro


"Nos hemos olvidado muy de prisa de cuando éramos nosotros los que tenían que emigrar."

Susanna Agnelli