"Algunos piensan- prosiguió el Visir -que el mundo de las pesadillas y de los sueños, en una palabra, vuestro mundo, es el que dirige a este otro de acá. Más yo tengo la convicción de que es este mundo el que lo dirige todo. Es él, a fin de cuentas, el que decide qué sueños, pesadillas o delirios, conviene sacar a la superficie, como un cubo saca el agua de un pozo profundo. ¿Entiendes lo que quiero decir? Es este mundo el que elige en ese abismo lo que le interesa."

Ismaíl Kadaré


"Aquí está el fin del mundo según los pueblos que tienen inviernos muy ventosos."

Ismaíl Kadaré

Campos invernales

Campos sembrados
con cabezas de visires y bajaes,
condes y coroneles:
silba el viento sobre ellos.
Una hoja que vuela,
una crin de caballo
y las plumas de un ave
se convierten de repente
en símbolos, enseñas y grados.
El llano desolado invoca viejos fantasmas
(cuántas veces en verano
dictaron que aquí era invierno).
Pero el trigo brotará dentro de poco,
se esfumarán esos espectros por ahora,
hasta que, tras la cosecha y las primeras lluvias,
otra vez se presenten.

Ismaíl Kadaré





"Cansada, ella trataba de contradecirle, pero sin mucho afán. ¿No intentaría tal vez de este modo renovar en sus relaciones la llama del deseo? ¿De forma que en cada nuevo encuentro, convertida en extraña, distante, a ser posible infiel, le atrajera con más intensidad físicamente hablando?"

Ismaíl Kadaré



"¡Compartir el poder significa antes que nada repartirse los crímenes!"

Ismaíl Kadaré



"Diana continuaba ensimismada en el paisaje. Había algo en él que distraía la atención, que vaciaba, aliviando así la intensidad de los pensamientos. Diana recordaba los casos difíciles de interpretación del Kanun con que se había encontrado Alí Binak, tal como los había escuchado de labios del posadero. No se trataba en realidad de acontecimientos en sí sino de fragmentos de ellos, imágenes y retazos que flotaban con lentitud en la corriente de su divagación. Dos puertas que eran arrancadas de sus goznes para ser intercambiadas. Una había sido agujereada a balazos en una noche de verano. El dueño de la casa ofendida debía tomarse la debida satisfacción, mas ¿qué hacer? Por culpa de una puerta agujereada no podía derramarse sangre, pero tampoco podía quedar impune la ofensa. Entonces Alí Binak, convocado para dirimir el caso, había sentenciado que se debía arrancar la puerta del culpable y colocar en su lugar la dañada, que tendría que permanecer así para siempre, sin que su dueño tuviera derecho a cambiarla ni repararla.
Diana imaginaba el deambular de Alí Binak de aldea en aldea y de comarca en comarca, secundado por sus dos asistentes, el médico y el agrimensor. Era difícil concebir un grupo más extraño. Otra noche, alguien recibía un huésped en casa y enviaba a su mujer a la de unos vecinos (los más próximos se encontraban a un cuarto de hora) para pedirles algo prestado. Y la mujer no regresaba, pero el anfitrión permanecía frente al huésped y ocultaba su inquietud hasta la mañana siguiente. En cuanto a ella, no regresaba al día siguiente ni al otro, pues había sucedido algo insólito en el Rrafsh: la mujer había sido retenida por la fuerza en la casa de tres hermanos vecinos, que yacieron con ella una noche cada uno.
Diana se imaginó a sí misma en la situación de aquella mujer y se estremeció. Sacudió la cabeza, en un esfuerzo por liberarse de idea tan enervante, pero no llegaba a lograrlo.
Pasada la tercera noche, la mujer regresó y relató a su esposo lo sucedido. ¿Qué debía hacer el agraviado? El hecho era del todo insólito y sólo podía repararse con sangre. Bien, pero el clan de los hermanos violadores era numeroso y gozaba de mucho poder, de modo que tras los primeros meses de venganza la familia del ofendido quedaría completamente extinguida. Por otra parte, el marido burlado no era muy valiente. Así pues, reclamó por aquel hecho extraordinario algo que rara vez reclama un montañés: el concurso del consejo de ancianos. El caso era complicado. No resultaba fácil juzgar un asunto que no tenía precedentes en la memoria del Rrafsh; era también difícil encontrar el castigo que debían recibir los tres hermanos. Llamaron entonces a Alí Binak y éste expuso dos posibles salidas: o los tres hermanos enviaban por turno a sus mujeres a dormir, una noche cada una, con el ofendido, o elegían a uno de ellos para que muriera a manos de éste sin que su muerte tuviera derecho a ser vengada."

Ismaíl Kadaré
Abril quebrado



"Durante los dos días pasados con Rovena habían vuelto sucesivas veces a esta cuestión. Llegaba un momento en que todas sus explicaciones se enturbiaban hasta parecerle a él mismo carentes de sentido. Entonces buscaba otras."

Ismaíl Kadaré




"¡El gobierno es capaz de atrapar una liebre con una yunta de bueyes!"

Ismaíl Kadaré





"En tales casos, ella se volvía todavía más hermosa. Los ojos, que hasta ese instante no habían hecho más que seguir el humo del cigarrillo, se le iluminaban de pasión. Las mejillas de igual modo. Quedaba entonces envuelta en una belleza que sobrecogía, que te arrasaba. ¿Qué te arrasaba? ¿Qué significa eso? No sé cómo explicarlo. Quería decir una belleza que te dejaba partido en dos, tal como dicen."

Ismaíl Kadaré



"En toda tiranía la realidad es doble o triple: está lo que se dice; luego, más importante, está lo que no se dice pero debe sobrentenderse y luego están las cosas que el estado dice y que nadie se va a creer y que ellos saben que será así. El principio de cada tiranía es el miedo; lo más importante es que la gente tenga miedo, por el método que sea."

Ismaíl Kadaré



Exorcismo

¿Qué era ese vago resplandor como de la otra vida?
¿Por qué un fuego pareció engendrar otro fuego,
aunque helado, y dentro del gemido,
qué fue esa especie de queja?
Aéreas máscaras se proyectaban aquí y allá
como llamas en busca de un rostro en que posarse.
¿Por qué una mujer se incorporó gritando en sueños:
“me estoy quedando estéril”?
Y ¿qué risa era aquella
que se rasgó por dentro
y desplomó como ruina?

Otra vez vagan en busca cada cual de su cabeza,
angustiados por no hallarla. ¿Dónde, dónde? ¿Cuál?
En la llanura invernal quedará flotando su congoja.

Troya resucitaba.
Y Grecia se estremeció de angustia.
Los hombres de Estado se reunieron.
Por todas partes cundió la alarma.
El ejército estaba alerta. La policía. Los filósofos.
Las cárceles y los diplomáticos.
Todo estaba a la espera.

Se debatió largo tiempo qué partido tomar.
Se abrieron los archivos,
las crónicas antiguas fueron consultadas.
Hasta que al fin se halló la solución:
llamar a lo aedos
para calmar los ánimos, amputar Troya.
Separar Troya de Grecia
como se extirpa un tumor,
para salvar a Grecia.
Y así se hizo.

Ismaíl Kadaré




"Fue sólo una frase que pasó de boca en boca y nunca fue tragada."

Ismaíl Kadaré




"Hacer una literatura según las leyes universales quiere decir que esa literatura se sobrepone al miedo; bajo el miedo no se puede crear nada. ¿Qué hice yo bajo el régimen totalitario? Simplemente, hacer literatura normal en un país anormal; eso ya es mucho."

Ismaíl Kadaré




"La literatura es el primer fenómeno globalizador. Ya sé que el concepto de la globalización se maneja ahora como un descubrimiento, pero sólo hace falta leer a Esquilo, o a Shakespeare, por citar dos ejemplos, para darse cuenta de que la literatura, el teatro, son el vehículo para hablar del hombre y de sus incertidumbres y de sus escapatorias."

Ismaíl Kadaré




"La norma primera y fundamental es la alta calidad, la belleza, que puede ser algo inquietante, que hable de horrores y hay gente que quiere oírlo; la literatura tiene más de la muerte que de la vida."

Ismaíl Kadaré



"La vida de un hombre queda perturbada para siempre una vez que se encuentra atrapada en los engranajes del poder."

Ismaíl Kadaré



"Lo queramos o no, nuestra humanidad, todos nosotros formamos parte del sistema de la guerra. Es ésta la mayor maldición, la vergüenza absoluta de nuestro planeta. Hace siglos que hemos caído en ese foso, en ese mal sueño, y no somos capaces de salir de él."

Ismaíl Kadaré




"Ni la democracia ni la dictadura han cambiado mi manera de escribir."

Ismaíl Kadaré




"No existe pasión o pensamiento maléfico, adversidad o catástrofe, rebelión o crimen, que no proyecte su sombra en los sueños antes de materializarse en el mundo."

Ismaíl Kadaré


"No hay buena literatura que pueda provenir de la felicidad y de la bonhomía. Es el dolor, el sufrimiento y hasta el drama el que nos inspira y nos a atrae. No por regodearse en el mal ni en el llanto, sino por superarlo gracias a la palabra compartida. Ocurre igual con el teatro y con el cine. Podemos asistir a una película terrible sobre el genocidio nazi, pero salimos de la sala mejores de cuando entramos si la película es buena. Se produce no diría una sublimación del mal, sino una superación."

Ismaíl Kadaré





"No llegué a la literatura desde la libertad, sino a la libertad desde la literatura."

Ismaíl Kadaré





"(...) Que eres feliz, que estás locamente enamorada, tal como dicen. A fin de cuentas, eso es lo que todas nosotras esperamos de la vida: enamorarnos. La expresión misma tiene algo de peyorativo para una mirada ajena. Rendirse al amor. Fall in love. Es algo así como caer dentro de un hoyo, en una trampa; por tanto, poco más o menos en una prisión."

Ismaíl Kadaré



"¿Quién ha dicho que lo que vernos con los ojos abiertos no está desnaturalizado y que, por el contrario, esta de aquí no es la verdadera imagen de las cosas? - Aminoró el paso ante una puerta. - ¿No has oído a los viejos murmurar: "Ah, la vida no es más que un sueño"?"

Ismaíl Kadaré


"Realmente todos nosotros, y no solo yo, nos quedamos de piedra cuando vimos a la herida. Sin embargo, no sucedió nada raro, salvo que los soldados del dormitorio número dos, en uno de cuyos catres la depositamos, cortaron aquella noche las bromas que normalmente se gastaban entre ellos antes de dormir y en el dormitorio reinó el silencio. Sabía que no resultaba fácil instalar a una joven extranjera en medio de los soldados, pero yo me fiaba de mis camaradas como de mí mismo. ¿Quién diablos sería? Por su cara era difícil de adivinar. Bien podía ser una de aquellas mujeres ligeras, como las que habían traído año y medio antes, en verano, pero también podía ser miembro de las organizaciones nacionalistas patrióticas, como las del diciembre anterior.
Pasaron así algunos días gélidos. Ahora, durante la noche, se oían en lontananza los aullidos de los lobos, que, al parecer, recorrían en manada las montañas. Nosotros destacábamos de continuo patrullas a lo largo de la línea fronteriza, mientras que a los de enfrente ni se les sentía. Se daba el caso de que ya ni apostaban un centinela en la atalaya y, como en las noches reinaba una completa oscuridad, llegó a parecernos que todos ellos estaban muertos. Pero, una semana después de que nos trajeran a la mujer herida, me informaron de que alguien se acercaba de nuevo a la frontera con bandera blanca. El enfermero quería visitar a la herida. Me encolericé. La idea de que pretendían aprovecharse de la joven herida para introducirse en nuestro puesto me martilleaba en la cabeza. Me recordaba la historia del clavo de Nastradin; lo había clavado, como si tal cosa, en la pared de una casa en construcción y, acabada la obra y con la casa llena de gente, se presentaba cuando le apetecía a colgar la chaqueta de su clavo. Pero aquí se trataba de algo mucho más serio. Ahora bien, al haber admitido a la muchacha herida, no hallaba el modo de impedir que el enfermero visitara a su compatriota. Sin devanarme demasiado los sesos (el enfermero seguía a la espera en medio de la nieve en tierra de nadie, con aspecto doliente y temblando de frío), le permití atravesar la frontera, pero, en cuanto penetró en nuestro territorio, le ordené entregar las armas. Le entregó la metralleta y el puñal a uno de nuestros soldados y después se encaminó rápidamente al puesto.
El enfermero estaba pálido y sin afeitar. Su rostro denotaba las huellas de la bebida y el tedio. Habló durante media hora con la enferma y después se marchó, tras recuperar su metralleta y su puñal."

Ismaíl Kadaré
La provocación



"Sin responderme emprendió la marcha en dirección al mar y la seguí. La arena crujía bajo nuestros pies y ambos guardábamos silencio. Ella continuaba con las manos en los bolsillos del pantalón y su blusa malva parecía ahora negra. Hacia nuestra izquierda estaba al mar, a la derecha se cernían las sombras oscuras de los pinos de la costa y se divisaban dispersas las casas de reposo y las estaciones del tren eléctrico. Entre los pinos aparecían de vez en cuando pequeñas iglesias de un estilo que no había visto nunca, estrechas y con los campanarios extraordinariamente altos. Llevaba un buen rato buscando un buen tema de conversación y, en medio de este penoso esfuerzo, acudió dos o tres veces a mi memoria, casi con nostalgia, la muchacha ucraniana de Yalta, a quien se le podían contar las cosas más inverosímiles y ella no sólo las creía, sino que podía arrojarse a tu cuello cada vez que terminabas de contarle cualquier disparate."

Ismaíl Kadaré
El ocaso de los dioses de la estepa


"Soy un escritor político si mi obra se relaciona al tiempo y a las experiencias que he vivido. No puedo despojarme de mi contexto ni aislarme del mundo que me rodea. Al mismo tiempo, como escritor establezco una realidad paralela. La literatura llega a convertirse en una segunda patria. Y se produce, por tanto, un conflicto entre lo que vives y lo que escribes."

Ismaíl Kadaré



"Todas estas especulaciones extenuaban el cerebro de Mark-Alem. Más obsesionantes, sin embargo, eran aquellos días interminables y carentes de color en que no se hablaba de nada ni sucedía nada, y él se veía obligado a trabajar inclinado sobre el expediente, pasando de un sueño a otro sueño, como a través de la bruma, que en ocasiones parecía disiparse, pero que en general era opaca y cargada de tristeza.
Era viernes. Los encargados del Sueño Maestro debían desempeñar aquel día una actividad febril. Sin lugar a dudas, el Sueño Maestro habría sido escogido ya y se dispondrían a llevarlo al Palacio del Soberano.
Afuera, la carroza con el emblema imperial esperaba hacía tiempo, rodeada de guardias. El Suprasueño partiría, pero incluso después de su marcha el departamento continuaría presa de la ansiedad, o al menos de la curiosidad por saber cómo sería acogido el sueño en el Palacio del Sultán. Habitualmente el eco les llegaba al día siguiente: el Badijá había quedado satisfecho, o bien el Badijá no había dicho nada y, en ocasiones incluso el Badijá se mostraba descontento. Pero esto último sucedía rara vez, muy rara vez.
De cualquier manera, los días en ese departamento eran más animados y discurrían de modo distinto. La semana pasaba con rapidez cuando se esperaba la llegada del viernes. Pero el resto del tiempo era tedioso, monótono, gris.
Y si embargo, pensó Mark-Alem, todos soñaban con ser transferidos a Interpretación. ¡Si supieran cómo se arrastran las horas aquí! Y para colmo, aquella angustia permanente flotando por doquier (desde que habían encendido las estufas, Mark-Alem tenía la sensación de que la angustia olía a carbón).
Se inclinó sobre el cartapacio y prosiguió la lectura. Ya se había familiarizado en cierta medida con el trabajo y lograba encontrar con mayor facilidad una interpretación para los sueños. En pocos días daría fin a su primer expediente. No le quedaban más que unas cuantas hojas. Leyó algunos sueños fastidiosos que hablaban de agua sucia, negra, de un gallo enfermo que se había hundido en el cieno y de un reumatismo escapado del cuerpo de un asistente a una cena de infieles. Qué escoria, se dijo y soltó la pluma. Era como si el desperdicio hubiera quedado para el final. Su mente se trasladó de nuevo a las salas de los encargados del Sueño Maestro, tal como se evoca, en un ambiente en particular aburrido, la casa en que se llevan a cabo los preparativos para una boda. No había visto nunca aquellas salas, ni siquiera tenía idea de en qué ala del Palacio se encontraban aunque tuviera la convicción de que, contrariamente a las demás, dispondrían de grandes ventanales hasta el techo, por los que penetraría una iluminación solemne, ennobleciendo a las personas y a las cosas.
Bueno, murmuró para sí Mark-Alem y volvió a alzar la pluma. Se propuso trabajar sin interrupción hasta que sonara la campanilla anunciadora del final de la jornada. Le habían quedado dos hojas para terminar la interpretación del contenido total del expediente. Lo mejor sería leerlas y desembarazarse de aquella entrega de una vez por todas.
El ruido de los empleados abandonando las mesas y dirigiéndose a la salida lo rodeaba por todas partes. Poco después, cuando se restableció por fin la calma, sólo quedaban en la sala quienes habían decidido trabajar fuera de horario. Mark-Alem sintió que lo poseía el vacío dejado por los funcionarios al marcharse. Era el mismo vacío que había experimentado cuantas veces se quedaba después de finalizada la jornada normal, pero ¿qué iba a hacer para evitarlo? Era aconsejable hacer de vez en cuando horas extraordinarias por propia iniciativa, aparte de los casos de permanencia obligada. Se había resignado ya a perder aquella tarde. Hizo una profunda inspiración, un suspiro en realidad, y comenzó a leer una de las dos hojas. Vaya, se dijo cuando hubo leído el primer renglón. ¿Dónde había visto antes aquel sueño? Un terreno abandonado lleno de basuras junto a un puente y un instrumento musical… Estuvo a punto de lanzar un grito de sorpresa. Era la primera vez que se tropezaba con un sueño que hubiera pasado por sus manos cuando trabajaba en Selección. Se alegró como si encontrara a un viejo conocido, volvió la cabeza a ambos lados con el deseo de compartir con alguien aquella coincidencia, pero eran muy escasas las personas que quedaban en la sala y el más próximo se encontraba al menos a diez pasos."

Ismaíl Kadaré
El palacio de los sueños



"Un enfrentamiento, un intercambio de golpes terribles pero sordos han tenido lugar en las profundidades, en los cimientos mismo del Estado (...) Y entretanto nosotros, como ya he dicho alguna vez, no vemos más que sueños, jirones de niebla."

Ismaíl Kadaré



"Una dictadura siempre es un agujero negro del que no se sale tan fácilmente."

Ismaíl Kadaré



"Y todo iba a ser diferente, diferente...."

Ismaíl Kadaré