"Cómo deseo poder preguntarte hacia dónde voló el ganso salvaje que abandonó la bandada."

Murasaki Shikibu



"Cuando me marché, me ordenaste que no volviera jamás, y ahora que he vuelto, el recuerdo me entristece."

Murasaki Shikibu




"El lugar se encontraba a cierta distancia de las montañas. Las flores de la ciudad ya habían desaparecido, puesto que era a finales del tercer mes, pero en las montañas los cerezos estaban en plena floración, y cuanto más se alejaba Genji, más encantadores resultaban los velos de bruma."

Murasaki Shikibu



"Es inútil. Dicen que a veces uno se ahoga en el desengaño; pues bien, ¡Resígnate tras haber saltado al abismo de mi afecto!"

Murasaki Shikibu




"Envíame palabras a través de las ocas salvajes que vuelan al norte, tan seguido como ellas volando pasan nubes. Escríbeme constante."

Murasaki Shikibu



"Mientras el cielo se oscurece y las olas se yerguen en un súbito chubasco, el bote en el lago flota enfermo a gusto."

Murasaki Shikibu



"Mientras espero que el pájaro cante, ¿Debo permanecer en el bosquecillo de Kataoka y sentir las gotas del rocío?"

Murasaki Shikibu



"Mientras observo los descendentes cielos nublados para siempre, ¿cómo es que ellos llueven lágrimas de amor?"

Murasaki Shikibu




"Ningún arte ni aprendizaje se puede cultivar sin entusiasmo."

Murasaki Shikibu



"No dedico pensamientos a mi propia vida frágil y sin embargo sentir la mortalidad de los demás es de verdad una tristeza."

Murasaki Shikibu



"No sabiendo dónde ponerme ni qué hacer, continúo existiendo a pesar del desánimo"

Murasaki Shikibu


"- ¡Oh, vamos! -susurraron entre ellas-. Sigue siendo tan amante del amor como siempre...Ése parece ser su gran defecto. Se va a meter en líos."

Murasaki Shikibu



"Pero es la fragilidad lo que da su encanto a la mujer. No me interesan las mujeres que insisten en valorar su inteligencia. Prefiero una que sea dócil, tal vez porque yo mismo no soy demasiado ingenioso ni estoy demasiado seguro de mí mismo..."

Murasaki Shikibu



"Pero tengo una teoría propia acerca de lo que es este arte de la novela y cómo nació. Primero, no consiste sencillamente en que el autor haga una narración de las aventuras de otra persona. Por el contrario, la novela surge porque la propia experiencia del narrador acerca de hombres y cosas, ya sea en bien o en mal -y no solamente lo que él mismo ha pasado, sino también los hechos que no hizo más que presenciar o que le fueron contados-, le produjo una emoción tan arrebatadora, que no podría tenerla encerrada más tiempo en su corazón. Muchas veces algo de su propia vida o de lo que lo rodea le parece al escritor tan importante, que no puede soportar que quede en el olvido. Jamás deberá llegar el día -piensa- que los hombres no sepan esto. Esa es mi idea de cómo surgió este arte.
[...]
Genji obsequió al chambelán con una espléndida flauta coreana y un delicioso muestrario de caligrafías chinas en una caja magnífica de madera de áloe. En los días que siguieron se interesó profundamente por los estilos cursivos japoneses, y, habiendo trabado conocimiento con varios especialistas de fama, encargó a cada uno de ellos un libro o un rollo para la biblioteca de su hija. Los calígrafos se superaron y los trabajos presentados hubieran constituido la joya de cualquier biblioteca de prestigio. También incorporó dibujos y muestrarios de enorme interés, que suelen agradar mucho a los jóvenes, y, aunque quería que sus dibujos de Suma pasaran a sus descendientes, de momento se abstuvo de deshacerse de ellos, pues pensó que su hija era seguramente demasiado joven todavía.
To no Chujo se enteró del certamen caligráfico, al cual no había sido invitado, y le sentó muy mal. Por aquel entonces su hija Kumoi no Kari estaba más bella que nunca, y verla pasar los días de su juventud encerrada en su casa mientras en todas partes se comentaba el «brillante porvenir» de la hija de la dama de Akashi le resultaba difícil de soportar. Yugiri se mantenía al margen, y no daba muestras de amarla, pero tampoco de haber dejado de hacerlo. Si el ministro se daba por vencido y ofrecía a Genji la mano de Kumoi para Yugiri, sentiría que había hecho el ridículo.
Empezaba a arrepentirse de haberse mostrado tan opuesto al enlace en otro tiempo, cuando el joven estaba tan interesado por su hija. De todos modos, no comentó con nadie sus cuitas y procuró mostrarse amable con el muchacho, pues reconocía que no tenía la culpa de nada. Yugiri conocía la situación, pero la familia de Kumoi no Kari lo había tratado con desprecio, burlándose de su atuendo azul, y no estaba dispuesto a dar ahora el primer paso. No obstante, dejó entrever que seguía interesado en la joven al no interesarse abiertamente por ninguna otra dama de su entorno. El día que ostentara el cargo de consejero y pudiera vestir con arreglo a su rango, decidiría qué actitud tomar."

Murasaki Shikibu
La historia de Genji



"¿Por cuánto tiempo deberemos extrañar a aquellos que ya se han ido? El dolor de hoy es nuestro propio mañana."

Murasaki Shikibu





"Según los criterios establecidos en la conversación de aquella noche, ella no poseía ninguna cualidad en un grado demasiado alto ni demasiado bajo, lo cual le llenaba de asombro y de un anhelo desesperado. El debate no tuvo ninguna conclusión, y acabó por caer en un deshilvanado chismorreo que los jóvenes mantuvieron hasta el amanecer."

Murasaki Shikibu




"Sopladas por tormentas en colinas distantes ni las transformantes hojas ni el rocío resisten siquiera por un momento."

Murasaki Shikibu




"Su elegante distinción era evidente. Flotaba en el aire una densa fragancia de incienso, y el frufrú de las sedas reflejaba una riqueza ostentosa, pues era aquélla una casa donde se prefería la exhibición de lo que estaba de moda al atractivo más profundo de un discreto buen gusto."

Murasaki Shikibu



"Su majestad debía volver al palacio del emperador el día diecisiete. Nos habían ordenado estar a punto a la hora del Perro, pero pasó la noche entera sin que nos pusiéramos en marcha. Éramos unas treinta damas: con el cabello perfectamente peinado, estábamos sentadas, esperando. No era fácil reconocerse en plena noche. Aguardábamos en la galería del sur, y una puerta lateral nos separaba de las diez o más damas de la casa imperial que ocupaban el aposento que daba a la galería este.
Su majestad compartía el palanquín con su portavoz Miya no Senji. Detrás de ellas, en un carruaje muy ornamentado, iban la esposa de su excelencia y la nodriza Sho, llevando el niño. Las damas Dainagon y Saisho iban detrás en un coche con adornos dorados, y las seguían Koshosho y Miya no Naishi. Yo viajaba detrás de ellas, compartiendo carruaje con Muma no Chujo, consorte del teniente general encargado de los establos reales, pero mi compañera parecía sentirse molesta por mi presencia. ¿Por qué se mostraba siempre tan altiva y distante?, me preguntaba, y su actitud mezquina me ofendía. Seguían las damas Jiju y Ben no Naishi, Saemon y Shikibu en sus palanquines respectivos. A partir de aquí ya no había un orden «oficial» y cada cual iba a donde quería y con quien quería.
Cuando llegamos, el resplandor de la luna era tan intenso que tenía ganas de esconderme. Dejé que me guiara la esposa del teniente general, y cuando vi que tampoco ella sabía adónde se dirigía, pensé que formábamos una pareja absolutamente ridícula.
Al fin entré en mi aposento (el tercero contando por el final de una de las galerías exteriores), y me eché en la cama para dormir. Koshosho entró al poco rato y ambas estuvimos quejándonos de lo triste que resultaba nuestro sino. Nos quitamos las ropas de encima, que el frío había acartonado, y nos pusimos túnicas acolchadas. Mientras empezaba a añadir carbón al brasero, lamentándome de lo duro que resultaba sentirse congelada hasta el tuétano, se presentaron el chambelán asesor Sanenari, el consejero de la izquierda Tsunefusa y el capitán medio Kinobu. No puedo decir que su visita nos hiciera saltar de contento. Esperaba que aquella noche nos dejarían tranquilas, pero debió de correr la noticia de nuestra llegada.
—Volveremos mañana temprano. Esta noche hace muchísimo frío. ¡Estamos helados! —dijeron atropelladamente, y se dirigieron al pabellón de la guardia. Mientras los miraba partir, me preguntaba qué clase de mujeres los estarían esperando en sus hogares. No es que pretenda compararme con ellas, pero pensaba en Koshosho, elegante y atractiva como pocas, a la cual le había salido todo tan mal en la vida. Desde que su padre se retiró, el destino parece haberse ensañado con ella.
A la mañana siguiente, su majestad examinó los regalos que había recibido la noche anterior. Los accesorios de sus cajas de peines eran tan maravillosos que nunca me hubiese hartado de mirarlos. Había, también, un par de cajas más, y en el cajón superior de una de ellas unos libritos de papel blanco estampado, que no eran sino las tres antologías poéticas conocidas como Kokinshu, Gosenshu y Suishu, cada una de ellas en cinco volúmenes. El chambelán y consejero medio Yukinari y el clérigo Enkan habían hecho las copias. Las cubiertas eran de seda y los cordones del mismo material al gusto de China. En el cajón inferior había otras colecciones de poesía de autores antiguos y modernos como Yoshinobu y Motosuke. Los libros copiados por Yukinari y Enkan eran algo extraordinario y según la última moda, porque estaban destinados a que su majestad los tuviera siempre a mano."

Murasaki Shikibu
Diarios de damas de la corte de Heian



"(...) Tiene una apostura arrolladora, es encantador y elocuente, y parece gozar de unos medios materiales ilimitados a lo largo de toda su vida. Es muy joven y, naturalmente, tiene poca influencia y responsabilidad en el mundo, pero a medida que avanza en edad y rango, al tiempo que progresan sus extraordinarias dotes naturales, no tarda en poseer fuerza política y, por lo tanto, en endurecerse la oposición política contra él."

Murasaki Shikibu




"(...) Y aunque aceptar la protección de los poderosos a menudo significa también atraerse conflictos, ella jamás cometía el menor desliz de esa clase, pues no permitía que nadie a su servicio hiciera nada que pudiera disgustar a otros."

Murasaki Shikibu



"Yo, que jamás supe lo que significaba el árbol de retama, ahora me asombro al descubrir que el camino a Sonohara me ha alejado mucho de mi ruta."

Murasaki Shikibu