"A cualquiera que afirmase con Kampala es una ciudad bonita lo tomarían por loco. Yo la encontré hermosa. A primera vista, es fea y desgarbada. Pero es necesario aprender a comprenderla. A Kampala debe mirársela desde sus colinas, pero hay que vivirla en sus hondonadas. La relación con esta urbe extraña se parece mucho al amor: uno se aproxima con los ojos, juzga sin demasiada seguridad, luego busca en el tacto y los olores un eco receptivo y, si lo encuentra, uno se queda y ama. En caso contrario, si el regusto es acerbo, te largas por más belleza que te pongan delante. Desde luego, Kampala no crea un amor a primera vista. Pero su humanidad acaba por enamorarte."

Javier Martínez Reverte

"A la compañía Air May Be la distinguen tres características: nunca cumple los horarios de salida, nunca cumple los de llegada y en muy pocas ocasiones tampoco los itinerarios anunciados. No obstante, Air May Be posee una cualidad especial, sus aviones casi nunca se caen, aunque parece que todos van a derrumbarse desde el momento en que despegan. Viajan dando tumbos, renquean, son viejos como un cocodrilo del Nilo, hacen tanto ruido que es imposible hablar en su interior, nadie sabe si quien manda en el avión es el piloto, la azafata o el sobrecargo, y vuelan entre tormentas que ni el mismísimo Spielberg podría reconstruir con efectos especiales..., pero no se caen."

Javier Martínez Reverte


"África tiene un aura especial y la tersura de un sueño infantil."


Javier Martínez Reverte


"Al desembarcar en Nairobi, un martes a media mañana, el olor de África me llenó los pulmones de aromas infantiles.
El día era muy luminoso, con un sol vehemente instalado en los altos del cielo. Hacía calor, pero el aire corría fresco a la sombra de los árboles y de los soportales. Así es casi todo el año el saludable clima de Nairobi: como hecho a la medida humana, tan cercano a la línea del Ecuador y a una altura de 1.800 metros sobre el nivel del mar.
Nuestro hombre en Kenia se llamaba Carls y nos esperaba en el mismo hall del aeropuerto, junto con su lugarteniente Patrick. Juanra Morales había contactado con Carls, a quien conocía desde hacía años, para conseguir los coches todoterreno, contratar el hato de camellos y los guías para nuestra marcha por los territorios del cauce del Milgis y ocuparse, en fin, de toda la impedimenta y vituallas necesarias para el viaje. Era delgado y bajo de estatura, de cara redonda y sonriente a toda hora, con un dominio perfecto del inglés y una tendencia natural a engañarnos un poco en cuanto se presentaba la ocasión. Había que controlarle sin descanso porque, a la mínima oportunidad, se colaba por cualquier lado para sacar un pequeño beneficio a tu costa. Era incansable y no había forma de convencerle de que obrar así resultaba definitivamente estúpido. No obstante, probablemente era el tipo más adecuado para organizar un viaje por el norte de Kenia. Era kikuyu y había nacido en la costa tanzana, cerca de Tanga. El nombre de su empresa resultaba, cuando menos, exótico: Wandering Nomads, algo así como «Nómadas Vagabundos».
En cuanto a Patrick, originario de la etnia samburu, era alto, de piel más clara que Carls, también delgado, cordial y, sin duda, poseedor de un gran atractivo personal. Se las arreglaba bien para que pensaras que, a diferencia de su jefe, él era un hombre honrado a carta cabal. Hablaba un inglés extraordinario y tenía amplios conocimientos de literatura. De los escritores blancos que habían escrito sobre África, admiraba en particular a Hemingway."

Javier Reverte
Colinas que arden lagos de fuego


"El bosque tropical parece un alma única que cuenta con una entidad propia y singular, como si las plantas que lo cubren y la fauna que lo habita fuesen partes de un animal grande y sensual, un animal que no es amenazante ni dañino, sino delicado y voluptuoso."

Javier Martínez Reverte


"El esfuerzo físico, llevado incluso hasta los límites del agotamiento, endurece el alma y templa el corazón."

Javier Martínez Reverte



"El retrato reposa enmarcado en una estantería de mi cuarto de trabajo.
El atardecer merecía una despedida portentosa: yo me quedaba en Dawson los siguientes dos días, antes de seguir el viaje a Alaska, mientras que los otros cinco regresaban a Vancouver, vía Whitehorse, y finalmente a España. De modo que nos fuimos al Diamond Tooth Gertie's, un local que es una suerte de saloon para turistas, en el que se rememora la atmósfera de los días del Gold Rush, con largo mostrador para bebidas alcohólicas, un pianista que toca viejos temas de la frontera, un grupo de bailarinas que, en un alto estrado, bailan el can-can, máquinas tragaperras y mesas de ruleta y de black-jack. El establecimiento es propiedad de la comunidad de Dawson City, que logra un buen dinero durante los meses de verano para mantener con vida a la ciudad y sus servicios durante los largos y duros días del invierno. Debe su nombre a una bailarina de la época de la fiebre del oro que se llamaba Gertie y lucía un diamante entre los dos dientes superiores.
Un centenar de turistas, llegados de Whitehorse en autocares, rugían ante las danzas provocativas de las dancing-girls, ametrallaban con los flashes de sus cámaras el escenario y hacían cola para fotografiarse con las danzarinas al final de cada número. Más tarde, el pianista tocó valses y bailé con Rosa un «Danubio Azul», si no recuerdo mal. Cuando las teclas del piano acometieron «Dixie», el himno de la Confederación en la guerra Norte-Sur de 1861-1865, algunos turistas texanos lanzaron grito de guerra de la caballería rebelde. Yo los imité.
Nos divertimos como turistas desaforados y sin complejos en aquella especie de Western's Tablao. Supongo que, si nos hubiera visto así alguna persona sensata, habría sentido cierta vergüenza ajena. A mí me hubiera dado lo mismo: venía de un largo y duro viaje y tenía ganas de hacer el ganso.
En cualquier caso, siempre he sido un partidario absoluto del viejo lema que dice: «A donde fueres, haz lo que vieres».
Aquella noche me despedí de los otros. Ellos se levantaban temprano y los adioses a los buenos amigos son más cálidos en noches de copas y de bailes que en mañanas legañosas.
La mañana siguiente alquilé un coche para visitar las zonas auríferas de antaño. Y, mientras recorría la pista a la vera del Klondike, contemplé el paisaje de un gran desastre. El río había sido, antes del rush, un cauce limpio y estrecho, famoso entre los indios por la cantidad de salmones que ascendían sus aguas para desovar. Pero los hombres blancos le arrancaron las entrañas para robarle las riquezas que albergaba. El tesoro de sus arenas puso las condiciones para su ruina.
El cauce se desviaba a menudo, aquí y allá se formaban estanques de agua pútrida y maloliente. En las riberas crecían enormes montañas de escombros, que parecían laderas cubiertas de una sucia lava surgida de una erupción de la tierra. Por todas partes había piedras extraídas del lecho del río, troncos arrancados, vagonetas oxidadas de los días del oro, viejas dragas desechadas por el paso del tiempo, árboles rotos."

Javier Reverte
El río de la luz




"El sueño de África tal vez no sea más que un afán de aventura, la resistencia infantil del corazón a aceptar la vulgaridad y rutina del mundo."

Javier Martínez Reverte


"El mejor de los viajes siempre es el próximo."

Javier Martínez Reverte
Tomada del libro Viajes inexplicables de Chris Aubeck y Jesús Callejo, página 5




"Junto a las barrancadas abismales del valle del Rift, ante el soberbio trono del Kilimanjaro, en los bordes del cráter del Ngorongoro, en las sabanas salvajes del gran Serengeti y en las playas nacaradas de Zanzíbar, el alma acta con reverencia animal la grandeza del mundo."

Javier Martínez Reverte



"La ambición es un pecado más grave que el orgullo porque se alimenta de la claudicación ajena, mientras que la soberbia sólo le hace daño a uno mismo si no se satisface."

Javier Martínez Reverte


"La función del hombre en la Tierra es vivir, no existir."

Javier Martínez Reverte




"La generosidad no excluye el reconocimiento de tus méritos."

Javier Martínez Reverte



"La naturaleza del amor es tan extraña como la lógica del mundo. Creer en la vida no es otra cosa, en la mayor parte de las ocasiones, que intentar ser amado, de la misma forma que vivir puede no ser más que un intento de volver la espalda a la realidad del caos. Y pienso que Paula, pese a su brusquedad, pese a su seca amargura, sólo intentaba que la quisiera. Ella no se había casado nunca, aunque mantuvo largas relaciones con otros dos hombres antes de conocerme. Por mi parte, había roto mi matrimonio cuando me instalé en París, y apenas veía a mis dos hijos: Michael, que tenía diecisiete años, y Manuela, que había cumplido quince. Mi antigua esposa, una inglesa que trabajaba como alta ejecutiva para una empresa británica afincada en Madrid, había enviado a los chicos a estudiar a Inglaterra y yo sólo podía reunirme con ellos unos pocos días durante los veranos. Cada vez eran más distintos a mí y se me hacían más extraños. A cambio de esa lejanía, Kathy nunca me pedía dinero. Y el tiempo transcurría y yo comenzaba a entender que uno puede también olvidar en cierta manera a sus hijos. Sin ellos, probablemente mi vida era algo más triste, pero también más libre. Así eran mis días en París en el otoño del 92.
Aquella mañana de principios de noviembre Paula había salido temprano de casa. Era un día de cielo enmohecido y sobre la ciudad descendía una baba húmeda que pringaba el aire. En la proximidad del invierno, muchas mañanas eran semejantes a aquella, pero yo tenía ganas de salir y bañarme en la enigmática belleza de París, la altiva ciudad capaz de vencer siempre sobre la fealdad adusta de un mal clima.
Crucé a la isla de Saint Louis, bajo el aire hosco, la suciedad y el frío. Atravesé el puente hasta la isla de la Cité y alcancé la rive gauche. Compré los periódicos y busqué abrigo en un café de la plaza de Saint Michel. Sentado junto a una mesa próxima a la entrada y arropado por la seca calefacción del local, veía al otro lado de las cristaleras el robusto puente de la Cité. Bajo las macizas torres de Notre-Dame, el Sena rompía su brío contra los muros de contención de las orillas. Siempre he creído que las ciudades tienen alma propia y en ese momento pensaba que la de París palpitaba en una exacta armonía, en ese equilibrio estético que consiste en que la hermosura se deslice hacia nuestras emociones en forma natural y recia, sin afectación ni estridencias, con discreción, con halo de luz cálido y casual. Así es el arte que yo admiro. Y así es París."

Javier Reverte
La noche detenida



"Me pregunté si una de las razones para viajar a lugares remotos no será buscar el encuentro con paisajes que imaginamos al dormir o al leer libros bellos y que, al verlos, nos resultan familiares."

Javier Martínez Reverte


"Se dijo ahora que tal vez jamás encontraría una soledad tan inmensa sobre la tierra como la que proponía aquel mar mirado desde la isla."

Javier Martínez Reverte


"Sólo lo desconocido aterroriza a los hombres, pero lo desconocido deja de serlo para quien lo encara."

Javier Martínez Reverte


"Soy sólo unos pocos días más viejo que cuanto partí...; pero mucho más sabio."

Javier Martínez Reverte



"Todos tenemos miedo, incluso los que presumen de valientes. Nacemos con miedo a la vida y nos morimos con miedo a la muerte."



Javier Martínez Reverte



"Una bruma sucia cubría el horizonte sobre las sombras patéticas de los árboles. Entre la calima gris aparecieron luego las sombras móviles de una manada de búfalos, unos cuarenta o cincuenta ejemplares. (...) La manada se quedó quieta y los búfalos volvieron la mirada hacia nosotros. Olía a estiércol y a la ceniza de la neblina. Los animales más próximos alzaban la cola, alertaban las orejas, erguían la cabeza sobre el poderoso cuello. (...) No eludía mis ojos, al contrario de lo que hacen leones y leopardos, que desvían siempre su mirada a otra parte, como si sintieran un profundo aburrimiento ante la contemplación de un ser tan absurdo como es el hombre. (...) La mirada de aquel búfalo guardaba algo de humana, escondía la conciencia de un ser que sabe a matar y que se siente satisfecho de poder hacerlo."

Javier Martínez Reverte





"Y África los cambió a todos, haciendo de Livingstone un explorador, de Baker un formidable narrador de historias, de Burton un neurótico vagabundo, de Speke un héroe trágico y de Stanley un conquistador. A la postre, uno por uno cayeron seducidos por el mal de África. Y todos murieron soñando con regresar."

Javier Martínez Reverte



"Yo mismo soy un hombre circular, nunca quiero ir a un punto en el horizonte, al contrario de lo que hacen ustedes los europeos, siempre obsesionados con el futuro, empeñados en llegar siempre a alguna parte. El alma swahili vuelve siempre sobre sí misma, galopando sobre los monzones. Salimos del pasado y volvemos al pasado después de darnos una vuelta por el futuro. Ustedes son distintos: gastan su vida destruyendo el pasado y cuando alcanzan el futuro ya están viejos y cansados. El hombre es sólo memoria y regreso, señor."

Javier Martínez Reverte