"Al poco tiempo, en un pequeño valle rocoso cerrado por todos lados, vio a un enano de hocico en forma de bocina, cuernos en la frente y miembros como patas de cabra. Al verlo, Antonio, a fuer de buen soldado, embrazó la rodela de la fe y se tocó con el yelmo de la esperanza: sin embargo, la criatura le ofreció el fruto de la palmera para mantenerlo en su viaje y como si viniera en son de paz. Al ver esto, Antonio se detuvo y le preguntó quién era. He aquí la respuesta que recibió: «Soy un ser mortal y uno de los habitantes del desierto al que los gentiles rindieron culto bajo varias formas engañosas, con los nombres de faunos, sátiros e íncubos. He sido enviado como representante de mi tribu. Venimos a suplicarte que pidas a tu Señor que nos dispense sus favores, pues también es nuestro Señor que, según hemos sabido, vino una vez para salvar al mundo, y cuya voz resuena en toda la Tierra.» Al oír estas palabras, las lágrimas bañaron las mejillas del anciano viajero, que mostró así cuan profundamente conmovido se hallaba, hasta el punto de derramar lágrimas de alegría. Se regocijó por la Gloria de Cristo y la destrucción de Satanás, maravillándose al propio tiempo de que pudiese entender el lenguaje del sátiro. Golpeando el suelo con su bastón, exclamó entonces: «¡Ay de ti, Alejandría, que en vez de Dios has adorado a monstruos! ¡Ay de ti, ciudad ramera, en la que han confluido los demonios del mundo entero! ¿Qué dirás ahora? Las bestias hablan de Cristo, pero tú, en vez de adorar a Dios, idolatras a monstruos.» Apenas había terminado de hablar cuando la salvaje criatura huyó cual si se hallase dotada de alas. Que nadie sienta escrúpulos en creer este incidente; su veracidad se halla refrendada por lo que ocurrió cuando Constantino ocupaba el trono, hecho del que todo el mundo fue testigo. Pues tenéis que saber que un hombre de esa especie fue llevado vivo a Alejandría, para ser exhibido ante los maravillados ojos del pueblo. Cuando murió, se embalsamó su cuerpo con sal, para 
evitar que el calor del verano lo descompusiese, y así fue presentado a Antíoco, para que el emperador pudiese verlo."


San Antonio Abad
tomado del libro de Jacques Vallee, Pasaporte a Magonia, página 27