"El mundo y la sociedad en 1913 lucían así: la vida está completamente confinada y encadenada. Prevalece una especie de fatalismo económico; cada individuo, se resista o no, tiene asignado un rol específico y, con él, sus intereses y su carácter. La Iglesia es vista como una “fábrica de redención” de poca importancia; la literatura, como una válvula de seguridad… La cuestión más candente día y noche es: ¿existe en algún lugar una fuerza lo suficientemente poderosa como para poner fin a este estado de situación? Y si no la hay, ¿cómo se puede escapar de él?"

Hugo Ball
Tomado del libro de Carl Gustav Jung, El libro rojo, página 61


"Los acentos se hicieron más pesados, el énfasis aumentó a medida que se agudizaban las consonantes. Muy pronto me di cuenta de que mis medios de expresión, si quería seguir siendo serio (y lo quería a toda costa), no iban a estar a la altura de la pompa de mi escenificación. Entre el público vi a Brupbacher, Jelmoli, Laban, la señora Wiegman. Tuve miedo de hacer el ridículo y me sobrepuse. Había terminado de leer en el atril de la derecha la Canción de Labada a las nubes y en el de la izquierda, la Caravana de elefantes, y me volví de nuevo al del centro, batiendo laborioso las alas. Las difíciles series de vocales y el ritmo pesado de los elefantes me habían permitido una última subida, pero ¿cómo iba a llegar al final? Entonces me di cuenta de que mi voz, a la que no le quedaba otra salida, adoptaba la vieja cadencia del lamento sacerdotal, aquel estilo de la misa cantada que gime en las iglesias católicas de oriente y occidente. No sé qué fue lo que me inspiró esta música, pero empecé a cantar mis series de vocales de forma recitativa en estilo eclesiástico e intenté no sólo parecer serio, sino obligarme a mí mismo a estarlo. Por un momento me pareció como si en mi máscara cubista apareciera un rostro de niño pálido y aturdido, esa cara mitad asustada y mitad curiosa de un chico de diez años que en las misas de difuntos y en los oficios solemnes de su parroquia pende, tembloroso y anhelante, de la boca del sacerdote. Entonces se apagó, como yo había indicado, la luz eléctrica, y me bajaron de la tarima al escotillón cubierto de sudor como un obispo mágico."

Hugo Ball
Escapar del tiempo