"Es posible que lo que llamamos esoterismo, cimiento de las sociedades secretas y de las religiones, sea el residuo difícilmente comprensible y manejable de un conocimiento muy antiguo, de naturaleza técnica, que se aplica a la vez a la materia y espíritu."

Louis Pauwels & Jacques Bergier
El retorno de los brujos


"La idea de una sociedad internacional y secreta de hombres intelectualmente muy avanzados, transformados espiritualmente por la intensidad de su saber, deseosos de defender sus descubrimientos científicos contra los poderes organizados, contra la curiosidad y la codicia de otros hombres -reservando para el momento oportuno la utilización de sus descubrimientos, o enterrándolos por varios años, o poniendo sólo una pequeña parte en circulación-, esta idea, digo, es a la vez muy antigua y ultramoderna. Era inconcebible en el siglo XIX o hace sólo veinticinco años. Hoy es concebible. En cierto modo, me atrevo a afirmar que tal sociedad existe en este momento. Ciertos huéspedes de Princeton -pienso esencialmente en un sabio viajero oriental (mi amigo Rajah Rao)- pueden haberlo advertido. Si nada prueba que la sociedad secreta Rosacruz existió en el siglo XVII, todo nos invita a pensar que una sociedad de esta naturaleza se está formando hoy en día, por la fuerza de las cosas, y que se inscribe lógicamente en el futuro. Pero hay que explicar la noción de la sociedad secreta. Est noción, tan lejana, es aclarada por el presente.
Volvamos a la Rosacruz. «Constituyen, pues -no dice el historiador Serge Hutin-, la colectividad d los seres llegados a un estado superior a la Humanidad corriente, poseedores por ello de los mismos caracteres interiores que les permitan reconocerse entre ellos.»
Esta definición tiene la ventaja de eludir el fárrago ocultista, al menos a nuestros ojos. Y es que tenemos una idea clara del «estado superior», una idea científica, presente, optimista.
Nos hallamos en un grado de investigación desde el cual vemos la posibilidad de mutaciones artificiales para el mejoramiento de los seres vivos, e incluso del hombre. «La radiactividad puede crear monstruos, pero también nos dará genios», declara un biólogo inglés. El último objetivo de la investigación alquimista, que es la transmutación del propio operador, es acaso el último objetivo de la investigación científica actual. Enseguida veremos cómo, en cierta medida, esto se ha producido ya en algunos sabios contemporáneos.
Los estudios avanzados de psicología parecen demostrar la existencia de un estado diferente del sueño y de la vigilia, un estado de consciencia superior en que el hombre estaría en posesión de medios intelectuales decuplicados. A la psicología de las profundidades, que debemos al psicoanálisis, añadimos hoy una psicología de las alturas que nos sitúa en el camino de una posible superintelectualidad. El genio será sólo una de las etapas del camino que puede recorrer el hombre dentro de sí mismo para alcanzar el uso de la totalidad de sus facultades. En una vida intelectual normal, no utilizamos ni la décima parte de nuestras posibilidades de atención, de penetración, de memoria, de intuición, de coordinación. Podría ser que estuviésemos a punto de descubrir, o de redescubrir, las llaves que nos permitan abrir, en nosotros, puertas detrás de las cuales nos espera una multitud de conocimientos. La idea de una mutación próxima de la Humanidad, en este plano, no revela un sueño ocultista, sino una realidad. En el curso de esta obra, volveremos largamente sobre ello. Sin duda existen ya «mutandos» entre nosotros, o, en todo caso, hombres que han dado ya algunos pasos por el camino que un día emprenderemos todos.
Según la tradición, como quiera que la palabra «genio» no bastaba a expresar todos los estados superiores posibles del cerebro humano, los Rosacruz eran espíritus de otro calibre que se reunían por agrupación. Digamos mejor que la leyenda de la Rosacruz sirvió de soporte a una realidad: la sociedad secreta permanente de los hombres superiormente iluminados. Una conspiración a la luz del día.
La sociedad de los Rosacruz se habría formado, naturalmente, al buscar, los hombres llegados a un estado de conciencia elevado, otros hombres, parecidos a ellos en conocimientos, con quienes poder dialogar. Es el caso de Einstein, comprendido sólo por cinco o seis hombres en todo el mundo, o de algunos centenares de físicos y matemáticos capaces de pensar eficazmente en volver a poner sobre el tapete la ley de paridad.
Para los Rosacruz no hay más estudio que el de la Naturaleza, pero este estudio no puede realmente ilustrar más que a espíritus de un calibre diferente a los ordinarios.
Aplicando un espíritu de diferente calibre al estudio de la Naturaleza, se llega a la totalidad de los conocimientos y a la sabiduría. Esta idea nueva, dinámica, sedujo a Descartes y a Newton. Más de una vez se ha citado a los Rosacruz a su respecto. ¿Quiere esto decir que estaban afiliados a ella? Esta pregunta no tiene sentido. No nos imaginamos una sociedad organizada, sino contactos necesarios entre espíritus calibrados de un modo diferente, y un lenguaje común, no secreto, sino sencillamente inaccesible a los demás hombres en un tiempo dado.
Si algunos conocimientos profundos sobre la materia y la energía, sobre las leyes que rigen el Universo, fueron elaborados por civilizaciones hoy desaparecidas, y si algunos fragmentos de estos conocimientos han sido conservados a través de las edades (lo cual, por otra parte, lo sabemos ciertamente), sólo pudieran serlo por espíritus superiores y en lenguaje forzosamente incomprensible para el común de los humanos. Pero aun prescindiendo de esta hipótesis, podemos, no obstante, imaginar, en el curso de los tiempos, una sucesión de espíritus desmesurados, que se comunicaban entre ellos. Tales espíritus saben con evidencia que no tiene ningún interés hacer alarde de su poderío. Si Cristóbal Colón hubiese sido un espíritu desmesurado, habría mantenido en secreto su descubrimiento. Obligados a una especie de clandestinidad, estos hombres sólo pueden establecer contactos satisfactorios con sus iguales. Basta pensar en las conversaciones de los médicos alrededor de una cama de hospital, conversaciones mantenidas en voz alta y de las que nada llega al conocimiento del enfermo, para comprender lo que queremos decir, sin tener que ahogar la idea en la niebla del ocultismo, de la iniciación, etc. En fin, es natural que los espíritus de esta clase, empeñados en pasar inadvertidos simplemente para que no los molesten, tienen otro trabajo que jugar a conspiradores. Si forman una sociedad, es por la fuerza de las cosas. Si tienen un lenguaje particular, es que las nociones generales que este lenguaje expresa son inaccesibles al espíritu humano ordinario. En este sentido y sólo en él, aceptamos la idea de sociedades secretas. Las otras sociedades secretas, las que se ven, y que son innumerables, no son más que imitaciones, juegos de niños que copian a los adultos.
Mientras los hombres alimenten el sueño de obtener algo por nada, dinero sin trabajar, conocimientos sin estudio, poder sin conocimientos, virtud sin ascetismo, florecerán las sociedades presuntamente secretas y de iniciación, con sus jerarquías de imitación y sus fórmulas que remedan el lenguaje secreto, es decir, técnico.
Hemos elegido el ejemplo de los Rosacruz de 1622, porque el verdadero Rosacruciano, según la tradición, no se hacía con misteriosas iniciaciones, sino con el estudio profundo y coherente del Líber Mundi, el libro del mundo y de la Naturaleza. La tradición de la Rosacruz es, pues, idéntica a la de la ciencia contemporánea. Hoy empezamos a comprender que un estudio profundo y coherente de este libro de la Naturaleza requiere algo más que espíritu de observación, que lo que llamábamos últimamente espíritu científico, e incluso algo más que lo que llamamos inteligencia. Es preciso, en el punto a que han llegado nuestras investigaciones, que el espíritu se eleve sobre sí mismo, que la inteligencia se trascienda. Lo humano, lo demasiado humano, no es bastante. Y es a esta comprobación, realizada en siglos pasados por hombres superiores, que debemos, si no la realidad, al menos la leyenda de la Rosacruz. El
moderno retrasado es racionalista. El contemporáneo del futuro se siente religioso. Mucho modernismo no; aleja del pasado. Un poco de futurismo nos vuelve a lle var a él.
«Entre los jóvenes atomistas -escribe Robert Jungk-, [10] los hay que consideran sus trabajos como una especie de concurso intelectual que no lleva consigo ni significación profunda ni obligaciones, pero algunos encuentran ya en la investigación una experiencia religiosa.»
Nuestros rosacrucianos de 1622 hacían en París una «estancia invisible». Lo más chocante es que, en el clima actual de policía y de espionaje, los grandes investigadores logren comunicarse entre ellos cortando las pistas que podrían conducir a los Gobiernos hasta sus trabajos. Diez sabios podrían discutir en alta voz la suerte del mundo, en presencia de Kruschef y de Eisenhower, sin que estos caballeros comprendiesen una sola palabra. Una sociedad internacional de investigadores que no interviniese en los asuntos de los hombres tendría todas las probabilidades de pasar inadvertida como pasaría inadvertida una sociedad que limitase su intervención a casos muy particulares. Incluso podrís no separarse en sus medios de comunicación. La TSH habría podido descubrirse muy bien en el siglo XVII, los aparatos de galena, tan sencillos, habrían podido servir a los «iniciados». De igual manera, los investigadores modernos sobre los medios parapsicológicos quizá han logrado aplicaciones de telecomunicación. El ingeniero americano Víctor Enderby ha escrito recientemente que, si bien se habían obtenido resultados en este terreno, los mismos habían sido guardados secretos, por libre voluntad de los inventores.
Pero sigue chocándonos que la tradición de la Rosacruz aluda a aparatos o máquinas que la ciencia oficial de la época no pudo fabricar: lámparas perpetuas, registradores de sonidos y de imágenes, etcétera. La leyenda describe los aparatos encontrados en la tumba del simbólico «Christian Rosenkreutz», que hubiesen podido ser de 1958, pero no de 1622. Todo lo cual tiende, en la doctrina de la Rosacruz, al dominio del Universo por la ciencia y la técnica, y en modo alguna por la iniciación y la mística.
De igual manera, podemos concebir en nuestra época una sociedad que mantenga una tecnología secreta. Las persecuciones políticas, las presiones sociales, el desarrollo del sentido moral y de la conciencia de una tremenda responsabilidad, obligarán cada vez más a los sabios a entrar en la clandestinidad. Ahora bien, esta clandestinidad no frenará la búsqueda. Sería absurdo pensar que los cohetes y las grandes máquinas rompedoras de átomos han de ser en adelante los únicos instrumentos del investigador. Los verdaderos descubrimientos grandes se han hecho siempre con medios sencillos, con un equipo sucinto. Es posible que existan en el mundo, en este momento, ciertos lugares en que la densidad intelectual sea particularmente grande y en que se afirme esta nueva clandestinidad. Entramos en una época que recuerda mucho los comienzos del siglo XVII, y tal vez se prepara un nuevo manifiesto de 1622. Tal vez ha aparecido ya. Pero nosotros no nos hemos dado cuenta.
Lo que nos aleja de estas ideas es que los tiempos antiguos se expresan mediante fórmulas religiosas. Por ello, les prestamos sólo una atención literaria o «espiritual». En este aspecto, somos modernos. En este aspecto no somos contemporáneos del futuro.
Lo que nos choca, en fin, es la afirmación reiterada de la Rosacruz y de los alquimistas, según la cual el último fin de la ciencia de las transmutaciones es la transmutación del propio espíritu. No se trata de magia, ni de recompensa bajada del cielo, sino de un descubrimiento de las realidades que obligue al espíritu del observador a situarse de otra manera. Si pensamos en la evolución, extraordinariamente rápida, del estado de espíritu de los más grandes atomistas, empezamos a comprender lo que querían decir los de la Rosacruz. Estamos en una época en que la ciencia, en su punto extremo, alcanza el universo espiritual y transforma el espíritu del propio observador, lo sitúa a un nivel distinto del de la inteligencia científica, que ha llegado a ser insuficiente. Lo que les ocurre a nuestros atomistas puede compararse a la experiencia descrita por los textos de alquimia y por la tradición de la Rosacruz. El lenguaje espiritual no es un balbuceo que precede al lenguaje científico; es más bien el logro de este último. Lo que pasa en nuestro presente, ha podido pasar en tiempos antiguos, en otro plano de conocimiento, de suerte que la leyenda de la Rosacruz y la realidad de nuestros días se iluminan mutuamente. Hay que mirar las cosas antiguas con ojos nuevos; esto ayuda a comprender el mañana."

Louis Pauwels & Jacques Bergier
El retorno de los brujos, páginas -47-48-49
Biblioteca fundamental Año Cero




“... Lo fantástico, para nosotros, no es lo imaginario. Pero un imaginación fuertemente aplicada al estudio de la realidad descubre que es muy tenue la frontera entre o maravilloso y lo positivo, o, si ustedes lo prefieren, entre el universo visible y el universo invisible…”

Louis Pauwels
El Retorno de los Brujos
Tomada del libro Enrique Castillo Rincón, Ovni Gran alborada humana, tomo I, página 122


"Pedimos un Einstein de las Ciencias Humanas."

Louis Pauwels
El retorno de los brujos


"Se trata de pasar de una mentalidad particular a una mentalidad planetaria. Se trata también para todos nosotros, en la masificación y en la planetarización, de pasar de la noción de tener a la noción de ser. El objetivo no es tener más. Es ser más. Ser más, todos juntos, y ser más cada uno."

Louis Pauwels
Tomado de la revista Horizonte, nº 3, página 29