"Aun desde antes de salir de la infancia, me parece que tuve, muy claro, este doble sentimiento que habría de dominarme durante toda la primera parte de mi vida: el de vivir en un mundo sin evasión posible donde el único remedio era luchar por una evasión imposible. Sentía una aversión mezclada de rabia y de indignación hacia los hombres a los que veía instalarse en él cómodamente. ¿Cómo podían igorar su cautiverio, cómo podían ignorar su iniquidad?"

Victor Serge
Memorias de mundos desaparecidos


" “Daria, decepcionada de ella misma y de la novelista, volvió las páginas.
Hojeó un drama cuyo título hubiese sido Los niños heroicos. Recordó haber visto en París una obra titulada Los niños terribles; eran niños egoístas y perversos, y existía también Los padres terribles, esos mismos niños sin duda, pero envejecidos, todavía más egoístas y perversos, sin lugar a dudas, pero debilitados por lo que ellos llaman la experiencia. ¿No he leído una novela sobre Los niños consentidos? La literatura dirigida vale más que la otra, sus niños son más sanos… La obra, bien escrita, con un lenguaje poético, mostraba a una pequeña Zina, de doce años, con las trenzas castañas, haciendo sus deberes en la casa en ruinas, aguijoneada por el deseo de convertirse en la primera de su clase, “¡pues mi hermano mayor combate contra el invasor y esa es mi manera de
combatir, mamá!” La alerta resonaba, Zina cerraba sus cuadernos, los ocultaba debajo del piso, en la tierra, con el fin de que tuviesen más posibilidades de escapar al fuego, y ella reprendía a una compañera de clase a causa del otro deber, el de colaborar con los vigilantes bajo el cielo cargado de muerte. “¡Su clase, Irina, ha perdido ya tres alumnos y la nuestra está intacta!” Una sorda
irritación nació en el pecho de Daria, que saltó al final del primer acto. Hacia la mitad del segundo, el pequeño Vania contaba que, torturado por los nazis, él no gritaba, los despreciaba, los detestaba, extrayendo fuerzas del odio, y juraba solemnemente vivir para destruirlos, prometía al Jefe de la Patria, “¡y no he dicho nada, y me he evadido!” “¡Yo, yo!” “Me han azotado, me han quemado los labios, miradme la señal, y no he dicho nada… La ciudad ardía, el cielo ardía, yo ardía también…” Después estos niños cantaban: “La Patria nos ama, amamos a la Patria…” Tossia decía que ella sería maestra de escuela porque hay millones de personas por instruir, que tienen sed de saber…
Daria tiró la revista sobre la paja. La lámpara emitía una luz baja, el agua que se rezumaba animaba débilmente la pared de tierra. Varios hombres dormían envueltos en sus abrigos de piel. El telefonista barbudo dijo muy suavemente: “Cuidado con el papel, camarada. No se debe mojar, es todo lo que se tiene para fumar…” Daria recogió la revista y la colocó sobre el taburete, cerca de la
lámpara. “¿Tienes hijos?”, preguntó ella al barbudo. “Tres -respondió él con su voz cantarina- hermosos niños. ¡Ah! ¡Qué habrá sido de ellos!” “Perdóname por haberte hablado de ello”, dijo Daria. “Que uno hable o que se calle -dijo el barbudo-, Dios los protegerá si esa es su voluntad…"

Victor Serge
Los años sin perdón



"Después de nosotros, si desaparecemos sin haber tenido el tiempo de cumplir nuestra tarea o simplemente de rendir testimonio, la conciencia obrera se oscurecerá completamente por un tiempo que nadie podrá medir…Un hombre termina por concentrar en él mismo una cierta claridad única, una cierta experiencia irreemplazable."

Victor Serge


"En sus inicios, una revolución no puede ser ni clemente ni indulgente, sino más bien dura. En la guerra de clases se debe golpear duro, lograr victorias decisivas, para no tener que reconquistar constantemente, siempre con nuevos riesgos y nuevos sacrificios, el mismo terreno."

Víctor Serge



"Es la eterna ilusión de los gobernantes creer que pueden anular los efectos sin considerar las causas."

Víctor Lvóvich Kibálchich, conocido como Víctor Serge



"Estaba de pie, pareció vencerse, se sentó con ambas manos en el borde de la mesa. Y el poco rubor que aún conservaban sus mejillas se desvaneció, su rostro se tornó terroso. La correspondencia, sí, la increíble correspondencia que no les llegaba desde hacía ya varios meses. Desde las últimas traiciones. Aquellas hojitas transparentes cubiertas de granos de arena bien alineados que eran letras, que eran palabras, pensamiento, verdad para nutrir a la revolución, el sentido de nuestras vidas, ahora que ya no queda nada, ni el niño, ni el hombre, ni siquiera la esperanza, la menor esperanza para uno mismo. Así envejeceré. Casi fea ya. Mujer únicamente por esa angustia de la que nadie sabe. Ya no queda más que nuestra derrota aceptada con entereza, puesto que es preciso que así sea: porque no podemos ni separarnos del proletariado, ni desoír la verdad, ni desconocer el curso de la historia. Y la dialéctica de la historia pide que de momento permanezcamos bajo su rueda. La vida continúa gracias a nosotros; las victorias se reanudarán cuando ya no estemos. Y aquí está todo: los camaradas, las tesis del centro de aislamiento de Tobolsk, la declaración al C. C. de los exiliados de Tara, un resumen de los últimos números del Boletín publicado en Berlín, redactado en Prinkipo. Aquellas hojas clandestinas murmuraban: prisión, prisión, prisión, prisión, prisión sin fin, rejas, barrotes, celosías de hierro delante de los ventanucos, reglamento, dormitorios, conflictos, huelgas de hambre, correspondencia que pasa por las tuberías de los retretes, por agujeros tallados en las murallas, de ventana a ventana, suspendida de un hilo que cuelga por encima de la cabeza del centinela, y los condenados a muerte de la sala de abajo tienen buen cuidado de guardarla un momento, son buenos chicos, puede uno fiarse de ellos; es una correspondencia que se escribe con el oído muy atento, fingiendo leer —y luego se tiene jaqueca, se desespera uno con las discordias—; los puntos de vista se oponen irreductiblemente, maduran las escisiones, se distinguen ya los futuros renunciamientos… Los años pasan, va uno librándose de los dormitorios, las rejas, los amigos, se es libre pero se inicia una nueva cautividad, bien es verdad que se tiene aire, páramo, pan para pesárselo a la gente —nostalgia casi de la cárcel."

Victor Serge
Medianoche en el siglo


"La búsqueda de la verdad es un combate por la vida; la verdad, que nunca está hecha, pues está siempre haciéndose, es una conquista incesante recomenzada con una aproximación más útil, más estimulante, más viva de una verdad ideal tal vez inaccesible."

Víctor Serge



"La provocación es mucho más peligrosa por la desconfianza que siembra entre los revolucionarios. Tan pronto algunos traidores han sido desenmascarados, la confianza desaparece del seno de las organizaciones. Es terrible, porque la confianza en el partido es la base de toda fuerza revolucionaria." 

Víctor Serge



"Una sociedad que ya no reposa en ideas vivas, aquella en la cual los principios fundamentales están muertos, sobrevive, cuando mucho, por la fuerza de la inercia."

Víctor Serge