"Sólo el trabajo crea valor… Cada hombre tiene derecho indudable a todo lo que puede procurarse con su trabajo honrado. Apropiándose así de los frutos de su trabajo, no comete ninguna injusticia contra otros hombres, porque no usurpa a nadie el derecho a proceder del mismo modo… Por la naturaleza misma del trabajo y del intercambio, la estricta justicia exige que todos los que intercambian obtengan beneficios, no sólo mutuos, sino iguales. No hay más que dos cosas que los hombres puedan cambiar entre sí, a saber: el trabajo y los productos del trabajo. Si los cambios se efectuasen según un sistema equitativo, el valor de todos los artículos se determinaría por su coste de producción completo; y valores iguales se cambiarían siempre por valores iguales […]. Si, por ejemplo, un sombrerero que invierte una jornada de trabajo en hacer un sombrero y un zapatero que emplea el mismo tiempo en hacer un par de zapatos (suponiendo que la materia que empleen tenga idéntico valor) cambian estos artículos entre sí, el beneficio obtenido de este cambio es al mismo tiempo mutuo e igual. La ganancia de una de las partes no puede ser una pérdida para la otra, puesto que ambas han suministrado la misma cantidad de trabajo y han empleado materiales de igual valor. Pero si el sombrerero recibiese dos pares de zapatos por un sombrero, no variando las condiciones arriba supuestas, es evidente que el cambio sería injusto. El sombrerero usurparía al zapatero una jornada de trabajo; y procediendo así en todos sus cambios, recibiría por el trabajo de medio año el producto de todo un año de otra persona. Hasta aquí hemos seguido siempre este sistema de cambio eminentemente injusto: los obreros han dado al capitalista el trabajo de todo un año a cambio del valor de medio año […]. De ahí, y no de una supuesta desigualdad de las fuerzas físicas e intelectuales de los individuos, es de donde proviene la desigualdad de riquezas y de poder. La desigualdad de los cambios, la diferencia de precios en las compras y las ventas, no puede existir sino a condición de que los capitalistas sigan siendo capitalistas, y los obreros, obreros; los unos, una clase de tiranos, y los otros, una clase de esclavos… Esta transacción prueba, pues, claramente que los capitalistas y los propietarios no hacen más que dar al obrero, por su trabajo de una semana, una parte de la riqueza que han obtenido de él la semana anterior, es decir, reciben algo y a cambio no le dan nada […]… La transacción entre el trabajador y el capitalista es una verdadera farsa: en realidad no es, en miles de casos, otra cosa que un robo descarado, aunque legal."

John Francis Bray