El guardián del hielo 

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.

José Watanabe




He dicho

"Qué rico es ir
de los pensamientos puros a un película pornográfica
y reír
                  del santo que vuela y de la carne que suda.

Qué rico es estar contigo, poesía
de la luz
                  en la pierna de una mujer cansada."

José Watanabe



Hombre adentrado en el bosque

Está sentado sobre un pino caído.
Entre el balanceo de los árboles observa el espejear
de la esfera de aluminio
que corona la torre puntiaguda del Pabellón del Cáncer.
Difícil símbolo
la esfera.
El hombre baja la mirada. Su alrededor es más amable:
los pétalos de la "Cati en Llamas" parecen crepitar en el verdor
de la yerba,
un insecto que sería avispa si no fuera tan azul
taladra su nido en un alerce. Y también mariposas.
No hay pájaros, tal vez el indicio de una posible tormenta.
Es el inestable tiempo de entre estaciones.
Pero ahora es el sol bajando en haces que se pierden el el humus.
Un haz no se pierde,
incide en un pequeño charco de lluvia.
El charco refulge y la raíz próxima de un pino se esfuma.
Y asimismo
y completamente
desaparece un conejo blanco que de huida salta al centro del
agua fulgurante.
Y esperándolo y no viéndolo más, el hombre pregunta:
"¿Y si la luz lo ha llevado a otro planeta y el conejo, ya animal de otra sustancia, corre contento sin haber padecido el rigor de trampa, cuchillo, escopeta, zorro, enfermedad u otro modo de la muerte?"
("Oh Señor, no es de la muerte que quiero huir sino de sus
terribles modos")
Ya no es amable su alrededor.
El viento del tiempo inestable desciende violento.

José Watanabe



La jovencita

"El algarrobo se inclina como una nube verde
sobre la única bodega del pueblo.
              Detrás del mostrador humilde
una grácil jovencita lleva nuestra mirada
                           a un tiempo sin malicia.

Tiene el cabello recortado
como un muchachito travieso. El próximo año
tendrá la cabellera larga. El cuerpo
sobrecoge de tan puntual y prolijo: cumplirá
con el crecimiento de cada uno de sus cabellos
y hará sonar una música
                              menos inocente.

Mientras tanto, ella guarda sus negros mechones
en un frasco de vidrio
junto a los caramelos y gomas de menta.
                     Eso es siniestro, pequeña.
Tú, tan vivaz, hija
                      del solcito que venimos a buscar,
no deberías guardar nada muerto. No es justo
para los que ahora te miramos
como agüita de yerba para el desasosiego."

José Watanabe


La piedra alada

"El pelícano, herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar."

José Watanabe


La tentación del desierto

Los pastores de cabras
      que cruzan el desierto
siguiendo largos caminos invisibles
te miran compasivos. Adivinan
que en tu quietud, recostado en la roca,
        mientras ninguna hora avanza,
desmoronas igual que el sol a las piedras
        las palabras del mal.

Cuando regresen de sus valles de pastura
                 (en la aridez
sonará como agua la alegría
de los cencerros). ya no estarás. sólo hallarán
en la roca
la huella de tu espalda
                  negra
como si hubieras ardido.

José Watanabe



Poema del inocente

Bien voluntarioso es el sol
en los arenales de Chicama.
Anuda, pues, las cuatro puntas del pañuelo sobre tu cabeza
y anda tras la lagartija inútil
entre esos árboles ya muertos por la sollama.
De delicadezas, la del sol la más cruel
que consume árboles y lagartijas respetando su cáscara.
Fija en tu memoria esa enseñanza del paisaje,
y esta otra:
de cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial
y ardió demasiado súbito y desmedido
como si fuera de pólvora.
No te culpes, quien iba a calcular tamaño estropicio!
Y acepta: el fuego ya estaba allí,
tenso y contenido bajo la corteza,
esperando tu gesto trivial, tu mataperrada.
Recuerda, pues, ese repentino estrago (su intraducible belleza)
sin arrepentimientos
porque fuiste tú, pero tampoco.
Así
en todo.

José Watanabe