"Acaso tampoco el contar cuentos esté de moda, porque cada vez son más abundantes los escurridizos interlocutores que esgrimen el escudo del "no me cuentes cuentos" o del "no estoy para historias", y nunca están dispuestos a prestar atención al relato de lo que no es noticia, de aquello que no es lo sabido por todos, de ese otro lado del espejo del que todos hablan y nadie, salvo el cuentista que tiene alforjas de buhonero con olor a lluvia y a humo, ha visitado."

Miguel Sánchez-Ostiz
Mundinovi: gazeta de pasos perdidos, Pamiela, Pamplona, 1987, página 164



"Éxito, fracaso. Entre esos dos extremos opuestos de la rueda de la fortuna se mueven, aunque no siempre de manera pendular, las vidas de los artistas y de quienes con ellos se acuestan, y gomitados de bilis varias se levantan, o en su selecta compañía se embarcan en una navegación de parecido calado, aunque la nave no sea la misma. Sin contar con que, a veces, lo que en apariencia es un fracaso, es un triunfo, personal, íntimo e irrenunciable, la consecución de una de las muy raras vidas libres al margen de esa sucia exigencia de triunfar en la vida al precio que sea. ¿Quién no ha visto al trapecista ir por el aire de un poste a otro deseando que termine sus cabriolas rompiéndose la crisma contra el suelo? Así los espectadores de esta comedia de locos, escrita por un ciego, que van en pos de la gloria, la fama, el éxito, y de ganar algo. Al público le gusta el éxito, pero le arrebata que el triunfador se la pegue bien pegada, o en su defecto alguien del elenco artístico. Sin contar con que hay gente que da cabriolas con el solo objetivo de partirse el alma."

Miguel Sánchez-Ostiz
La nave de Baco



"Termino con las negruras, por el momento. Me tomo un respiro y aprovecho la pausa para reflexionar acerca del interés que ahora mismo despierta Bolivia en periodistas, documentalistas, fotógrafos, fans del deporte de aventura, cocainómanos irredentos o peregrinos de la utopía política que acuden al santuario de la revolución hecha carne, a ver si de ese modo se les pega algo y consiguen lo que en su tierra no pueden lograr ni por las urnas, porque pierden, ni tomando la calle porque ya no se atreven. Vayas por donde vayas, te cruzas con alguno de ellos y si miras bien en el espejo que encuentres al paso también puedes toparte con alguno de ellos o con una mezcla borrosa e indecisa: hipócrita lector, mi semejante, mi hermano... ¿Si no hubiese estado empeñado en escribir aquella novela que iba a titularse Muerte en La Paz11, me habría metido en esos lugares? Lo dudo.
Bolivia no es para mí —eso al menos me digo— un cazadero de imágenes y reportajes humanitarios que a la postre resultan falsos porque no tienen como objeto la concienciación de nadie ni de nada, sino dar el pelotazo con el trofeo conseguido. Lo del tender puentes con el Otro, el dichoso Otro y la tragedia del ser humano, así en general, es un cuento chino. El Otro, si lo queremos ver, está desde hace ya mucho tiempo en la puerta de nuestra casa, con su desdicha o desamparo a cuestas, no necesitamos movernos para encontrarlo. Solo que ahí, tan cerca, resulta molesto. Lejos, no. Lejos es una atracción y nos sirve para conjurar la xenofobia, el racismo, el clasismo y todas las fobias que queramos... nos permite ejercer de solidarios, de generosos, de humanitarios, pero a ser posible con prensa y público.
Eso sí, me pregunto si no hago yo mismo lo que denuncio. Creo que mi visión no es la del cooperante benévolo ni la del militante de causa alguna, ni la mirada sectaria del converso, sino la del cazador de momentos vividos para contarlos, sí, cierto, pero primero para vivirlos huyendo de otra vida, en una quest que, según veo, no tiene objeto definido ni otro fin que el más brusco de todos. ¿Espejismo boliviano el mío? Es posible, pero vivido como si fuera definitivo, al menos mientras dura.
Me dirán que la mía es una visión eurocentrista o de curioso impertinente que no ve las cosas en lo que son, sino a través de las anteojeras de sus prejuicios. Me da igual. No hay una forma correcta u ortodoxa de ver las cosas. A cada cual la suya. Lo otro es una pretensión de dictar normas y aherrojar las conciencias que me repugna. Veo lo que me da la gana y procuro no interpretarlo, no sacar conclusiones atropelladas porque de la vida de aquellos a cuyos jirones o sombras asisto sé muy poco, nada. Sobre todo procuro no juzgar, no decirle a nadie cómo tiene que vivir y cómo no. Esa voz familiar que oyes al paso en una calle o en un café: «Aquí lo que habría que hacer es...». No, yo no sé lo que habría que hacer en Bolivia ni en parte alguna. Cada vez que lo he oído me he ido en dirección contraria.
¿Viajar? ¿Para qué? Si no consigues desembarazarte de tus prejuicios, mejor quédate en el bar de tu pueblo o de tu barrio, con los de tu tribu, en lugar de ir a parte alguna a colgarte las medallas de una fraternidad más falsa que un Amadeo."

Miguel Sánchez-Ostiz
Chuquiago



"Veía a aquellos tipos, que se apiñaban alrededor de la mesa, como uno de los grupos más extraños que había visto en su vida. Y había tenido la oportunidad de ver muchos. A primera vista no se diferenciaban en nada de aquellos con los que él trataba, pero había algo que los hacía distintos. Aquel acicalamiento que no lograba ocultar del todo una indigencia sutil, que resultaba una mera apariencia, como el maquillaje de una compañía de comediantes con pocos recursos. Estaban mucho más deteriorados de lo que parecía a primera vista. Rafael pensó en cadáveres maquillados, en personajes de alguna película de tipos grotescos, de esos de cuya existencia uno duda con fundamento, pero que aparecen de pronto salidos de tabucos inverosímiles, de cloacas, de sótanos, de viviendas interiores sin luz ni ventilación, de los bastidores de un teatro de feria, de un carromato de circo, de una casa en apariencia abandonada… Rafael cuando se ponía a imaginar se disparaba. Era, sin él saberlo, su fuerte. Nunca había sacado provecho de esta veta. Tal vez él llegaría a tener ese aspecto. No le asustaba. Nada muy estoico; a aquellas alturas ya estaba bastante descalabrado. Sólo le hacía falta un poco de maquillaje.
Denis y Silvia Soldati aceptaron la copa que les ofreció Rafael a instancias de Pellot. El hombre lo hizo con una inclinación de cabeza y un murmullo que podía pasar por una rebuscada cortesía. En cualquier caso Rafael no logró descifrarla. La invitación de Esteban Pellot era más propia de una barra americana. Un impertinente. «Si quieren que juegue, jugaré», se dijo Rafael sin saber muy bien a qué venía aquello.
El recién llegado tenía un vago aire deportivo, el de alguien habituado a vivir al aire libre, y como de la mayoría de los que allí se encontraban, no era fácil adivinar su edad. Algo entre dos aguas. Rafael le miró de arriba abajo. Sí, reconocía aquel aspecto atildado de hombre sin demasiados recursos que ha conocido una posición mejor. Tenía la piel muy tostada, como las momias, pero aquélla parecía estar permanentemente riéndose sin saber de qué y sin venir a cuento y sin ruido, mostrando una dentadura blanquísima de la que parecía estar orgulloso. Hablaba el castellano de forma muy remilgada y con poco sentido. Decía frases que no significaban nada."

Miguel Sánchez-Ostiz
La caja china