Cuando Vishnu apareció ante Su devoto, le preguntó si deseaba un don especial. “Sí, Señor”, respondió Narada. “Te ruego, ayúdame a comprender el modo en el cual, el hombre permanece atrapado en Tu maya. Me parece todo tan simple, ahora que he salido. ¿Cómo puede la gente estar tan boba?”
“Muy bien, hijo Mío”, respondió el Señor. “Ven, demos un paseo”.
Mientras caminaban, llegaron a un desierto. Era un día tórrido y la arena creaba una sensación de calor todavía más intensa. Después de algún tiempo, ambos sintieron la necesidad de beber un poco de agua. Justo entonces, vieron un hilo de humo en el horizonte, que indicaba la presencia de un pueblo. “Narada”, dijo Vishnu, “tengo mucha sed. Por favor, ¿irías a aquel pueblo a traerMe un poco de agua?” “¡Claro, Señor!”, respondió Narada.
Narada se encaminó hasta llegar al pequeño pueblo. Llegó delante de la primera casa, tocó la puerta. Le abrió una bellísima muchacha. A Narada, le pareció conocerla desde siempre; en un solo instante, ¡olvidó cualquier otra cosa! Los padres de la joven, que se encontraban en casa, lo acogieron como uno más de la
familia. Narada y la muchacha se casaron y se mudaron a otra casa del pueblo, donde empezaron bien pronto una actividad económica.
Los años pasaron.
Tuvieron un hijo, luego otro. Después de doce años, la mujer de Narada dio a luz un tercer hijo. Este era aún
pequeño, cuando un día la crecida de un río en las colinas superiores provocó una improvisada inundación. En pocos instantes, la inundación se llevó su casa, su bodega, el pueblo entero. Narada huyó salvando sólo a su pequeña familia y lo
que llevaban puesto. Avanzaban fatigosamente por las aguas agitadas que les rodeaban, llegándoles ya por las rodillas. Narada levaba a sus hijos mayores cogidos de la mano y al pequeño sobre la espalda. La mujer iba a su lado. De repente, Narada tropezó con una piedra. Mientras trataba de encontrar rápidamente el equilibrio, el niño pequeño se le resbaló de su espalda y cayó al
agua. En la desesperada tentativa de salvarlo, Narada, trató de agarrarlo, soltando de la mano a los otros dos. Desgraciadamente, antes de que pudiese cogerlo, el niño pequeño fue arrastrado por el agua. Los otros dos hijos, sin el firme apoyo del padre fueron también arrastrados por la corriente. En ese momento, también
la mujer de Narada, sintiéndose mal por el dolor, cayó y fue arrollada por las aguas. En pocos instantes, Narada perdió todo lo que con tanta tenacidad le había costado crear, en doce largos años. Desesperado, sintió falta de voluntad y se agacho, dejándose llevar por la corriente.
Después de mucho tiempo –al menos así le pareció- recobró el conocimiento. Mirando a su alrededor, le pareció estar rodeado por una fangosa extensión de agua. “Debo haber sido arrastrado sobre un terraplén”, pensó. Luego, recordando su tragedia, empezó a llorar sumisamente. “¡Narada!” Una voz resonó al lado de él. ¿Por qué le parecía tan familiar? Miró de nuevo a su alrededor y se dio cuenta que lo que había visto alrededor suyo no era agua turbia, sino una vasta extensión de arena.
“¡Narada!”, exclamó nuevamente aquella voz. Él levantó la mirada. Con estupor, Vishnu estaba delante de él. “Narada, ¿qué sucede?”, le preguntó. “Hace media hora que te mandé a buscarme agua y ahora te encuentro aquí adormilado sobre la arena. ¿Qué ha pasado?”
¡Éste es el poder de maya! El tiempo pasa. ¿Encarnaciones? ¿Miles, millones, cientos de años? ¿Quién lo sabe? El tiempo es una ilusión: cuando se nos despierta, ¡parece que no haya transcurrido en absoluto!"

Nārada 


"Érase una vez que en algún rincón de esta Tierra, había un reino.
Era el más maravilloso reino existente. Se llamaba el Reino de los Simples.
En este reino, vivían grandes Maestros muy instruidos y artesanos muy poco cultivados. A esta Tierra maravillosa llegaba un majestuoso río. La armonía y el respeto reinaban en el lugar y algunos seres conseguían, desarrollando la fuerza mental, llegar a dominar los Cuatro Elementos. Algunos incluso podían detener la puesta de sol, otros jugaban con las energías del viento, otros hacían llover y así, entre todos, fabricaban, con la única ayuda de su poder mental, todo lo que deseaban.
En este país vivia un gran Yogui que era capaz de todas las proezas con los Cuatro Elementos. Permaneció joven mientras duraron su fuerza mental y su motivación. Se comenta, que de vez en cuando, un Ser de Luz de gran belleza visitaba el lugar. Y le pusieron de nombre: el muy venerable sabio NARADA. Se decía que viajaba de un planeta a otro y que hablaba directamente con Brahmán: Dios.
Un buen día, este honorable sabio se dio cuenta del estado de conciencia que reinaba en esa Tierra. La primera persona que se encontró fue un Yogui con grandes poderes.
El Yogui lo reconoció enseguida y le dijo:
-Oh, gran venerable Maestro, tú que eres bien amado en el corazón de Brahmán. ¿Puedo hacerte una petición?
-Claro, respondió Narada.
-¿Puedes preguntarle a Brahman cuántas vidas me quedan en esta Tierra, para salir de la rueda de los renacimientos?
-Sí, se lo preguntaré si lo veo. Respondió Narada.
Narada continuó su camino y a lo lejos vio a un viejo campesino que trabajaba la tierra, y le dijo:
-Mi viejo amigo, ¿no estás cansado de seguir trabajando a tu edad?
El viejo se levantó y comprendió que quien le acabada de hablar era Narada. Y le respondió:
-Sirvo a mi señor, venerable Maestro. Sí, mi cuerpo está cansado. ¿Puedo pedirte un favor?
-Dime. Respondió Narada.
-Como mi cuerpo está ya muy castigado, puedes preguntarle a Brahman, mi Dios ¿cuántas vidas me quedan en este nivel de existencia?
-De acuerdo -respondió Narada, visiblemente emocionado por aquel hombre tal humilde-. Ese señor llevaba más de ochenta años de duro trabajo a sus espaldas.
De este modo, Narada dejó la Tierra regresando cuarenta años después.
La primera persona que se encontró fue a Yogui, éste continuaba manteniendo una apariencia serena y magnífica. Tenía más de mil años. Se había convertido en maestro de casi todo y poseía el secreto del elexir de la larga vida. Podía regenerar su cuerpo y protegerlo de la enfermedad, pero eso le quitaba toda la energía así que, durante toda su vida, no se ocupó de otra cosa que no fuera de él.
Al ver a Narada le preguntó:
-¿Has visto a Brahmán?
-Sí -respondió Narada-. Y esta es su respuesta: tienes suerte, sólo te quedan tres vidas para liberarte totalmente.
El Yogui creía que había alcanzado la cima de la gloria y, al escuchar aquello, se levantó y le gritó a Narada:
-¿Tres? ¡A través de todas mis privaciones he conseguido el secreto de la juventud eterna y todavía tengo que vivir tres vidas más! ¡Jamás! ¿Me has oido?
Sin embargo, aquel exceso de cólera le hizo perder la maestría que con tanta paciencia había conseguido a lo largo de los siglos y se desintegró en el campo.
Narada continuó su recorrido, encontrándose en el camino al viejo campesino. Cuando vio a Narada, el hombre empezó a sollozar, emocionado de volver a ver a su venerado y bien amado Narada.
Narada le dijo:
-Veo que sigues aquí, ¿cómo te encuentras?
-Muy cansado -respondió el viejo-. ¿Tienes la respuesta de mi pregunta a Brahmán?
-Sí, amigo mío – dijo Narada-. Esto es lo que me ha dicho que te transmita: mira ese gran árbol (un majestuoso sauce con millones de hojas). Te quedan por vivir tantas vidas como hojas tiene el árbol.
Sin decir nada, el hombre se arrodilló y murmuró una oración:
-Oh, Dios en quien he depositado toda mi confianza; te doy las gracias, a pesar de lo viejo que soy, por darme tantas oportunidades para servirte; que cada una de esas hojas sea para mí una fuente de gracia.
Y en ese mismo instante, una violenta ráfaga de viento arrancó todas las hojas del árbol…
Entonces, en el interior del viejo campesino, una voz dijo:
-Desde este momento, eres libre, hijo mío.
El viejo se desvaneció antes los ojos de Narada para transformarse en una radiante luz."

 Nārada o Nārada Muni