"El mito del paraíso, como el del infierno antes, se ha esfumado con el paso de los siglos (salvo para los monjes que lo disfrutan quizá), pero pervive en la frase hecha (estar en Las Batuecas significa estar en él de alguna forma) y, sobre todo, en la bondad de su clima y en la vegetación que lo cubre por completo. Un clima que dulcifica la profundidad en la que se halla, comparada con las montañas de alrededor, y una vegetación tan variada que hace casi un jardín botánico de él. La sola enumeración de las especies que crecen en Las Batuecas produce una melodía que transporta al paraíso terrenal: cipreses, tejos, higueras, cerezos, mirtos, encinas, eucaliptos, acebos, alcornoques, madroños, robles, nogales… Ciertamente, Las Batuecas está más cerca del paraíso que de la boca del infierno que imaginaran los antepasados de los vecinos de hoy, los habitantes de esas aldeas serranas de Salamanca que se reparten el piedemonte de esa atalaya de vértigo que constituye el punto más alto de la provincia: la famosísima Peña de Francia. Una atalaya que constituye el extremo antagónico a Las Batuecas (un kilómetro de altura los separa), pese a albergar otro monasterio, este de frailes dominicos, y desde el que se dominan todos los pueblos de alrededor: La Alberca, Herguijuela, Madroñal, Sotoserrano, Monforte, Mogarraz, Casas del Conde, Miranda del Castañar… Pueblos viejos, de judíos, con una hermosísima arquitectura que tiene en el granito y la madera sus dos bases principales y con un amor a sus tradiciones difícil de encontrar en otros sitios. Tradiciones religiosas como las de santificar los dinteles de las casas con una cruz o un Ave María o como esa moza de ánimas (hoy ya, una mujer mayor) que recorre cada día las empedradas calles de La Alberca tocando una campanita y pidiendo una oración por las pobres almas del purgatorio, o tradiciones artesanales como las de la guarnicionería o la joyería, ambas de clara influencia hebrea. De ahí quizá la gran presencia de la religión y cuyo origen está en la necesidad que en tiempos tuvo la gente de probar su conversión a la fe católica. "

Julio Llamazares
Atlas de la España imaginaria


“Es curiosa la fuerza con la que las personas nos aferramos a los lugares que alguna vez habitamos. Pasa el tiempo, pasa incluso la vida, pasan los siglos y las palabras, y nuestra memoria sigue agarrada como una hiedra a las paredes que un día nos cobijaron.”

Julio Llamazares
En Babia, 1991


"Fue el principio del fin, la iniciación del largo e interminable adiós en que a partir de entonces, se convirtió mi vida. Como la luz del sol, cuando se abre una ventana después de muchos años, rasga la oscuridad y desentierra bajo el polvo objetos y pasiones ya olvidados, la soledad entró en mi corazón e iluminó con fuerza cada rincón y cada cavidad de mi memoria."

Julio Llamazares
La lluvia amarilla



Hace ya mucho tiempo 

"Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, entre zarzas quemadas y pájaros de nieve.

Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, como un viajero gris perdido entre la niebla.

La verdad cifrada dejé atrás: el humo denso y obsequioso de los brezos y la alegría de mis padres en el anochecer.

En el camino del norte, sin embargo, sólo mendigos locos acompañan.
Duermo bajo sus capas en las noches de invierno.

Les digo este relato para ahuyentar el miedo."

Julio Alonso Llamazares



"Me encuentro con el paisaje. 
Como hay un idioma materno
que te enseña a nombrar las cosas,
hay un paisaje materno,
con el que aprendes a ver el mundo.
Luego conoces más lenguas y más paisajes
y pueden ser más bonitos,
pero ninguno te parece mejor.
Éste es el espejo en el que me empecé a mirar
cuando era pequeño [León]"

Julio Alonso Llamazares



Todo lo aprendí de quien nunca fue amado...

Todo lo aprendí de quien nunca fue amado: la nieve y el silencio 
y el grito de los bosques cuando muere el verano.

O aquella canción celta que Kerstin me cantaba:

¿Quién puede navegar sin velas? ¿Quién puede remar sin remos? 
¿Quién puede despedirse de su amor sin llorar?

Pero ahora ya la nieve sustenta mi memoria. Y el silencio se espesa 
tras los bosques doloridos y profundos del invierno.

Por eso puedo navegar sin velas. Por eso puedo remar sin remos.

Por eso puedo despedirme de mi amor sin llorar.

Julio Alonso Llamazares


Qué espero aún de la espiral del tiempo


"¿Qué espero aún de la espiral del tiempo,
de esos cuernos epílogos que suenan en los
bosques?

¿Quién atardece junto a mi corazón helado?

Por el paisaje gris de mi memoria, cruzan
arrieros sin retorno, pastores y alfareros
olvidados, bardos ahogados en el miedo
lacustre de sus propias leyendas.

Sólo estoy, en esta noche última, coronado
de cierzo y flores muertas.

Sólo estoy, en esta noche última, como
un toro de nieve que brama a las estrellas."

Julio Alonso Llamazares


"Últimamente, en España, y supongo que también en otros sitios, el aire está tan lleno de palabras que es imposible oír otra cosa que el ruido que éstas producen. Parece como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en ahogar con sus palabras las voces de los demás. Desde mi privilegiado estatus de escritor (privilegiado por marginal, que no por otro motivo) he tratado en estos años de sobrevivir al ruido intentando al mismo tiempo hacerme oír. En un país en el que nadie lee y en un tiempo, como éste, en el que nadie escucha, seguramente el silencio es la única postura inteligente y todo lo demás varias palabras condenadas, como todas, a convertirse en ruido."

Julio Llamazares
Nadie escucha



 Yo no recuerdo sino el sabor de la duda...

"Yo no recuerdo sino el sabor de la duda como un alud de fresas 
sobre las blandas escamas de mi boca.

He olvidado el lugar donde las nieves más azules consiguen resistirse 
a su abandono.

He olvidado ya hace tiempo la dócil lentitud de los molinos.

Mucho antes de la hora de los vagabundos, y a través de arboledas heladas, 
caminé largamente hacia la mansedumbre. Busqué los prados donde pastan 
los bueyes más antiguos.

Rocas más amarillas que el silencio puse sobre mi incertidumbre. 
Rocas más dilatadas que algodón.

Y no quedó otra cosa que la duda fluyendo dulcemente, como nata derretida.

Yo no sé si, después de la muerte, alguien vendrá a dormirme con leyendas 
aprendidas en lugares lejanos.

Yo no sé si el aguacero de la nada apagará los hornos de la mendicidad.

Pero es seguro que palabras absolutas, más absolutas que vasijas de aceite 
derramadas, me estarán esperando al otro lado del olvido.

Y entre esas voces acuñadas sobre moldes de arcilla y certidumbre, 
mi voz sonará extraña como tomillo arraigado en las cuestas del amor.

Mi voz será como un paréntesis de duda."

Julio Alonso Llamazares