"África sólo despertará a su destino cuando deje de ser el parque zoológico del mundo..."

Romain Gary
Las raíces del cielo



"Aprendí de forma lenta, pero segura, a bajarme los pantalones en público sin sentirme en absoluto azorado. Hace mucho tiempo que ya no temo al ridículo; hoy sé que el hombre es algo que no puede ser ridiculizado."

Romain Gary


"El amor es la única riqueza que aumenta con la prodigalidad."

Romain Gary


"El humor es una afirmación de dignidad, una manifestación de la superioridad del hombre respecto a todo lo que le acontece."

Romain Gary


"En todos los poblados oulés que fueron atravesando a lo largo de su recorrido fueron recibidos con un gran entusiasmo. En Valé, una muchedumbre los rodeó bailando al grito de komun, «elefante», que resonaba con un tono especialmente triunfante debido al hecho de que algunos jóvenes de la tribu venían de saquear el dispensario abierto en un poblado vecino a causa de la epidemia de encefalitis que asolaba toda la región. Habían apaleado a los enfermeros y prendido fuego al almacén de medicamentos. Les siguieron por toda la pista, adelantándoles a veces en el colmo de la excitación, sin dejar de cantar y bailar. Pero al llegar al siguiente poblado, Morel y los suyos sólo encontraron un absoluto silencio. Las chozas parecían completamente vacías y abandonadas. Sólo vieron algunos perros que les ladraron al pasar y a unos cuantos niños con los vientres hinchados a la puerta de las chozas cónicas construidas en los alrededores del bosque. Nada más entrar con los caballos en el poblado, vieron venir hacia ellos, desde el lado opuesto, un hombre que parecía haberles estado esperando en la plaza desierta. Era un blanco que sujetaba firmemente una carabina e iba escoltado por dos soldados negros armados con sendos fusiles. Era el administrador Herbier, que se hallaba en viaje de inspección por la región. Conocía desde hacía tiempo la histeria que se apoderaba de los oulés en la época de las fiestas rituales y había sido informado de los desórdenes por los enfermeros del dispensario que, aunque apaleados y asustados, se hallaban sanos y salvos. Herbier había acudido inmediatamente a Gola con su «tropa»: dos guardias massa que estaban con él desde hacía tres años. Cuando vio al grupo de jinetes entrar en el poblado, seguido por los jóvenes que, aunque extenuados tras una carrera de veinte kilómetros, aún tenían fuerzas para blandir sus lanzas y saltar y gritar de vez en cuando, movilizó a su tropa y salió a su encuentro a través del poblado vacío, con el dedo en el gatillo y apuntándoles con el cañón. Korotoro, con una mueca especialmente alegre, había apuntado al administrador cuando lo vio avanzar hacia ellos y permaneció en esta postura durante todo el tiempo que estuvieron allí. Con su bigote a cepillo y su barriga, Herbier no tenía ni el físico ni el porte que correspondía a su cargo, pero era difícil no admirar su valor. Los jóvenes lanzaron aún algunos gritos amenazadores, pero no tardaron en callarse y en refugiarse detrás de los caballos.
—Espero que no te hagas ninguna ilusión sobre lo que te espera, Morel —dijo el administrador—. Aunque me imagino que te importa un bledo. Cuando uno va de ingenuo, tiene todas las de ganar. Tú ganarás: recibirás una bala en el pellejo, te lo digo yo."

Romain Gary
Las raíces del cielo


"Esa tarde, pan Jozef se presentó, patéticamente, ante los partisanos. El bigote y el czub le colgaban de un modo lamentable. Tenía el rostro contraído y triste del que sufre dolor de muelas: daban ganas de aplicarle una compresa en la mejilla. Miraba de reojo. Con voz muy débil, dijo:

-Quiero hablar con mi mujer.
-Vete –replicó simplemente Czerw.

Entonces pan Jozef se echó a llorar, de forma inesperada. Se marchó, pero volvió al día siguiente, y al otro. Pani Frania ya no estaba en el bosque; Czerw la había llevado a casa de sus padres, en Murawy. Durante dos semanas, pan Jozef volvió cada día. Cada vez pedía ver a su mujer, escuchaba los insultos con un aire triste y volvía a irse, sin atreverse a mirar a nadie a los ojos. Y luego, un buen día, una broma de mal gusto de Krylenko puso un final inesperado a aquel asunto. Pan Jozef había llegado al bosque y, siguiendo la costumbre por entonces ya arraigada, pidió ver a su mujer. Krylenko le miró un buen rato, escupió y dijo:

-Felicidades, posadero. Tengo una buena noticia para ti. ¡Vas a ser padre!

Los partisanos presentes en la conversación, aunque habían visto a hombres sufrir y agonizar durante horas, coincidieron en que “nunca habían visto a un tipo con tan mala cara”. Pan Jozef no dijo nada. Simplemente, todo el rostro se le hundió, se vació de sangre, y sus ojos adquirieron una expresión de sufrimiento muy humano. “Casi parecía un hombre”, declaró más tarde Krylenko, bastante avergonzado, por otra parte, por las consecuencias de su broma. Porque pan Jozef les dio la espalda y se fue. Pero no muy lejos. Sólo llegó hasta el primer árbol un poco aislado, un poco apartado, y allí se sacó los tirantes y se colgó limpiamente de una rama bien sólida. A los partisanos les pareció que el gesto tenía cierta grandeza, y que después de todo el corazón de pan Jozef no estaba compuesto sólo de grasa, como suponía, lo que le valió ser enterrado con una cruz de madera bien plantada sobre su tumba, como corresponde a un cristiano."

Romain Gary
El bosque del odio


"Estaba bajo de moral y las cosas buenas son todavía mejores cuando uno está bajo de moral. Lo he notado muchas veces. Cuando se tienen ganas de reventar, el chocolate sabe mejor que nunca."

Romain Gary
La vida ante si




"La gente no entiende que se puede amar a alguien que no te merece.... En el amor no hay nada que entender."

Romain Gary
La angustia del Rey Salomón




"Me entraron ganas de reír, porque cuando te ríes de algo es menos grave."

Romain Gary
La angustia del Rey Salomón


"Menos mal que teníamos unos vecinos que nos ayudaban. Ya les he hablado de la señora Lola, que vivía en el cuarto piso y se defendía en el Bois de Boulogne como travesti. Antes de irse en su coche, porque tenía coche, subía siempre a echarnos una mano. No tenía más que treinta y cinco años y aún le esperaban muchos éxitos. Nos llevaba chocolate, salmón ahumado y champán, que son cosas caras. Por eso las personas que se buscan la vida con el culo nunca pueden ahorrar. Entonces corría un cuento que decía que los trabajadores norteafricanos tenían el cólera que habían traído de La Meca, y lo primero que hacía la señora Lola al llegar a casa era lavarse las manos. Le tenía horror al cólera, que es antihigiénico y busca la suciedad. Yo no conozco al cólera, pero imagino que no será tan puerco como decía la señora Lola; además, es una enfermedad y no es responsable. A veces me daban ganas de defender al cólera, porque él, por lo menos, no tiene la culpa de ser como es; él nunca decidió ser cólera, le tocó por las buenas.
La señora Lola circulaba en su coche por el Bois de Boulogne toda la noche y decía que era el único senegalés del ramo y que gustaba mucho porque tenía a la vez picha y buenas tetas. Las tetas las había alimentado artificialmente, como el que cría polluelos. Era tan fuerte, por haber sido boxeador, que podía levantar una mesa cogiéndola por una pata, pero no la pagaban para eso. Me gustaba mucho porque no se parecía a nada, era única. Pronto comprendí que se interesaba por mí porque ella no podía tener hijos, pues le faltaba lo necesario. Llevaba una peluca rubia y pechos de esos tan buscados entre las mujeres y que ella alimentaba con hormonas todos los días, y se contoneaba sobre sus zapatos de tacón alto, haciendo gestos provocativos para excitar a los clientes, pero era realmente una persona distinta de todas que inspiraba confianza. Yo no comprendía por qué se clasifica siempre a la gente por el culo y se le da tanta importancia, si es algo que no puede hacer daño. Le hacía un poco la corte, y es que la necesitábamos desesperadamente. Nos daba dinero y nos hacía la comida probando la salsa con posturitas y gestos de satisfacción, agitando los pendientes y contoneándose con sus zapatos de tacón alto. Nos decía que cuando era joven, en el Senegal, había derrotado a Kid Govella en tres asaltos, pero que de hombre fue siempre muy desgraciada. «Señora Lola, usted no se parece a nada ni a nadie», le decía yo. Esto le gustaba. «Sí, Momo —me contestaba—, soy una criatura de ensueño». Y era verdad. Se parecía al payaso azul o a mi paraguas Arthur, que también eran diferentes. «Cuando seas mayor, Momo, te darás cuenta de que hay marcas externas de respeto que no quieren decir nada, como los cojones, que son un accidente de la Naturaleza». La señora Rosa, desde su butaca, le decía que tuviera cuidado, que yo era todavía un niño. Desde luego, era simpática porque era completamente al revés y no era mala persona. Por la noche cuando se arreglaba para salir con su peluca rubia, zapatos de tacón alto, pendientes, su hermosa cara negra con las cicatrices del boxeo, el jersey blanco, bueno para marcar el busto, una bufanda rosa para disimular la nuez que está muy mal vista entre los travestis, la falda abierta por el costado y sus ligas, realmente parecía una mujer. A veces desaparecía uno o dos días por Saint-Lazare y volvía agotada y despintada. Entonces se acostaba y tomaba un somnífero, porque no es verdad que acabe uno por acostumbrarse a todo. Un día la policía estuvo en su casa buscando drogas, pero era una injusticia; unas compañeras, envidiosas, que la habían calumniado. Les hablo ahora de cuando la señora Rosa podía hablar y conservaba toda la cabeza casi siempre, menos cuando se interrumpía a la mitad y se quedaba con la boca abierta y la mirada perdida, como si no supiera quién era ni dónde estaba y qué estaba haciendo allí. A esto lo llamaba el doctor Katz estado de embotamiento. Le daba muy fuerte y cada vez más a menudo, pero todavía preparaba muy bien su carpa a la judía. La señora Lola subía todos los días a preguntar y cuando el Bois de Boulogne marchaba bien nos daba dinero. Era muy respetada en el barrio y al que se permitía alguna impertinencia, le sacudía.
No sé qué hubiera sido de los moradores del sexto piso si no hubiera sido por los de los otros cinco, que no trataban de chincharse unos a otros. Nunca habían denunciado a la señora Rosa a la policía, ni siquiera cuando tenía en casa a diez hijos de putas que armaban jaleo en la escalera.
Hasta había en el segundo un francés que se portaba como si no estuviera en su casa y en su país. Era alto, flaco y con bastón y vivía tranquilamente, sin hacerse notar. Cuando se enteró de que la señora Rosa estaba enferma, subió los cuatro pisos que había entre él y nosotros y llamó a la puerta. Entró, saludó a la señora Rosa, le presentó sus respetos, se sentó con el sombrero en las rodillas, muy erguido, con la frente alta y sacó del bolsillo un sobre con un sello y su nombre escrito con todas las letras."

Romain Gary
La vida ante sí


"Ni es en conjunto el recuerdo de sus terremotos derribando catedrales, ni las estampidas de los mares frenéticos, ni la ausencia de lágrimas en áridos cielos que jamás llueven; ni la visión del ancho campo de agujas inclinadas, bóvedas desencajadas y cruces desplomadas (como peroles inclinados de flotas ancladas), ni sus avenidas suburbanas de paredes de casas caídas unas sobre otras, como un castillo de naipes hundido; no son sólo esas cosas las que hacen de Lima, la sin lágrimas, la ciudad más extraña y triste que puede verse. Pero Lima ha tomado el velo blanco; y hay un horror aún más alto en esa blancura de su pena. Antigua como Pizarro, esa blancura conserva sus ruinas para siempre nuevas; no deja aparecer el alegre verdor de la decadencia completa; extiende sobre sus rotos bastiones la rígida palidez de una apoplejía que inmoviliza sus propias contorsiones."

Romain Gary
Los pájaros van a morir al Perú


"No digo que haya que prohibirles a las madres que amen a sus hijos. Simplemente digo que es mejor que las madres tengan, además, alguien más a quien amar."

Romain Gary
La promesa del alba


"No se puede vivir sin alguien a quien querer."

Romain Gary
La vida ante si




"Porque a veces, lo peor que le puede pasar a las preguntas es la respuesta."

Romain Gary
La angustia del Rey Salomón




"Siempre hay alguien que te necesita."

Romain Gary
La angustia del Rey Salomón