Cuando llegó mayo de 1974, me fue necesario establecer un rígido programa para poder terminar la redacción de We Almost Lost Detroit.

Tenía siete cajas grandes de cartón llenas de material, cinco o seis voluminosos textos de física nuclear y más de dos docenas de entrevistas de noventa minutos grabadas en cinta. Solamente la clasificación de ese material sería una tarea considerable.Fui bastante afortunado al encontrar una vacante en la Colonia MacDowell, en el sur de New Hampshire, donde unos treinta escritores, pintores y compositores pueden vivir y trabajar en estudios aislados entre hermosos bosques de pinos, sin que nadie los moleste. Es una organización mantenida por una fundación, donde un escritor puede echarse a perder entre mimos y atenciones.Había escrito otros dos libros en MacDowell y la atmósfera me resultaba favorable para trabajar.

Thorton Wilder escribió allí gran parte de su obra y se sirvió del pueblo de Peterboro y otros pueblitos vecinos como prototipos para Our Town (Nuestro pueblo).Elinor Wylie escribió allí muchos de sus poemas. Leonard Bernstein compuso en ese lugar lo mismo que Aaron Copland. Edward Arlington era huésped regular, y a lo largo de los años unió se a muchos colonistas que afirmaban que había algo en el lugar queespoleaba generosamente a la musa creativa.Cada colonista graba su nombre con tinta en una plancha de madera sobre la estufa al iniciar su estada en el estudio. Puede haber siete u ocho planchas en cada uno de los treinta estudios, remontándose hasta los primeros años de la década del veinte, cuando empezó la colonia.

Cuando llegué al estudio Watson en mayo de 1974, pasé por el ritual de poner mi nombre, junto con las fechas de mi estada. La hilera de planchas de madera iba oscureciéndose gradualmente a medida que retrocedían hacia años pasados.En mis dos estadas anteriores en MacDowell no me había enterado de que había varias historias de fantasmas en el lugar. Una, muy persistente, se refería al fantasma de Elinor Wylie. Se decía que aparecía constantemente en la escalera del albergue principal.También decían que solía vérsela en la habitación donde durmió. La habitación estaba en la encantadora casita de tejado asimétrico reservada para artistas mujeres, en los días en que las colonistas femeninas eran consideradas iguales, pero separadas. Quienes durmieron después en la “habitación de Elinor Wylie” informaban con persistencia de ruidos y apariciones extrañas. Los informes provenían de personas razonablemente cuerdas y sobrias.

También había varias versiones que afirmaban que el fantasma de Edward Arlington Robinson gustaba visitar su antiguo alojamiento. El escribió buena parte de su obra en el Estudio Veltin, lejos del albergue principal. Era una cabaña rústica y encantadora,construida con piedra del lugar, con la enorme chimenea habitual y una vista que llegaba, por encima de los pinos, hasta las distantes montañas de New Hampshire. Junto a la entrada había una placa con una cita de un verso del poeta. Decía: “Oiréis más de mí después de mi muerte”. Me había alojado allí en mis visitas anteriores, sin pensar dos veces en el mensaje de la placa. Pero varios otros colonistas me dijeron que había muchos que afirmaban que Edward Arlington Robinson visitaba a los escritores o compositores lo bastante tontos como para trabajar en el estudio hasta altas horas de la noche. A mí nunca me sucedió,aunque muchas veces trabajé hasta tarde. Quizá no estaba condicionado para ello.

Esto planteaba una buena pregunta. ¿La aparición de un fantasma era resultado de la sugestión? La sugestión era, seguramente, poderosa; era la base del hipnotismo. En realidad, la hipnosis era sugestión. Era capaz de crear, según estrictos tests médicos y psicológicos, lo que se llamaban alucinaciones negativas y positivas en personas perfectamente normales.
Una alucinación negativa era cuando el hipnotizador podía sugestionar a un sujeto en el sentido de que no podía, absolutamente, ver a una persona que en realidad estaba en la habitación. Podía haber cuatro personas sentadas frente a él, pero debido a la sugestión post-hipnótica, el sujeto veía solamente tres. Nada en el mundo podía convencerlo de que había allí realmente una cuarta persona.Del mismo modo, un hipnotizador podía decir al sujeto que en la habitación estaba una persona que en realidad no se encontraba allí. El sujeto juraba sobre una pila de Enciclopedias Británicas que la persona estaba allí, en la habitación. Yo pensé:

¿Era es a una explicación plausible, en los casos en que alguien ve un fantasma o una aparición,de que la persona era, sin saberlo, víctima de la sugestión? ¿Acaso su inteligencia no podía quedar temporalmente suspendida por hipnosis accidental?

Me sentía muy cómodo con esta teoría. Podía explicar  las apariciones de la Colonia MacDowell. Podía aclarar bastante satisfactoriamente toda la cuestión. Y yo podía olvidarme de la idea deescribir una historia de fantasmas y concentrarme en mi estudio de línea estrictamente científica sobre los peligros de la energía nuclear, epítome de la respetable ciencia objetiva, trágica como era la historia. Resultaba extraño estar trabajando en unahistoria así, mientras otra historia sobre un fantasma en una línea aérea parecía reclamar también mi atención. No podía equilibrar a las dos, y sin embargo, sentía quede alguna manera había un simbolismo con el que yo no quería tener nada que ver. Nuevamente analicé por qué quería molestarme en verme envuelto en una historia de fantasmas. La respuesta parecía estar en la idea de que la vida después de la muerte es la cuestión filosófica más importante que enfrenta todo hombre. Cualquier otra cuestión, científica o no, se vuelve insignificante comparada con ella. Quienes pueden responder a sus propias preguntas con la fe religiosa no tienen problemas acerca de esto, pero una cantidad enorme de personas necesitan pruebas adicionales para responder a sus preguntas. Yo era una de estas.

En MacDowell había poco tiempo para la vida social, pero después de la cena se realizaban reuniones ocasionales en los diversos estudios. Una noche invité a unos amigos a tomar unas copas alrededor del fuego. El tema que surgió nuevamente fue  la posibilidad de vida después de la muerte, y qué clase de forma posiblemente tomaría. Dos de los presentes, Bill y Susan Moody, pensaron que sería divertido jugar un poco con un tablero Ouija, sólo para ver si surgían algunos mensajes inteligibles.Observé cuando la pareja ponía las puntas de sus dedos sobre la planchita indicadora, la pequeña plataforma triangular apoyada en tres patitas y con una ventanilla circular. Esta ventanilla se supone que debe detenerse sobre las letras del alfabeto agrupadas en semicírculo en el tablero. El tablero Ouija se usa desde hace tiempo, y aparentemente la firma Parker Bros., que los fabrica en este país, vende una cantidad tremenda de ellos.Más tarde me enteré de que se los tiene por el “kindergarten” del desarrollo psíquico. Nunca tropecé con ninguna explicación de los movimientos del indicador sobre el tablero, de cómo se detiene en letras específicas, aparentemente sin intervención de la voluntad o consciencia de las dos personas que lo manejan. Después busqué el tema en una enciclopedia que decía:

“Hay indicios, que no pueden ser ignorados, de que el material que surge por medio de este artefacto no siempre se origina en el subconsciente de cualquiera de los que lo usan; ocasionalmente, parece deberse a una especie desconocida de contacto con acontecimientos distantes o con pensamientos de personas distantes”.

El comentario continuaba:

“La ventanilla de vidrio se mueve de letra a letra, frecuentemente deletreando una jerigonza, pero a veces palabras y frases…”

A menudo se llegó a suponer que los “mensajes” transmitidos por medio de este artefacto debían venir de los muertos, y gran parte de la agitación de años recientes contra el uso de tableros Ouija, parece derivar de un arraigado temor a que los mismos pongan a quienes los usan en peligroso contacto con los muertos o con las fuerzas del mal. Ciertamente, los artefactos proporcionan a veces material que resulta pavoroso,sorprendente, embarazoso u obsceno, venga de donde viniere, pero la tendencia actuales considerar a las mentes subconscientes de las personas que los usan como la fuente del material.

El material que esa noche surgió sobre el tablero Ouija en el estudio Watson, de MacDowell, ciertamente se ajustó a las teorías descritas en la enciclopedia. Al principio las letras aparecieron desordenadamente, pero después empezaron a salir rápidamente y resultó difícil anotarlas en la sucesión correcta. Después de unos minutos, los movimientos del indicador parecieron hacerse más suaves y estabilizados. Bill y Susan Moody se alternaban ante el tablero para hacer preguntas, e insistían continuamente en que el indicador se movía sin ningún esfuerzo consciente por parte de ninguno de los dos. Se detenía en las letras con tanta velocidad, que ellos no tenían idea de lo que estaba siendo deletreado. Ellos trataban de obtener material evidencial para poner a prueba al tablero, información que ellos no conocieran , pero que pudiera ser confirmada más tarde. Cuando el movimiento sobre el tablero de alguna manera pareció volverse más ordenado, el grupo empezó a hacer preguntas:

— ¿Puedes identificarte?

El indicador se deslizó hasta “sí”.

— ¿Eres alguien que estuvo aquí, en MacDowell?

 Nuevamente la respuesta fue sí.

Bill y Susan, todavía ante el tablero, decidieron hacer preguntas que tuvieran que ser deletreadas. El sistema de sí y no, no podía suministrar ninguna información específica para probar la validez de los mensajes.-Por favor, dí si fuiste escritor, pintor o compositor -preguntaron, mencionando a los tres grupos representados en la colonia.El indicador empezó a moverse en círculos más bien rápidos, y después deletreó:

POETISA.

— ¿Cuál es tu nombre?

El artefacto se movió hasta dos letras y se detuvo: E.W.

— ¿Cuándo estuviste aquí, en MacDowell?

El aparatito se movió sobre la fila inferior de números y señaló:

1925-1926-1927.

Fui hasta las placas de madera y revisé la larga lista de firmas. Las placas sobre la chimenea habíanse oscurecido tanto con los años que era difícil leer los nombres escritos sobre la áspera superficie de pino. Finalmente encontré los años indicados, y miré los nombres. Elinor Wylie, la poetisa, había anotado su nombre en el estudio Watson varias veces a mediados y fines de la década del veinte. Volví al tablero. Sería interesante ver lo que seguía después de la información acerca de “E.W.”, quien habíaseidentificado como poetisa.Aparecían más letras. Empecé a anotarlas. Surgían rápidamente, de modo que resultaba difícil decir si formaban o no palabras legibles. La pregunta hecha ahora al tablero fue:

— ¿Quieres hablar con nosotros?

El artefacto empezó a moverse en círculos bajo los dos pares de manos. Deteníase brevemente sobre una letra y pasaba a la siguiente:

S-I-S-I-S-O-P-L-A-N-L-A-S-L-A-M-P- A-R-A-S.

Era una frase curiosa:

“Sí, si soplan las lámparas”.

No teníamos en el estudio ninguna clase de lámpara que pudiera apagarse soplando: eran eléctricas. Me intrigó de dónde vendría esa arcaica expresión. Sólo más tarde me enteré que durante los años veinte, y primera parte de los treinta, la única Iluminación en los estudios eran lámparas a querosén. La pareja junto al tablero seguía preguntándome lo que formaban las letras, pero era difícil decírselo hasta que tuviera oportunidad de separar en palabras las letras que iba anotando en un bloc.Apagamos tres de las cuatro lámparas eléctricas que había en la habitación, cumpliendo con el extraño pedido. La siguiente pregunta fue:

— ¿Puedes darnos los títulos de algunas de tus colecciones de poesías publicadas?

El tablero deletreó: AYÚDENME.

Nadie conocía un poema o un volumen de Elinor Wylie publicado con ese título. No sonaba como un título que ella habría elegido.

Pregunta:-¿Eso es un título, o algo que pides?

El artefacto vaciló, pero en seguida deletreó:ALGO QUE NECESITO.

Una sensación espeluznante recorrió la habitación oscurecida. Sentí un poco de vergüenza de mí mismo por mis remilgos. En realidad, igual que los otros, sentí un definido escalofrío.

— ¿Que podemos hacer para ayudarte? —fue la siguiente pregunta.

Las letras de la respuesta aparecieron rápidamente:AYÚDENME A LIBRARME DE MI PASADO.

Imaginario o no, el frío en la habitación aumentó. Bill y Susan se pusieron de pie y uno de ellos fue y encendió rápidamente las luces. Todos los que estábamos en la habitación habíamos tenido suficiente.Había ciertas observaciones que podían hacerse a partir del experimento. Una era que resultaba indudable que del tablero podían salir frases articuladas, sin que nadie interviniera conscientemente. Esto contrastaba con los primeros largos minutos de jerigonza sin sentido que produjo el artefacto al comienzo de la sesión. La formación casual de palabras, como la teoría de Julián Huxley sobre los monos aporreando máquinas de escribir, era imposible. Otra conclusión era que la planchita movíase por una fuerza propia, sin ser impulsada o empujada por las manos de las personas cuyos dedos descansaban sobre ella. Un tercer punto era que los mensajes parecían revelar la agonía de un alma sin reposo, pero esto, por supuesto, nunca podría ser demostrado. Otro factor era que había cierta información suministrada (iniciales, fechas) que nadie de los que se hallaban en la habitación pudo recordar que la conocía. Yo sabía que no había tenido siquiera idea de que Elinor Wylie se hubiera alojado en el estudio Watson durante un período de años, y quedé un poco sorprendido al descubrir su nombre allí, en una de las seis descoloridas y borrosas placas de madera sobre la chimenea.Todo esto no permitía llegar a ninguna conclusión, es claro.

Lo que dominaba mi mente era la investigación sobre energía nuclear, que era como prepararse intensivamente para un examen final. Fui lo bastante afortunado al tener el libro casi listo antes de tener que partir para completar la gira de promoción. La misma parecía un carrusel interminable.Otra vez las ciudades de la costa oeste, además de Miami, Dallas, Saint Louis, Atlanta y otros puntos en el norte y medio oeste. Para diciembre de 1974 complete la primera versión de Alinost Lost Detroit. Pero vendrían largas semanas de veríficar y volver a verificar los datos con los editores y los hombres de ciencia.

John Grant Fuller 
Relato contado en primera  persona
Extracto  del libro “El Fantasma del  vuelo 401” 




"Esta es una historia extraña,es bien cierta, o quizás,  no lo es. Esa determinación tiene que ser dejada en manos del lector."

John G. Fuller