"¿Acaso hay alguien lo bastante estúpido para creer que existen hombres cuyas pisadas se encuentran a mayor altura que su cabeza?"

Lactancio
Tomada del libro El fin del principio de Adam Frank, página 92


"Después de haber perpetrado este crimen, Diocleciano, a quien la felicidad le había vuelto ya la espalda, se dirigió de inmediato a Roma para celebrar allí sus Vicennales que iban a ser el 20 de noviembre. Una vez celebradas éstas, al no poder soportar la libertad de palabra del pueblo romano, incapaz de dominarse y con el ánimo abatido, abandonó la ciudad en vísperas del primero de enero, fecha en la que se le debía conferir su noveno consulado. No pudo aguantar trece días más, con lo que hubiera iniciado el consulado en Roma y no en Rávena. Además, como inició la marcha en lo más crudo del invierno, se vio afectado por el frío y las lluvias, por lo que contrajo una enfermedad leve, aunque crónica, y hubo de hacer gran parte del trayecto, en medio de grandes achaques, transportado en litera. Después de pasar de este modo todo el verano, llegó a Nicomedia, tras dar un rodeo siguiendo la ribera del Danubio, al tiempo que la
enfermedad se iba agravando. Pese a que era consciente de ello, quiso que lo llevasen hasta la ciudad con el fin de poder inaugurar, en el primer aniversario de las Vicennales, el circo que había construido. Posteriormente enfermó hasta tal punto, que se debieron elevar preces por su salud a todos los dioses. Por último, hacia el 15 de diciembre, en palacio todo fueron llantos, tristeza y lágrimas de los funcionarios; se expandió por toda la ciudad el temor y el silencio. Se le consideraba ya, no sólo muerto, sino incluso enterrado, cuando de súbito, al día siguiente, de madrugada, corre el rumor de que vivía aún y los rostros de la servidumbre y de los funcionarios se inundan de alegría. No faltaron quienes sospechaban que se ocultaba su muerte para dar tiempo a que llegase el César, con la finalidad de evitar una revuelta de los soldados."

Lactancio
Sobre la muerte de los perseguidores



“Donde el miedo está presente, la sabiduría no puede existir.” 

Lactancio


"Los filósofos paganos no han dejado ningún precepto sobre la virtud de la humanidad. Animados de una especie de falsa virtud, excluyeron del ser humano la misericordia, con lo que aumentaron la miserias del hombre que pretendían sanar. Aunque reconocían que debía conservarse el vínculo de la sociedad humana, ellos en realidad lo rompen con el rigor inflexible que atribuyen a la virtud. También se debe señalar otro error suyo, pues juzgan que no se debe dar nada a nadie.

Alegan varias razones por las que los seres humanos se vieron obligados a construir ciudades. Aseguran que los hombres, nacidos originariamente de la tierra, llevaban una vida errante por los campos y bosques, sin estar unidos entre sí por ningún vínculo de derecho o de lengua; que no tenían otro lecho que las hierbas y el follaje, ni otras casas que los antros y las cavernas, y que estaban expuestos a los ataques y a ser presa de las bestias y de los animales feroces. Entonces, los que escaparon de ser despedazados o habían visto que las fieras devoraban a sus allegados, advertidos del peligro que corrían, buscaron a otros e imploraron su socorro, haciéndose entender por medio de gestos. Después —dicen— intentaron comunicarse con sonidos, e imponiendo un nombre a cada cosa, poco a poco perfeccionaron la facultad de hablar.

Como no bastaba el ser muchos para defenderse completamente de las fieras, empezaron a construir murallas, ya para procurarse un reposo tranquilo durante la noche, ya para librarse de las incursiones de las bestias, no luchando, sino por medio de las fortificaciones levantadas .

Cuán necios eran los hombres que inventaron estas insensateces! Qué miserables los que las transmitieron por escrito o de palabra! Como conocieron que los animales habían recibido de la naturaleza el instinto de agruparse, de huir de los peligros, de evitar los males, de refugiarse en las cuevas, juzgaron que los hombres habían aprendido de su ejemplo lo que debían temer y lo que debían buscar, y que nunca se habrían reunido ni habrían inventado el lenguaje, a no ser que algunos de ellos hubiesen sido comidos por las fieras.

Otros sostuvieron que estas imaginaciones son delirios, como ciertamente así es, y que el origen de la sociedad no fue el temor a ser despedazados por las fieras, sino la misma humanidad, pues la naturaleza inclina a los hombres a huir de la soledad y a buscar la comunicación y la compañía de los demás."

Lactancio
Instituciones divinas



"O hay que creer a todos o a ninguno."
aut omnibus credendum est aut nemini

Lucio Cecilio (o Celio) Firmiano Lactancio (Lucius Caelius Firmianus Lactantius
Del libro Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, página 139