El camino del refugio
Un rimorso, Un remordimiento
I
¡Oh! El tétrico Palazzo Madama…
la tarde…la multitud se oscurece…
vuelvo a ver la pobre ánima,
la pobre ánima que me ama:
la tan semejante a una
pequeña actriz famosa.
Recuerdo. Sobre el labio contraído
la voz apenas se escuchó:
«¡Oh Guido! ¿Qué mal
te he hecho para tratarme así?»
II
Esperando que estuviera desierto
atravesamos el portal, pero bajo
los arcos se encontraban parejas
de amantes…huimos fuera:
cae la hermosa empuñadura
adorno de dobles violetas.
Oh agradable perfume disperso
de violetas y petit-gris…
«Pero Guido, ¿qué mal
te he hecho para tratarme así?»
III
Que el tiempo que vence no venza
La voz que me remuerde,
¡Oh rubia pobre esencia!
En el ojo azul violeta,
en el pequeño cuerpo de recuerdos
la pequeña actriz famosa…
Alzó la veletta. Se escuchó
(¡oh miserable también en el acto!)
Y aún: «¿Qué mal te he hecho
¡Oh Guido! para tratarme así?»
IV
Cruzamos los rieles
la Piazza Castello, en el rostro
azotados por el frío más vivo.
Pasaban jóvenes alegres…
Asumía una sonrisa maliciosa:
y sin embargo, malo no soy,
malo no soy, y
me llora en el corazón destrozado
la voz: «¿Qué mal te he hecho
Oh Guido para tratarme así?»
II
Invernal
<<…cri…i…i…i…ick>>…
la grieta
el hielo adornó, crujiente y viva.
«¡A la orilla!» cada uno ganó la orilla
desertando la cubierta mal segura.
«¡ A la orilla! ¡A la orilla!…» un soplo de miedo
dispersó la brigada fugitiva.
«¡Quédate!» Ella aferró mi brazo entrelazado,
sus dedos cruzó, viva unión
entre mis dedos. «¡Quédate, si me amas!»
Y en el espejo falso y desierto
solos quedamos, en largo vuelo inmenso,
ebrios de inmensidad, sordos a los reclamos.
Hecho etéreo así como un espectro,
sin pasado, sin recuerdo,
me abandoné con ella, en el loco acuerdo,
de largas ruedas diseñando el vitral.
Del borde el hielo hizo cricck, más tétrico…
Del borde el hielo hizo cricck, más sordo…
Me estremecí como quien escucha
el estridente y sarcástico chillido de la Muerte,
y me incliné, con las pupilas absortas,
y traslucir vi nuestros rostros
ya tendidos lívidos sepultos…
Del borde el hielo hizo cricck, más fuerte…
¡Oh! Cómo cómo, sujetaron aquellos dedos,
¡sentí nostalgia del mundo y de mi dulce vida!
¡Oh voz imperiosa del instinto!
¡Oh voluntad infinita de vivir!
Mis dedos liberé de aquellos,
y gané la orilla, jadeante, vencido…
Ella sola quedó, sorda a su nombre,
rodando largamente en su reino solitario.
Al final, le plació, tornar al suelo;
y riendo arribó, suelta la cabellera,
hermosa, audaz, palpitante como
la garza que emprende el vuelo.
Tan pronto recuperé el aliento, regresé
a la alegre multitud femenina,
me buscó, me alcanzó entre las filas
de amigos de risa cortés:
«¡Mi señor querido, gracias!» Y me extendió
la mano, fugaz, sibilante: –¡Vil!
Guido Gozzano
La via del rifugio
¡Oh, hijo mío! Lo mejor de otros tiempos era nuestra juventud."
Guido Gustavo Gozzano
Tomada del libro de Pitigrilli, Diccionario de la sinceridad, página 134
No hay comentarios:
Publicar un comentario