"Te alabo, Ignorancia, gran perseguida y hermana de la Sabiduría, a quien, como a ti, desgraciadamente, ya no es posible encontrar.
Tú eras, antes de que te instruyeran, obediente, respetuosa y pía. Trabajabas sin quejarte; santificabas las fiestas; para los trabajos del campo, leías en el libro del cielo; y cuando "aquellos que saben contar" te llamaban "para firmar tu hoja", tú ponía encima, con la mano acostumbrada a la azada, una temblorosa cruz.
Y sin embargo, tú, que no sabías nada, sabrás la única cosa necesaria: la misma que sabía la Sabiduría, tu hermana, la cual, aunque reina -y tú villana-, no se avergonzaba de ti.
Tú sabías, pues, ¡oh Ignorancia sapiente!, que el principio de la sabiduría es el temor de Dios; y por esto, después del duro trabajo de la jornada te ponías de rodillas y dedicabas alabanzas al Señor.
Y la Sabiduría, a pesar de llevar un gran manto de oro y hacer asequibles los misterios de los Libros Sagrados, iba a arrodillarse humildemente sobre la tierra común, junto a ti.
Entonces -¡oh tiempos remotos!- los orgullosos señores iban de paseo, muy despacio, en extrañas carrozas tiradas, ¡ay de mí!, por caballos; y los pobres peregrinos (con los zapatos a la espalda y el rosario entre los dedos) llegaban a Roma y a Loreto apoyándose en el caballo de San Francisco.
En aquellos tiempos había, en verdad, pocas escuelas; los "profesores", gracias a Dios, no existían, y el que impartía la ciencia era llamado Maestro.
Y la sabiduría de aquellos Maestros era elevada, porque descendía ante el Altísimo; y la ignorancia de los idiotas era sapiente, porque sabía lo esencial de la sabiduría.
Hoy todo eso ha quedado en leyenda, La Sabiduría reina y la Ignorancia campesina desaparece cuando se presenta la "Instrucción Pública"...
Y no hay remedio."

Domenico Giuliotti
Tomada del libro de Pitigrilli, Diccionario de la sinceridad, página 115

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