"… Isha y Varille trabajaron sobre los textos. Todo lo relacionado con Amenofis III era relevante para su tesis. Varille, por ejemplo, estuvo a punto de someter a prueba a aquellos «funcionarios» cuyos nombres no le parecían haber sido elegidos al azar. En consecuencia, Isha y él trabajaron sobre el sentido de cada letra (o jeroglífico). Él discutía con el señor De Lubicz las implicaciones filosóficas, del texto de la Teogamia, por ejemplo, o de cualquier otro texto religioso. Isha trabajaba sobre Her-bak, y cada día sometía su trabajo al comentario del señor De Lubicz… En cuanto a mí: revisar, medir, dibujar, con la ayuda de C. Robichon cuando se necesitaba el taquímetro. Se midieron todas y cada una de las partes del templo cubierto, lo mismo que el pavimento, piedra por piedra… En unas tarjetas especialmente impresas registrábamos las dimensiones de cada una de las figuras: altura del ombligo, de la frente, de la coronilla, etc., y las comparábamos con la biometría humana moderna para ver cuáles eran las bases fundamentales del canon faraónico. A propósito de esto hay una pequeña anécdota. En aquella época, yo todavía no sabía leer los jeroglíficos: no empecé a aprender hasta 1949. Una mañana, después de haber medido todos los aspectos de una escena poco habitual, con el rey en compañía de un personaje femenino, un cálculo rápido indicaba que el rey, de acuerdo con la altura del ombligo y en proporción a su altura total, debía de tener unos doce años. Sorprendida e incómoda a la vez, murmuré: «Ya sé que en Oriente uno se casa joven, pero, realmente, a los doce años me parece un poco pronto…», creyendo que la mujer era la esposa del joven príncipe. En consecuencia, insistí en que Varille viniera a identificar a la «mujer» que acompañaba a Amenofis III. Ardiendo de impaciencia, hube de esperar a la noche para que ambos pudiéramos acudir al templo. Yo aguardaba impaciente el veredicto, ya que, si realmente era su esposa, ello plantearía serias dudas sobre la cuestión de la altura del ombligo en proporción a la de la figura completa (lo que proporcionaba la clave para saber la edad del personaje representado)… Lentamente, la antorcha iluminaba los nombres de los diversos personajes. Varille me hizo esperar… —¿Quién es? —Su madre. Entonces todo era correcto. Podía seguir rellenando innumerables tarjetas sin el temor de estar perdiendo el tiempo… ¡Y luego hubo aquel día en que me fastidió una medida que me pareció sospechosa! Llamé a Robichon, que llegó con todas sus cintas metálicas de medición: una de 50 metros, una de 30, dos de 10, etc. Las pusimos todas en el suelo, y en todas los metros eran exactamente iguales, de modo que las cintas eran correctas. Entonces pusimos a prueba mi sherit (el nombre árabe), extendiéndola junto a las demás. Fabricada de tela reforzada, se había dilatado… y, lógicamente, había que rehacer todo el trabajo anterior. De modo que volvimos al lugar que me había dado la alerta: una puerta y una pared. Medidas con una cinta en condiciones, la pared tenía exactamente 6 brazas, y la puerta, 10 codos reales, que era lo que yo esperaba… Al principio, Varille se mostraba muy circunspecto, tanteándole a él, a ella (a Isha, la esposa de Schwaller de Lubicz) y a mí misma. Esperó varios meses antes de «morder el anzuelo»… Clement Robichon no era menos prudente; ¡nada de eso! Diez años después me confesaría que, tras prepararle varias trampas a Schwaller de Lubicz y observar que nunca caía en ellas… Varille había comprendido ya que la versión clásica de los textos de las pirámides resultaba deplorablemente engañosa. Resultaba difícil de admitir, entre otras cosas, que el famoso «texto caníbal» perteneciera a un pueblo tan refinado y sensible ya desde la I dinastía. El significado profundo de las imágenes se había de revelar mediante otro tipo de lectura… El señor De Lubicz e Isha empezaron a pasar largas sesiones con él, con las que quedó completamente persuadido. Además —y Drioton fue el primero en estar de acuerdo—, los numerosos textos considerados «históricos» no eran, en general, sino soportes de unas enseñanzas sobrehumanas basados en la imagen de la llamada historia humana. Este mundo es perecedero, el otro constituye el fin único y verdadero de la existencia, y a cada uno incumbe saber, durante esta vida en la Tierra, cómo alcanzarlo. La batalla de Qadesh, por ejemplo, ciertamente tuvo lugar. En los informes, varias líneas definen concreta y detalladamente los lugares, e incluso las distancias entre los diferentes puntos estratégicos, los nombres de los distintos cuerpos del ejército y los nombres de los enemigos. Pero aparte de estos hechos, que uno puede aceptar como históricamente ciertos, se hallan los interminables «poemas» que le dejan a uno estupefacto… Estos son los hechos: Ramsés II, advertido de la enorme coalición que estaba reuniendo a toda Turquía en torno a los hititas, además de Mesopotamia, la parte superior de Siria y las tribus beduinas nómadas, formó un ejército y atravesó Palestina. Mientras viajaba sus espías le informaban de la posición del enemigo, y todos le aseguraban que se encontraría con él en Alepo. Confiando excesivamente en sus informadores, Ramsés llegó, pues, a Qadesh ignorando que el enemigo le aguardaba allí, oculto tras las colinas. Su primera división montó el campamento, y, al hacerlo, fue sorprendida desarmada. Las otras tres divisiones fueron obligadas a retroceder una distancia de unos treinta kilómetros. Mediante una fácil maniobra del enemigo, Ramsés se encontró aislado del resto de sus tropas y completamente solo, mientras el enemigo se lanzaba sobre el campamento, masacrándolo a voluntad. Ramsés II dirige una espléndida plegaria a Amón. Entonces el propio Amón se encarna en el rey, y, golpeando a diestro y siniestro, el rey, solo, pone en fuga o arroja al río Orontes a miles de carros y soldados… Los historiadores se muestran fácilmente de acuerdo en que el famoso Poema de Pentaour que narra esta historia «desgraciadamente está desprovisto de cualquier valor histórico», y Drioton añade, a propósito del tratado firmado entre Ramsés II y los hititas: «en ningún lugar (del poema) se alude a lo esencial; es decir, a las respectivas fronteras de ambos países» (E. Drioton, L’Egypte, pp. 408-411). ¿Por qué, entonces, esas innumerables representaciones de esta batalla, cubriendo las paredes de los templos? ¿Y por qué se representa al rey amenazando con su maza a un «ramo de prisioneros», algunos asiáticos y otros africanos? «Las largas listas de pueblos nubios conquistados que decoran los pilonos y los templos, los relieves que representan al rey masacrando a un prisionero negro, pertenecen antes a las fórmulas y a la iconografía tradicionales que a la historia» (Ibid., p. 377). Así, todos están de acuerdo en el carácter ahistórico de estos inmensos bajorrelieves; pero entonces, y una vez más, ¿por qué dedicar tanto tiempo y esfuerzo sólo para contar cuentos chinos? Desde el punto de vista clásico, estas preguntas permanecen aún sin respuesta. Pero desde el punto de vista filosófico, en cambio, se puede ver la posibilidad de plantear y comprender estos problemas. Fue esto lo que persuadió a Varille."

Lucy Lamy
hijastra de Schwaller de Lubicz  (Nota personal)
Tomada del libro La serpiente celeste de John Anthony West, página 60














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