"No importa cómo aprendieron los egipcios la eficacia específica de ciertos remedios: el hecho sigue siendo que los conocían. Quizás la superstición y las ideas de la magia les llevaron a su elección original. Una serie de estos remedios reflejan este hecho de manera sobradamente clara… Sin embargo, podemos perder una parte de nuestro respeto cuando nos encontramos con prescripciones que requieren… excrementos de mosca, excrementos de pelícano, orina humana, excrementos de lagarto, las heces de un niño, el estiércol de una gacela y, más frecuentemente que todos los demás, los excrementos de un cocodrilo. El uso de compuestos de cobre y aluminio parecía revelar la perspicacia de los médicos egipcios. Y la medicina moderna incluso encontró una explicación racional para la aplicación de la hiel de pescado y del hígado de vaca triturado en las inflamaciones del ojo… pero el uso de porquería y excrementos parecía una clara muestra de repugnante barbarie. Los historiadores de la medicina inventaron la expresión de «farmacología residual»… Cuando el doctor Benjamin M. Duggar, profesor de Fisiología vegetal… presentó al mundo… el nuevo fármaco, la aureomicina, ciertamente no tenía ni idea del efecto que iba a tener su descubrimiento en nuestra valoración de la medicina egipcia… Las investigaciones mostraron pronto que las bacterias que viven en el cuerpo humano liberan sus productos excretorios en las heces y la orina, que, en consecuencia, son ricas en sustancias antibióticas… Presumiblemente, en un primer momento los egipcios incluyeron las heces y la orina en sus prescripciones porque esperaban que dichas sustancias expulsaran a los demonios que causaban la enfermedad. Pero entonces las sustancias producían repentinamente la curación —aunque en muchos casos sólo debieron de perjudicar—, a la vez que producían nuevas infecciones, ya que los egipcios no tenían ni idea del secreto de su poder. El éxito dependía del azar… Muchas de estas prescripciones son asombrosamente concretas en su recomendación de los excrementos de determinados animales… Hoy sabemos que cada animal produce diferentes sustancias antibióticas, y lo mismo vale para el lodo y los distintos suelos… "

Jürgen Thorwald era el seudónimo del escritor, periodista e historiador alemán Heinz Bongartz
The Science and Secrets of Early Medicine, Thames & Hudson, 1962, pp. 84-86
Tomada del libro La serpiente celeste de John Anthony West, página 225












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