Al viento

"Cuando era niño, con pavor te oía
en las puertas gemir de mi aposento;
doloroso, tristísimo lamento
de misteriosos seres te creía.

Cuando era joven, tu rumor decía
frases que adivino mi pensamiento,
y cruzando después el campamento,
"Patria", tu ronca voz me repetía. 

Hoy te siento azotando, en las oscuras
noches, de mi prisión las fuertes rejas;
pero hánme dicho ya mis desventuras

que eres viento, no más, cuando te quejas,
eres viento si ruges o murmuras,
viento si llegas, viento si te alejas."

Vicente Riva Palacio


“Amor es un cambio completo de naturaleza, inmenso goce en que se halla inmenso dolor, deseo de muerte en la vida, esperanza de vida en la muerte.” 

Vicente Riva Palacio



"De los primeros pasos depende en toda la empresa el éxito final."

Vicente Riva Palacio



"Doña Luisa, la mujer del comerciante don Manuel de la Sosa, era sin disputa una de las más bellas y elegantes damas de la ciudad.
Nadie había conocido a sus padres, y de la noche a la mañana, como decía el vulgo, don Manuel apareció casado con ella, celebrando con gran suntuosidad sus bodas. El marido contaba a sus amigos que Luisa era española y que al llegar a Veracruz la enfermedad le había arrebatado en una semana a sus padres, grandes amigos de don Manuel; que ella le había escrito, él la había mandado traer para que no quedase abandonada y que luego, mirándola tan bella y tan buena, la había hecho su esposa. Luisa, además, era, al decir de don Manuel, perteneciente a una familia noble de Extremadura.
Aunque todo esto tenía mucho aire de novela, el público lo creyó por lo mismo que el público es más afecto a creer lo maravilloso que lo natural, y, además, porque a los ricos se les cree muy fácilmente lo que dicen, y don Manuel, si no lo era, pasaba la plaza de tal.
Vivieron así algunos años sin tener hijos, y Luisa ostentando un lujo asiático. Apenas los ricos cargamentos que llegaban por Acapulco en la nao de China se anunciaban en México, Luisa se apresuraba a comprar.
Soberbios pañolones bordados, telas finísimas de nipis, tibores y jarrones fantásticos, vajillas de porcelana, adornos y juguetes de plata y de marfil, todo lo más valioso y lo más escogido iba con seguridad a parar a la casa de don Manuel de la Sosa.
Los comerciantes hacían entre sí el balance de los capitales de Sosa, que ellos poco más o menos conocían, y aquellos capitales no alcanzaban para el lujo de su mujer; pero ella pagaba cada día mejor, y en atención a esto, los comerciantes acababan por convencerse de que no es bueno formar juicios temerarios.
El pueblo, menos escrupuloso, comenzaba a murmurar de la honestidad de las relaciones de Luisa con don Carlos de Arellano, a quien todos llamaban el mariscal, y con el rico propietario don Pedro de Mejía.
En este estado iban las cosas en el punto en que volvemos a tomar el hilo de nuestra historia.
En una soberbia cámara, Luisa, sentada en un sitial cerca de una ventana, dirigía de cuando en cuando indolentes miradas a la calle. Esperaba; pero sin empeño, sin deseo, sin impaciencia."

Vicente Riva Palacio
Monja y casada, virgen y mártir



"El viento siguió favorable y la «Venus» parecía volar.
En la pequeña isla de Navaza habían fondeado los buques de los piratas, para hacer con más comodidad la división del botín adquirido en la última expedición.
La buena fe entre aquellos hombres era admirable. Ninguno hubiera sido capaz de esconder ni una moneda de cobre; todo iba al fondo común, y todo se repartía según las estipulaciones de las escrituras.
Pero la empresa no había producido grandes resultados; aquel primer golpe no dio más que veinticinco mil pesos, cantidad miserable para hombres ávidos de riquezas y que creían encontrar montes de oro a sus primeros pasos. Aquella suma no alcanzaba ni para pagar las deudas contraídas en Jamaica, y de las que había hablado Brazo-de-acero a Juan Darién.
Además, había allí una cosa muy grave; los franceses querían dejar a Morgan, y por más instancias y promesas de éste, no querían seguir en su compañía. Los ingleses comenzaron entonces a desmayar. Morgan estaba desesperado.
El número de sus soldados y de sus embarcaciones había disminuido hasta ser casi la mitad de los que tenía, y en cuanto a la decisión de sus pocas tropas, no estaba tampoco muy satisfecho.
Sentóse en una roca a meditar; el porvenir era luminoso, su esfuerzo era grande, y sin embargo, nada podía hacer; no había allí un solo hombre que lo comprendiese. Entonces pensó en su joven amigo, en Antonio Brazo-de-acero.
¿Qué sería de él? Quizá había perecido a manos de los soldados españoles. Sumido en estas profundas meditaciones, le encontró un oficial que traía la noticia de que se divisaba una vela. Morgan se levantó violentamente.
La embarcación avanzaba con rapidez."

Vicente Riva Palacio
Los piratas del Golfo


"La adulación es el veneno más activo y el que los hombres toman con más facilidad, por prevenidos que se encuentren."

Vicente Riva Palacio



La muerte del tirano

"Herido está de muerte, vacilante
Y con el paso torpe y mal seguro
Apoyo busca en el cercano muro
Pero antes se desploma palpitante.

El que en rico palacio deslumbrante
Manchó el ambiente con su aliento impuro,
De ajeno hogar en el recinto oscuro
La negra eternidad mira delante.

Se extiende sin calor la corrompida
Y negra sangre que en el seno vierte 
de sus cárdenos labios la ancha herida,

y el mundo dice al contemplarte inerte:
"Escarnio a la virtud era su vida:
vindicta del derecho fue su muerte"."

Vicente Riva Palacio



La noche del Escorial

"La noche envuelve con su sombra fría
El claustro, los salones, la portada,
Y vacila la lámpara agitada
De la iglesia bóveda sombría.

Como triste presagio de agonía
Gime el viento en la lúgubre morada,
Y ondulando la yerba desecada
Vago rumor entre la noche envía.

De Felipe segundo, misterioso
Se alza el espectro del marmóreo suelo
Y vaga en el convento silencioso,

Y se le escucha en infernal desvelo
Crujiendo por el claustro pavoroso
La seda de su negro ferreruelo."

Vicente Riva Palacio



"La noche estaba ya muy avanzada; el más completo silencio reinaba por todas partes, y las últimas luces del Palacio de los virreyes se habían extinguido.
Pero algo extraño pasaba en la ciudad, porque a favor de las sombras, se veían hombres salir furtivamente de las casas y caminar siempre hacia el centro, pero como procurando no ser sentidos y recelando hasta de sí mismos, según el cuidado que ponían en ahogar el ruido de sus pasos.
En las calles apartadas se veían cruzar muy pocos de estos personajes misteriosos; pero a medida que las calles iban siendo de las más cercanas al centro de la ciudad, el número de hombres se aumentaba, y llegaba a convertirse en una verdadera procesión en la Plaza Mayor; procesión que, fraccionándose en grupos, desaparecía en portales de casas y tiendas, que, como por encanto, se abrían para recibirles.
Algunos hombres se separaban de los demás; pasaban por el frente o por la espalda del Palacio del virrey y se dirigían al del arzobispo; en el del virrey nada advertían los habitantes, porque no se escuchaba ni el grito de un centinela, ni el ruido de las puertas de una ventana, ni nada que indicase que los de adentro sentían lo que afuera pasaba.
La puerta del arzobispado se abría y se cerraba con gran precaución; por el exterior del palacio de don Juan de Palafox todo parecía tranquilo, pero había en el interior un movimiento inusitado.
El prelado manifestaba esa febril excitación de un general en los momentos que preceden al combate: era el centro de una actividad extraordinaria. En el mismo traje del arzobispo se notaba algo de extraño que indicaba la proximidad de la batalla.
Don Juan de Palafox no podía permanecer tranquilo un instante: la inquietud más vehemente se revelaba en todos sus movimientos. Aquel hombre, de cerebro de fuego y de corazón de acero, había nacido para los grandes acontecimientos; y si la suerte le hubiera colocado más cerca del trono en sus primeros años, don Juan de Palafox nada hubiera tenido que envidiar al célebre cardenal Jiménez de Cisneros.
El arzobispo disponía la batalla desde el salón mismo en que había reunido a sus amigos la noche que les manifestó sus proyectos; no más que entonces la sesión pasó tranquilamente, y en la noche a que nos referimos todo era agitación."

Vicente Riva Palacio
Memorias de un impostor


La vejez

"Mienten los que nos dicen que la vida
Es la copa dorada y engañosa
Que si de dulce néctar se rebosa
Ponzoña de dolor guarda escondida.

Que es en la juventud senda florida
Y en la vejez, pendiente que escabrosa
Va recorriendo el alma congojosa,
Sin fe, sin esperanza y desvalida.

¡Mienten! Si a la virtud sus homenajes
el corazón rindió con sus querellas
no contesta del tiempo a los ultrajes;

que tiene la vejez horas tan bellas
como tiene la tarde sus celajes,
como tiene la noche sus estrellas."

Vicente Florencio Carlos Riva Palacio Guerrero


"Sólo Dios puede mirar el porvenir y dar el triunfo o mandar la desgracia."

Vicente Florencio Carlos Riva Palacio Guerrero












No hay comentarios: