Andrómeda 

"Ahora la Andrómeda del Tiempo en esta roca ruda,
Aquella sin igual en su belleza ni
Su daño, tiende la vista por ambos cuernos de la costa,
Su flor, su parte de ser, condenada a pasto de dragón.
En otro tiempo la pretendieron y acosaron
Muchos golpes y males; mas hoy escucha rugir
En el oeste una bestia más salvaje que todas, más
Fértil en desmanes, más desenfrenada y lasciva.

¿Se demora su Perseo y la abandona a sus
extremos?—
Pisa un tiempo el aire delicado y cifra
Su pensamiento en ella, que olvidada parece,
Cuya paciencia entretanto, desmenuzada en
dolores,
Crece; para luego descender avasallante, nadie sueña,
Con avíos de Gorgona y alabarda / trallas y comillos."

Gerard Manley Hopkins


Belleza jaspeada

"Gloria a Dios por las cosas moteadas
   —por cielos de colores en pareja como una vaca pinta;
      por los lunares de rosa todos punteados en la trucha que nada;
cascadas de castañas como brasas frescas; las alas de los pinzones;
   un paisaje parcelado y dividido —redil, barbecho y arado;
      y todos los oficios, su equipamiento y su aparejo y su adorno.

Todas las cosas contrastantes, originales, restantes, extrañas;
   lo que sea veleidoso, pecoso (¿quién sabe cómo?)
      con ligereza, lentitud; dulce, agrio; encendido, desvaído.
A Él, que engendra más allá, cuya belleza no conoce el cambio:
                                Alabadlo."

Gerard Manley Hopkins



Despierto y siento la malignidad de la noche, no el día

"Despierto y siento la malignidad de la noche, no el día.
Qué horas, ¡Oh, qué negras horas hemos pasado
esta noche! ¡Las vistas, corazón, que viste; los caminos que viajaste!
Y más debes en la aún más larga dilación de la luz.
   Con testigos hablo esto. Pero donde digo
horas me refiero a años, a la vida. Y mi lamento
es un lloro incontable, llora como muertas cartas enviadas
a él, el más querido que vive, lamentablemente, lejos.

   Estoy exasperado, tengo quemado el corazón. El decreto más profundo de Dios
amargo me querría saber: mi sabor era yo;
los huesos se formaron en mí, la carne se llenó, la sangre rebosó la maldición.
   La levadura del ser del espíritu una sosa masa agría. Veo
que los condenados son así y que su flagelo es ser,
como yo soy el mío, sus mismos yoes sudorosos; pero peores."

Gerard Manley Hopkins


"Digo que estamos una y otra vez envueltos
en misericordia
como si fuera aire." 

Gerard Manley Hopkins



El mar y la alondra

"A mi lado dos sones muy viejos, inmortales.
A la derecha, olas rompen contra la playa
con un vaivén crispado o silencioso,
eterno mientras crezca la luna o se retire.

A izquierda, desde tierra, oigo subir la alondra.
Su alborotado, fresco acorde serpentea
en rizos, libre, y gira en remolinos, y derrocha
su música y la vierte, hasta agotarla toda y consumirse.

Ellos dos avergüenzan nuestra ciudad trivial.
Claman contra este tiempo turbio y sórdido.  
Y nosotros, orgullo de la vida y ansiosos de corona,

perdimos la alegría, el esplendor primero de la tierra.
Nuestro ajetreo y descanso se deshacen, y el polvo
deprisa fluye al barro original del hombre."

Gerard Manley Hopkins



Hurras por la cosecha

"Ya termina el verano; ya en bárbara hermosura
en redor se levantan las gavillas.
Cómo va el viento. Qué amable compostura
las nubes de algodón. ¿Alguna vez formaron
más esponjosos, libres, ondulados
torbellinos de harina por los cielos?
Voy, me elevo, levanto el corazón, los ojos.
Miro toda esa gloria que en los cielos espiga al Salvador.
Y ojos, corazón, ¿qué miradas, qué labios
alguna vez os dieron, más exacta y ardiente,
respuesta a vuestro amor?
Y las lomas colgadas del azul son su hombro;
de Él, que sostiene con majestad el mundo,
robusto garañón, dulce, violeta.
Todo eso estaba aquí, mas no quien lo mirase.
Al reunirse los dos le nacen alas
al corazón y a Él corre, se levanta.
Toda la tierra es poca para alzarla a sus pies."

Gerard Manley Hopkins


La grandeza de Dios

El mundo está cargado de la grandeza de Dios. 
Flamea de pronto, como relumbre de oropel sacudido;
Se congrega en magnitud, como el légamo de aceite aplastado. 
¿Por qué pues los hombres no acatan su vara?
Generaciones lo han ido hollando, hollando, hollando; 
Y todo lo agosta el comercio; lo ofusca, lo ensucia el afán;
Y lleva la mancha del hombre y comparte del hombre el olor: 
El suelo se halla desnudo, ni el pie, calzado, puede ya sentir.

Y con todo esto, natura nunca se agota;
Vive en lo hondo de las cosas la frescura más amada;
Y aunque las últimas luces del negro occidente partieron,
Oh, la mañana, en el pardo borde oriental, mana; 
Pues el Espíritu Santo sobre el corvado mundo 
Cavila con cálido pecho y con ¡ah! vívidas alas.


Gerard Manley Hopkins


"Nada es tan hermosa como la primavera - cuando las hierbas de la maleza, en ruedas, producen brotes largo, hermosos y exuberantes; cuando los huevos de tordo son como cielos bajos y el eco de los tordos reverbera por los árboles, y al oír su canto es como si tronara un rayo."

Gerard Manley Hopkins


“Oh, la mente, la mente tiene montañas,
despeñaderos de pendiente pavorosa,
vertiginosos, no sondeados por ningún hombre.
Sólo puede considerarlos desdeñables
quien nunca los sintió bajo sus pies.” 

Gerard Manley Hopkins



Primavera y Otoño

(A una muchacha)

"¿Por qué te apenas, Margaret, al ver
la Alameda Dorada deshojarse?
¿Cómo puede tu pensamiento en flor
preocuparse por hojas
como si fuesen un asunto humano?
¡Ah! Cuando envejece el corazón,
asiste indiferente a esos otoños,
y no malgasta en ellos ni un suspiro
cuando el mundo se mustia y luego cae
hecho muertos pedazos.
Algún día, no obstante, llorarás
por cosas que sabrás perfectamente.
Pero ahora, muchacha, da lo mismo
el nombre que les des,
pues sólo hay una fuente de dolor.
Los labios y la mente nunca pueden
expresar lo que ha oído el corazón,
decir lo que el espíritu adivina.
Pues para esta tristeza nació el hombre,
y sin saberlo, Margaret, por eso
tú también te entristeces."

Gerard Manley Hopkins


Ramas de Fresno

"Nada de lo que veo, rodando por el mundo, 
nutre más el espíritu o alienta hondas palabras
que un árbol con sus ramas abiertas hacia el cielo.
Estas ramas de fresno: si apretadas y firmes en invierno,
en tiernas crestas de  húmedas pestañas se despliegan
y anidan nuevas en los cielos altos.

Ellas tocan el cielo, tamborean; ¡cómo arañan sus garras
la espejeante bóveda enorme del invierno! Marzo en ellas
funde nieve y azul, y un hilo roto de verdor ajado.
Es nuestra vieja tierra aupándose, escalando a tientas
al escarpado cielo de quien nos ha engendrado."

Gerard Manley Hopkins



"Silencio elegido, cántame
y golpea sobre mi oído en espiral;
condúceme a tranquilas praderas
y sé la música que desee oír."

Gerard Manley Hopkins



"Sobre el agua verdosa del río, al pasar por los barrios de la ciudad y bajo los puentes, golondrinas al vuelo, azules y violáceas por el lomo y mostrando sus pechos teñidos de ámbar al reflejarse en el agua, con un vuelo inestable de alas burlonas que se inclinan primero a un lado y luego al otro. Gaviotas al vuelo. Hacia el atardecer el cielo en parte barrido, como sucede a menudo, por una nube blanca y húmeda, dejando a lo ancho una larga cola compuesta de migas de nubes algodonosas, de gris oscuro. El sol parecía horadarlas con un brillo líquido, su textura parecía tener hacia el norte una pincelada que por el oeste se teñía tenuemente de gris. Violetas. Hacia el este, tras la puesta de sol, una hilera de nubes que se elevaban en voluminosas cabezas suavemente moldeadas en montones de nieve —o eso parecía— y recordaban algo muy elaborado, teñidas de rosa. He advertido que a menudo forman anillos imperfectos. Manzanas y otros frutos brotaban hermosamente. Addis ha estado hablando de todo el asunto de su familia. Su idea era (cuando fue allí hace tres años y durante todas las vacaciones se preparó para la confesión) que siete años es un tiempo prudencial para ayunar, dentro de lo que es una vida, y abstenerse de hablar con la gente. Al no permitírsele leer, daba largos paseos, y debe de ser durante uno de estos cuando se desmayó, como me contó una vez."

Gerard Manley Hopkins
Diarios


"Tal vez esta sea la naturaleza de la belleza en las cosas de las que has hablado y en muchas otras, pero no veo en absoluto cómo puede ser válida para todas las cosas, y me gustaría pedirte que explicases algunas. Déjame que recoja algunos ejemplos. Hanbury permaneció de pie mirando a través de una tronera de una de las torres del viejo muro. Mientras tanto el artista, que había estado dibujando un buen rato sin entusiasmo, abandonó el punto donde había permanecido, como si quisiese pasear un poco. Le empezaba a interesar más esta filosofía de los jardines que su dibujo, porque en el aire limpio de la tarde había oído casi todo lo que se había dicho y tanto quien hacía las preguntas como quien respondía habían alzado la voz: deploraba perderse el final del debate. Al oír sus pasos, Hanbury se volvió y le preguntó si quería tomar el té. El hombre le dio las gracias y aceptó. Entonces se planteó el debate de si los tres debían ir a tomarlo de inmediato o no, y se acordó que de momento debían continuar su paseo. Hanbury sacó a colación varios temas por cortesía, pero el desconocido les rogó que continuasen la conversación."

Gerard Manley Hopkins
Sobre el origen de la belleza



Tú eres en verdad justo, Señor, si yo compito

Justo eres en verdad, Señor, si compito contigo; y sin embargo
por mí será dicho lo que es justo para ti: ¿por qué prospera la vía de los impíos?

Tú eres en verdad justo, Señor, si yo compito
contigo; pero, señor, también lo que suplico es justo.
¿Por qué el camino de los pecadores prospera? ¿Y por qué debe
en desencanto acabar todo aquello que emprendo?
    Fueres mi enemigo, Oh, amigo mío,
¿cómo podrías, me pregunto, peor que ahora
vencerme, frustrarme? Oh, los alcohólicos y esclavos de la lujuria
en horas libres prosperan más que yo, que gasto,
Señor, la vida en tu causa. Mira, las orillas y los recodos,
¡ahora cuán anchos han quedado! De nuevo están tejidos
con calado de perifollo, mira, y un fresco viento los hace temblar;
las aves construyen — pero yo no construyo; no, pero me esfuerzo,
eunuco del tiempo, y no engendro una sola obra que vaya a despertar.
Mío, Oh Señor de la vida, manda lluvia a mis raíces.

Gerard Manley Hopkins
















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