"Bendecimos el sol porque nos separa de él la distancia precisa que nos lo hace útil. Unos pocos millones de millas más cerca o más lejos, y nos asaríamos o helaríamos. ¿Y si con la verdad pasara como con el sol?."

Hjalmar Söderberg
Doctor Glas



"Creo en el deseo de la carne y en la irremediable soledad del espíritu."

Hjalmar Emil Fredrik Söderberg
Doctor Glas



"Iba a escribir un diario durante mi largo viaje, eso pensaba. Pero aún no he escrito nada.
Llegamos a París anteayer por la tarde. Ayer estuve con Markus en la Galería de Luxemburgo y busqué el viejo pino del archipiélago de papá.
Lloré, por supuesto, un poco cuando finalmente lo encontré en un rincón olvidado.
Hoy estuve en el Louvre. Ay, de todas las maravillas que albergan sus interminables salas, a ver qué recuerdo ahora… Sí, de una pintura me acuerdo: un viejo florentino (creo yo) en el Salon Carré: Portrait de jeune homme. De «Inconnu», según dice el catálogo. «Maestro desconocido». Pero Markus dijo que parecía ser de… ¿cómo es que se llamaba? Franciabigio, o algo por el estilo… Me quedé largo rato delante del cuadro. Me recordaba de algún modo a alguien a quien había conocido una vez… Markus vio que me interesaba y me preguntó si quería tener una reproducción. Sí, me gustaría.
Entonces hicimos un recorrido por el Bois de Boulogne, y luego cenamos en el Café Anglais junto con un viejo señor de la Académie des Inscriptions…
Arvid dejó el papelito a un lado y prosiguió con la carta."

Hjalmar Söderberg
El juego serio



"Me señaló una camita. No era el niño hermoso el que yacía en ella. Era otro, un monstruo. Enormes pómulos de simio, cráneo aplastado, ojitos malignos y cretinos. Un idiota: se veía a la primera ojeada.
De modo que aquello era el primogénito. Era el que ella llevaba bajo su corazón, aquella vez. Aquello era la semilla de la cual, de rodillas, ella me suplicó que la librara; y yo repliqué oponiéndole el deber. Vida, no te comprendo.
Y al fin la muerte quería apiadarse de él y de ellos, y sacarlo de la vida en la que nunca hubiera debido entrar. Pero no será así. Nada desean más ardientemente que el verse libres de él, es imposible que piensen de otro modo, pero su corazón cobarde les obliga a llamarme a mí, el médico, para que aleje la buena y compasiva muerte y conserve la vida del aborto. Y yo, el gran cobarde, cumplo con «mi deber», y hago ahora lo mismo que hice entonces.
Desde luego, no he pensado en todo eso de momento, cuando me encontraba, muy despierto en una estancia extraña, junto a una cama de enfermo. Ejercía simplemente mi oficio sin pensar nada: me quedé todo el tiempo requerido, hice todo lo que convenía hacer, y luego me marché. En el recibidor me encontré con el marido y padre, que llegaba un poco achispado.
Y el niño-simio vivirá, tal vez muchos años todavía.
La repugnante cara de bruto me persigue en mi propio despacho, con sus ojitos malignos y cretinos, y leo en ella la historia completa.
Se le han puesto exactamente los ojos con que el mundo miraba a su madre, cuando estaba encinta de él. Y el mundo la engañó persuadiéndola a mirar con los mismos ojos, ella misma, lo que ella había hecho.
Y ahí tenemos el fruto —¡qué hermoso fruto!
El padre brutal que la pegó, la madre con la cabeza llena de lo que dirían parientes y conocidos, las sirvientas que la miraban de reojo e intercambiaban risitas gozosas ante una tan palmaria demostración de que «la alta» se rebajaba tanto como cualquiera, tíos y tías con caras yertas a fuerza de indignación majadera y moralidad oligofrénica, el cura que transformó en carrera de velocidad la humillante boda, embarazado con cierta razón al tener que exhortar a los contrayentes a que hicieran lo que tan obviamente estaba ya hecho —todos aportaron lo suyo, todos contribuyeron a lo que siguió. No se echó de menos ni el médico, y el médico fui yo.
Pude ayudarla cuando, en lo más hondo de la necesidad y la desesperación, se arrastró de rodillas por este despacho. En vez de hacerlo, hablé de mi deber, en el que no creía.
Pero tampoco podía yo saber ni adivinar...
Al fin y al cabo, su caso era de los que no ofrecen incertidumbres. Aunque no creía en el «deber» —no creía que fuera la ley supremamente obligatoria por que pretende hacerse pasar—, no tuve ninguna duda de que lo justo y lo prudente en aquel caso era cumplir con lo que los demás llaman deber. Y lo cumplí sin vacilar.
Vida, no te comprendo."

Hjalmar Söderberg
El doctor Glass




"Primer mandamiento: no comprenderás demasiado.
Pero el que comprende este mandamiento, ése ya ha comprendido demasiado."

Hjalmar Söderberg
Doctor Glas


"Qué poco se conoce uno a sí mismo: siempre he creído, al menos hasta ahora, que yo era una persona honesta y franca. Dentro de un límite, claro, tampoco voy por ahí abordando a mis amigos y diciéndoles qué pienso de ellos. En cualquier caso, siempre he dado por supuesto que la honradez y cierto amor desinteresado por la verdad eran dos de mis rasgos más característicos. Y ahora me encuentro en una situación que hace de la falsedad, la astucia y las mentiras una necesidad casi diaria, y para mi sorpresa me doy cuenta de que también tengo aptitudes en este terreno."

Hjalmar Söderberg
El juego serio


"Tengo días grises y momentos negros. No soy feliz. A pesar de todo, no conozco a nadie con quien quisiera cambiarme; el corazón se me encoge al imaginar que yo pudiera ser tal o tal otro de mis conocidos. No, no quisiera ser ninguna otra persona."

Hjalmar Söderberg
Doctor Glas



“Tú no eliges tu destino, del mismo modo que tampoco eliges a tus padres o a ti mismo: tu fuerza física, tu carácter, el color de tus ojos o las circunvoluciones de tu cerebro. Todo el mundo lo sabe. Tampoco eliges a tu esposa ni a tu amante ni a tus hijos. Los consigues, los tienes y posiblemente los pierdes. ¡Pero no los eliges!”

Hjalmar Söderberg
Doctor Glas



"Y se inclinó sobre el agua para reflejarse, pero su retrato se rompió en las olas que salpicaban.
Pensó seguidamente: " me pregunto qué sentiré cuando me bese". En realidad había sido besada una sola vez, por un teniente después de un baile en el hotel de la ciudad. Pero olía tan mal a cigarros y a ponche, y ella se había sentido un poco halagada de que la hubiera besado, ya que era un teniente, pero por otra parte ese beso no había sido gran cosa. Y además, lo odiaba, porque después del beso ni le había propuesto matrimonio ni la había mirado otra vez.
Mientras estaban allí sentados, cada uno en sus pensamientos, el sol se puso y oscureció.
Y él pensó: " ya que está todavía sentada a mi lado y el sol se ha ido, quizás no tenga nada en contra de que yo la bese".
Y lentamente le pasó un brazo sobre los hombros.
Eso ella no lo había previsto. Había creído que la besaría sin más preámbulos, y que entonces ella le daría una bofetada y se iría como una princesa. Ahora no sabía qué hacer; quería enojarse con él, pero no quería perder la oportunidad de ser besada. Por eso se quedó sentada completamente quieta.
Entonces él la besó.
Era mucho más extraño que lo que ella había pensado; sintió que se quedaba pálida y sin fuerzas, y que se había olvidado totalmente de que le iba a dar un bofetón y que no era nada más que un estudiante.
Pero él pensó en un pasaje de un libro de un médico religioso, llamado "La especie femenina", en donde decía: "pero cuidado con dejar que el abrazo matrimonial se supedite al dominio de las pasiones". Y pensó que debía ser muy difícil cuidarse, si un solo beso podía ya hacer tanto.
Cuando salió la luna, estaban todavía sentados, besándose."

Hjalmar Söderberg
El beso



"Y si algún día entra en mi vida el verdadero sol de primavera, lo más probables es que me pudra porque no estoy acostumbro a ese clima."

Hjalmar Söderberg
El juego serio







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