Algo está pasando, desde luego, y algo muy gordo. Algo que discurre por cauces semiocultos por ahora, por debajo de la «historia oficial» que creen vivir los políticos vocingleros y escribir los historiadores al uso. Porque yo creo que ésta es —y ésta será— la verdadera historia de nuestra época.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 7


Ellos me dijeron varias veces que dejaban a mi libre albedrío cuándo, en qué forma y en qué condiciones podría difundir el mensaje, así como mis impresiones, con las que, naturalmente, pensaba arroparlo. Imagino que, de haber estado tan «sugestionado» por ellos —o manipulado, lo mismo da—, nada más haber sido transcrito el mensaje en mi mente podía haberme personado en cualquier revista sensacionalista de Europa —que, según es notorio, las hay en abundancia— y asunto concluido.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 17


Entonces, si está claro que en el niño de hoy se conforma el hombre y la mujer de mañana, y éste se forma en el hogar, en la escuela y en la calle, no quedará menos claro que lo que deberíamos hacer es no remover las pequeñas cantidades de mala uva que, por lo visto, todos almacenamos en nuestras entrañas, sino cultivar las buenas inclinaciones, la generosidad y el amor, o el compañerismo de que uno es capaz. Y asunto concluido. Y remachar bien esto: al mundo hemos venido —nos lo dice Antonio Gala con bellísimas y, a la vez, dolidas palabras— a tratar de ser felices, y no podremos serlo plenamente más que en la medida en que lo sean también todos aquellos que nos rodean, aunque estén a miles de kilómetros de nosotros y su piel sea de otro color que la nuestra.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 27



Leía con atención, eso sí, cuanto caía en mis manos (revistas, periódicos…), como se lee algo que ya se da por sabido, pero que uno comprueba que, para el común de las gentes, sigue teniendo cierto halo misterioso y está despertando creciente interés.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 36


—No temas. Sube a nuestra nave, que deseamos hablar contigo. La rampilla mecánica me subió hasta arriba, hasta la puerta, que estaría situada a unos 4 o 5 metros del suelo. Antes había podido ver que la nave estaba posada sobre cuatro patas, que parecían estar articuladas tubularmente. Por lo que yo podía percibir, la nave era de un color metalizado, más bien oscuro. Al franquear la entrada la voz me dijo: —¡Bienvenido a bordo de la nave Luz del Cosmos!

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 44


Nunca observé en su atuendo la menor arruga o pliegue. En el pecho, a la altura del corazón, llevaban un emblema en cuyo centro había un círculo, un ojo resplandeciente, multicolor y multiprisma, que no cesó de centellear un solo instante, y en el que, a menudo, quedaría clavada mi mirada.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 45


—¿Estarías dispuesto a recoger un mensaje nuestro destinado a los habitantes de la Tierra? Respondí afirmativamente sin pensármelo dos veces. Y agregué: —Ahora, si me lo permitís, iré hasta el coche a buscar papel y mi pluma. —No, no es necesario. El mensaje te lo vamos a grabar en la mente. Si accedes a ello, naturalmente.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 47

Si te refieres al último planeta que hemos visitado antes de llegar a la Tierra, te diremos que era el Verde Brillante, llamado así porque en él abundan los ríos y los lagos. Nosotros procedemos de planetas distintos. Cuatro somos del planeta Blanco-Marfil, dos son de Violeta-Flor y el otro es precisamente de Verde-Brillante…

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 50


—Hay muchísimos planetas habitados —siguió diciendo la voz—. Cada uno de ellos con unas características singulares, que son las que le dan su nombre. Como diríais vosotros: los hay más ricos y los hay más pobres. Uno de ellos, por ejemplo, es el llamado Desierto-Dorado, que visitamos no hace mucho. Si nos fijásemos tan sólo en su superficie, es más bien de aspecto pobre, como vuestro desierto del Sahara, pero en su interior podemos descubrir lagos inmensos cuyas aguas poseen grandes poderes sedantes. Por eso tiene muy pocos habitantes.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 51


Orientándose, por el contrario, hacia los más intrincados vericuetos de la deshumanización — pese, repito, a la omnipotente presencia de tantas doctrinas religiosas, que jugaban a ser un factor humanizador—, el habitante de la Tierra, con la prolongación de sus esperanzas de vida, por un lado, y con la creciente «angustia vital» por otro, lo único que ha conseguido, por decirlo con palabras de nuestro admirado Américo Castro, ha sido prolongar su mortificador «vivir desviviéndose», que en la era moderna ha pasado a ser «su pan de cada día». Y de ahí que, al paso del tiempo, el hombre haya ido sustituyendo lo esencial de su existencia —vivir su vida con una plenitud cada día mayor—, por lo banal, lo frívolo, es decir: todo aquello que da goces tan superficiales como pasajeros.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 64

—¿Así que nadie ha puesto en peligro la paz del Cosmos como los dirigentes de la Tierra? —No; hasta ahora tal tipo de crisis nos era desconocido…

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 70


Quede claro, por tanto, una vez más, que mucho antes de que los extraterrestres diesen fe de su existencia y por mil conductos distintos nos hicieran llegar sus «mensajes» y «comunicados» de tono fraterno y paternal, a veces, por esta Tierra de nuestras entretelas, ya merodeó una especie de terráqueos que tenía, por decirlo con palabras recién acuñadas —en nuestra larga conversación y sus prolongados silencios—, mucho fluido cósmico de pecho para adentro. Fluido que, por todos los medios a su alcance, trataron de insuflar a sus semejantes.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 76


Muchas veces me he preguntado, asimismo, si al profesor Rodríguez de la Fuente no lo mataría, precisamente, «su obra bien hecha», porque despertar y cultivar la sensibilidad de las gentes —y muy particularmente las de condición humilde— en este mundo, casi idiotizado del todo, es un pecado imperdonable. En todo caso, a Rodríguez de la Fuente no se lo perdonaron…

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 115



Con lo cual… ¿dónde queda la Belleza? ¿Y dónde el Arte? O lo que algunos terráqueos quieren hacer representar a esas palabras. ¿De qué podemos estar orgullosos, los pobladores de la Tierra — muy especialmente los elegidos—, en este terreno? Recordar estas realidades seguramente hará abrir desmesuradamente los ojos a ciertas gentes. En particular a quienes merodean, vegetan y parecen disfrutar en torno a esos tinglados montados sobre las Bellas Artes. La soberbia segrega a menudo inagotables dosis de autosatisfacción bajo forma de «indignación», «sarcasmo», «indiferencia» y, llegado el caso, de incontenible agresividad. Es más: en este campo —el de las «bellas artes»— es quizá en el que, si afinamos bien la puntería, veremos que es donde la superchería de los mercaderes ha alcanzado sus máximas cotas. No siempre de la mano de los artistas, por supuesto —aunque nadie puede negar que la inmensa mayoría de éstos se dejan querer, a menudo, sin demasiados escrúpulos—, sino de la de quienes han juzgado prudente, muchas veces, adornar sus fechorías con aparatosos desplantes filantrópicos… Y, a ratos, ni las apariencias han guardado, porque también se quitan la careta de vez en cuando y hacen tabla rasa, si resulta rentable, de aquello que la víspera parecían venerar o adorar, y al revés: ensalzando hoy lo que abominaban ayer, sobre todo si, entretanto, el artista ha desaparecido del mundo de los vivos. Así las cosas, ahora nos toca a todos, sin excepción —pero sobre todo a los llamados intelectuales y a los artistas— desandar gran parte del camino andado; hacer una gran cura de humildad, volviendo a nuestros orígenes humanos, aportando nuestro granito de arena en la lucha contra los desalmados —y contra sus tinglados de todo tipo— que nos condenan a «vivir desviviéndonos». Que cada uno de nosotros haga el balance de su propia vida y reflexione sobre lo que soñó un día, siendo niño, que quería ser y lo que le han obligado a ser…

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 123-124



En las entrañas de la Tierra no sólo encontraréis muchas claves para comprender el Universo, sino que en ellas los terráqueos descubriréis también las fuentes de la vida infinita.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 132



»—Gracias. Buen viaje. ¿Por dónde se irá? ¿Pasará por Vemet? Se lo pregunto con la intención de acompañarle con mi coche hasta Vilafranca del Conflent, donde puede tomar el tren. Piense que no tiene documentos que acrediten su personalidad.» El «desconocido» se limitó a decir:»—Por arriba.

Eduardo Pons Prades
episodio de Casteil, al pie del Canigó
El mensaje de otros mundos, página 166


Pues bien, en los albores de 1981, y a la vista del panorama político del mundo, en general, y de nuestro país en particular, uno que a la chita callando ronda ya los cuatro decenios y medio de militancia activa, también ha llegado a la conclusión —cumplidos ya los sesenta— de que la Humanidad, dejándose comer el terreno por tanto mercachifle y tanto pragmático —ingredientes con los que se preparan los tecnócratas—, se encuentra sumida en una alarmante deshumanización y, en consecuencia, a dos pasos de una humillante y cruel robotización.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 184

¿Sabe el lector amigo que a los españoles republicanos que luchamos por veintitantos países de cuatro continentes —en las filas aliadas—, después de haberlo hecho en nuestra última guerra civil, André Malraux nos calificó de «Quijotes planetarios»?

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 187

El silencio genuino, desconocido para los terrestres, es un recurso usual en nuestras comunidades, tan necesario para nosotros como el alimento moral o material. Forma parte de nuestra energía vital; sin él nuestro organismo seguramente no funcionaría tan bien.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 206


… el silencio es una medicina única e incomparablemente benéfica para el Universo entero.

Eduardo Pons Prades
El mensaje de otros mundos, página 207













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