Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, no como una certeza ordinaria, o una evidencia. Se instaló solapadamente poco a poco; yo me sentí algo raro, algo molesto, nada más. Una vez en su sitio, aquello no se movió, permaneció tranquilo, y pude persuadirme de que no tenía nada, de que era una falsa alarma. Y ahora crece.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 4
Me admira cómo se puede mentir poniendo a la razón de parte de uno.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 11
La Náusea se ha quedado allá, en la luz amarilla. Soy feliz, este frío es tan puro, tan pura la noche; ¿no soy yo mismo una onda de aire helado? No tener ni sangre, ni linfa, ni carne. Deslizarse por este largo canal hacia aquella palidez. Ser sólo frío.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 32
Me parece haber aprendido en los libros todo lo que sé de mi vida.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 82
Comprendí entonces todo lo que nos separaba: lo que yo podía pensar de él no lo alcanzaba, era exactamente psicología como la de las novelas. Pero su juicio me traspasaba como una espada y ponía en duda hasta mi derecho a existir. Y era verdad, siempre lo había sabido: yo no tenía derecho a existir. Había aparecido por casualidad, existía como una piedra, como una planta, como un microbio. Mi vida crecía a la buena de Dios, y en todas direcciones. A veces me enviaba vagas señales; otras veces sólo sentía un zumbido sin consecuencias.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 110
Me callo, sonrío con aire forzado. La criada me pone delante un plato con un trozo de “camembert” gredoso. Recorro la sala con la vista y me invade un profundo disgusto. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué me he metido a discurrir sobre el humanismo? ¿Por qué están ahí esas gentes? ¿Por qué comen? Verdad que ellos no saben que existen. Me dan ganas de marcharme, de irme a cualquier parte donde estuviera realmente en mi lugar, donde me encerraría… Pero mi lugar no se halla en ninguna parte: estoy de más.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 161
Y yo —flojo, lánguido, obsceno, digiriendo, removiendo melancólicos pensamientos—, también yo estaba de más. Afortunadamente no lo sentía, más bien lo comprendía, pero estaba incómodo porque me daba miedo sentirlo (todavía tengo miedo, miedo de que me atrape por la nuca y me levante como una ola). Soñaba vagamente en suprimirme, para destruir por lo menos una de esas existencias superfinas. Pero mi misma muerte habría estado de más. De más mi cadáver, mi sangre en esos guijarros, entre esas plantas, en el fondo de ese jardín sonriente. Y la carne carcomida hubiera estado de más en la tierra que la recibiese, mis huesos, al fin limpios, descortezados, aseados y netos como dientes, todavía hubieran estado de más; yo estaba de más para toda la eternidad.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 170
Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad. Me dejé ir hacia atrás y cerré los párpados. Pero las imágenes, en seguida vigilantes, saltaron y vinieron a colmar de existencias mis ojos cerrados: la existencia es un lleno que el hombre no puede abandonar.
Jean-Paul Sartre
La náusea, pág. 176