“Cervantes tiene las respuestas a las preguntas de hoy.”

Hélène Cixous


"Cómo no habría deseado yo escribir? Puesto que los libros se apoderaban de mí, me transportaban, me traspasaban hasta las entrañas, me hacían sentir su poder desinteresado; puesto que me sentía amada por un texto que no se dirigía a mí, a tí, sino al otro; atravesada por la vida misma, que no juzga, que no elige, que toca sin señalar: agitada, arrancada de mí, por el amor? (...) esto fue lo primero que supe: que la vida es frágil y que la muerte tiene el poder. Que la vida, ocupada como está en amar, en incubar, en mirar, en acariciar, en cantar, se encuentra amenazada por el odio y la muerte, y que tiene que defenderse. (...) Entonces, cuando lo has perdido todo, no hay más camino, no hay más sentido, no hay más signo fijo, no hay más suelo, no hay más pensamiento que resista otro pensamiento, cuando estás perdida, fuera de tí, y continúas perdiéndote, cuando devienes el movimientro enloquecedor de perderte, entonces es por ahí, desde ahí, donde eres trama despedazada, carne que deja pasar lo extraño, ser sin defensa, sin resistencia, sin barra, sin piel, completamente abismada de otra, es en esos tiempos jadeantes cuando escrituras te atraviesan, eres recorrida por cantos de pureza inusitada, porque no se dirigen a nadie, brotan, surgen, fuera de la garganta de tus habitantes desconocidas son gritos que la vida y la muerte arrojan al combatirse. (...) Hay posibilidades que no surgieron nunca. Otras totalmente imprevistas que nos ocurrieron una sola vez. Flores, animales, artefactos, abuelas, árboles, ríos, nos atraviesan, nos cambian, nos sorprenden. Escribir: primero soy tocada, acariciada, lastimada, después busco descubrir el secreto de ese tocamiento para extenderlo, celebrarlo y transformarlo en una caricia distinta."

Héléne Cixous
La llegada a la escritura, Amorrortu, Bs. As., 2006


“Creo que he inventado un arte libre de enseñar que no entiendo como enseñanza, sino como comunicación, como compartir y pasarlo bien juntos.”

Héléne Cixous



¿Era yo una mujer? Al revivir esta pregunta interpelo a toda la Historia de las mujeres. Una Historia hecha de millones de historias singulares, pero atravesada por las mismas preguntas, los mismos terrores, las mismas incertidumbres. Las mismas esperanzas por las que hasta hace poco sólo se abrían paso consentimiento, resignación o desesperanza. ¿Tomarme por una mujer? ¿De qué manera? Habría detestado “tomarme por” una mujer, si me hubieran tomado por una mujer.


Te agarran por los pechos, te despluman el trasero, te tiran en una cacerola, te saltean al esperma, te engrasan con aceite conyugal, te encierran en tu jaula. Y ahora, pon tus huevos.

¡Qué difícil nos vuelven hacernos mujer cuando lo que esto significa es hacernos gallina!

¡Cuántas muertes a atravesar, cuántos desiertos, cuántas regiones en llamas y regiones heladas, para llegar un día a darme el buen nacimiento! Y tú, ¿cuántas veces moriste antes de haber podido pensar, “Soy una mujer”, sin que esta frase significara: “Entonces sirvo”?

Yo he muerto tres o cuatro veces. ¿Y cuántos ataúdes te han valido de cuerpo durante cuántos años de tu existencia? ¿En cuántas carnes heladas se acurrucó tu alma? ¿Tienes treinta años? ¿Naciste? Nacemos tarde a veces. Y lo que podría ser una desgracia es nuestra suerte. La mujer es enigmática, parece. Los maestros nos lo enseñan. Hasta es, dicen, la personificación del enigma. 

¿El enigma? ¿Cómo serlo? ¿Quién tiene el secreto? Ella. ¿Ella, quién? Yo no era Ella. Ni una Ella, ni ninguna.

Mi inculpación comenzó.

- ¿Sabes hacer lo que saben las mujeres? ¿Y qué saben ellas?

- Tejer – No – Coser – No – Hacer pasteles – No – Hacer niños – Pero yo… - sé hacer el niño. ¿Acaso un niño hace niños? ¿Poner orden, halagar el gusto, anticiparse a los deseos? No sé. ¿Qué sabe ella que yo no sé? Pero, ¿a quién hacerle esta pregunta?

Mi madre no era una “mujer”. Era mi madre, era la sonrisa; era la voz de mi lengua materna, que no era el francés; me parecía más bien un muchacho; o una chica; además era extranjera; era mi hija, mujer, lo era en tanto carecía de la astucia, la maldad, la avidez de dinero, la ferocidad calculadora del mundo de los hombres; en tanto desarmada. Ella me despertaba el ansia de ser un hombre, un justo como en la Biblia – para pelear contra los malos, contra los machos, los ladinos, los comerciantes, los explotadores. Yo fui su caballero. Pero estaba triste. Ser un hombre, incluso un justo, me pesaba. Y no podía ser una mujer "femenina". Hay guerras justas. ¡Pero qué pesada es la armadura!

¿Escribir? Si escribía “YO”, ¿quién hubiera sido? Podía pasar muy bien bajo “YO” en la vida cotidiana sin saber más al respecto, pero cómo hubiera hecho para escribir sin saber quién-yo? No tenía derecho. ¿Acaso la escritura no era el lugar de lo Verdadero? ¿Acaso lo Verdadero no es claro, distinto y uno? Y yo imprecisa, varias, simultánea, impura. ¡Renuncia!

¿No eres el demonio de lo múltiple? Yo exhortaba al silencio a todas las personas que me sorprendían por estar en el lugar de ‘mí’, mis innombrables, mis monstruos, mis híbridos. 

No estás quieta, ¿desde dónde escribes? Yo misma me espantaba. En cuanto a mis desdichadas aptitudes para la identificación, las veía ejercerse en la ficción. “En” el Libro me hacían alguien, mis semejantes de poesía, que los había, contraía alianzas con mis prójimos de papel, tenía hermanos, mismos, sustitutos, yo misma era su hermano o su hermana fraterna a voluntad. Y en realidad, ¿no era capaz de ser una persona? Nada más que una, ¡pero yo!

Peor aún, la metamorfosis me amenazaba. Podía cambiar de color, los acontecimientos me alteraban, crecía pero casi siempre me empequeñecía, e incluso al “crecer” tuve la sensación de empequeñecer.

Ahora bien, creía como es debido en el principio de identidad, de no contradicción, de unidad. Durante años aspiré a esa homogeneidad divina. Ahí estaba con mis grandes tijeras, y en cuanto veía que rebasaba, clic, corto, ajusto, lo devuelvo todo a un personaje titulado “una mujer como se debe”.

¿Escribir? – Sí, ¿pero no hay que escribir desde el punto de vista de Dios? - ¡Qué desgracia! - ¡Renuncio, entonces!

Yo renunciaba. Eso me calmaba. Se hacía olvidar. Mis esfuerzos eran recompensados. Veía lucir mi doméstica santidad. Me aglutinaba. Me desmochaba. Estaba a punto de advenir a una-misma.

Pero, como lo supe luego, lo reprimido vuelve. ¿Es obra del azar que mi Soplo volviera en aquellos momentos específicos de mi historia en que hacía la experiencia de la muerte y del nacimiento? Por entonces, no pensaba en ello en absoluto. Si es obra del azar, quiere decir que el azar hace bien las cosas. Y que hay inconsciente. 

Doy a luz. Me gusta dar a luz. Me gustaban los partos – Mi madre era partera – Siempre me agradó ver parir a una mujer. Parir “como se debe”. Llevar a cabo su acto, su pasión, dejándose llevar , pujando como se piensa, medio empujada, medio manejando la contracción, esa mujer se confunde con lo incontrolable que ella hace suyo. ¡Su bella potencia, pues! Parir del modo en que se nada, gozando de la resistencia de la carne, del mar, trabajo del soplo en el que se anula la noción de “dominio”, cuerpo a su propio cuerpo, la mujer se sigue, se une, se desposa. Está ahí. Entera. Movilizada, y es de su cuerpo que se trata, de la carne de su carne. ¡Por fin! Ella es esta vez, entre todas, de ella misma, y si se quiere así, no está ausente, no está fugándose, puede tomarse y darse a ella misma. Al mirarlas parirse, aprendí a amar a las mujeres, a presentir y desear la potencia y los recursos de la feminidad; a sorprenderme de que semejante inmensidad pueda ser absorbida, tapada, en lo cotidiano. A quién yo veía no era a la “madre”. El niño sí, la mira. Yo no. Era a la mujer en el colmo de su carne, su goce, la fuerza por fin liberada, manifiesta. Su secreto. Si te vieras, ¿cómo no te amarías? Ella pare. Con la fuerza de una leona. De una planta. De una cosmogonía. Tira. Riendo. ¡Y tras las huellas del niño, una ráfaga del Soplo! ¡Un ansia de texto! ¡Confusión! ¿Qué le pasa? ¡Un niño! ¡Papel! ¡Ebriedades! ¡Yo desbordo! ¡Mis pechos desbordan! Leche. Tinta. La hora de dar de mamar. ¿Y yo? Yo también tengo hambre. ¡El sabor de leche de la tinta!

Escribir: como si aún tuviera ansia de gozar, de sentirme plena, de pujar, de sentir la fuerza de mis músculos, y mi armonía, estar embarazada y en el mismo momento procurarme las alegrías del alumbramiento, las de la madre y las del niño. A mí también darme nacimiento y leche, darme el pecho. La vida llama a la vida. El goce quiere relanzarse. ¡Otra vez! No escribí. ¿Para qué? La leche se me ha subido a la cabeza...

Otro día, hago un niño. Este niño no es un niño. Era quizás una planta, o un animal. Vacilo. Todo sucedía como si lo que había imaginado siempre se reprodujera en la realidad. Produjera la realidad. En esa ocasión descubrí que no sabía dónde comienza lo humano y lo no humano, ¿qué diferencia hay entre lo humano y lo no humano? Entre la vida y la no-vida. El “límite”, ¿acaso existe? Las palabras eran traspasadas, su sentido huía. Un soplo se abisma. El niño muere. No muere. Imposible hacer un duelo. Por todas partes hay un ansia de escribir. Este es justo el momento, me digo, severa. Me llevan ante el juez: “¿Quieres hacer un texto cuando no eres capaz de hacer un niño propiamente? Antes vuelve a dar tu examen.”

- Una madre haría las cosas mejor, ¿lo reconoces?

- Sí.

- ¿Quién eres? – Lo sé cada vez menos. Renuncio.

En verdad no tengo ninguna “razón” para escribir. Todo viene de ese viento de locura. 

Y sin remedio, salvo la violencia o la coacción. Imposible de prevenir. ¡El Soplo, qué desgracia!

¿Vas a callarte? Me acallan. Que la amordacen. Que la pongan en silencio. Que le tapen lo oídos. Me la cierro. Me examinan. Algo no marcha bien en este organismo. Este corazón no es normal. Late demasiado rápido, corre demasiado fuerte.

- Entonces, me dice el doctor, ¿queremos escribir?

- Un dolorcito en la garganta, dije, anginosa de espanto.

Él me revisa de pies a cabeza, me corta en pedacitos, me encuentra los muslos demasiado largos y los pechos demasiado pequeños.

- Abra la boca, muestre eso.

Abro la boca, hago Aah, saco la lengua. Tengo tres. ¿Tres lenguas? Perdóneme. Y él además sabe que tengo una o dos que no están enganchadas allí, o quizás una sola pero cambiante y multiplicante, una lengua de sangre, una lengua de noche, una que atraviesa mis regiones en todos los sentidos, que enciende sus energía, las arrastra y hace hablar a mis horizontes secretos. No le digas, no le digas. ¡Te cortaré las lenguas, te desplumaré los dientes! “Abra los ojos, meta la lengua adentro”. Obedezco. El Maestro me dice: “Vaya al mercado de la ciudad, descríbalo. Si lo reproduce bien, le darán un permiso de escritura”. No conseguí permiso.

Todos los años, un Súperhombre me dice: “Antes de pasar a la tinta, dime: ¿sabes hablar como un obrero?”

- No.

“¿Sabes quién soy?”. – “Sí, claro, digo, un Superhombre capitalista-realista. El Maestro de la Repetición. El Anti-Otro en padre-persona”.

Me rehace su centésima reescena: todos los años es la remisma. “Creen que usted está aquí: Y usted está ahí. Un día dicen: esta vez la tengo, es ella seguro. Esa mujer está a punto. Y no han terminado de tirar de los cordones de la bolsa que la ven entrar a usted por la otra puerta. Al final, ¿quién es? Si no es nunca la misma, ¿cómo quiere que la reconozcan? Por otra parte, ¿cuál es su nombre principal? El público quiere saber lo que compra. Lo desconocido no se vende. Nuestros clientes piden cosas simples. Usted está siempre llena de dobles, con usted no se puede contar, hay otra en su misma. Háganos una Cixous homogénea. Se ruega reiterarse. Ningún imprevisto. Alteración, muy poca para nosotros. ¡Alto! Descanso. ¡Repetición!

“De futuro, nadie quiere nada. Dennos pasado clasificado, envejezcan. Sobre todo no nos desorienten. Así y todo, ya van cinco mil años que vivimos con ustedes. Las mujeres, ya se saben lo que son. Hace treinta años que tengo una”.

De Hélène Cixous
La Llegada a la Escritura.-1ª ed. – BsAs: Amorrortu, 2006


"La mujer es un ser extraño al que el hombre le teme. Los hombres tienen la necesidad de temer: asocian la feminidad a la muerte y se convierte en un reto para ellos amar a esa extrañeza a la que temen pero quiere apropiársela."

Hélène Cixous
La Llegada a la Escritura


"Por oposiciones duales, jerarquizadas. Superior/Inferior. Mitos, leyendas, libros. Sistemas filosóficos. En todo (donde) interviene una ordenación, una ley organiza lo pensable por oposiciones (duales, irreconciliables o reconstruibles, dialécticas). Y todas las parejas de oposiciones son parejas. ¿Significa eso algo? El hecho de que el logocentrismo someta al pensamiento -todos los conceptos, los códigos, los valores, a un sistema de dos términos, ¿está en relación con "la" pareja, hombre/mujer?
Naturaleza/Historia,
Naturaleza/Arte,
Naturaleza/Espíritu,
Pasión/Acción.
Teoría de la cultura, teoría de la sociedad, el conjunto de sistemas simbólicos -arte, religión, familia, lenguaje-, todo se elabora recurriendo a los mismos esquemas. Y el movimiento por el que cada oposición se constituye para dar sentido es el movimiento por el que la pareja se destruye. Campo de batalla general. Cada vez se libra una guerra. La muerte siempre trabaja.
Padre/hijos Relaciones de autoridad, de privilegio,
de fuerza.
Logos/escritura Relaciones: oposición, conflicto, relevo,
retorno.
Amo/esclavo Violencia. Represión.
Y nos damos cuenta de que la "victoria" siempre vuelve al mismo punto: Se jerarquiza. La jerarquización somete toda la organización conceptual al hombre. Privilegio masculino, que se distingue en la oposición que sostiene, entre la actividad y la pasividad. Tradicionalmente, se habla de la cuestión de la diferencia sexual acoplándola a la oposición: actividad/pasividad.
¡Eso es una mina! Si revisamos la historia de la filosofía -en tanto que el discurso filosófico ordena y reproduce todo el pensamiento- se advierte que está marcada por una constante absoluta, ordenadora de valores, que es precisamente la oposición actividad/pasividad.
Que en la filosofía, la mujer está siempre del lado de la pasividad. Cada vez que se plantea la cuestión; cuando se examinan las estructuras de parentesco; cuando un modelo familiar está en juego; de hecho, desde que se debate la cuestión ontológica; desde que nos preguntamos qué quiere decir la pregunta "¿qué es?"; desde que existe un querer-decir. Querer: deseo, autoridad, nos planteamos esa cuestión, y nos conduce directamente... al padre. Incluso es posible no darse cuenta de que no hay lugar en absoluto para la mujer en la operación. En el límite el mundo del "ser" puede funcionar excluyendo a la madre. No hay necesidad de madre -a condición de que exista lo maternal: y entonces es el padre quien hace de -es- la madre. O la mujer es pasiva; o no existe. Lo que ocurre es impensable, impensado. Es decir, evidentemente, que la mujer no está pensada, que no entra en las oposiciones, no forma pareja con el padre (que forma pareja con el hijo).
Existe ese sueño trágico, de Mallarmé, ese lamento del padre sobre el misterio de la paternidad, que arranca al poeta el duelo, el duelo de los duelos, la muerte del hijo querido; ese sueño del himen entre el padre y el hijo -Entonces, sin madre. Sueño del hombre ante la muerte. Que le amenaza siempre de un modo diferente a como amenaza a la mujer."

Hélène Cixous
La risa de la medusa



"Siempre se tiene miedo de sufrir [...]. Me sirvo de referentes realistas pero son también metáforas de todos los miedos. Todos tienen como raíz el miedo al miedo. Podemos comprenderlo o no. Es el miedo el que engendra un retroceso, una huida frente a la realidad en cuanto a lo que pueda tener de desgarradora. Pero a veces, huyendo, es la vida lo que perdemos. Creemos que salvamos la vida pero la perdemos. Porque todos los sucesos desgarradores son parte integrante de la vida. Y la constituyen."

Hélène Cixous


"Uno está siempre en representación, y cuando se le pide a una mujer que participe en esta representación, naturalmente se le pide que represente el deseo masculino."

Hélène Cixous



“Vivo con mucha gente en mi interior. Establezco un diálogo con aquellos que me inspiran, me contradicen y me regañan.”

Hélène Cixous











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