COMO DESARROLLAR UNA RELACION CONSCIENTE



En mi opinión, la mayoría de la gente debería esperar a casarse hasta que se hayan adentrado bastante en su tercera década de vida.

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Son muchos los solteros que concentran todos sus esfuerzos en perfeccionar las trampas y estrategias exteriores de la soltería para superar el escrutinio del juego de encontrar pareja, mientras que su personalidad interior permanece descuidada y sin examinar. Quieren encontrar a la pareja perfecta, casarse y luego preocuparse por estar felizmente casados. Rechazan a parejas posibles, encontrándoles defectos de uno u otro tipo, sin darse cuenta que el fallo está en ellos mismos, los que rechazan. La ironía es que casi el cincuenta por ciento de los que se casan antes de deshacer y examinar el equipaje que llevan consigo desde su niñez, antes de conseguir alguna formación en las relaciones de pareja, están condenados a unirse a las filas de los solteros por el camino más duro: por la vía del divorcio. Lo que no acaban de comprender es que nada variará hasta que no cambien ellos mismos. No conocerán a un amante más sano, más maduro hasta que ellos mismos no sean más sanos y maduros, hasta que no haya hecho los deberes en casa y se haya preparado debidamente.

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Estamos condenados al fracaso, tanto a la hora de encontrar como a la de mantener el amor, si no conseguimos situar la conducta de nuestra búsqueda de pareja en consonancia con las realidades de nuestras necesidades inconscientes y de nuestra herencia evolutiva. Pero la mayoría de nosotros no sabemos cómo hacer eso porque nuestra sociedad no ha reconocido el tremendo cambio psíquico inherente en el matrimonio moderno por amor. Los matrimonios y las relaciones han cambiado porque nosotros hemos cambiado. Pero como todavía no hemos articulado y codificado ese cambio, seguimos jugando de acuerdo con las antiguas reglas. Se trata de un descuido grave. El fracaso de nuestra sociedad a la hora de reconocer el problema y actualizar nuestra comprensión para que esté a la altura de nuestra evolución psíquica, presagia graves problemas para nuestra civilización.

Pág. 40-41



Hemos admitido la idea de que las personas desgraciadas no deberían permanecer en matrimonios desgraciados. Hemos dado crédito a la idea de que cuando surgen problemas se debe cambiar de pareja, cuando lo cierto es que debe cambiar la forma de vivir con esa persona concreta. Todo es retroceso. En lugar de librarse de la pareja y mantener el problema, lo que debería hacer es librarse del problema para mantener la pareja.

Pág. 42


Para sacarle sentido a las intensas emociones oceánicas del amor, para comprender nuestros sueños, a menudo extraños e inimaginables, nuestros latidos y anhelos, tenemos que retroceder desde nuestra existencia cotidiana y situar nuestra comprensión de las relaciones en el más amplio contexto de nuestra naturaleza humana.

Pág. 56


Por detrás de la fachada de vidas correctas se encuentra con frecuencia a un niño deprimido o a un delincuente camuflado.

Harville Hendrix


La violencia, el abuso de sustancias, la provocación, el retraimiento depresivo, son todas reacciones frustradas, coléricas e inapropiadas ante la impotencia. La gente que tiene la sensación de haber causado un impacto, de que se la escucha, de que dispone de los medios para conseguir lo que desea, no tiene necesidad de recurrir a la violencia, ni se siente deprimida. Los estudios demuestran que la hiperagresividad no se halla conectada con el poder, sino con la ausencia del mismo, y que el logro del verdadero poder hace que la persona sea menos combativa. Los adolescentes delincuentes y los criminales violentos proceden casi sin excepción de hogares problemáticos.

Pág. 152


Son muchos los niños de familias problemáticas que crecen con alguna conciencia de que algo andaba gravemente mal en el hogar. Algunos se pasan años tratando de comprender lo que les ocurrió, y de deshacer el entuerto. Los hay que no pueden afrontar el dolor de enfrentarse cara a cara con su pasado, y prefieren evitar toda intimidad que pueda volver a ponerles en peligro. Otros, sin embargo, pasan por la vida situados en el extremo de dar o recibir dolor, con su vivacidad subvertida en un comportamiento limitado y unos hábitos que confían en que prevendrán la crisis, sin darse cuenta de que sus pasados han emponzoñado sus presentes.
Pero la ignorancia no es una bendición. El alcohol y las drogas, o el comportamiento compulsivo como el trabajo o el juego obsesivos sólo enmascaran el dolor, y eso es algo que no pueden hacer sino temporalmente, hasta que el castillo de naipes se derrumba y quedan destrozadas la propia vida y las relaciones. La única forma de salir del atolladero es cruzándolo. No se puede encontrar curación posible mientras la verdad no salga a la luz.

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Todo comportamiento tiene un propósito: impide enfrentarse con una realidad que es más terrorífica que la terrible situación que se crea.

Harville Hendrix


Es tan grande la necesidad que tiene la sociedad de que nos comportemos según las normas, de que seamos tranquilos y no molestemos, de que planifiquemos con antelación, esperemos nuestro turno y subordinemos nuestros deseos a los del grupo, que perdemos el contacto con nuestra espontaneidad y la confianza en nuestra capacidad para actuar.

Pág. 175


La socialización es esencialmente un proceso de mutilación, de troceamiento de nuestra totalidad, de enmascaramiento o desprendimiento de lo que es indeseable y no encaja, para añadirle después aquello que se necesita para salvar los vacíos dejados por las partes arrojadas por la borda. Durante el transcurso de ese proceso, perdemos el contacto con el exquisito placer de nuestra propia energía vital pulsante, que nuestro cerebro antiguo interpreta como peligrosa. Restringidos, advertidos, aleccionados, rechazados y castigados por ser nosotros mismos, nuestra unidad esencial se ve sacudida y nuestra espiritualidad genérica se evapora. La propia energía vital, lo que los griegos llamaron eros, es amenazadora y temible. Temerosos de nuestra vitalidad esencial, nos convertimos en figuras atascadas, en sombras irreconocibles de nuestro sí mismo. Quizá no recordemos ya quiénes somos y tengamos que mantener al abrigo los aspectos prohibidos de nosotros mismos, pero hemos descubierto al menos una forma de que se nos permita vivir en el jardín. Deprimidos, solitarios, mudos, ansiosos, embotados, coléricos, alienados, antisociales, rebeldes, sociopáticos, psicopáticos... pero vivos.
Lo que nos hace retroceder de nuevo a nuestro anhelo humano innato. Nuestra búsqueda de la totalidad es compulsiva e innegociable. Estamos enganchados a la vida, y haremos lo que sea necesario para sentirnos plenamente vivos... En nuestra cultura solemos adquirir nuestra vitalidad en forma de bienes que representan amor, sexo o éxito, desde la pasta dentífrica y un vino exquisito, hasta Porsches y prostitutas. Nuestras represiones son aplacadas con orgías de sexo y comida, con ejercicios de jogging e identificación por láser, con deportes y películas violentas, con cambios de rumbo y tratos comerciales, o con tratar de conseguir los mejores videojuegos bizantinos. Nuestra falta de vitalidad se supera temporalmente con drogas y otros estimulantes transitorios. Nos hacemos adictos a cualquier cosa que estimule nuestra fuerza vital interna: trabajo, religión, gente, ejercicio y hasta el amor mismo; en fin, todo aquello que sirva para embotar nuestro dolor o estimular nuestros sentidos al coste que sea. Esa es nuestra forma peculiar de buscar el santo grial, el equivalente moderno pero equivocado de las cruzadas y las justas, de feroces monstruos y hazañas amenazadoras para la vida. El grial nunca se encuentra en el viaje y el arte del trato nunca aplaca nuestro anhelo. Finalmente, tenemos que regresar al hogar, a nosotros mismos. Todos nuestros anhelos se hallan conectados con nuestro sí mismo desaparecido, y eso es algo que no está "ahí fuera". Si tenemos suerte, sin embargo, encontramos a alguien que nos aporta vida, alguien que nos hace sentir que el viaje ha terminado. Nos enamoramos... de nuestro sí mismo desaparecido.

Pág. 188

Al enamorarnos, nos sentimos enteros de nuevo, pues adscribimos al ser amado las cualidades dormidas y desaparecidas en nosotros mismos.

Harville Hendrix


La naturaleza de las relaciones es tal, que nuestra incomodidad aumenta a medida que las apuestas son más elevadas. Un compromiso de cualquier tipo, ya se trate de la decisión de verse el uno al otro exclusivamente, de convivir, de acordar un compromiso de boda, o del matrimonio, hace que el cerebro antiguo experimente pánico. Pues el compromiso plantea exigencias sobre partes del sí mismo que han estado bloqueadas. El temor a afrontar el sí mismo perdido, ese resto de nuestro núcleo original, explica por qué muchas parejas se rompen en cuanto empiezan a surgir los problemas. Mientras la relación siga siendo casual, las cosas pueden ir bien.
Pero la intensidad intensifica a su vez la ansiedad. Las explicaciones habituales de la ruptura de una pareja (el temor al compromiso, la incompatibilidad sexual) enmascaran a menudo tensiones subyacentes más profundas: el miedo a abandonar la seguridad del sí mismo falso aceptable, aunque limitado. Este terror despertado explica por qué muchas parejas tienen sus primeras peleas serias a las cuarenta y ocho horas de acordar su compromiso. También es la fuente de las depresiones de la luna de miel, cuando de repente se ponen de manifiesto la frigidez enterrada, la rigidez, la histeria, el dogmatismo y la pasividad que nos habían servido tan bien, surgiendo por entre las palmeras y en la suite nupcial.

Pág. 191-192


Comprender la naturaleza del sí mismo desaparecido no sólo nos puede permitir predecir la clase de pareja hacia la que nos sentiremos atraídos, sino que también preanuncia algunos de los problemas a los que tendremos que enfrentarnos. Pues aunque elegimos parejas que poseen los rasgos positivos que hemos enterrado, también escogemos a las que tienen nuestros propios rasgos negativos rechazados. Recordemos que el sí mismo negado no es en realidad una parte de nuestra naturaleza nuclear original, sino una interiorización de nuestra identificación con los rasgos de nuestros cuidadores, que entran tanto en conflicto con nuestra autoimagen, que no podemos admitirlos. El sí mismo negado representa la discrepancia entre cómo necesitamos pensar sobre nosotros mismos y cómo somos en realidad, un vacío de realidad que los psicólogos llaman egodistónico. Puesto que no podemos vivir con una mala imagen de nosotros mismos, proyectamos nuestros rasgos negativos inadmisibles sobre nuestra pareja.
La horrible verdad es que lo más intolerable para nosotros de nuestra pareja es, al menos parcialmente, el reconocimiento en el otro precisamente de aquello que no podemos soportar el reconocer en nosotros mismos. El grado de reacción emocional ante un determinado rasgo en el otro, es el grado en el que ese mismo rasgo existe en nosotros, ya se trate de algo positivo o negativo... Podría decirse, casi con seguridad, que si no soportamos la pereza en nuestra pareja, nuestra apariencia de gran actividad no es más que un encubrimiento de la propia pereza. La cólera que experimentamos ante el rencor de nuestra pareja enmascara la propia, por muy agradable que parezcamos ser de cara al exterior.

Pág. 192-193


Nuestra sexualidad es un aspecto muy personal y central de nuestra identidad, y juega un papel sin paralelo en nuestras relaciones. Nos gusta pensar que el sexo y nuestra sexualidad son tan "naturales" que ni siquiera tenemos que pensar en ello o trabajar por ello. Pero, de hecho, la sexualidad, como el género, es en buena medida un constructo cultural. Lo que creemos y hacemos sexualmente es aquello que se nos ha enseñado a creer y se nos ha permitido hacer. Lo que hacemos en la cama, y hasta el mismo hecho de hacerlo en la cama, es aprendido. El placer sexual puro y bruto o, en realidad, cualquier emoción pura y bruta, es imposible excepto en unos pocos momentos fugaces que nos pillan desprevenidos, de tan aferrados como estamos a nuestras ideas sobre el comportamiento sexual. Tal como observa Jamake Highwater en Mito y sexualidad, hasta lo que sentimos sobre el sexo está determinado culturalmente (...)
Un indicador significativo de la programación sexual negativa tan difundida en nuestra cultura actual, y que ha aumentado precisamente cuando se supone que nos hemos hecho más "liberados", es la incidencia del deseo sexual inhibido (ISD). El ISD es una queja acerca de la que los terapeutas oyen hablar con demasiada frecuencia. Ahora que se nos permite tener placer sexual, parece se que muchas personas tienen más sexo, pero lo disfrutan menos. El placer se ha convertido en un deber. Decirle a la gente que ha crecido bajo las viejas reglas según las cuales les debe encantar el sexo, que deberían sentirse "libres" y "encendidos", es como decirle a un pasajero que tiene que aterrizar el avión. Al no contar con años de entrenamiento, eso produce una tremenda ansiedad por el rendimiento.
No es nada extraño que el placer sexual sea tan elusivo. ¿Cómo disfrutar del sexo, que no es nada si no es privado e idiosincrático, si nuestras expectativas y las de nuestra pareja son una función del prejuicio social? El sexo debería ser relajado y jugoso, duro y capaz de asombrarnos, toda una experiencia sensual. Pero ¿cómo podemos disfrutar del sexo cuando se nos ha dicho que el placer es pecaminoso, que tenemos que ocultar nuestros cuerpos, o que debemos adaptarnos a una estrecha interpretación de la permisividad? No podemos sacudirnos tan fácilmente las cadenas de la represión. En nuestra cultura, el sexo es un medio para conseguir , muchos fines (liberación física, diversión, poder, humillación, control, conexión), pero el objetivo raras veces es placer puramente sexual y físico.

Pág. 223-225


"Si un hombre y su esposa no se divierten el uno con el otro en la cama, no tendrán ni la motivación ni el valor para afrontar los problemas más complejos en un conflicto de personalidades... Cuando dos personas tratan de crecer en sus actos amorosos mutuos, se desarrolla en su relación un tono psicológico que intensifica mucho el atractivo que sienten el uno por el otro... La familiaridad alimenta el desprecio sólo para aquellos que han dejado de crecer. Para los amantes fieles, alimenta tanto la intensificación del placer como un misterio cada vez más elevado."

Andrew Greeley, tomado del libro de Harville Hendrix Cómo desarrollar una relación consciente, pág. 227



Una relación en la que un hombre no pueda ser tierno y una mujer no pueda ser agresiva, es una relación con problemas, una asociación limitada. Nuestro objetivo es ser socios plenos en asociaciones plenas.

Harville Hendrix


¿Qué podemos hacer para descubrir nuestra propia sexualidad innata, y para aumentar el potencial para la intimidad sexual? Uno de los grandes pasos que podemos dar es desarrollar nuestro sí mismo contrasexual. También es importante que podamos ser conscientes de nuestra historia sexual, que revisemos nuestras relaciones pasadas y nuestros amoríos para ver que nos revelan. Tenemos que ser conscientes del impacto de los mitos y estereotipos sexuales sobre nuestro comportamiento y nuestros sentimientos, para luego negarnos a comportarnos de acuerdo con esos estereotipos. Para los hombres, eso significa expresar la necesidad de ternura y mostrarse abiertos al placer emocional del sexo. Para las mujeres, significa expresar la necesidad de gratificación sexual y mostrarse abiertas al placer físico del sexo. Lo importante no son la técnica, la resistencia y las acrobacias sexuales. Significa encontrar pautas con las que nos sintamos seguros, con las que podamos exponer nuestras vulnerabilidades, deseos y fantasías; significa encontrar parejas con las que podamos dar y recibir. Significa invertir los papeles, probar lo que no nos resulte familiar o incluso nos sea incómodo: quizá ser agresiva como una mujer, permitirnos a nosotros mismos ser pasivos y receptivos, como hombre. Y, ciertamente, significa poseer un sentido del humor y del juego y no tomárnoslo todo tan seriamente. La imaginación también ayuda. Significa permitir el placer, incluido el placer de expandirnos hacia la conciencia del otro.
Y significa diálogo. La comunicación con nuestra pareja sexual es la clave para conocer, para penetrar en el misterio del otro, que es diferente a nosotros. Las parejas tienen que hablar sobre el sexo, decir exactamente lo que desean, lo que les gusta y lo que no. Este diálogo sirve para un propósito dual: expresa nuestras propias necesidades y deseos, y nos permite y nos exige considerar las necesidades y deseos del otro. La charla sexual es en sí misma erótica, y alimenta la intimidad. El diálogo presupone igualdad; exige reconocimiento y respeto por los sentimientos y preferencias idiosincráticas del otro.
Todo esto se reduce a sexo seguro, a un sexo que sea verdaderamente consensuado entre dos. Nadie debería participar en una relación sexual a menos que fuera mutuamente placentera. Tenemos que aprender a decir no al sexo que se percibe como conquista y sumisión, al sexo que expresa hostilidad o cólera, o que es manipulador. El sexo puede transformar lo ordinario, ir mucho más allá del simple encuentro de dos cuerpos, de la liberación de la tensión. Andrew Greeley, un teólogo y novelista dice:



Cuando un hombre y una mujer practican sus ardides mutuos con el otro, están imitando la forma en que Dios actúa sobre nosotros..., están cooperando literalmente con las suaves seducciones de Dios... Es deshonroso para los seguidores (de Dios) emparejarse unos con otros excepto de la forma más ferviente y erótica. Cuanto mayor sea el placer que el hombre y la mujer se proporcionan mutuamente, tanto en la cama como en cualquier otra dimensión de su relación, tanto mayor es la presencia de Dios con ellos.


Nuestra sexualidad puede alimentar el núcleo espiritual de nuestras relaciones. Con clara intención podemos descartar etiquetas como "masculinidad" y "feminidad" y hablar en su lugar de "humanidad".

Pág. 228-229


La culpabilidad y a crítica son características de la lucha por el poder en una relación. Es la otra cara de la moneda del romance: la misma agenda, pero con tácticas diferentes. Ya no tratamos de engatusar a nuestra pareja para que satisfaga nuestras necesidades y nos haga enteros; lo que pretendemos es coaccionarla para que lo haga. Por alguna razón (probablemente porque de niños aprendimos que si llorábamos o nos quejábamos nuestros cuidadores nos atenderían) creemos que podemos provocar que nuestra pareja nos dé lo que deseamos. Lo que conseguimos en lugar de eso es conflicto y el creciente temor de que no vamos a conseguir lo que tan desesperadamente necesitamos.

Pág. 263


Aunque la mayoría de matrimonios quedan encallados en una de ellas, la lucha por el poder (que es la etapa que aparece inmediatamente después de que el romance o enamoramiento inicial se haya desvanecido) tiene potencialmente seis fases predecibles, similares a las fases del dolor por la pérdida de un ser querido, identificadas por Elisabeth Kübler-Ross en su conocido libro Sobre la muerte y el morir: conmoción, negativa cólera, regateo, desesperación y aceptación. Lo que lamentamos es la pérdida de la ilusión, incrustada en la experiencia del amor romántico, de que estamos seguros y de que con nuestra persona amada curaremos indolora y milagrosamente la herida de nuestra niñez y recuperaremos nuestra vitalidad original.
En primer lugar se produce la conmoción cuando el velo de la ilusión queda desgarrado por el descubrimiento de las imperfecciones de nuestra pareja; luego aparece la negativa, cuando tratamos de ignorar o racionalizar los rasgos negativos del otro; a continuación viene la cólera cuando esos rasgos persisten, a pesar de nuestros esfuerzos por vaporizarlos. La existencia de esos rasgos significa para nosotros que nuestra pareja no va a darnos lo que necesitamos, porque no puede. En el inconsciente, el cerebro antiguo hace sonar la alarma cuando estamos en peligro no sólo de ver aplastadas nuestras mejores esperanzas, sino que se encuentra en peligro hasta nuestra propia existencia. Preparados durante eones de aprendizaje evolutivo, nuestra fuerza vital se trasmuta en energía negativa y asalta al otro miembro de la pareja, convertido ahora en la fuente de peligro y, por lo tanto, en el enemigo, algo que hacemos con agresión abierta, intenso retraimiento u hostilidad pasiva. Luchar, huir, someternos o quedarnos petrificados: empleamos la adaptación que hace ya mucho tiempo decidimos haría mejor el trabajo.
Muchos matrimonios se rompen, o quedan encallados en la fase de la cólera de la lucha por el poder. A menudo, el matrimonio se sostiene a través de la cólera gracias al regateo, en el que cada miembro de la pareja trata de obtener lo que desea, negociándolo: si haces tal cosa, yo haré tal otra. Si regresas antes a casa del trabajo, tendremos más sexo. Si me dejas ver la televisión toda la noche, sin interrupción, el sábado llevaré a los niños al parque. Sin quererlo, la terapia tradicional tradicional no hace sino prolongar esta fase, enseñando a la pareja habilidades de negociación y animándola a llegar a acuerdos de comportamiento o contratos, sin comprender o afrontar la agenda oculta de la infancia. El resultado es lo que yo llamo matrimonio del "quid pro quo", y funciona hasta cierto punto para muchas parejas. Pero, para la mayoría de ellas, el regateo conduce a la resignación y la desesperación, que constituye la quinta fase de la lucha por el poder. Permanecen casados y aunque finalmente abandonan la esperanza de encontrar alguna vez el amor que necesitan, se instalan en una relación tolerable que parece funcionar... porque no saben qué otra cosa pueden hacer. Aunque en este punto algunas parejas se resignan a la infelicidad, otras mantienen términos amistosos, cordiales y atentos, a pesar de los anhelos no expresados de lo que les falta. Han llegado así a la fase de la lucha por el poder: la aceptación. Lo que han aceptado es un matrimonio insatisfactorio, pero tolerable.
En la fase de la desesperación, muchas otras parejas abandonan el matrimonio y buscan el verdadero amor en otra parte. Desgraciadamente, y puesto que nunca llegan a ser conscientes de sus heridas de la infancia, y mucho menos a resolverlas, se libran del cónyuge y mantienen su problema, llevándolo consigo a la siguiente relación... e iniciando el ciclo de nuevo.

Pág. 264-265


Para la mayoría de las parejas, una de las verdades más difíciles de aceptar sobre las relaciones es que, para ser querido, uno tiene que convertirse antes en amante. Tiene uno que estar dispuesto a crecer y cambiar, y a comprometerse el primero en curar al otro. Ser la pareja correcta es mucho más importante para una buena relación que elegir a la pareja correcta.

Pág. 267


En una relación inconsciente los dos miembros de la pareja ignoran las necesidades e impulsos que alimentan sus conflictos.

Harville Hendrix


He llegado a creer que la naturaleza tiene un propósito implacable: curarse y completarse a sí misma. Su objetivo es una unidad grandiosa en la que todas sus partes diversas quedan conectadas en un todo pulsante. Veo este propósito recapitulado en el viaje del desarrollo humano, en el que el organismo individual pasa desde el cuidado de sí mismo (la supervivencia) al de los demás. Antes de que el organismo pueda pasar a cuidar de los otros, tiene que desarrollar el ego. Eso se puede ve en el cambio de la preocupación del ego que anuncia el fracaso edípico hacia los seis años de edad, para pasar a la implicación y la preocupación con y por los compañeros, la relación amorosa con el "compinche" hacia los ocho o nueve años, y la obsesión adolescente por el sexo opuesto. Este proceso parece ser no sólo una visión previa, sino también una preparación para el surgimiento del amor adulto, que sigue hacia el matrimonio, el cuidado de los hijos y, finalmente, un cuidado altruista de los otros situados más allá de la familia nuclear.
Todas las tareas del desarrollo parecen estar presentes en el neonato; en consecuencia, el verdadero amor surge a partir de nuestro potencial innato para cuidar (la adaptación nutritiva de nuestro viaje evolutivo), a la edad apropiada y en el medio ambiente adecuado. El surgimiento del cuidado a la edad aproximada de siete años tiene que ser un precursor de la evolución del amor en las fases posteriores de la vida, pero seguramente en la naturaleza no puede evolucionar nada que no haya existido previamente. En consecuencia, el amor debe verse como un potencial indígena en la psique humana que podría crear una estructura política en la que alojarse (y quizá termine por hacerlo así). Nos encontramos todavía muy lejos de llegar a eso, pero estoy convencido de que el proceso de crear estructuras políticas en las que la psique pueda alojarse en su estado actual de desarrollo es una explicación de las estructuras políticas previas. La monarquía, por ejemplo, es decir, el gobierno de muchos por parte de uno solo, recapitula la fase de dependencia de la relación padre-hijo. El surgimiento de la democracia en Estados Unidos durante el siglo XIX (imaginada previamente por los griegos y los hebreos) es la rebelión de los muchos (los hijos) contra el padre (el monarca), un producto de la evolución psíquica en la dirección de la autonomía y la libertad individuales que retoma la fase exploratoria y diferenciadora de la psique. Todavía tenemos que pasar por varias fases más, pero la dirección parece ser la de dirigirnos hacia una igualdad, cuidado y amor universales.
Nuestra esencia, sin embargo, no es el amor, éste es nuestro potencial. Nuestra esencia es energía pulsante que funciona bajo la directriz primigenia de la supervivencia y la plena vitalidad. Para responder a esa directriz, la energía, al verse amenazada, puede adoptar otras formas para protegerse a sí misma, formas que son opresivas y que llamamos malignas. Tales mutaciones de la fuerza vital seguirán agobiándonos hasta que hayamos creado la seguridad, la igualdad y el respeto universales.
Estoy convencido de que nos movemos espasmódicamente en esa dirección, pero tenemos que cooperar con nuestra propia evolución. Desde mi perspectiva, la estructura nuclear a través de la cual se expresa este impulso en la naturaleza son las relaciones íntimas y comprometidas. La curación de cada psique cura el dolor en la naturaleza hacia su autoculminación. Más allá de eso, sólo en un ambiente seguro y lleno de amor podrán nacer niños capaces de conservar su totalidad innata. Esos niños serán aquellos a los que seleccione la naturaleza para completar su proyecto de curación y armonía universal.

Pág. 277-278


Sencillamente, no existe sustituto para la clase de crecimiento que se puede poner en marcha en el marco de la interacción cotidiana de dos personas que se relacionan íntimamente, en esa especie de constante frotamiento de dos piedras. Nadie ve realmente la verdad sobre sí mismo, y nadie se la dirá tampoco, fuera de la intimidad de su asociación con otro.

Pág. 282


Aunque la descripción de cómo lograr el cambio y la integración es en realidad bastante sencilla, el proceso en sí mismo es duro. No es como perder peso o aprender a hablar en las fiestas. Exige una clara intención, una atención sostenida y una práctica consciente cotidiana de nuevas habilidades y de un comportamiento con el que no se está familiarizado y que, además, resulta incómodo.
No hay forma, sin embargo, de evitar este proceso. Las necesidades que tiene el inconsciente de totalidad y de sentirse vivo, no son negociables. La psique está comprometida con su propia culminación. Cada ser vivo desea alcanzar su más pleno potencial, ya se trate de un árbol que se esfuerza y se retuerce abriéndose camino hacia el cielo, por entre las rocas y la arena del desierto, como de un hombre que trata de sobrevivir a una relación dolorosa. Cualquiera que trate de sortear el trabajo duro de la autointegración estará conduciendo cuesta abajo por un túnel sin salida...
La resistencia es natural; cambiar las resistencias de nuestro carácter y el comportamiento al que nos hemos habituado, puede ser aterrador. Nos hemos identificado con nuestro personaje y con nuestro comportamiento petrificado, aunque eso se interponga en el cambio hacia nuestra felicidad. Es importante recordar que las pautas a las que nos hemos habituado, no son nosotros. Sólo son nuestras defensas.
Si realmente deseamos cambiar, tenemos que trabajar duro para conseguirlo y mantenerlo. Sólo al afrontar las partes negativas de nosotros mismos, de apropiárnoslas y de integrarlas, podemos ser enteros y sentirnos plenamente vivos. Tratar de soslayar el trabajo duro del autodescubrimiento y del cambio de comportamiento, es una forma de automutilación.
La mayoría de nosotros vivimos la vida sumidos en una especie de vigilia adormilada, ignorantes de nuestras vidas interiores, haciendo lo que parezca ser necesario para alimentarnos, vestirnos y no sufrir dolor. Pero para sentirse vivo y entero, tenemos que despertar. El despertar, sin embargo, es algo duro de hacer cuando hemos sido drogados y andamos medio sonámbulos, sin estar en contacto con aquellas partes de nuestra mente que impulsan nuestro comportamiento mientras permanecemos físicamente despiertos. Despertar a la realidad es algo que percibimos como amenazador. Nuestro cerebro antiguo piensa que es peligroso ser nosotros mismos, que es la razón por la que enterramos las partes de nosotros mismos que ahora pretendemos recuperar. El proceso de socialización funciona como una prisión, como una restricción más poderosa que nuestro impulso interno hacia la totalidad. Al despertar, volvemos a contactar con el sí mismo perdido y los deseos y las necesidades que encerramos en el armario. Despertar nos pone en contacto con nuestro dolor enterrado. Y con el dolor aparece el temor: el temor a tener nuestra totalidad, el temor a ver satisfechos esos mismos deseos que pensamos que nos matarían. Esas partes enterradas de nosotros mismos tratan de regresar al ser durante toda nuestra vida, pero las bloqueamos porque apropiárnoslas supone amenazar al status quo... y nuestra supervivencia. Nos mostramos reacios, nos resistimos de formas sutiles. Hemos llegado a creer que para existir tenemos que satisfacer todas nuestras necesidades, y hemos aprendido a convivir con nuestras pérdidas; ¿por qué agitar entonces la barca?
El primer paso crucial consiste en rendirse al proceso, en reunir el valor y comprometernos con el autocambio. El lugar de resistirnos, tenemos que cooperar con nuestro impulso inconsciente por ser enteros, por ser verdaderamente nosotros mismos, por sentirnos plenamente vivos (...) Reconocer lo terrible en nosotros, admitir nuestras debilidades y fallos, y apropiarnos de nuestras partes negadas y separadas es el primer paso ineludible para la curación, para llegar a ser completamente nosotros mismos. Habremos dado un paso importante al dejar de proyectar nuestros rasgos negativos sobre los demás, y al apropiarnos de lo que negamos y rechazamos.
El moderno concepto psicológico de apropiación no es más que una nueva palabra para designar lo que antes se llamaba confesión. Forma parte del proceso de curación (salvación). Si no nos apropiamos de la verdad sobre nosotros mismos, sin la confesión, no puede haber cambio. Del mismo modo que en la teoría carcelaria reformadora es axiomático que el recluso tiene que sentir remordimiento para que pueda ser rehabilitado, lo mismo sucede con nosotros. (El arrepentimiento es otro concepto religioso descartado que ahora cobra sentido psicológico.)
La confesión está libre de culpabilidad o juicio. Es puramente un reconocimiento de la verdad sobre nosotros mismos. Nuestras partes heridas, negativas y distorsianadas tienen que brotar al nivel de la conciencia propia y de la conciencia de otro, sin que se establezca juicio alguno, para que podamos curarnos. Tenemos que confiar en que estaremos bien, en que seguiremos siendo amados y aceptados una vez que se haya revelado todo lo que hay en nosotros.
Afrontar las partes negativas de nosotros mismos, desvelar lo que hay de erróneo en nosotros, puede parecer un acto contrario a la sabiduría psicológica convencional en estos tiempos de "consideración positiva incondicional". Pero permítaseme explicar mis términos. Hay que decir primero que el reconocimiento y la convalidación de las partes positivas de nosotros mismos es necesario para la totalidad. Son muchas las personas que se desprecian implacablemente a sí mismas. Quizá como respuesta a eso, también es muy habitual abordar la curación personal sólo desde el lado positivo, con afirmación y amor por uno mismo, dejando de lado los aspectos negativos, demasiado difíciles de afrontar. Eso es potencialmente peligroso, pues la negación de nuestro lado en sombras estimula una profundización de la división interna.
No podemos reconstruirnos  a nosotros mismos mientras despejemos el inestable fundamento del odio y la negativa contra nosotros mismos. Pintar sobre los aspectos negados y no reconocidos, con una animosa capa de barniz de autoestima no hace sino aumentar nuestra ansiedad. Tenemos que ver lo negativo y lo positivo, uno junto a lo otro, para ser enteros.
Del mismo modo que la confesión o la apropiación se halla implicada en el proceso de la rendición, también lo está el concepto de expiación. Una vez más, la implicación religiosa ha sido la de castigo, o la de pagar por los errores del pasado, pero su verdadero significado es el de la restauración de nuestra totalidad, el conectar con nosotros mismos. Esa conexión es el resultado natural del reconocimiento, la aceptación y la apropiación de todo lo que hay en nosotros mismos.

Pág. 285-286-287


Más allá de las puertas del paraíso está la tierra prometida que anhela la psique. Pero sólo le estará esperando si persevera a lo largo del camino. El verdadero amor es tanto una causa como una consecuencia de sus intenciones, tanto una acción como un estado del ser, un logro que se convierte en un regalo. Ese regalo de la gracia es el fruto de la disciplina.

Harville Hendrix pág. 329


 Ediciones Obelisco, S.A. !997 Barcelona













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