— ¿Cuáles son estas características? David casi no le dejó terminar su pregunta. —Todos los casos parecen calcados. Cuando llegan al hospital presentan ya síntomas graves. Nos los traen sus familiares y siempre dicen lo mismo: han intentado cuidarlos en casa pero no aguantan más. No comprenden lo que les ha sucedido, así de repente, de la noche a la mañana, sin que antes hubieran podido advertir nada. Eran muy normales. Los familiares insisten en eso: eran muy normales. De pronto cambiaron. Se mostraron indiferentes. Perdieron el interés por todo. Sus familias dejaron de interesarles y sus trabajos, también. Ellos mismos dejaron de prestarse atención. Se abandonaron por completo. Olvidaron toda actividad. Incluso era difícil lograr que comieran. Cuando nos los traen su apatía es total. Los que nos los traen están desesperados. Repiten una y otra vez: eran muy normales. Siempre habían sido muy normales.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 14


Eran los ojos de un idiota en los que, tras una capa de desesperación, se insinuaba un hiriente atisbo de desinterés.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 19


Después de muchas sugerencias descartadas, alguien, que había investigado los diccionarios, propuso que se les llamara exánimes. Por fin se llegó a un acuerdo. La definición con que se encontraron los que no conocían el significado del término era dura. Leyeron que un hombre exánime era un hombre sin aliento, sumamente debilitado e, incluso, sin señal de vida.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 38





El Progreso aseguraba, según una frase repetida varias veces, que los exánimes eran individuos que habían perdido el apetito existencial.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 45


La ciudad está llena de idiotas, y esto se contagia. ¿Cuántos idiotas hay en esta casa? Yo he visto muchísimos. Casi todos. ¿Sabéis lo que pienso?: que vuestros malditos exánimes son la gente sana que intenta refugiarse frente a la idiotez.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 64


Nada es más elegante que contratar a un embaucador con clase con el que admirar a los amigos.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 87


Resultaba sorprendente que lograra hacerse entender, como aparentemente ocurría, con aquella mezcolanza de formas en las que no se sabía dónde encajaba la seriedad de lo que decía y dónde la parodia.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 103


El sol blanco sobre la ciudad blanca: los contornos se desvanecían y las imágenes se rompían en los arrecifes del pensamiento. El despliegue de la idea dejaba atrás las visiones afianzándose en el suelo las palabras. A Víctor, cegado, le hablaba una voz remota que en su vuelo parecía capturar otras voces. Alguien desde un lugar desconocido sabía, con rara precisión, lo que a él le resultaba confuso. Esto le atraía de tal modo que concentraba toda su atención. Empero, no le llegaba el contenido de su voz sino únicamente resonancias. Estuvo luchando por entender, sin que sus esfuerzos tuvieran recompensa, hasta que se vio obligado a renunciar sumiéndose en la pasividad. Permaneció con la mente vacía durante un buen rato. Era una situación apacible que deseaba que se prolongara. Pero fue interrumpido, de nuevo, por la voz. Esta vez era comprensible. Se refería a lo que había observado, previamente, en las imágenes: la existencia, cuando percibía el cansancio de sí misma, se lanzaba voluntariamente a la muerte. Esta vez la voz era demasiado comprensible. Hablaba de mundos que se entregaban a su ocaso. De hombres que, desde lo alto de pirámides, aguardaban su extinción, de animales anfibios ahogándose lentamente, de pájaros que se destrozaban contra rocas. Y la ciudad, de creerla, pertenecía ya a estos mundos.

Rafael Argullol
La razón del mal, pág. 147



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