EL LADO OSCURO DEL AMOR
Por muy sorprendente que parezca, la clave para un amor más fuerte radica en el uso que hagamos del odio. Sólo podemos amar mejor si aceptarnos el sentimiento en su totalidad, reconociendo toda la gama de nuestros sentimientos, tanto aquellos que son luminosos como aquellos otros que son oscuros.
Pág. 14
La causa de las desilusiones, las frustraciones y los dolores en el amor no suelen ser fuerzas que se encuentren fuera de nuestro control. Cuando experimentamos el dolor o la herida causada por el amor, nos vemos a nosotros mismos como víctimas desventuradas de las circunstancias. Pero el dolor y las heridas del amor son mucho más Complejos de lo que nos quieren hacer creer nuestros sentimientos de victimización. Los psicoanalistas han terminado por comprender que elegimos por nosotros mismos, incluso cuando nuestras decisiones son malas para nosotros, y aunque no seamos conscientes de haber elegido. Nuestras decisiones, deseos, sentimientos, actitudes y comportamientos vienen determinados por algo que está dentro de nosotros, por una fuerza misteriosa que actúa y a la que llamamos inconsciente. A menudo, somos más víctimas de nosotros mismos que de nuestras circunstancias.
Pág. 15
Mi experiencia con los pacientes me ha inducido a creer que casi todos los problemas del amor que son persistentes y repetitivos tienen su origen en dificultades que ocurrieron durante los dos primeros años de la vida, en una fase que los analistas llaman narcisismo.
Pág. 16
Al tratar de ocultar partes de nosotros mismos, o al ocultar partes de nosotros mismos ante los demás, esos restos dejados de lado acabarán arrastrándose invariablemente ante nosotros, sin aviso previo, sin que su presencia haya sido deseada. Eso es particularmente cierto cuando nuestros sentimientos contradicen nuestras creencias más queridas, nuestras ideas más básicas sobre lo que deseamos, las expectativas sobre lo que merecemos o el concepto sobre lo que deberíamos ser. Al pensar de un modo y sentir de otro distinto, y al estar acostumbrados a conceder a nuestros pensamientos y deberes el trono de la supremacía, podemos llegar a sentirnos desconcertados ante la intrusión de sentimientos inesperados.
Págs. 20-21
Los lados oscuros del amor están en nosotros y forman parte de nosotros. No se trata simplemente de anomalías irritantes que tenemos que tolerar con desdén o aquiescencia, sino más bien de partes integrales y valiosas de cada relación amorosa que, una vez reconocidas y controladas constructivamente, aportan plenitud y profundidad a la experiencia amorosa.
Pág. 21
La protección puede transformarse fácilmente en posesión, la preocupación en control, el interés en obsesión.
El amor es a menudo víctima de su propio irrealismo.
Cualquier parte de nosotros que permanezca oculta a la clara luz de la conciencia, será expresada probablemente de una forma destructiva. Así es como funciona el inconsciente. Cuanto más nos alejamos de él, tanto más fuerte hace escuchar su voz.
La mayoría de nosotros poseemos poca comprensión, formación o información acerca de cómo mantener las relaciones amorosas bajo las embestidas de las exigencias cotidianas, las preocupaciones, las irritaciones, etc. Lo que hacemos es soslayarlas la mayoría de las veces. Navegamos a través de la intuición instintiva con la que podamos vernos bendecidos, pero eso no suele ser suficiente.
Pág. 45
Es posible que el amor duradero, el amor cooperativo, tenga sus orígenes en la pasión, pero la pasión no equivale a la clase de amor con capacidad para perdurar.
Pág. 46
En cuestiones de amor, confiamos en nuestros sentimientos con la frecuencia con que lo hacemos porque los sentimientos nos ayudaron a sobrevivir mucho antes de que se iniciara la existencia de la razón y del pensamiento. Pero utilizar la pasión como sistema de guía, sin aplicarle el efecto correctivo del pensamiento, no nos conducirá al amor.
Pág. 49
...A medida que cambiamos, nuestras relaciones necesitan evolucionar para acomodarse a lo nuevo que somos.
El amor no es un absoluto. No se trata de algo que uno tenga o no tenga. El amor es un proceso y necesita espacio para encontrar su propio camino.
Pág. 51
Aprender a amar es una tarea que se desarrolla con el tiempo. Aunque la necesidad de amar y ser amado sea instintiva, la capacidad para amar no lo es. Si nuestra capacidad para amar no se desarrolla dentro de un determinado período de tiempo, al principio de nuestra vida, llegaremos a la vida adulta con esa capacidad disminuida.
Pág. 52
En nuestro crecimiento tenemos que aprender a ir más allá de la posición infantil de esperar que se nos adore sin ninguna razón. Uno de los juegos más populares pero nada constructivo que gustan jugar las parejas entre sí es el de: "Tú me das a mí y yo te doy a ti... pero tú primero" (Función totalmente venusiana) No se puede estar uno continuamente en el extremo receptor del amor sin hacer algo por la persona amada. Un amor sesgado no es lo que yo llamaría un amor maduro y cooperativo.
Pág. 54
La mayoría de nosotros elegimos aquello con lo que estamos familiarizados. En el amor, la bellota nunca cae lejos del árbol. Elegimos a alguien que personifica las mejores o las peores cualidades de nuestros seres queridos originales nuestros padres. A menudo, la gente describe su atracción inicial por la persona amada como una sensación de que les resulta extrañamente familiar, aunque no pueden situarla con exactitud. En ocasiones, tienen un recuerdo revelador y descubren que la persona amada se comporta "exactamente como lo hacía mi padre (o mi madre)".
Pág. 55
El amor es un sentimiento, pero también es un compromiso con un comportamiento. No es puro y exige esfuerzo, no es constante, sino cambiante. Puede curarnos y aliviar nuestras heridas, pero no es ninguna panacea. Sólo es eterno en la medida en que lo cuidemos, y no cambiemos de idea al respecto. Sólo es incondicional si tenemos suerte y aun así sólo cuando somos niños. Y aunque podamos sentirlo como algo nuevo, emocionante y distinto a cualquier otra cosa que hayamos experimentado, buscarnos sin darnos cuenta aquello que nos resulta familiar. Pero lo más desafiante de todo es que el amor no puede existir sin el odio.
Pág. 58
Al esperar de una persona querida más de lo que está dispuesta o es capaz de dar, o al pensar en ello como una parte del "contrato amoroso", caemos víctimas de la promesa irrealista del amor. Y cuando eso sucede, como siempre termina por suceder, surge el odio de entre la oscuridad y entonces lo encontramos en su lugar correcto, junto con las fuerzas positivas del amor. Eso es algo que nos sucede a todos y ante lo que nadie es inmune. Si queremos experimentar un amor maduro y pleno, entonces también vamos a sentir ese odio. Ese odio no es necesariamente tan abierto como la ira hacia la persona querida; puede asumir el rostro de la decepción, de la autodesaprobación, e incluso de una enfermedad psicosomática. Pero, sean cuales fueren las manifestaciones particulares del amor decepcionado, una vez que las reconocemos tememos que nuestro amor se haya perdido para siempre. Puesto que se nos ha enseñado que el amor no es odio, llegamos a la conclusión de que un amor infundido de odio no puede ser un verdadero amor. Y, sin embargo, ni es posible ni aconsejable tratar de exorcizar el odio, que está aquí para quedarse.
Pág. 72
A diferencia de personas más emocionalmente equilibradas, los narcisistas no pueden dar y recibir amor. O bien enfocan su atención exclusivamente sobre sus propias necesidades, o la enfocan exclusivamente sobre las necesidades de otra persona a expensas de las propias.
Pág. 94-95
Aprendemos nuestras primeras lecciones sobre relaciones mediante la exposición a las personas que más nos rodean, y fundamentalmente nuestros padres y hermanos. Es aquí, en nuestra primera familia, donde desarrollarnos sensibilidad sobre las cualidades en las personas que nos atraen. Dentro de la familia encontramos nuestros primeros "amores". Esos primeros amores establecen la base para nuestros amores posteriores.
Pág. 100
Sólo las personas relativamente bien desarrolladas son capaces de experimentar un amor maduro y cooperativo.
Los demás no: son reflejos exactos de nosotros, sino que harán invariablemente cosas que despertarán nuestra ira, decepción, rabia a celos y desesperación. Si somos emocionalmente capaces de afrontar eso, nuestra relación podrá crecer y prosperar, e incluso se verá fortalecida por sus inevitables momentos oscuros.
Pág. 103
Cualquier relación entre dos personas se halla destinada a verse plagada de razones legitimas e inevitables para que una persona abrigue sentimientos negativos hacia la otra. El odio cooperativo y maduro, como el amor cooperativo y maduro, está justificado por los propios aspectos odiosos de la otra persona. Es algo necesario en cada relación padre-hijo, y en cada relación romántico-matrimonial. El odio cooperativo es una respuesta realista basada en un reconocimiento y aceptación de los aspectos odiosos, molestos o enfurecedores de la otra persona. El odio cooperativo es, de hecho, amor.
Pág. 104
El esfuerzo por modelar a la persona amada como alguien parecido a nosotros mismos es en último término destructivo para el amor maduro.
Pág. 108
La forma en que nuestros padres manejen nuestros primeros temores determina la aparición de pautas de sentimientos de separación y temor al abandono que durarán toda la vida. Si nuestros padres nos tranquilizan, nos sostienen cariñosamente, el temor se alivia. Desarrollamos entonces la idea de que el temor y la sensación de peligro no son más que emociones pasajeras.
No obstante, si los temores normales de nuestra niñez son manejados de modo impropio, nuestro sentido del pánico nunca llega a retirarse del todo hacia el fondo, y nuestra actitud básica ante la vida se convierte en una de terror. Si, por ejemplo, al experimentar miedo percibimos que la persona que nos cuida tiene tanto miedo como nosotros, la lección que aprendemos es que el temor y el peligro están siempre presentes.
Para la mayoría de nosotros, el temor y el terror experimentados tan vívidamente en la infancia se convierten en parte de un remoto pasado, pero nunca son eliminados por completo. En el caso de que se den las circunstancias adecuadas, volverán a surgir con abrumadora intensidad. En momentos de tensión emocional, producida por ejemplo por separaciones, por una sensación de fracaso o inadecuación, o por una pérdida, volveremos a experimentar esos temores. Los recuerdos del temor procedentes del nacimiento y de la infancia siguen existiendo en cada uno de nosotros, tanto si son profundamente reprimidos y sólo se revelan raramente, como si se encuentran justo por debajo de la superficie y amenazan con explotar a cada momento.
Con frecuencia, las relaciones adultas se basan en un intento por huir del terror. A menudo, la relación capaz de detener la sensación de terror se toma erróneamente como "amor". La leyenda del amor adulto lleva consigo la sugerencia de que aliviará la carga de la individualidad, de que finalmente ha terminado la tarea de encontrarnos a nosotros mismos, con los riesgos y disgustos que eso supone. Cuando un cuerpo y un alma se unen con otro, vuelve a salvarse una vez más el puente de separación, como en el útero. El temor, el aislamiento y la inseguridad se convierten entonces en cosas del pasado porque hay a nuestro lado otro ser humano que, como la madre perfecta de la experiencia intrauterina, está ahí para satisfacer nuestras necesidades (...) Cuando acudimos a los demás para que alivien nuestros temores, estamos mirando de hecho en la dirección equivocada.
Pág. 112-113-114
Utilizar a un niño como juguete vivo sólo es placentero mientras el niño coopere. Si el "juguete vivo" pide más de lo que la madre está dispuesta a darle, el placer del juego puede transformarse en un verdadero horror en la vida real. Cuando la muñeca se transforma en un niño vivo y real que llora a causa de una fiebre, o cuando se muestra como un niño tozudo y rebelde que desea jugar al fútbol en lugar de practicar su lección de piano, las madres de las muñecas no pueden soportar la afirmación de necesidades que son independientes de las suyas propias. Cuando el niño ya no sirve como una fuente de gratificación, esas madres se convierten de una u otra forma en hostiles para con sus hijos. Su maltrato abarca toda la gama desde el ridículo persistente hasta el control autoritario más severo, desde la privación emocional hasta el maltrato físico y en ocasiones hasta el mismo asesinato infligido por padres que han terminado por odiar a sus hijos al ver que éstos no satisfacían sus expectativas, y a despreciarse a sí mismos por haber fracasado como padres y madres.
Pág. 116-117
Los padres narcisistas son como niños. Puesto que sus propias necesidades no quedaron adecuadamente satisfechas en su infancia, siguen viéndose impulsados incluso como adultos, a relacionarse con sus personas queridas a partir de sus propias necesidades infantiles insatisfechas. Aunque esos padres proclaman rápidamente el amor por sus hijos y son capaces de hacer cualquier cosa por ellos, su amor narcisista no es un verdadero amor, ya que se basa en quiénes son y lo que desean en lugar de quién es el niño y lo que éste desea. Al negar la autenticidad del niño, ese amor se convierte en odioso. Si se pesa uno todo el día y la noche tratando de entrenar al gato para que actúe como un perro, tendremos que llegar a la conclusión de que no le gustan los gatos. Si los padres se pasan sus años de maternidad y paternidad moldeando a sus hijos a su propia imagen, tendremos que llegar a la conclusión de que en realidad no aman a sus hijos tal como son.
Pág. 118
Por cada uno de nosotros que busca y busca una persona a la que amar y nunca parece sentirse satisfecho, ¿no estaremos buscando también más un regreso a las formas infantiles de relacionarnos y a la madre de nuestro narcisismo infantil antes que a la persona querida con la que compartir un amor maduro.
La necesidad de descarga del impulso agresivo es un aspecto esencial de la salud de todo organismo vivo. Si no existe una situación que permita la descarga apropiada, entonces creamos inconscientemente un medio de descarga mal dirigido.
Pág. 130
El amor materno, la preocupación activa por el bienestar del niño, es el primero que conocemos cada uno de nosotros, y nuestra vida depende literalmente de la fortaleza de ese lazo. Esa es otra de las razones por la que más tarde tenemos la sensación de que el amor es una cuestión de vida o muerte, de que "moriremos" si la persona querida no nos ama, o si nos "mata" con su falta de atención o con una atención brutal.
Pág. 157
Al convertirse en madre, cada mujer corre el riesgo de perder el interés de su marido. En cada esposo se encuentran los residuos del tabú del incesto con respecto a su propia madre.
...Jung comentó que nada influye al niño más que los "hechos silenciosos" de la vida del hogar, o que el "susurro de las paredes", lo que es palpable, pero se mantiene inarticulado en las vidas de los padres. Ese susurro, mas que ninguna otra cosa, se encuentra en las partes de la vida de la madre que le impiden sentirse satisfecha o seguir su propia realización, es decir, su vida no vivida, como la denomina Jung. El niño al percibir la infelicidad de la madre, desea desesperadamente enderezar las cosas y, sin saber que no posee ese poder, hará cosas extraordinarias para complacer a la madre.
Pág. 177
Los niños se muestran frecuentemente dispuestos a sacrificarse para satisfacer las necesidades de sus padres, y los padres se muestran a menudo dispuestos, e incluso deseosos de aceptar el sacrificio. Al margen de que el susurro esté en la casa, lo más probable es que influya en el niño de formas de las que él ni siquiera es consciente. El susurro puede ser: "No hay nadie en quien se pueda confiar más que en nuestra propia familia", o bien. "Tienes que demostrar tu valor teniendo éxito", o: "He sacrificado por ti una carrera muy prometedora", o: "No eres tan listo como tu hermana". Hay miles de susurros diferentes, cada uno de los cuales transmite un mensaje poderoso al inconsciente del niño. La madre que envía estos mensajes destructivamente (y de forma narcisista), no hace sino diseminar sobre el niño sus propios conflictos no resueltos.
Pág. 178
Nuestra capacidad para cuidar de nuestros hijos se halla claramente afectada por nuestra propia experiencia infantil con nuestras madres. Pero aquellas madres que nos cuidaron de formas nocivas no tienen por qué pasar un legado de cuidados destructivos. El amor en la infancia es un elemento claramente importante. Sin él, se corre una gran probabilidad de sufrir daños. Pero eso no lo es todo. Si la niñez y la calidez de los cuidados que recibimos durante la misma fueron el único criterio de nuestra posterior capacidad para tener unas relaciones y unas vidas amorosas y productivas, ninguna madre podría mejorar nunca su propia capacidad para cuidar de sus hijos. Y aunque existe una fuerte inclinación a repetir el pasado de nuestros padres y madres, algunos de nosotros aprendemos a hacerlo mejor. Nuestras capacidades innatas no son más que nuestras primeras lecciones acerca de quiénes somos. A continuación, nuestras propias exposiciones a la niñez nos ayudan a configurarnos. Pero finalmente, y no por ello menos importante, encontramos una promesa en nuestra capacidad para el crecimiento, en la sensación de que podemos desarrollar independencia de respuestas reflexivas y aprendidas a medida que aprendemos a convertirnos en un "Yo" único y creativo. Esa es la verdadera tarea de la maternidad: disipar las sombras oscuras que existen en el corazón de la maternidad, con la luz de la conciencia.
Pág. 183
Las personas más peligrosas de nuestras vidas no son los extraños con los que podemos tener un enfrentamiento trágico, sino los miembros de nuestra propia familia, aquellos con los que intimamos más.
Pág. 185
¿Qué mejor forma que castigar a un padre que llevar una vida miserable, sufrir las indignidades de las que una se niega a liberarse, y convertirse en esclava del temor que el propio progenitor ha instalado en una misma?
Pág. 209
La cooperación engendra cooperación; la explotación engendra violencia. Las escenas de violencia doméstica y de maltrato psicológico dentro de la familia transmiten lecciones importantes a los niños. La mayoría de las veces, los niños imitarán el modelo de comportamiento del progenitor del mismo sexo, un proceso llamado identificación. La hija de una mujer maltratada puede llegar a aceptar el maltrato de los hombres como algo natural, merecido e inevitable. Cuando se case, el hijo de un padre que maltrata adoptará fácilmente el papel del padre punitivo para con su esposa. Para aprender esa lección no se necesita experimentar directamente el maltrato. Se puede ser testigo del mismo' o percibirlo sólo a través de la tensión prevaleciente en las relaciones familiares (...) Si una familia enseña la lección de tolerar el maltrato, y si se percibe al progenitor como alguien demasiado poderoso o peligroso, el niño puede sentir como insegura la expresión de odio hacia éste. En tal caso, quizá dirija su agresión hacia figuras menos poderosas. Los hermanos cumplen a menudo esa exigencia. El odio hacia los padres se expresa a menudo en la rivalidad y la violencia entre hermanos.
Aparte de encontrar una víctima fácil, hay otra razón convincente para odiar al hermano. En el fondo de nuestros corazones, cada uno de nosotros desea ser el único y verdadero amor de nuestros padres. En el nivel más profundo de nuestras necesidades narcisistas deseamos recibir la atención exclusiva durante todo el tiempo. Los hermanos y sus propias exigencias nos privarán de una parte de esa atención. Quizá se nos instruya en el sentido de que debemos ser quien "cuidemos del hermano", pero sucede con mayor frecuencia que terminamos por desear librarnos de nuestros hermanos más que amarlos... No debería sorprendernos, por lo tanto, que la violencia entre hermanos sea más común que la violencia entre padres e hijos, o que la violencia entre cónyuges.
Pág. 210-211
La expresión del odio hacia el progenitor puede impregnar también la relación entre hermanos, de una forma mucho más sutil que la violencia física. Los niños pueden desarrollar entre ellos un lazo que excluya a los padres, o que sea protector de sí mismos contra los padres. La investigación demuestra que cuando los lazos fraternales son intensos y ejercen una influencia formativa sobre el desarrollo de la personalidad, habitualmente ha existido una privación de cuidados paternos fiables. Esos hermanos se utilizan los unos a los otros, del mismo modo que otros niños utilizan a sus padres, en una búsqueda de la identidad personal. Cuando no se dispone de un modo fiable de relaciones con los Padres, los hermanos sirven como sustitutos de éstos, y el grado fraternal se ve activado hasta un grado intenso. Que esa intensificación sea beneficiosa o daña depende de muchos otros factores, incluida la reacción de los padres, las personalidades de los niños y la dinámica de la familia como unidad.
Pág. 212
El amor romántico es un redescubrimiento, una reedición de antiguos deseos y sentimientos.
Del mismo modo que con el amor romántico se evocan visiones y fantasías de maravillosa armonía, también lo son los recuerdos y temores más antiguos de pérdida y decepción, la terrible amenaza de la soledad y la pesadilla del abandono. Integrada dentro de la misma perfección de este amor bendito se encuentra la inevitabilidad de su disolución definitiva. Fuera del útero, la armonía perfecta entre dos individuos no puede existir más que por momentos fugaces, una verdad que nos resistimos a reconocer con todo nuestro corazón a lo largo de toda nuestra vida. En el amor romántico buscamos y buscamos nuestra otra mitad y aquella realización que alcanzamos en otro tiempo. El rostro del amor romántico mira hacia el pasado, a un recuerdo de lo que fue un amor perfecto y perdido.
Pág.221
El amor romántico se hace oscuro cuando se malentiende la verdadera naturaleza del estar enamorado y se atribuye al amor romántico una fuerza mayor de la que tiene.
El amor romántico es ciego porque prospera con la fantasía y la ilusión mira interiormente, hacia las propias esperanzas y deseos, antes que a la realidad de quién es la otra persona. Puesto que los amantes no se conocen en realidad, el amor romántico es un amor perfecto, idealizado, imaginado para satisfacer precisamente aquello que más necesitemos o deseemos.
Pero esa clase de amor imaginativo es frágil. La tendencia a huir aparece en cuanto la verdad queda plenamente al descubierto. Experimentamos entonces conmoción y decepción, e incluso ira. Al descubrir la verdad completa y sin barnices sobre nuestra persona amada, sus imperfecciones y rasgos demasiado humanos, nos sentimos traicionados tanto por nuestro amante como por nuestro amor. A menudo no resistimos la conmoción de la desilusión y en lugar de perseverar la ilusión, lo destruimos por completo.
Pág. 224
Para que un nuevo amor tenga éxito, debe tener prioridad sobre amores y alianzas anteriores.
El desafío del matrimonio consiste en encontrar una forma de aceptar todas las partes de sí mismos y del otro, y no traducir en acción destructiva las heridas, dolores y decepciones que constituyen el lado oscuro del amor. Hacerlo así, sin embargo, significa abandonar todo el brillo y la gloria del amor romántico, todos los sueños del amor materno idealizado y perfecto. El amor cooperativo, el amor entre dos entidades separadas, sólo puede empezar cuando termina el "enamoramiento" de las proyecciones románticas.
Pág. 228
La proyección nos pone firmemente en contacto con lo más profundo de nosotros mismos, con los deseos, esperanzas y sueños que representan lo mejor de nuestros anhelos (...) La proyección también sirve a menudo como la chispa inicial que enciende el fuego del amor que se abre paso poco a poco hacia su versión final y duradera, forjada en la cooperación, el respeto y la confianza.
Pág. 228
Las proyecciones predominan a menudo al principio del enamoramiento romántico, cuando son más fuertes las propias esperanzas y expectativas (es decir, fantasías), y cuando la información exacta que se dispone de la persona amada es mínima, a pesar de que creamos conocer a la otra persona. En el amor proyectado existe a menudo un sentido de reconocimiento ("Me siento como si nos conociéramos de toda la vida"). Esas proyecciones nos son familiares precisamente porque son nuestras. Vemos los contenidos internos de nuestras mentes, y nuestros deseos y esperanzas se proyectan sobre otra persona.
Pág. 231
En el amor romántico deseamos regresar a la experiencia prenatal de estar fusionados con otro. Ese anhelo de fusionarnos, de rendirnos a otro y de disolver los límites entre el sí mismo y el otro, constituye parte del éxtasis del amor romántico.
Tanto los hombres como las mujeres pueden encontrar satisfacción al vivir a la sombra de otro. Cuando ambos miembros de una pareja tienen necesidades fuertes, eso puede constituir un acuerdo mutuamente satisfactorio (...) Cuando la decisión de rendirse a otro se toma voluntariamente y con un fuerte sentido del sí mismo como fundamento, el resultado es lo mejor que puede ofrecer el amor romántico: la trascendencia del sí mismo y la expansión más allá de los confines de un solo yo. Se ha creado así una unión, un "nosotros" a partir de un "Yo". El sí mismo se ha visto de ese modo ampliado, expandido y hecho más fuerte.
No obstante, la paradoja del amor romántico es que inherente en el deseo de fusionar y rendir el yo, se encuentra el riesgo de perderse. Aunque el poder del amor romántico ha convertido a bestias en bellezas, también ha esclavizado a innumerables hombres y mujeres obligados a prestar una obediencia ciega.
Es precisamente en esta paradoja donde se siembran las semillas de una de las mayores agonías del amor romántico. El amor romántico desea fusión. En él se disuelve la separación; o bien se elimina la "otredad" del otro, de modo que ya no queda "otro" a quien amar, o bien queda aniquilada la "otredad" del sí mismo, de modo que no queda sí mismo al que amar. Caminar por la tenue cuerda floja de fusionar y mantener al mismo tiempo identidades separadas, para que sea posible el amor maduro, constituye una hazaña que no se logra fácilmente.
Pág. 232-233
Cualquier amor basado en el temor no es un amor que fomente un crecimiento maduro y un respeto entre dos personas.
A la vista de la realidad el amor romántico tiene que transformarse en algo más. En el mejor de los casos puede convertirse en amor realista, lo que implica admitir las fortalezas y debilidades de la otra persona. En el peor de los casos, puede convertirse en una experiencia de intensa decepción. En tal caso, casi siempre echamos la culpa a la otra persona, antes que admitir la fragilidad del amor romántico. Los individuos narcisistas, más interesados en sus propios sentimientos que en el desarrollo de una relación de cooperación con otra persona, permanecerán perpetuamente atados a la idea del amor perfecto y continuarán buscándolo sin éxito.
El anhelo romántico puede ser sustituido, pero no satisfecho. Eso es lo que hace que algunas personas sean susceptibles a las relaciones fuera de la pareja. La "otra" amada siempre parece más atractiva, más correcta, más perfecta, más merecedora que el cónyuge. Lo inalcanzable se encuentra en el corazón del amor adúltero, y eso ejerce una fascinación particular para nosotros... El amor adúltero es, más que ninguna otra cosa, un amor imaginario. Existe sólo en momentos robados, en escapadas románticas y, sobre todo, existe únicamente en el mundo de la imaginación. El amor adúltero se alimenta de fantasías y su propia naturaleza de secretismo y alejamiento de la vida mundana es precisamente lo que le otorga su calidad extraordinaria. Es un amor que es separado y mejor que el cotidiano "estar juntos."
Las relaciones adúlteras se alimentan de la frustración. El hecho de que la persona amada no esté siempre disponible, y que la culminación del amor se vea plagada de peligros constituyen a un tiempo la emoción y la frustración, la bendición y la agonía.
Pág. 240-241
En el proceso de elegir al cónyuge (y de ser elegidos) nos encontramos ineluctablemente condicionados por las pautas de amor que aprendimos al principio de nuestra vida.
Fueran cuales fuesen los sentimientos negativos predominantes en al infancia, tanto si fueron el dolor, la traición, el abandono, la ira, serán los mismos sentimientos que resurgirán ahora en un matrimonio inconsciente. En un encuentro momentáneo resulta fácil ocultar los aspectos reprimidos de la propia personalidad. En la relación conyugal, sin embargo, esos aspectos no resueltos del propio funcionamiento psicológicos terminan por salir invariablemente a la luz, uno tras otro.
Pág. 252
Con mucha frecuencia, la gente espera inconscientemente encontrar en el otro al cónyuge ideal, alguien que nos aprecie, que nos conozca plenamente, que nos cuide y nos proteja. La expectativa es que el cónyuge "arregle" milagrosamente nuestras vidas, lo que, a un nivel inconsciente, significa que elimine todas aquellas necesidades insatisfechas que hayan podido quedar de las relaciones con nuestros padres. Dentro de esta expectativa, casi se pasan completamente por alto las necesidades emocionales del otro. Cuando los dos miembros de la pareja se centran exclusivamente en sus propias necesidades, el matrimonio está destinado a ser difícil y destructivo.
Pág. 254
Llegar a ser uno mismo y una persona cariñosa, significa primero, y antes que nada, interesarse por saber quién es ese yo mismo. El amor cooperativo sólo se produce cuando se ha dominado la fase de la separación/ individuación, y surge a partir de amarse uno a sí mismo lo suficiente como para que sea posible revelar ese yo mismo.
Pág. 262
La mayoría de nosotros llega al matrimonio en un estado inconsciente, aportando a la relación expectativas infantiles e irrealistas. Cuando nuestro amor se basa en nuestras necesidades infantiles narcisistas, el matrimonio, en lugar de ser una elección libre, se convierte en una compulsión, víctima de la impredecibilidad de la conciencia. El éxito del matrimonio depende de que dos personas individualizadas y desarrolladas entren en una relación consciente entre sí.
Si no establecemos una relación con nuestro inconsciente (es decir, si no entramos en él y lo conocemos), ese inconsciente constituirá la base de nuestra relación con los demás. Es a través de la introversión, de la búsqueda de una relación con nuestro mundo interno, como llegamos a conocer el mundo exterior.
Tal como dijo Jung: "La individuación no le excluye a uno del mundo, sino que atrae al mundo hacia uno mismo".
El compromiso con otro es ciertamente un ingrediente fundamental que determina si el matrimonio tendrá éxito o no. Pero aún más importante es que el compromiso sea antes con uno mismo, con conocerse a sí mismo. Estas fuerzas juntas pueden ayudar a transformar una relación nacida de la necesidad, en una relación construida sobre la cooperación.
Pág. 267
Comprender y experimentar la inmensa cantidad de ira y odio que subyace en la depresión constituye el aspecto más difícil de ésta, pero es la única forma en que se puede curar la depresión. Lo mismo que el llanto de un niño, la depresión es un gemido sin lágrimas y sin palabras.
Cuando vemos sufrir sentimientos dolorosos a alguien a quien amamos, nuestro impulso natural consiste en ayudar a la persona a no experimentar el sentimiento que le duele, a no sentir el dolor. A partir de nuestros propios sentimientos de inadecuación y culpabilidad por no saber cómo apartar a la otra persona del dolo, tratamos de halagaría o de "amarla" para que abandone esos sentimientos. Pero cuando se elige la depresión, antes que el odio, tratar de ayudar a la persona a "perdonar y olvidar" o a "buscar alguna otra cosa nueva" sólo servirá para intensificar la depresión. Amar a una persona que sufre a causa de una agresión contenida, no hará sino intensificar la tendencia de esa persona a volver su agresión contra sí misma. El amor como cura para el odio no expresado, no hace sino empeorar el estado. Lo que esa persona necesita es ayuda para descargar la ira.
Pág. 277
A través de nuestras fantasías somos capaces de encontrar caminos para soslayar nuestras inclinaciones a actuar destructivamente. Al encontrar un escape momentáneo en nuestras mentes, a menudo no necesitamos encontrar escapes permanentes en nuestras acciones.
Los niños también encuentran formas de escapar de las dolorosas realidades a través de huidas de la imaginación.
Pág. 280-281
Cuando el origen del odio destructivo está en los propios padres, resulta particularmente difícil detectar el odio. Puesto que de niños nos sentimos inclinados a ver a nuestros padres como omniscientes y omnipotentes, sólo poco a poco podemos llegar a darnos cuenta que ellos no siempre han tenido en cuenta nuestros mejores intereses. Aceptarnos lo que dicen sobre nosotros como cierto, incluso cuando no lo es porque los niños desean amar a sus padres y aceptan lo que dicen. Preferiríamos odiarnos a nosotros mismos antes que odiar lo que se dice de nosotros o a quien lo dice.
Pág. 297
La cooperación es tanto una predecesora como la esencia misma del amor genuino (...) El amor cooperativo pide que no se descuiden ni la cabeza ni el corazón, incluso cuando sus exigencias sean conflictivas. La pasión y el romance retienen nuestra atención porque son intoxicantes y frescos. Nos sentimos atolondrados por las expectativas, preguntándonos qué alegrías saborearemos a continuación. El amor cooperativo es menos fugaz y más fiable es como el coche robusto que se elige para efectuar un largo viaje, antes que el coche deportivo que puede preferirse para una breve carrera. El amor cooperativo no deriva su fuerza de las necesidades infantiles a las que estamos tan acostumbrados y que mantenemos tan cariñosamente, sino que más bien se trata de un amor que es una promesa de algo nuevo diferente y posible dentro de nosotros mismos. No promete felicidad, pero nos ofrece las herramientas con las que podemos trabajar para configurar relaciones que sean comunicativas, respetuosas, emocionalmente satisfactorias y mutuamente enriquecedoras (...) El amor cooperativo se basa en la capacidad para valorar de una forma realista las sensibilidades y capacidades del otro, y para mantener las expectativas en consonancia con esta evaluación objetiva. El amor cooperativo significa que se habrá desarrollado la capacidad para protegerse a sí mismo, cuando eso sea apropiado, y para entregarse generosamente, cuando sea adecuado y sentirse desprendidamente preocupado por el bienestar del otro, cuando sea apropiado.
Pág. 304-305
La condición previa del amor cooperativo es el autoconocimiento. Sólo cuando nos conocemos a nosotros mismos somos capaces de apreciar verdaderamente lo que tiene que ofrecer la otra persona. Paradójicamente, el único camino para una relación amorosa satisfactoria con otra persona se inicia con un viaje hacia el interior de uno mismo, no lejos del mundo exterior, sino hacia él a través del autoconocimiento.
Pág. 305
En un matrimonio cooperativo, conocemos las debilidades y tendencias del otro hacia el narcisismo, y en lugar de utilizar esas vulnerabilidades como excusas para atacar, nos comprometemos en la tarea de ayudar al otro a ser más maduro en sus tratos con nosotros, y tratamos de estar con el otro. En lugar de quejarnos' ayudamos. Nos convertimos, de hecho, en el compañero terapéutico del otro.
Pág. 308
El amor cooperativo puede llegar s6lo cuando lo fundamental no es la necesidad.
Hablar sobre los propios pensamientos y sentimientos es una habilidad. La conversación, si se lleva bien, es una oportunidad maravillosa para ser plenamente quienes somos y para satisfacer la plenitud de la otra persona. Tal como dice el filósofo francés Gaston Bachelard sobre las palabras no pronunciadas: "¿Cuál es la fuente de nuestro sufrimiento? Se encuentra en el hecho de que vacilamos en hablar... algo que nació en el momento en que acumulamos dentro de nosotros cosas en silencio". Una relación que ha aprendido el arte de hablar cooperativa y constructivamente (incluso sobre los sentimientos negativos) es una relación que tiene la fortaleza para resistir que dos individuos maduros y separados sean plenamente ellos mismos y vivan juntos.
Pág. 325-326
El odio, por sí mismo, nunca es un problema para que una relación funcione. El problema es más bien el control del impulso agresivo y los sentimientos de odio que acompañan a ese impulso. Demasiada represión del sentimiento puede tener como resultado una acumulación de la tensión que terminará por descargarse en una liberación explosiva. Esa clase de descarga incontrolada es aterradora para el receptor, y excesivamente estimulante para el emisor. Ni negar el sentimiento ni permitir que se exprese de modo excesivo tendrán como resultado una relación constructiva. El autocontrol, que permite la comunicación de los sentimientos con una dosificación cómoda tanto para el emisor como para el receptor, permitirá conservar el fundamento del amor que es necesario para mantener una buena relación. Comprender el origen del odio y ser capaz de verbalizar los sentimientos de formas que no sean destructivas ni para el sí mismo ni para el otro, permitirán disminuir la intensidad del sentimiento de odio y mitigar su potencial destructivo. En este ambiente emocional puede florecer el amor, a pesar o precisamente debido a su inevitable lado oscuro.
Pág. 329
El silencio nunca es tan ensordecedor como cuando se produce alrededor del tema del sexo. A muchas personas se les ha enseñado que el sexo no es un tema de discusión adecuado. Creerlo así, sin embargo, significa creer que los propios deseos no son un tema de discusión adecuado. Cuando nos sentimos cómodos con nuestros deseos, cuando nos sentimos con derecho a tener deseos, el sexo se convierte en un ámbito de discusión cómodo. Ese es, claro está, el mensaje que cualquier persona cariñosa deseará comunicar a su pareja: que vale la pena discutir y perseguir el placer.
Pág. 330
La sexualidad es un ámbito de las relaciones íntimas particularmente proclive al secretismo y las malas interpretaciones. El ocultar sentimientos negativos sobre este aspecto de la relación no hará sino conducir a la descarga de esos mismos sentimientos de algún otro modo indirecto. Tarde o temprano se percibirán los verdaderos sentimientos, no obstante, cuando esos sentimientos salen a la luz, se les puede contemplar y discutir soluciones a las dificultades. Mantenerse sexualmente en silencio y agazapado en la oscuridad no es sino invitar a que aparezcan los problemas.
Pág. 332
Jung dijo: "Si los padres, debido a su propia inseguridad, no pueden aceptar suficientemente la naturaleza básica del niño, entonces su personalidad se ve dañada. Si va más allá de la magulladura normal de la vida, el niño se aleja del centro de su ser y se siente obligado a abandonar su pauta natural de despliegue".
Los niños a los que no se les permite ser ellos mismos, se convierten en alguien más. Quizá se conviertan en su madre o en su padre, o en el niño que su madre o su padre desean que sea, o en el niño que su madre o su padre temen que sea. En cualquier caso, se habrán alejado de su propio ser y dejarán sin habitar el hogar de su propia alma. Desarrollarán un vago sentimiento de "nostalgia incluso cuando están en casa". Esos son los niños que necesitan de la psicoterapia al convertirse en adultos. El psicoterapeuta tiene que completar entonces la tarea que los padres hicieron inadecuadamente, y ayudar a la persona a encontrar el camino de regreso al hogar de su propia alma. Es en las oscuras cuevas de la infancia, en aquellos lugares donde aparecieron las primeras sombras sobre nuestras almas, donde se inicia ese viaje de regreso al hogar.
Pág. 341-342
Pasar por una relación es entrar en ella, separarse de ella, verla fusionarse con ella, sentirla. Permitirnos movernos con ella y ser movidos por ella.
Ediciones Obelisco