En algunas circunstancias nuestra conducta, en un momento dado, puede ser representada por la diagonal de un paralelogramo de fuerzas que tenga como base el apetito o el interés y como altura nuestros ideales éticos o religiosos.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 15


La enemistad de que hacían gala los indeseables no dejaba de ser casi tan satisfactoria como la amistad de aquellos espíritus elegidos. Los estúpidos le desconfiaban porque era inteligente, los ineptos le envidiaban porque era apto, los incultos le aborrecían por su talento, los patanes por su buena crianza y por su propia falta de atractivo y poco éxito entre las mujeres: ¡qué tributo a su superioridad universal! El odio no era unilateral: Grandier odiaba a sus enemigos tan profundamente como sus enemigos le odiaban a él.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 23


El ególatra no cultivado sólo desea aquello que desea. Dadle una educación religiosa y le parecerá evidente, se le hará axiomático que lo que él desea es lo que Dios desea, que su causa es la causa de lo que él entiende como Iglesia verdadera, y que un compromiso cualquiera es un Munich metafísico, un apaciguamiento del demonio.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 21


El hada buena que visita la cuna de los privilegiados se convierte, a menudo, en el hada maligna en cuanto se la ve con su disfraz a plena luz. Llega cargada de presentes, pero su generosidad, demasiado reiterada, resulta fatal.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 25


Las palabras que salen de la boca de un actor inspirado —y todo gran predicador, todo abogado famoso, todo verdadero político son, entre otras cosas, actores consumados—-, las palabras de un buen actor, repito, pueden llegar a ejercer una mágica influencia en el ánimo del auditorio. Pero no olvidemos una cosa: que la esencial irracionalidad de ese formidable poder de que gozan los oradores públicos —aun de los mejor intencionados— causa más mal que bien. Cuando un orador, con la magia de su palabra y de su voz de oro, persuade a sus oyentes de la justicia de una causa que no es justa, quedamos seriamente afectados. Deberíamos sentir el mismo disgusto toda vez que nos encontramos con que esas mismas tretas se usan para convencer al pueblo de la justicia de una buena causa. La creencia engendrada de este modo puede ser deseable, pero sus fundamentos son intrínsecamente erróneos y todos aquellos que apelan a los recursos de la oratoria para inculcar creencias correctas son culpables de utilizar los elementos menos estimables con que cuenta la naturaleza humana. Ejercitando el lamentable don de su verborrea profundizan el trance, casi hipnótico, en que suelen vivir la mayoría de los seres humanos. Ese estado de hipnosis es un blanco permanente al cual apuntan la verdadera filosofía y las religiones genuinamente espirituales, a fin de liberar a la persona humana. Además, la oratoria no tiene eficacia alguna si busca sus efectos al margen de la máxima simplificación. Pero no es posible obtenerla sin distorsionar los hechos. Aunque se esfuerce en volcar todos sus propósitos y sus recursos con intención de proclamar la verdad, el orador aplaudido resulta ipso facto un embustero. Y cuanto más aplaudidos son los oradores, tenemos que decir que tanto menos dispuestos se hallan a decir la verdad, pues en tales casos de éxito y de aplauso, de lo único que se preocupan es de suscitar la simpatía de sus amigos y la animadversión de sus adversarios.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 25

La naturaleza le tiene horror al vacío y eso pasa con el propio pensamiento. Actualmente, el vacío desasosiego que el aburrimiento promueve se llena y se renueva perpetuamente con el cine y con la radio, con la televisión y las historietas.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 26
La predicación es un arte, y en ella, como en todas las otras artes, los malos artistas exceden en número a los buenos.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 27


La lealtad a la organización A, por ejemplo, no deja de promover alguna especie de sospecha, de menosprecio o de acusada aversión a todas las demás organizaciones. Y eso vale también para los grupos subordinados con respecto a la totalidad a la cual se subordinan. La historia de la Iglesia nos muestra una concatenación de verdaderas inquinas, que van descendiendo gradualmente desde el odio oficial y ecuménico de la propia Iglesia contra los herejes y los infieles hasta el odio particular de una orden contra otra orden, de una escuela contra otra escuela, de una provincia contra otra provincia y de teólogo contra teólogo.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 27



La lealtad partidaria es socialmente desastrosa, pero para los individuos puede ser altamente compensadora, más aprovechable, en muchos casos, que la concupiscencia y la avaricia, puesto que los lujuriosos y los avaros difícilmente se enorgullecen del ejercicio de sus actividades. Pero la condición de partidario o correligioso constituye una pasión muy compleja que permite a quienes la ejercen desenvolverse con satisfacción en sus diversos mundos. Puesto que la actividad que realizan la ejercen en nombre de un grupo, que es, por definición, bueno e inclusive sagrado, pueden admirarse a sí mismos y aborrecer a sus vecinos, pueden ambicionar el poder y el dinero, pueden gozar de los placeres de la agresión y de la crueldad, no sólo sin sentimiento de culpa, sino con un rasgo positivo de virtud consciente. La lealtad a su grupo convierte esos vicios placenteros en actos de heroísmo. Los partidarios se ven a sí mismos como altruistas e idealistas, nunca como pecadores o criminales. Y con ciertas salvedades, lo cierto es que sí lo son. El único problema consiste en que su altruismo es, simplemente, egolatría, y su ideal, por el cual se hallan dispuestos a entregar la vida, no es otra cosa que la racionalización de los intereses corporativos y de las pasiones de facción.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 28


De hecho, el destino ya había comenzado a pedirle cuentas, aunque sin hostilidad. Todavía ninguna herida le había causado sufrimiento: sólo un imperceptible endurecimiento, sólo un oscurecimiento progresivo de la comprensión interna, una gradual estrechez de las ventanas del alma en la vertiente que se abre al horizonte de los valores eternos.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 33


¡Si uno pudiera seguir soñando siempre!

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 46


Se daba cuenta de que una cosa es enamorarse y otra muy distinta es amar. Enamorarse es algo imaginario y el objeto del que uno se enamora es sólo una abstracción. En cambio, cuando uno ama, ama una existencia real, y la ama con todo su ser, con el alma entera y con todas las fibras del cuerpo, con el propio yo que es uno mismo y con ese otro, con ese extraño con que uno se encuentra de pronto por debajo, por detrás y por dentro de uno mismo.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 48

Para un hombre inteligente, nada más fácil que encontrar argumentos que le convenzan que hace lo que debe cuando está haciendo lo que quiere.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 62
Su carrera era una convincente demostración de que, en determinadas circunstancias, el saber arrastrarse constituye un medio más efectivo de locomoción que la marcha erecta, y que los mejores reptiles son, también, los más impostores.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 84


El mundo es la experiencia del hombre tal como se le aparece y es moldeado por su ego. Es esa existencia menos fecunda que se vive de acuerdo con los dictados del yo encerrado en sí mismo. Es la naturaleza desnaturalizada por los espectáculos de espejismo de nuestros apetitos y de nuestras revulsiones. Es lo infinito divorciado de lo Eterno. Es la multiplicidad que rechaza su Fundamento no dual. Es el tiempo que se aprehende como sucesión de cosas condenadas a sucederse. Es un sistema de categorías verbales que ocupan el lugar de las cosas particulares, insondablemente misteriosas y bellas y constitutivas de la realidad. Es una noción denominada Dios. Es el Universo identificado con palabras de nuestro vocabulario positivista.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 90


La introspección, la observación, y los estudios acerca de la conducta humana tanto en el pasado como en el presente, nos autorizan a pensar que el impulso de autotrascendencia es casi tan general, y a veces tan poderoso, como el de autoafirmación. Los hombres desean reforzar dentro de sí la conciencia de que son aquello que ellos mismos siempre han considerado ser, pero también desean —reiteradamente y con incontenible violencia— llegar a alcanzar la conciencia de que son algo más. Se arrojan fuera de sí mismos para poder rebasar los límites del pequeño y aislado universo dentro del que cada uno se halla confinado. Este deseo de trascendencia que invade a un individuo no es idéntico al deseo de escapar al dolor físico o al dolor moral. Es verdad que, en muchos casos, el deseo de escapar al dolor refuerza el deseo de trascendencia que uno tiene; pero este último puede existir sin el otro. Si no fuera así, los individuos sanos y afortunados que «han hecho un excelente ajuste con la vida» (ateniéndonos a la jerga de la psiquiatría) nunca sentirían la urgencia de ir más allá de sí mismos. Pero lo hacen. Hasta entre aquellos a quienes la naturaleza y la fortuna han dotado con más esplendidez, encontramos un profundo y arraigado horror de su propia personalidad, un ardiente anhelo de quedar libres de esa repulsiva identidad a la que la misma perfección de su «ajuste con la vida» los ha condenado. Cualquier hombre o mujer, tanto el ser más feliz (según las pautas de este mundo), y como el más desgraciado y miserable, pueden llegar, súbita o gradualmente a lo que el autor de La nebulosa de lo desconocido denomina «desnudos conocimientos y sentimiento del propio ser.» Esta conciencia inmediata de la propia personalidad engendra un agónico deseo de rebasar la isla del yo que es cada uno.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 94


La completa y absoluta condena es ser la propia fatiga, aunque peor aún. Ser cada uno fatiga en sí mismo, pero no peor, sino simplemente no mejor, es sólo condena parcial. Esta condena parcial es la vida cotidiana, es nuestra conciencia —generalmente entristecida, aunque a veces penetrante y desnuda— de comportarnos como sensuales seres humanos normales que somos. «Todos los hombres estamos hechos con materia de pesadumbre —dice el autor de La Nube—, pero esa materia de pesadumbre la siente más el que conoce y siente lo que él mismo es. Toda otra pesadumbre, en comparación con ésta, es baladí. Porque el que hondamente está afligido, ése no sólo conoce y siente lo que es, sino que es. Y a aquel que nunca ha sentido esa pesadumbre, dádsela, pues nunca ha sentido la perfecta pesadumbre. Cuando esa pesadumbre llega a nosotros, no solamente limpia el alma de pecado, sino también de la pena que mereció a causa pecado; además, la hace capaz de recibir esa alegría que le roba al hombre el conocimiento y el sentido de su ser.» Si sentimos el impulso, si experimentamos la necesidad de la autotrascendencia es porque, en cierto modo y a pesar de nuestra ignorancia consciente, sabemos quiénes somos realmente. Sabemos —o, para ser más rigurosos, algo dentro nuestro lo sabe— que el fundamento de nuestro conocimiento individual es idéntico al Fundamento de todo conocimiento y de todo ser; que Atman (la mente en el acto mismo de elegir un punto de vista temporal) es lo mismo que Brahman (la mente en su eterna esencia). Sabemos todo esto, aunque nunca hayamos oído hablar de las doctrinas que explican la realidad primordial, y aunque estamos familiarizados con ellas, si las consideramos música celestial. Y también conocemos su corolario de orden práctico: el fin último, el propósito y meta de nuestra existencia, consiste en dar lugar al aquél dentro del tú, en apartarse de manera tal que el Fundamento pueda aflorar a la superficie de nuestra conciencia, en «morir» tan completamente que podamos decir: «Estoy crucificado con Cristo, y, sin embargo, vivo: mas no soy yo quien vive: es Cristo quien vive en mí.» Cuando el yo fenoménico trasciende a sí mismo, el yo esencial es libre, en términos de conciencia finita, de hacer efectiva su propia eternidad, junto con el hecho correlativo de que cada ser particular, en el mundo de la experiencia, forma parte de lo eterno e infinito. Esto es liberación, esto es apertura a la luz, esto es la beatífica visión en la que todas las cosas se perciben tal como son «en sí», y no en relación con un ego que apetece y aborrece. El Hecho primordial de que «aquél eres tú» es un hecho de conciencia individual. Desde el punto de vista religioso, este acto de conciencia debe ser exteriorizado y objetivado mediante la proyección de una deidad infinita, situada fuera de los límites de lo finito. Al mismo tiempo, el deber primordial de apartarse —de manera que el Fundamento pueda asomar a la superficie de la conciencia finita— se proyecta hacia afuera como el deber de ganar la salvación dentro de los marcos de la Fe. De estas dos originales proyecciones religiosas han derivado sus dogmas, sus doctrinas de mediación, sus símbolos, sus ritos, sus reglas y preceptos. Todos aquellos que cumplen los preceptos, todos aquellos que respetan a los sacerdotes, todos aquellos que desempeñan bien los ritos, todos aquellos que creen en los dogmas y adoran a un Dios trascendente más allá de lo finito, pueden esperar, auxiliados por la gracia divina, lograr su salvación. Si alcanzan o no la iluminación que acompaña al cumplimiento del hecho primordial, eso depende de algo más que de la práctica escrupulosa de los preceptos religiosos. La religión preparará el camino de la realización en tanto ayude al individuo a olvidarse de sí mismo y a desprenderse de sus opiniones ya formadas sobre la naturaleza del Universo. Pero en cuanto despierte o justifique pasiones tales como el temor, la escrupulosidad, la justa indignación, la patriotería, el odio del cruzado; en cuanto insista porfiadamente en las virtudes salvadoras de ciertas concepciones teológicas o de ciertas frases consagradas, la religión será un obstáculo en el camino de la realización.
Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 95-97
Sensibles son aquellos que han nacido con —o han adquirido— el don de ser conscientes de acontecimientos que se producen a niveles subliminales donde la mente pierde su individualidad y donde existe una unión con el medio psíquico por el cual ha cristalizado el ego personal. Dentro de este médium hay muchas otras cristalizaciones con sus perfiles borrosos, con sus confines penetrantes y difusos. Algunas de esas cristalizaciones son las mentes de otros seres encarnados; otras son los «factores psíquicos» que sobreviven a la muerte corpórea. Algunas, no hay duda, son las ideas-modelo creadas por individuos que sufren, gozan y reflexionan; ideas que persisten como objetos de posible experiencia «allí», en el médium psíquico. Y finalmente, aún hay otras cristalizaciones que pueden ser entidades extrahumanas, benéficas, malignas o simplemente extrañas.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 101


Oscuramente, nosotros sabemos quiénes somos en realidad. De ahí nuestra pena por tener que aparentar ser lo que no somos, y de ahí también el apasionado deseo de sobrepasar los límites de nuestro yo prisionero.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 102


La misma penitencia corporal llevada hasta el extremo, muchas veces, se hizo práctica corriente en la Iglesia Católica durante largos siglos. Había para ello dos razones: una doctrinal y otra psicofisiológica. Para muchos, el autocastigo no era más que un sustituto del purgatorio; veían la cuestión como una alternativa: la tortura inmediata a la tortura —mucho peor— en un futuro póstumo. Pero aún existían otras oscuras razones en favor de las disciplinas corporales. Para aquellos cuya meta es la autotrascendencia, el ayuno, el insomnio, las torturas del cuerpo, son «alternativas» (apropiándome de un término de la más antigua farmacología). Esas alternativas dan lugar a cierto cambio de estado, obran de tal modo que el paciente llega a ser distinto al que era. En el nivel físico, estas alternativas, si se administran con exceso, pueden resultar en una autotrascendencia, terminando en enfermedades o en la muerte prematura, como en el caso de Lallemant. Pero en el camino de esta consumación indeseable o cuando se usan moderadamente, las disciplinas corporales pueden ser instrumentos de autotrascendencia horizontal y aun de autotrascendencia ascendente. Cuando el cuerpo se halla desnutrido y la persona padece hambre, se suele producir un período de lucidez mental nada corriente. Una falta de sueño tiende a relajar el umbral entre conciencia y subconsciencia. El castigo, cuando no es muy extremado, actúa como una tonificante sacudida en organismos sumergidos profunda y complacientemente en la rutina. Los autocastigos, practicados por hombres dados a la oración, pueden facilitar de hecho el proceso de autotrascendencia ascendente. Sin embargo, con mucha más frecuencia, no dan acceso al divino Fundamento de todo ser, sino a ese extraño mundo psíquico que mora —por así decirlo— entre el Fundamento y lo que de él resulta: los niveles más personales de la subconsciencia y la conciencia. Los que tienen acceso a este mundo psíquico —y la práctica de los castigos corporales parece ser un camino real para llegar a él— adquieren frecuentemente poderes de la especie que nuestros antepasados llamaban «sobrenaturales» o «milagrosos». Tales poderes y los estados psíquicos que los acompañan fueron confundidos muchas veces con la iluminación espiritual. De hecho, esa especie de auotrascendencia es meramente horizontal y no ascendente. Pero las experiencias psíquicas son tan fascinantes que muchos hombres y mujeres han estado dispuestos, e inclusive ansiosos, por someterse a las autoridades que las hacían posibles.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 109


Una poesía que representa al hombre aislado de la naturaleza, lo hace inadecuadamente. Y, de modo análogo, una espiritualidad que anhela conocer a Dios sólo en las almas de los hombres, sin considerar al propio tiempo el mundo que no es de naturaleza humana y con el cual nos hallamos de hecho indisolublemente ligados, es una espiritualidad que desconoce la plenitud del ser divino.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 115


… el yo fenoménico está condicionado por un Ego puro o Atman de la misma naturaleza que el Divino Fundamento de todo ser. Fuera de la cámara central, donde «nadie más que Dios puede entrar», entre el divino Fundamento y el yo consciente, se encuentra la conciencia subliminal, casi impersonal en sus contornos difusos, pero tomando cuerpo a veces en el subconsciente personal, con sus acumulaciones de putrefactos residuos, sus enjambres de ratas y negros escarabajos y sus fortuitos escorpiones y sus víboras. Este subconsciente personal es la guarida donde se esconde un morador criminal y lunático: el locus del pecado original. Pero no importa, también hemos nacido con virtud original, con capacidad para la gracia, según los términos de la teología de occidente, con un «destello», con un punto crítico del alma, con un fragmento de conciencia lúcida, que persiste desde el estado de primitiva inocencia y que en la esfera de la ciencia se denomina sindéresis. Los psicólogos freudianos prestan mucha más atención al pecado original que a la virtud original. Investigan sobre las ratas y los negros escarabajos, pero se resisten a ver la luz interior. Jung y sus seguidores han demostrado ser algo más realistas. Traspasando los límites de la subconsciencia personal, han comenzado a explorar la zona donde la mente, haciéndose cada vez más impersonal, se sumerge en un medio psíquico en el que lo individual no se manifiesta. La psicología de Jung y sus discípulos va más allá de lo maniático inmanente, pero se queda corta en lo inmanente divino. No obstante —repito— hay evidencias de la existencia de una virtud original subyacente al pecado original.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 125


La vida en Loudun era dura. Las monjas de la nueva fundación habían llegado sin dinero a una ciudad que era parcialmente protestante y enteramente ruin. La única casa que les fue posible alquilar era un edificio viejo y sombrío que nadie quería habitar, ya que, según la voz pública, había fantasmas en él.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 132


Madame Bovary acabó mal, precisamente, porque se imaginó ser la especie de persona que de hecho no era. Jules de Gaultier, dándose cuenta de que la heroína de Flaubert daba forma a una tendencia humana muy difundida, acuñó con su nombre la palabra «bovarismo» y escribió a este propósito un libro que merece ser conocido. El bovarismo, en realidad, no siempre es desastroso; por el contrario, el proceso por el cual imaginamos ser lo que no somos y por el cual actuamos con base a este criterio, es uno de los mecanismos más efectivos de la educación. El título del más permanente de todos los libros de devoción cristiana, la Imitación de Cristo, es un elocuente testimonio. Pensando y actuando en una situación dada, no como pensaríamos y actuaríamos normalmente, sino más bien como imaginamos que deberíamos hacerlo si fuésemos como los que son mejores que nosotros, es como nosotros al fin dejamos de ser como éramos y llegamos, en cambio, a parecernos a nuestro modelo ideal. Claro que a veces el ideal es pobre y el modelo elegido más o menos indeseable. Pero el mecanismo bovarístico de imaginarnos ser lo que no somos y de pensar y actuar como si esa figuración nuestra fuera un hecho, es siempre el mismo. En el campo del vicio, por ejemplo, se nos ofrece también una especie de bovarismo: es el bovarismo del buen chico que premeditadamente se entrega a la bebida y al lupanar, a fin de hacerse pasar como un admirador galán. También hay un bovarismo en el orden de las jerarquías: es el bovarismo del burgués que se imagina ser un aristócrata y para quien toda su preocupación estriba en comportarse como tal en sus gustos y maneras. Hay un bovarismo político, que es el de todos aquellos que viven para imitar a Lenin, a Webb o a Mussolini: Hay un bovarismo cultural y estético: éste es el de las précieuses ridicules, bovarismo del moderno filisteo que de la noche a la mañana da el salto de trampolín de la portada del Saturday Evening Post a las originalidades de Picasso. Y, finalmente, existe el bovarismo en religión: en él encontramos, como remate de la escala, al santo que con plena entrega de sí mismo imita a Jesucristo y, en el otro extremo, al hipócrita que trata de hacer creer que es un santo con el fin de conseguir mejor sus propósitos enteramente profanos. En el punto medio entre estos dos extremos que representan Tartufo, por una parte, y San Juan de la Cruz, por la otra, existe una tercera variedad de bovaristas religiosos. Estos absurdos, pero a menudo conmovedores comediantes de la vida espiritual, ni son conscientemente malvados, ni son resueltamente piadosos. Tal vez sus intenciones, demasiado humanas desde luego, no pretendan otra cosa que caminar a dos vertientes: la del mundo religioso y la del mundo profano. Ciertamente, aspiran a la salvación, pero a costa de que no les resulte muy cara; esperan ser premiados, pero sólo en cuanto se los considere héroes o contemplativos, y no por lo que hacen o por lo que son. La fe que los sostiene es la ilusión de que repitiendo muchas veces: ¡Señor!, ¡Señor!, ya tienen ganado, de una manera o de otra, un puesto en el Reino celestial. Sin esto de ¡Señor!, ¡Señor!, o un equivalente de tono más devoto, o de más afinada doctrina, el proceso de la bovarización religiosa resultaría difícil y, en algunos casos, imposible. En este sentido la pluma es más eficaz que la espada, pues es por el pensamiento hecho verbo por lo que nosotros dirigimos y mantenemos nuestros esfuerzos y realizamos nuestras obras. Pero también está el riesgo de usar las palabras como sustitutos, viviendo en un universo puramente verbal y no en el mundo concreto de la experiencia inmediata. Cambiar un vocabulario es fácil; cambiar las circunstancias externas o nuestros hábitos inveterados es duro y enojoso. El bovarista religioso, que no se halla preparado para acometer una sincera imitación de Cristo, se satisface por su cuenta con la adquisición de un nuevo vocabulario. Pero un nuevo vocabulario no es lo mismo que un nuevo ambiente o un nuevo carácter. La letra mata o, al menos, deja inerte. Es el espíritu, la realidad que subyace bajo los signos verbales, lo que procura nueva vida. Las frases que, en su formulación primitiva, daban expresión a significativas experiencias, tienden (y así sucede con la naturaleza del ser humano y de sus organizaciones religiosas) a transformarse en una jerga, en una vulgaridad piadosa, por medio de la cual el hipócrita enmascara su consciente maldad y, el más o menos inocente comediante, trata de engañarse a sí mismo y de impresionar a sus cofrades.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 137


¡Qué patéticamente confiesa el hipócrita su total depravación cuando queda desenmascarado!

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 140


La ceremonia más importante de la hechicería ritual era la denominada Sabbath, palabra de origen desconocido, que no tiene relación con su homónima la hebrea. Los Sabbaths eran celebrados cuatro veces al año: en la Candelaria, el 2 de febrero; en la misa de la Cruz, el primero de mayo; en la fiesta de San Pedro encadenado, el primero de agosto y en la vigilia de Todos los Santos, el 31 de octubre. Estos eran los grandes festivales esperados por cientos de devotos que se trasladaban, para presenciarlos, a distancias considerables. Entre Sabbath y Sabbath había las semanales Esbats, para congregaciones de menor cuantía en las aldeas donde la antigua religión era todavía practicada. En todos los Sabbaths había que contar con un asistente imprescindible: el demonio nunca faltaba, hallándose representado en la persona de algún hombre que había heredado, o tal vez adquirido, el honor de ser la encarnación del Dios de las dos caras del culto diánico. Los adoradores de aquel culto rendían homenaje al dios besando su faz posterior, una máscara estragada, que llevaba debajo una cola de animal como parte trasera del demonio. Allí tenía lugar, al menos para algunas de las devotas asistentes, un ritual de copulación con el dios, que a tal propósito iba equipado con un falo artificial de cuerno o de metal. Una ceremonia como ésa iba seguida de una romería con sus danzas, que en ocasiones de los Sabbaths se celebraba extramuro, junto a los árboles y piedras sagrados. Y terminaba todo ello con una orgía de promiscuidad sexual que primitivamente había sido, sin duda alguna, una operación de magia, realizada para incrementar la fertilidad de los animales con los cuales se aseguraban subsistencia los cazadores y pastores de aquellos tiempos. La atmósfera dominante en la fiesta de los Sabbaths era de confraternidad y despreocupada alegría animalesca. Cuando capturaban a aquellos oficiantes y los sometían a juicio, muchos de ellos resistían y rehusaban, sin ceder en lo más mínimo —aun sometidos a tortura y hasta en el mismo patíbulo— a abjurar de la religión que les había proporcionado tan grande felicidad. A los ojos de la Iglesia y de los magistrados del poder civil, ser miembro del partido del demonio constituía grado de mayor gravedad en el crimen de hechicería. Un hechicero que concurría al Sabbath, era peor que otro que se hubiese reducido a la práctica privada de la brujería. Intervenir en el Sabbath valía tanto como confesar abiertamente que se prefería el culto diánico al cristianismo. Por otra parte, la organización de la brujería venía a constituir una sociedad secreta que podía ser manejada por jefes ambiciosos con propósitos y fines políticos.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 192
Los pecados de la voluntad y de la imaginación no hay quien los detenga.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 148


Un hombre puede ser un excelente psicólogo práctico a pesar de ser completamente ignorante de las teorías psicológicas vigentes. Pero lo que es más importante señalar es que un hombre puede estar muy versado en teorías psicológicas que han resultado inadecuadas y ser, no obstante, gracias a su perspicacia natural, un excelente psicólogo práctico. Por otro lado, una teoría errónea sobre la naturaleza humana (tal como la teoría que explica la histeria en términos de posesión diabólica) puede provocar las peores pasiones y justificar las crueldades más refinadas y perversas. La teoría es y no es, simultáneamente, verdaderamente importante.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 224


Según sucede con la noción de la posesión, podemos ver que no hay nada intrínsecamente absurdo o contradictorio en la idea de la admisibilidad de espíritus no humanos, sean buenos, malos o indiferentes. Nada nos obliga a creer que las únicas inteligencias que hay en el universo se hallan conectadas al cuerpo del ser humano y de los animales en general. Si se acepta el testimonio que nos ofrecen la clarividencia, la telepatía y la previsión (y cada vez se hace más difícil el poder rechazarlo), entonces debemos admitir que hay procesos mentales en verdad independientes del espacio, del tiempo y de la materia. Si esto es así, parece que no existe razón alguna para negar a priori que puede haber inteligencias no humanas, enteramente desencarnadas o asociadas con la energía cósmica de un modo hasta ahora para nosotros desconocido.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 246



Los efectos que conlleva una permanente y honda preocupación por el demonio son siempre desastrosos. Los que emprenden una cruzada no por Dios, dentro de ellos mismos, sino contra el demonio que hay en los otros, nunca alcanzan el éxito de convertir en mejor al mundo, sino que el mundo queda tal como estaba, o manifiestamente peor de lo que era antes de empezar la cruzada. Cuando pensamos de pronto en el mal —por excelentes y puras que nuestras intenciones sean— tendemos a crear las ocasiones para que el mal se manifieste por sí mismo.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 249


No hay horror, sea cual fuere, que no sea capaz de pensarlo el hombre.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 266


La civilización puede ser definida en uno de sus aspectos, como el influjo que ejercen los individuos para impedir la ocasión de conducirse bárbaramente.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 283


Para los partidarios del totalitarismo de este ilustrado siglo nuestro no hay alma ni Dios; sólo hay una masa de materia fisiológica que se va moldeando por reflejos condicionados y presiones de carácter social, lo que da como resultado eso que, por cortesía, se denomina ser humano. Un producto como éste carece de significación por sí mismo y no posee derechos de autodeterminación: existe para la sociedad y tiene que conformarse con la voluntad del conjunto. Por otra parte, en el orden práctico la sociedad no es otra cosa que el Estado Nacional y, de hecho, la voluntad colectiva es, simplemente, la voluntad de poder del dictador, unas veces mitigada, otras veces distorsionada, hasta el borde de la locura, por medio de alguna teoría seudocientífica que, en el esplendoroso futuro, servirá para alguna abstracción denominada «humanidad». Los individuos son definidos como productos e instrumentos de la sociedad. De ello se infiere que los caciques políticos, que pretenden ser sus representantes, están justificados cuando cometen las atrocidades más inconcebibles contra quienes merecen el calificativo de enemigos de esa sociedad. El exterminio material a tiros, o el logrado más lucrativamente por agotamiento en un campo de trabajos forzados, no es suficiente. Es un hecho que ni hombres ni mujeres son las verdaderas criaturas de la sociedad. Sin embargo, la doctrina reconocida como oficial, proclama que sí lo son. Por tal razón se hace necesario despersonalizar a los enemigos de la sociedad a fin de transformar en verdad la mentira oficial. Para los que conocen la treta, esa reducción de lo humano a lo infrahumano, de la libertad individual a la sumisión del autómata, es una cuestión relativamente sencilla.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 297


No fueron pocos los que se echaron allí a la búsqueda de recuerdos: la mayoría con el afán de obtener alguna reliquia, algo que pudiera ser un amuleto de buena suerte o de triunfo en la batalla del amor, un talismán contra el dolor de cabeza, el estreñimiento o la malevolencia de los enemigos. Y todos esos fragmentos, todos esos restos carbonizados tendrían la misma virtud, fuese el párroco culpable de los crímenes que le imputaron o inocente. Porque el poder que para realizar milagros posee una reliquia, no descansa en su procedencia, sino en su estimación.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 315


Nadie puede concentrar su atención en el mal o en la simple idea del mal, sin verse afectado por él. Una posición más profunda contra el demonio que con Dios, es peligrosa. La posesión es con mayor frecuencia secular que sobrenatural. Los hombres son poseídos por los propios pensamientos de odio a una persona, a una clase, a una raza, a una nación. Actualmente, los destinos del mundo se hallan en manos de los que se han endemoniado por sí mismos, de esos hombres que son poseídos por, y que manifiestan, el mal que han elegido ver en otros. No creen en los demonios, pero han hecho todo lo posible para ser poseídos y lo han logrado. Y puesto que creen menos en Dios que en el diablo, parece inverosímil que sean capaces de curarse a sí mismos de su posesión.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 337


Uno puede tener una acertada representación de las cosas; pero si actúa sin visión realista de lo que hace y de modo inadecuado, las consecuencias serán siempre desastrosas.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 386


En una tragedia participamos; en una comedia sólo miramos. El autor trágico se siente dentro de sus personajes, y lo mismo le ocurre, por su parte, desde el otro lado, al lector o espectador. En cambio, en la comedia pura no hay identificación entre creador y criatura literaria, entre espectador y espectáculo. El autor observa, juzga y registra desde afuera; y desde afuera su auditorio observa lo que él ha registrado, juzga como él ha juzgado y, si la comedia es buena, ríe. La comedia pura no puede ser guardada durante mucho tiempo. Es por eso que muchos de los más eminentes autores de comedias han adoptado la forma impura, en la que hay una constante transición del afuera hacia el adentro y viceversa. En un momento vemos, juzgamos y reímos; en el siguiente, estamos dispuestos a simpatizar e incluso a identificarnos con alguien que, unos segundos antes, era meramente un objeto.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 397


Uno de los errores más grandes, tanto del desarreglo mental como de la más acusada incapacidad física, consiste en el hecho de que «entre nosotros y vosotros se ha abierto un enorme abismo». El estado del catatónico, por ejemplo, es inconmensurable en relación al estado del hombre o la mujer normales. El universo de los atacados de parálisis es radicalmente diferente del mundo que viven los que gozan del uso pleno de su facultad locomotriz. El amor puede construir el puente, pero no puede eliminar el abismo. Ahora bien, donde no hay amor no hay ni puente siquiera.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 414


Los moralistas profesionales que vocean invectivas contra la embriaguez guardan un silencio muy extraño contra la intoxicación gregaria, contra esa forma de autotrascendencia hacia abajo que precipita hasta el nivel de lo infrahumano, poniendo en efervescencia a la masa. «Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.» En medio de doscientos o trescientos, la presencia divina se hace más problemática. Y cuando el número alcanza el nivel de los millares y de las decenas de millar, las probabilidades de hallarse Dios presente entre ellos y en la conciencia de cada uno, disminuyen a tal punto que se reducen a cero. Porque es tal la naturaleza de una multitud excitada (y toda muchedumbre tiene como condición ineludible la de estar siempre abierta a la excitación automática), que allí donde se reúnen dos mil o tres mil individuos en masa, allí brilla necesariamente por su ausencia, no sólo la deidad, sino la misma humanidad común a todos. El hecho de pertenecer a una masa humana le roba al hombre la conciencia de ser él su propio yo y le arrastra a estamentos inferiores, a las honduras de un reino donde lo personal no cuenta, ni siquiera existe, donde no existen responsabilidades, donde no existen ni el derecho ni lo entuerto, donde no hay necesidad de un pensamiento de discriminación y de juicio, sino solamente un intenso y confuso sentido de descomunal gravitación, un masivo interés de instigamiento, un enajenamiento de rebaño. Y ese enajenamiento es, a la vez, más permanente y menos exhaustivo que el que produce la lujuria; a la mañana siguiente la víctima se halla menos deprimida que si se hubiera entregado al alcohol o a la morfina. Además, el frenesí de la masa puede quedar satisfecho al margen de toda intención perversa y hasta con la lucidez de una intención honorable. Porque lejos de condenar el hundimiento a que se lleva a las masas por medio de su enajenación, los dirigentes de una Iglesia o de un Estado han alentado con vivacidad su práctica siempre y cuando pudiera ser aprovechada en beneficio de sus propios fines. Individualmente o constituidos y disciplinados en agrupaciones, los hombres y las mujeres que forman parte de una sociedad sana, muestran una gran capacidad de intelección, de juicio y de discernimiento y saben dejarse iluminar por la luz de los principios éticos. Agrupados —por el contrario— como una chusma, esos mismos hombres y mujeres se conducen necesariamente como si no poseyesen facultad racional ni gozasen de libre albedrío. La enajenación masiva los reduce a una condición muy por debajo del nivel de la persona y los hunde en la irresponsabilidad antisocial. Drogados por la misteriosa ponzoña que toda multitud desbordada segrega, caen en un estado de exacerbada sugestibilidad, muy parecido al que produce una inyección de sodio amytal o un ensimismamiento de tipo hipnótico. En tal estado, no sólo darán crédito a cualquier disparate que sea propagado sino que también estarán dispuestos a actuar a partir de una exhortación o una orden, tengan o no tengan sentido, y por perversas y criminales que sean. Para los hombres y las mujeres que se dejan influir por el frenesí de la masa, «todo lo que yo afirme tres veces es verdadero» y todo lo yo afirme trescientas es revelación, es decir: la palabra directamente inspirada por Dios. Y esto es así porque los hombres que gozan de autoridad —los sacerdotes y los legisladores—, nunca han proclamado de modo inequívoco la inmoralidad de la marcha descendente en el camino de la autotrascendencia. Pues el delirio de la masa, cuando ha sido suscitado por los miembros de la oposición y en nombre de unos principios por los demás considerados como heréticos, siempre hubo de ser condenado por los que usufructuaban el poder. En cambio, ese mismo delirio o frenesí promovido por las gentes que gobiernan, en nombre de lo que se afirma como ortodoxia, es misa de otro cantar. En todo caso, donde los intereses de los hombres quedan sometidos al control de la Iglesia y del Estado, la enajenación de las masas es considerada como recurso legítimo y deseable. Peregrinaciones y concentraciones políticas, restauraciones coribánticas y patrióticas paradas, todo eso es apropiado y moralmente defendible cuando se trata de nuestras peregrinaciones, de nuestras paradas. El hecho real de que la mayoría de los que toman parte en estos actos se deshumanizan temporalmente al hundirse en esa vía, no significa nada, al parecer, en comparación con el hecho de que su deshumanización pueda ser manejada fácilmente, con el fin de consolidar el poder religioso o político que sea. Cuando la enajenación de las masas es explotada en beneficio de los gobiernos y de iglesias ortodoxas, los explotadores siempre se cuidan de no dar excesivo aliento a ese delirio colectivo. Las minorías moderadas se valen de los deseos de sus sometidos dentro de esa vía de la autotrascendencia descendente para dos cosas: primero, para distraerlos y trastornarlos y, segundo, para llevarlos a un estado infrapersonal de excitada sugestibilidad. Los ceremoniales religiosos y políticos son aceptados por las masas con gran complacencia, puesto que son propicia oportunidad de hundirse y embriagarse en su enajenación, y son, al mismo tiempo, confeccionados con placer por los que manipulan a las masas, porque les ofrecen oportunidad, a su vez, de manejar a su antojo el subconsciente de todos aquellos que no son capaces de ejercitar su razón ni son dueños de su voluntad.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 450


El síntoma definitivo de la enajenación de las masas es la violencia maniática.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 423


Una multitud es el equivalente social del cáncer. El veneno que segrega despersonaliza a los individuos que la componen hasta tal punto que los incita a conducirse con violencia salvaje, que no se promovería en ellos de hallarse en estado normal.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 454


El revolucionario excita a sus seguidores a manifestar sus extremos y peores síntomas de masiva intoxicación, y procede a dirigir su frenesí proyectándolo contra sus enemigos, los detentadores del poder político, económico y religioso….
Cuando el revolucionario explota la apetencia de los hombres a lanzarse a la trascendencia de su hundimiento, la explota hasta los límites de lo frenético y de lo demoníaco. A los hombres y a las mujeres dolientes del mal de sentirse aislados en su yo y abrumados con las responsabilidades inherentes a los miembros de una sociedad, el revolucionario les ofrece candentes oportunidades para lanzar por la borda todas esas preocupaciones con el recurso de las paradas, de las manifestaciones y de los mítines. Todos los órganos del cuerpo político actúan según sus propios fines. Una multitud es el equivalente social del cáncer. El veneno que segrega despersonaliza a los individuos que la componen hasta tal punto que los incita a conducirse con violencia salvaje, que no se promovería en ellos de hallarse en estado normal. El revolucionario excita a sus seguidores a manifestar sus extremos y peores síntomas de masiva intoxicación, y procede a dirigir su frenesí proyectándolo contra sus enemigos, los detentadores del poder político, económico y religioso.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 453-454


Concentrad multitudes de hombres y mujeres previamente condicionadas e influidas por la lectura diaria de los periódicos; halagadlos con altisonantes bandas de música; deslumbradlos con brillantes y espectaculares iluminaciones y obnubiladlos con la oratoria de un demagogo —y en cualquier parte encontraréis un demagogo que es a la vez explotador y víctima de la enajenación masiva— y ya veréis cómo en un santiamén podéis reducirlos a un estado de casi infrahumana necedad. Jamás antes de ahora han tenido oportunidad tan pocos hombres para convertir en locos, maníacos o criminales a tanta gente.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 454


El pensamiento independiente y propio es el mejor antídoto contra los que se hallan sumergidos en la masa.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 455



En las religiones primitivas el movimiento rítmico prolongado es un recurso al que se acude para promover por inducción un estado de éxtasis infrapersonal e infrahumano. La misma técnica, para llegar al mismo fin, ha sido usada por muchos pueblos civilizados; por ejemplo: por los griegos, por los hindúes, por muchos de los derviches del mundo musulmán, por las sectas cristianas de los Shakers y los píos roller. En todos esos casos el movimiento rítmico, lento y reiterativo es una forma ritual deliberadamente practicada, a fin de suscitar una ansiedad de trascendencia obnubilante. La historia recuerda muchos casos esporádicos de involuntarios incontrolables bailadores de giga. Esos zarándeos, que en unos países se llaman tarantismo y en otros baile de San Vito, se han producido generalmente en los períodos de turbulencia que suelen seguir a una guerra, a una epidemia o a una situación de hambre colectiva y que son corrientes en las regiones de malaria endémica. La inconsciente finalidad de los hombres y mujeres que sucumben a estas manías colectivas es de la misma especie que la perseguida por los sectarios que se valen de la danza como de un rito religioso, especialmente para escapar de la concreta delimitación en que se halla su persona y adentrar en un estado en el que no existen responsabilidades ni cargos de culpas pasadas, ni futuros obsesionantes, sino sólo lo presente, y la venturosa conciencia de ser otro.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 456



Cuando la cascara del ego se quiebra y comienza a tener conciencia de diversificaciones subliminales y fisiológicas yacentes debajo de la personalidad, suele acontecer que advertimos un vislumbre momentáneo, pero apocalíptico, de esa otra Diversidad que es el Fundamento de todo ser. En tanto uno se encuentra confinado en el interior su aislada personalidad permanece inconsciente de los varios no uno mismo con los cuales está asociado: el orgánico no uno mismo, el subconsciente no uno mismo, el colectivo no uno mismo del medio psíquico en que todos nuestros sentimientos tienen su existencia, y el inmanente y trascendente no uno mismo del espíritu. Cualquier liberación, aunque sea por un camino descendente, fuera de la personalidad aislada, hace posible, por lo menos, un momentáneo conocimiento del no uno mismo en sus distintos niveles, incluso el más elevado.

Aldous Huxley
Los demonios de Loudun, página 460










































































































No hay comentarios: