EXPERIMENTAR  LA TRANSCENDENCIA




La profundidad de lo que vivimos no depende de lo vivido, sino de nuestra facultad para transformar el acto de aspecto más trivial en una experiencia religiosa.

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La sombra siempre es luz que adopta la forma de aquello que la obstaculiza.

K .G. Dürckheim


Todo lo que pertenece a la totalidad del ser humano completo, y que no puede manifestarse, se expresa cómo poder oscuro. Así, todo hombre, tras la fachada que conforman los numerosos papeles que él desempeña, posee un compañero oscuro, su lobo o su bruja, su hermano o su hermana negra que continuamente desmienten a su Persona. Esté compañero oscuro obliga al hombre a "endurecerse", a aferrarse a esta persona, y él mismo tiempo se manifiesta a través de impulsos a los que legitima mediante proyecciones múltiples que amenazan con hacer estallar la persona. Las necesidades de venganza reprimidas, las humillaciones sufridas, los deseos refrenados, las fantasías que anhelaríamos ver realizadas, todo lo que el hombre, espera o teme en su interior se expresa como proyecciones, ilusiones, obsesiones, utopías u otras formas semejantes de seres o poderes personificados, positivos o negativos, qué pueden proteger o destruir.

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El hombre... si está demasiado alejado del Ser divino que vive en él y se limita a la conciencia racional objetiva y definidora, con lo que niega su realidad, llegará un momento -tal como ha llegado hoy en día- en que el Ser (es decir, él mismo en realidad en su ser propio) recurrirá a experiencias que lo afecten en lo más profundo de sí mismo para arrancarlo del infortunio y la terrible aridez adonde lo ha conducido su obstinado alejamiento de lo divino.

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El mayor regalo que una verdadera experiencia del Ser puede hacerle al hombre es una nueva toma de conciencia.

K .G. Dürckheim

Cuando el ojo nuevo se abre en la oscuridad del vacío sin objeto, el Ser se manifiesta en todo lo visto.

D. G. Dürckheim


La pluralidad debe guardar silencio para que lo uno, cuya necesidad se haga sentir, pueda expresarse. De todo y de todas partes nos llega la voz del Ser divino. Nos queda por saber si nuestro oído es capaz de oírla, si somos un instrumento lo suficientemente sensible como para percibirla y dejarla resonar en nosotros.

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Hoy en día el espíritu occidental se aleja de una concepción que cree que la vida está ante todo determinada por factores cuantitativos, para reconocer poco a poco que lo más importante es lo "cualitativo", que tiene que ver con la satisfacción de una necesidad interna, no externa. Es bien sabido que la civilización occidental se caracteriza especialmente por su dominio de las circunstancias externas de la vida, y que descuida la importancia del desarrollo interior del hombre. Al conquistar el mundo exterior, el espíritu occidental ha olvidado en gran medida su alma. Esta nube ensombrece día a día el horizonte de la humanidad, pero hoy parece surgir una luz que anuncia nuevos tiempos.
El movimiento más reciente de la espiritualidad occidental se caracteriza por el descubrimiento de la necesidad de espiritualidad que tiene el alma. Y cl encuentro con la tradición del espíritu; oriental desempeña un papel fundamental en esta nueva orientación.
Querría, no obstante, precisar que la transformación espiritual de occidente no es consecuencia dé una nueva ideología desarrollada al mar, en de las duras condiciones de la vida exterior. Se trata más bien de un nuevo realismo que se fundamenta en experiencias interiores irrefutables.

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Las experiencias que hoy debemos considerar seriamente son aquellas en las que el hombre experimenta de un modo evidente una profundidad sobrenatural que le es inmanente. En la noche más profunda del sentimiento humano, en la angustia de la aniquilación y la muerte, en la desesperación frente a lo absurdo y en la tristeza de la soledad, puede tener la experiencia de una vida que está más allá de la vida y de la muerte, de un sentido que está más allá del sentido y la falta de sentido de este mundo y de una protección que abraza de un modo maravilloso a quien se siente abandonado en el mundo. Si, frente a estas experiencias, se nos pregunta con qué derecho hablamos aquí de una realidad que trasciende el mundo y que nos toca, sólo podemos responder: ¿Qué experiencia más real puede hacer el hombre que aquella que, de un solo golpe, lo libera del miedo a la muerte, de la desesperación ante lo absurdo y de la tristeza por la soledad, y le permite así vivir, en medio de las miserias del mundo, la felicidad de una dimensión sobrenatural?

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El maestro es la respuesta a la llamada de quien busca el camino.

D. G. Dürckheim



La tesis de Fichte de que la filosofía de un hombre depende de lo que éste es, puede aplicarse también a los terapeutas, y decir así: "La realidad hacia la que uno conduce a los demás está ligada a aquellas en la que uno mismo se encuentra." Y esto es válido tanto para la realidad teórica como para la realidad práctica.
Para el paciente sólo tendrá importancia lo que el terapeuta considera en serio para sí mismo, tanto de un modo teórico como en su propia vida. Sólo aquello que consideramos en serio se hará realidad y, cuanto más inmerso en nuestra esfera de influencia se encuentre un individuo, en mayor medida será eficaz lo que nosotros consideramos en serio, se realizará en él y actuará como un imán que ordena todo lo que lo rodea o como un torbellino que atrae todo hacia su centro.
Por más que el terapeuta sea tan silencioso y reservado como le sea posible, los principios fundamentales de la realidad espiritual que tienen valor para él lo "sobrepasarán", lo quiera él o no, y se convertirán poco a poco en los principios ordenadores del otro. Si su vida espiritual está condicionada cobre todo por su "Yo", también en el paciente todo acabará ordenándose alrededor de ese Yo, es decir, alrededor de sus complejos de inferioridad, sus mecanismos de compensación, sus autojustificaciones y su política de prestigio, sus automatismos, sus compromisos, etc. Si los pilares de la ciencia y los factores determinantes de la realización espiritual se fundamentan en los mecanismos impulsivos muy pronto todo aparece como represiones e inhibiciones, fingimientos y confesiones, sublimaciones y regresiones, etc., y, no mucho después, sale a la luz también el complejo de Edipo. Si el terapeuta considera su propia vida espiritual influida sobre todo por símbolos, éstos serán igualmente importantes para el paciente. Las imágenes arquetípicas ascenderán desde el inconsciente colectivo y se fijarán de un modo espontáneo, y los sueños, dócilmente, las harán aparecer en la medida en que se desee tomarlas en consideración (...) La dinámica que mueve el inconsciente del paciente sólo está superficialmente condicionada por los principios teóricos que ordenan la psique del terapeuta. En su esencia, en su profundidad ontológica, esta dinámica está determinada en realidad por la influencia y el resplandor que el terapeuta encuentra en su propia posición esencial. De aquí procede la influencia decisiva, las presiones y las seducciones que afectan al paciente en la profundidad de su ser, lo abren o lo cierran, lo conducen al camino de la curación o lo mantienen en su infortunio. Raras veces la teoría y el "método analítico" son factores de "curación", pero ellas son las que encauzan la influencia que, más allá de la esfera psicológica, actúa de ser a ser.

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El Yo, con sus inhibiciones en la esfera de los impulsos, no sólo es la "fortaleza" donde se atrinchera algo dominante y contrario al Ser, sino también un "cofre" que protege al centro esencial en su lucha contra el mundo incomprensible o contra las tentaciones y demonios interiores.

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El terapeuta debe preocuparse por corregir la deformación psíquica que se manifiesta en el paciente a causa de la identificación con una representación aún no integrada, que impide la expresión del Ser. Pero, al mismo tiempo, debe imperiosamente asegurarse de que esta identificación no sea la manifestación de algo auténtico que proviene del Ser, pues, en este caso, esta forma no debe ser disuelta hasta que aparezca una forma nueva y auténtica.
En la medida en que la teoría de la terapia, pero asimismo y ante todo el terapeuta, saquen y apliquen en sí mismos todas las conclusiones que se desprenden del "punto de vista" según el cual la "esencia" del hombre tiene su origen fuera de la psique individual y condicionada, consciente o inconsciente, fundada colectivamente en la herencia histórica de la humanidad, en los sucesos de la existencia y en el fundamento de la leyes; en la medida, también, en que la influencia principal y efectiva del propio ser del terapeuta sobre el Ser del otro se vuelva tangible, aquél se sentirá impulsado a dejar de lado su reserva y a aceptar -dentro de los límites impuestos por unas reglas muy precisas que sólo se comprenden en función del desarrollo del análisis y de los fundamentos de éste- las etapas de su camino hacia la manifestación de su propia Ser y las influencias que recibe de éste.

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El ser del hombre, el de cualquier hombre, se expresa por su manera de formar parte del Ser viviente que está más allá del espacio y el tiempo, presente en su pequeña vida corno la gran vida. Este Ser esencial presente en el Sí mismo desea manifestarse en el tiempo y el espacio a través de un Sí mismo auténtico. Únicamente si conseguimos, volvernos sensibles al Ser presente en el otro -pasando a través del orden de las cosas y de las dificultades condicionadas por el "espacio y el tiempo'', y yendo más allá de ellos- y "dar a luz" esa piadosa "audacia de ser" enraizada en las profundidades ónticas del sí mismo, lograremos que, del centro del otro, surja una fuerza de curación que reordenará la realidad del alma con respecto al, Ser, no por un proceso psíquico, sino por una apertura metafísica. Esto puede, ocurrir de un modo súbito y significa que, al "análisis esclarecedor", que sólo se apoya en la historia y la personalidad de un individuo, ha venido a agregarse la "catálisis despertadora" para perfeccionarlo.

Pág. 102-103


Nuestro sistema social y, por tanto, nuestro sistema educativo ha estado -y aún lo están casi por completo- condicionados por una formación cuyo objetivo es desarrollar en el hombre las capacidades de adaptación y rendimiento, al servicio de una comunidad que brinde la mayor seguridad posible, que esté exenta de conflictos y en el que reine un máximo de bienestar. Frente a esta propensión al rendimiento, la otra dimensión del hombre -es decir, la maduración de su totalidad humana- ha sido abandonada. Esta formación ética puramente pragmática al servicio de lo "colectivo" se ha desarrollado, y se desarrolla aún, en detrimento de la verdad y de la maduración interior, con todas las consecuencias que esto acarrea.
Cada vez más, nos damos cuenta de que las capacidades de rendimiento y de adaptación y la buena conducta exterior de ninguna manera constituyen una garantía para el equilibrio de un hombre ni para el cumplimiento de su vocación humana. Precisamente,, los que solemos considerar como "modelos de éxito" a menudo se sienten fracasados interiormente, atormentados por la angustia, los sentimientos de culpabilidad y la soledad interior. Nos hallamos, pues, en una época en que nuestras carencias con respecto a la totalidad del hombre -fruto de nuestra embriaguez y fascinación por los principios de la eficacia- se vengan y protestan en nombre de nuestras partes rechazadas.
El hombre en su totalidad se defiende contra la reducción al estado de "funcionamiento". Lo femenino se rebela contra la dominación unilateral de lo masculino, y tanto más cuanto, hasta ahora, la emancipación de la mujer se ha limitado sólo al principio masculino presente en ella. El individuo se subleva contra el aplastamiento de a masa; lo que hay en nosotros de personal y original, contra la obligación de adaptarse; el impulso espontáneo, contra la tutela autoritaria universal; la vida en su carácter dinámico, contra el conservadurismo del establishment -como se lo llama hoy en día-; la creatividad, contra el automatismo; las fuerzas del inconsciente, contra la dominación de un pensamiento ordenado demasiado racionalmente. Y la profundidad trascendente se alza contra la secularización excesivamente racional y pragmática de todo ámbito vivo, tanto individual como colectivo.
Así, hoy se codean el industrial de gran rendimiento con el hippy o el andrajoso, y el "supermacho" con el adolescente de largos cabellos y aspecto ostensiblemente afeminado; el burgués bien educado se enfrenta a una sexualidad desenfrenada; el padre dominante ("¿A qué viene tanto hablar de libertad? ¡En mi casa todos pueden hacer lo que yo quiero!") se codea con el parricida; la visión técnica y racional, con las más diversas aspiraciones irracionales, y así sucesivamente. Sin embargo, lo que se nos presenta como regresivo, exagerado hasta la extravagancia y, socialmente caricaturesco, a menudo hay que interpretarlo como una conmoción total del hombre que se manifiesta a través de las desgarradas voces de sus dimensiones rechazadas. Fundamentalmente, debemos reemplazar nuestra visión, lineal, que sólo tiene en cuenta y valora un progreso en tanto este implique un domino y una eficacia suplementarias, por una visión global cuya escala de valores sea el hombre en su totalidad universal. Sólo así se hará evidente el carácter positivo de regresiones aparentemente negativas y de ciertos estallidos emocionales irracionales.

Pág. 110-111


Cuando a consecuencia de una subordinación del ego, se produce un rechazo del Ser generador de sufrimiento, un rechazo de la parte más personal del hombre -es decir, de un individualidad esencial-, y su vitalidad se ve amenazada en su integridad, el hombre ya no se, interroga sólo sobre lo que tiene, puede y sabe para vivir y consagrarse, sino sobre lo que es en el fondo, en su "esencia."

Pág. 113


El hombre que se encuentra por primera vez verdaderamente con su Ser profundo, lo que no sólo lo satisface plenamente sino que también lo vuelve responsable, tendrá a menudo una conducta que su entorno juzgará regresiva o "inadaptada".

Pág. 119



La inclinación al suicidio, la apatía total, la incapacidad irremediable para establecer relaciones pueden deberse al muro erigido entre el Yo dirigido hacia el mundo y el Ser verdadero

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Toda apariencia es una profundidad elevada al estado de misterio.

D. G. Dürckheim


Para que todo ejercicio en el camino dé frutos, es decisiva la actitud con respecto al "cuerpo que uno es". En el exercitium, no debemos considerar al cuerpo como aquello que tenemos, sino como aquello que somos, es decir, como el conjunto de gestos mediante los cuales nos expresamos, nos realizamos, estamos presentes en el mundo y nos conducimos como personas. Esta actitud puede ser auténtica o falsa. Será auténtica cuando revele el tercer nivel de conciencia del cuerpo que "somos" (entendiendo como primer nivel el que se orienta hacia la salud, como segundo el que lo hace hacia la belleza, y como tercero el que lo hace hacia la transparencia). Si hemos experimentado el cuerpo que somos en su posible transparencia y hemos desarrollado nuestra capacidad sutil para percibir ésta, entonces nos hemos convertido en maestros interiores en el camino, y toda desobediencia a su llamada, toda infidelidad al ejercicio constituye una regresión.

Pág. 126-127


Quien está en el camino es impulsado por una fuerza absolutamente original, personal y determinada. Las condiciones para progresar en el camino son:

- una experiencia interior (la gran experiencia o el tacto del Ser) cuyo contenido posea una legitimidad evidente;
- la atención prestada a la llamada que contiene esta experiencia;
- la determinación a obedecer esa llamada;
- la emergencia, gracias a esta sumisión, de una nueva conciencia que conduce hacia una evolución particular;
- por último, la fidelidad al ejercicio que se ha adoptado al servicio de la transformación.
La finalidad de todo esto es la "gran transparencia", la transparencia a la trascendencia que, nos es inmanente; no sólo a nosotros ¡sino a todas las cosas!

Pág. 121


Initiare significa abrir el camino hacia el misterio. ¿De qué misterio se trata? El misterio somos nosotros mismos, en esta otra dimensión que se mantiene oculta bajo la realidad del Yo existencial. Su irrupción en el ámbito de las experiencias humanas nos conduce fuera de los límites espacio-temporales, de la comprensión racional y de lo que es técnicamente dominable, para hacernos descubrir una realidad que no tiene ninguna relación con todo aquello.

Pág. 132


La renovación incesante de la vida exige, no sólo que continuamente consintamos en abandonar la forma adquirida, sino asimismo que no renunciemos jamás -por poco que sea- a "estar en forma", a estar en la forma adecuada que acoge el flujo de la vida renovado sin cesar, y permite futuras metamorfosis.

Pág. 148



La mayoría de las comunicaciones entre los hombres se refieren al restringido círculo de vivencias comunes, ya se trate de conversaciones públicas o privadas. Lo que el individuo experimenta en lo más hondo casi siempre se mantiene oculto, excluido. Aún cuando lo haya hecho consciente, no está preparado para compartirlo y, muy a menudo, no permite siquiera que su conciencia se acerque a su núcleo más íntimo. Está lleno de obstrucciones inconscientes que obstaculizan la posible emergencia de las fuerzas de curación. La interioridad propia del hombre tiene cada vez menos cabida en la vida cotidiana actual.

Pág. 151



Con toda naturalidad decimos: "Buscamos la trascendencia inmanente", o: "Buscamos la experiencia de la trascendencia que nos es inmanente". Es natural pensar así, pero no obstante, la propia actitud de buscar algo nos impide el contacto con aquello que buscamos. Pues aquello que buscamos es lo que, desde tiempo, nos ha buscado desde lo más profundo de nuestro ser con el fin de llenarnos. Sin cesar, somos visitados, requeridos, hostigados en lo más profundo de nuestra intimidad, y es justamente nuestra actitud de búsqueda lo que nos impide encontrar lo que nos busca. Así como la flor se desarrolla a partir do su núcleo esencial y crece imperturbablemente para consumar la flor (prevista en la semilla), hay en nosotros "alguien" que intenta desarrollar su forma y florecer. Somos buscados y llamados, es decir, que "algo" presente en nosotros nos empuja hacia lo que somos propiamente en el fondo, tal como la flor está presente en el capullo y existe en la semilla. La diferencia es que nada puede perturbar a la flor ni impedirle devenir en flor, salvo la contrariedad exterior (una tierra inadecuada o la falta de agua o luz). Para el hombre es diferente. Hay, por supuesto, circunstancias exteriores que pueden perturbar o interrumpir su desarrollo, Pero el adversario más temible es el Yo natural existencial, que se dedica incansablemente a mantener su forma específica, a resistir a toda transformación, o bien se esfuerza por reemplazar la forma adecuada y conforme al Ser por una imagen ideal propia.
Intentemos delimitar con mayor precisión AQUELLO que querríamos devenir. ¿Cómo podemos encarnar, en el espacio y en el tiempo, el Ser esencial que somos, que está más allá del espacio y el tiempo? Para ello hay que hacer real esa imagen precisa de nosotros mismos que todos llevamos dentro, es decir, la imagen de nuestro Ser esencial. (La astrología puede ayudarnos a descubrirlo)

Pág. 172-173


El hombre que no desea mantenerse alejado de la imagen innata que lleva en él, es decir, de la imagen de lo que debe devenir, puede, en determinadas circunstancias, sobrepasar sus fuerzas naturales, ya que la imagen de lo que un hombre debe devenir en conformidad, con el Ser esencial contiene siempre, la parte sobrenatural de este hombre. Únicamente, quien sobrepasa sus capacidades naturales puede devenir aquel, que está destinado a devenir según el Ser esencial. Esto no significa que debamos conducirnos de una manera contraria a la verdad interior, pero es posible que, en ciertos casos, se nos exija que sobrepasemos aquello de lo que somos capaces por naturaleza.

Pág. 183-l84


El hombre se ha de superar continuamente; en el fondo, tiene que saber y hacer más de lo que por sí solo puede. En esto consiste ser humano.

Pág. 183


"Cada uno tiene en sí la imagen de aquello en que se debe convertir..." Esta imagen en que debemos convertirnos es, en el fondo, la imagen del hombre plenamente realizado, del hombre cuya manera de ser corresponde a lo que es, a lo que debe ser un ser humano, es decir, algo digno de consideración. Esa correspondencia implica, un comportamiento muy preciso, una relación determinada consigo mismo, con la naturaleza, con la vida, con lo que nos sucede, con nuestros semejantes; en pocas palabras, un conjunto de comportamientos y reacciones que reflejan la imagen de "aquel que debemos, devenir". Como personas, tenemos el deber de dar testimonio en el mundo del Ser que resuena a través de nosotros, de tener un comportamiento que está en armonía con él y de intentar desarrollar un sentido, un oído interior, que nos permitan las manifestaciones de esta trascendencia inmanente en el mundo.

Pág. 177






La experiencia de la trascendencia, es la disposición interior fundamental que nace de la presencia de lo divino en nosotros... Lo esencial no es lo que se experimenta en el momento, sino aquello que trasforma al hombre, lo que repercute en él y lo hace progresar.
Hacer de la trascendencia la experiencia fundamental de la existencia significa, por tanto, dos cosas: en primer lugar, que constantemente nos sintamos tocados por ella, que estemos atentos al hálito de la otra dimensión y que con ello tengamos acceso a un nuevo estado interior, que nos desarrollemos de tal modo que todo lo que hagamos reciba de ella su carácter y su impulso, su ritmo. Vivir bajo la influencia de esta experiencia es percibir la presencia de lo completamente otro en todo lo que hagamos.
Manifestar que estamos ligados a ella, por otro lado, es vivir con plena conciencia de que lo que hacemos en cada momento es una ocasión de interiorizar una realidad superior, y dar testimonio de ella. Esta experiencia es a la vez el medio y el trasfondo de lo que hacemos y sentirnos, de suerte que somos transformados de tal modo, "transfigurados" por nuestra parte divina, que todo lo que emana de nosotros -el aliento, la voz los gestos, nuestras reacciones, nuestra actitud hacia todo aquello con que nos relacionamos- atestigua al instante que allí, a través de nosotros, actúa y se manifiesta lo sobrenatural. De la persona que está colmada de esta plenitud emana además un resplandor que toca, vivifica, fortalece y colma a quien está en contacto con ella, aunque este contacto apenas dure un momento, y, cuando se separa de ella, le deja un enriquecimiento muy particular.


Pág. 188-189


... Cuanto más animado está un hombre por la presencia central de lo divino en él, más naturales se vuelven sus gestos, más límpida y clara se hace su voz, más fluida se vuelve su habla. Y, cuanto más evidente se hace el contacto con lo completamente otro en mayor medida lo que sucede aquí abajo constituye la expresión de una dimensión más elevada, con lo que se gana en espontaneidad, en fluidez, en naturalidad. En la medida en que nos sujetemos a una disciplina al servicio de lo divino, pero que exprese igualmente lo natural en su forma óptima, los colores se volverán más vivos, los sonidos, más esplendorosos; la lengua que empleamos más rica. Aquí reside el misterio: lo divino no comienza donde termina lo terrenal, sino que, por el contrario, lo terrenal sólo se convierte verdaderamente en lo que es, sólo adquiere su sentido profundo cuando es una expresión de lo divino. Son muchas las cosas simples que hay que aprender para lograr este propósito.

Pág. 193


Dios aparece en la naturaleza cuando ésta tiene la posibilidad de ser totalmente ella misma, cuando no se ve estorbada en su devenir natural.

Pág. 193


A las formas tradicionales de terapia se agrega hoy una nueva: la terapia iniciática. También para ella se trata de curar, pero en otro ámbito. Aquí él terapeuta no es quien, nos devuelve la salud, es decir, nuestras capacidades, sino que más bien es -de acuerdo con el sentido original del término- el compañero en el camino de la curación, en el camino de la salvación... Hay que sacar al hombre de su infortunio y conducirlo hacia su curación, su salvación. El infortunio del que hablamos se refiere a la situación fundamental del hombre: miserable, pues está dominado por su ego, perdido en el mundo, separado de su Ser sobrenatural, prisionero dentro de sus límites espaciales y temporales, esclavo de sus facultades racionales, apartado de esa realidad que está más allá del espacio, el tiempo y el entendimiento. Hoy comienza a reconocerse poco a poco que, junto a la medicina pragmática -que busca el restablecimiento del estado de salud natural y de la eficacia-, hay y debe haber una terapia iniciática que tiene como objetivo la restauración de la unidad original con el Ser sobrehumano. Por primera vez en la historia de la humanidad, el mundo occidental acepta hoy considerar seriamente las experiencias en las que la otra dimensión, la realidad sobrenatural, nos toca. Esta es la realidad mayor, que se ha apartado del hombre, que se ha separado de él en su infancia, en el momento en que éste despertó al conocimiento objetivo para decirlo en términos religiosos: cuando cometió el pecado original, al consumir el fruto del árbol del conocimiento. Resulta comprensible que hoy en día, cuando el hombre siente el ahogo de su Ser sobre natural, nazca una terapia que considere seriamente a aquél en su infortunio.
Las terapias iniciática y pragmática reflejan dos clases de sufrimiento humano. La terapia practica se ocupa del hombre en su existencia espacio-temporal, que, siempre gira alrededor del mismo tema: triunfar en la vida, sentirse lo más seguro posible, estar integrado a la comunidad y ser reconocido por ella. Estar enfermo significa, en este caso, que se hallan en peligro las fuerzas físicas espirituales e intelectuales puestas al servicio del éxito en este mundo y de sus valores. Junto al Yo natural, permanentemente preocupado por triunfar, hay en el hombre "otro" algo "más profundo". Lo denominamos "su Ser"  y entendemos por ello la manera en que una vida sobrenatural -en él y a través de él- en su universo personal y en el ámbito del conocimiento de las formas, la creación y el amor. Es al Ser (que es el modo en que lo sobrenatural, lo divino, está presente en el hombre) a quien el hombre vuelve la espalda a causa del desarrollo de su conciencia objetiva.
Sin embargo, si confrontamos este Ser con el Yo profano, ¿no nos encerramos entonces en un círculo, digamos, de fantasía religiosa? ¿O bien en un universo de fe exclusivamente subjetivo, mientras que el Yo existencial se relaciona con una realidad tangible, objetiva y concreta de un modo que hace posible el desarrollo de la ciencia y la técnica? Así pensaba el mundo, por lo general, hasta una época reciente. Pero en nuestro tiempo despierta la sensibilidad con respecto a la realidad trascendente del Ser, de lo sobrenatural, y cada vez se advierte, con mayor claridad que las posibilidades de felicidad y sufrimiento de la existencia humana -o, más precisamente, de la vida humana- sólo pueden entenderse en la tensión entre estos dos polos, su Yo existencial, natural, condicionado por el espacio y, el tiempo, y su esencia, que está más allá del espacio y el tiempo... La terapia iniciática abre para el hombre el camino hacia una realidad metafísica y metapsíquica presente en él que no es el resultado de una especulación o una creencia religiosa, sino el fruto de una experiencia, de la experiencia más profunda que al hombre le ha sido dado vivir. Esta realidad experimental: de la que hablamos no ha sido reconocida hasta ahora pues se situaba fuera del ámbito de las experiencias naturales e intangibles. Sin embargo, en estas experiencias se accede a realidades que constituyen la base de toda religión viva (...) Toda terapia iniciática comienza por hacer que quien solicita ayuda reconozca las experiencias en las que el Ser esencial lo toca, y le enseña a considerarlas seriamente, es decir, a ver en ellas su valor iniciático. El hombre aprende a estar atento a la significación de esos momentos en que es tocado por lo numinoso, por aquello cualitativamente diferente que da testimonio del Ser. Pero la experiencia iniciática, en la que se percibe por primera vez algo de esta naturaleza y se lo considera seriamente, no es más que un polo de la terapia iniciática. El otro aspecto de esta experiencia es abrir un camino hacia la transformación en un hombre cada vez más transparente a la otra dimensión, un hombre que incorpore en sí mismo esa otra dimensión y dé testimonio de ella en el mundo (...) Lo importante en la terapia iniciática es la gran, transparencia, la transparencia para la trascendencia que nos es inmanente.

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En el momento en que el hombre natural se resquebraja, puede nacer un hombre nuevo.


Encontrar el camino hacia una vida que se realiza enteramente en el plano terrenal sin perder el hilo de oro que le, une a su Ser esencial, una vida que se dedica a dar testimonio en el mundo de este Ser y de su influencia, es ser el hombre concebido por el plan divino, y permitir al gran Ser resonar a través de él.

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