La historia es acontecimiento; carece de importancia el hecho de si estuvo bien, si mejor hubiera sido que no existiese, si podemos comprender su «significado».

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 13


Se acababa en realidad de descubrir aquí y allá intuición viva en la obra de Nietzche que había pasado el período creador de su cultura y de su misma juventud, que había comenzado la vejez y el crepúsculo, y por esta comprensión experimentada de pronto por todos y groseramente formulada por muchos, se explican tantos angustiosos signos de la época: la árida mecanización de la vida, la profunda decadencia de la moral, el descreimiento de los pueblos, la falsedad del arte.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 17


Reinaba en los buenos un pesimismo quedamente sombrío; en los malos, malicioso en cambio, y era menester antes una reconstrucción de lo sobreviviente y cierta transformación del mundo y de la moral por la política y la guerra, para que también la cultura admitiera una real consideración de sí y un nuevo ordenamiento.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 18


Ahora estaba maduro, su beatitud, confirmada y legitimada; sus padecimientos tenían un significado, el traje insoportablemente viejo y ya demasiado estrecho podía ser abandonado; había uno nuevo para él…

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 51


— ¿Hay que hacer caso de los sueños? —Preguntó Josef—. ¿Es posible interpretarlos? El maestro lo miró en los ojos y contestó brevemente: —De todo hay que hacer caso, porque todo puede interpretarse.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 72


— ¡Oh, si fuera posible saber! —Exclamó Knecht—. ¡Si hubiera una doctrina o algo en que poder creer! Todo se contradice, todo pasa corriendo, en ningún lugar hay certidumbre. Todo puede interpretarse de una manera y también de la manera contraria. Se puede explicar toda la historia del mundo como evolución y progreso, y también considerarla nada más que como ruina e insensatez. ¿No hay una verdad? ¿No hay una doctrina legítima y valedera? El maestro nunca había oído hablar con tanta vehemencia. Se adelantó un trecho más, luego dijo: — ¡La verdad existe, querido! Mas no existe la «doctrina» que anhelas, la doctrina absoluta, perfecta, la única que da la sabiduría. Tampoco debes anhelar una doctrina perfecta, amigo mío, sino la perfección de ti mismo. La divinidad está en ti, no en las ideas o en los libros. La verdad se vive, no se enseña. Prepárate a la lucha, Josef Knecht, a grandes luchas; veo claramente que éstas han comenzado ya.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 74


Para ser breve, estaba por pasar a través de una de las crisis en las que todo estudio, todo esfuerzo intelectual, todo el espíritu, sobre todo, se vuelve para nosotros dudoso y falto de valor, y nos inclinamos a envidiar a cualquier campesino que ara, a cualquier pareja que ama al atardecer, o aun a cualquier pájaro que canta en las ramas o a cualquier cigarra que chirría entre la hierba del verano, porque nos parecen tan naturales, tan colmadas y felices en su vida, porque nada sabemos de sus necesidades, sus penas, sus peligros y sus sufrimientos.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 93

El más pequeño ve en el más grande lo que sólo alcanza a ver…

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 182


La suerte nada tiene que ver ni con la razón ni con la moral; por su esencia es algo mágico, casual, de una categoría humana, primitiva, juvenil. El ingenuamente afortunado, el favorecido por las hadas, el mimado de los dioses, no es un objeto para la observación racional y del mismo modo tampoco para la biográfica: es símbolo y está más allá de lo personal y lo histórico. Pero existen hombres sobresalientes, de cuya vida no puede imaginarse ausente la «suerte», aunque ella consista simplemente en que ellos y la misión que tuvieron corresponden y combinan realmente entre sí en el aspecto histórico y biográfico, o en que no nacieron ni demasiado temprano ni demasiado tarde.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 182


… hubo momentos en que viste en nosotros tú también dioses eternamente alegres.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 305


—Dijiste —observó— que conoces recursos para hacerme más feliz y contento. Pero no me preguntas absolutamente si realmente lo deseo. —¡Oh, no! —repuso riendo Josef Knecht—. Si podemos hacer mis feliz y más satisfecho a un hombre, debemos hacerlo en todo caso, ya sea que él nos lo pida o no.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 307


Y no es ni juego ni orgullo, sino sumo conocimiento y amor, la afirmación de toda la realidad, el estar despierto al borde de todas las simas y los abismos, una virtud de los santos y los caballeros; y no puede ser destruida y crece cada vez más con la edad y la proximidad de la muerte. Es el secreto de la belleza y la verdadera sustancia de todo arte. El poeta que canta lo magnífico y lo terrible de la vida en el paso de danza de sus versos, el músico que lo hace resonar como presente puro, son portadores de luz, acrecentadores de la alegría y la claridad sobre la tierra, aunque nos lleven antes a través de las lágrimas y las tensiones dolorosas. Tal vez el poeta cuyos versos nos encantan es un hombre en triste soledad y el músico un soñador melancólico, pero aun así su obra participa de la alegría de los dioses y las estrellas. Lo que nos da no es su tiniebla, su dolor o su temor, es una gota de luz pura, de alegría eterna. Aun cuando pueblos enteros y muchas lenguas tratan de investigar en la profundidad del universo, en mitos, cosmogonías y religiones, lo último y más alto que pueden alcanzar es la alegría.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 309


La mirada en el cielo estrellado y un oído saturado de música antes de acostarse, son el mejor de los somníferos.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 311


Creo que hombres de su clase hacen todo inconscientemente, como por reflejo; se sienten colocados ante una tarea, se sienten llamados por una necesidad y se entregan a la llamada sin más ni más.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 317



Pueden llegar tiempos del terror y de la mayor miseria. Más si en la miseria puede haber aún una dicha, sólo será espiritual, vuelta hacia atrás para salvar la cultura de tiempos pasados, vuelta hacia adelante para representar, alegremente, incansablemente, el espíritu de una época que de otra manera caería en el peor materialismo.

Pater Jakobus en El juego de los abalorios de, Hermann Hesse  pág. 337


Y en cada comienzo está un hechizo que nos protege y aun nos ayuda a vivir…

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 340


Debemos ir alegres por la tierra sin aferramos nunca como a una patria; el espíritu no quiere encadenarse. Grado a grado, nos eleva y ensancha.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 342


Aprendió también que un hombre escudriñador y espiritual no debe perder el amor; que puede aceptar los deseos y las tonterías de los hombres sin altanería, pero no debe dejarse dominar por ellos; que del sabio al charlatán, del sacerdote al milagrero, del hermano que ayuda al parásito aprovechado, no hay más que un paso, y que la gente en el fondo prefiere pagar a un bribón, dejarse explotar por un charlatán, que aceptar la ayuda desinteresada del generoso.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 419


El hombre, como se desprendía de lo que decía, tenía amigos entre los magos y los astrólogos; descansando, estuvo sentado con los dos penitentes una hora o dos, huésped cortés y hablador; conversó mucho, suelta y bellamente, de los astros y del largo viaje que el ser humano junto con sus dioses debe realizar a través de todas las casas del zodíaco, desde el comienzo hasta el fin de los tiempos.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 464



… ¡dejemos a estos paganos cultos en su bienestar, dejémoslos en la felicidad de su saber, su pensar y su discurrir!

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 466


QUEJA

Nos es negado ser.
Mera corriente somos que fluye obedeciendo en todas las figuras: por el día, la noche, el infierno y la cumbre vamos pasando en pos de nuestra sed de ser.
Así colmamos sin cesar las formas: ninguna es patria, por suerte o por desgracia; siempre estamos en marcha, huéspedes eternos; sin campos, sin arados, no cosechamos pan.
No sabemos siquiera cómo Dios nos piensa.
Con nosotros juega, somos greda en sus manos, que muda y maleable, ni llora ni sonríe: y Dios la amasa, sí, pero nunca la quema.
¡Endurecerse en piedra un día! ¡Durar!
Por eso eterna agítase nuestra nostalgia, y eterna, permanece tímido temblor…
Nunca el reposo alivia el largo caminar.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 397


En el vacío gira, libre, volando sola, esta vida nuestra siempre pronta al juego, pero en gran secreto tenemos sed de ser, de crear y de ser, de sufrir y morir…

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 397



GRADOS

Toda flor se marchita y toda juventud cede a la edad; florecen los peldaños de la vida, florece todo saber también, toda verdad a su tiempo, y no puede perdurar eterna.
Debe el corazón a cada llamamiento estar pronto al adiós y a comenzar de nuevo, para darse con todo su valor más firme alegremente a toda forma nueva. Y en cada comienzo está un hechizo que nos protege y nos ayuda a vivir.
Debemos ir alegres por la tierra sin aferramos nunca como a una patria; el espíritu no quiere encadenarse. Grado a grado, nos eleva y ensancha. Apenas se acomoda nuestra vida y nos confiamos, todo se disuelve; sólo quien está pronto para irse puede escapar del hábito que mata.
Nos enviará de nuevo a espacios nuevos, el llamar de la vida nunca tendrá fin…
Tal vez la hora de la muerte aún.
¡Arriba, corazón, di, pues, tu adiós y sana!

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 398


EL JUEGO DE ABALORIOS

Música magistral de universo oiremos con respeto, conjurando a la fiesta más pura venerados espíritus de los tiempos de gracia.
Que nos eleve el mágico misterio de la extraña escritura en cuyo encanto concluyó lo infinito, y tormentoso, la vida misma en clara alegoría.
Cantan cristalinas formas de estrellas que servimos conscientes con la vida: porque cayendo fuera de sus círculos siempre estaremos en el mismo centro.

Hermann Hesse
El juego de los abalorios, pág. 398








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