La sobreestimación aritmética del tiempo, la prisa como principio y fundamento de nuestro estilo de vida, es el más peligroso enemigo de la alegría.


“La mayor cantidad posible y la mayor celeridad posible”, esa es la consigna. La consecuencia progresiva de ello es el aumento constante del placer y la disminución progresiva de la alegría.



Vivir cada día al máximo posible de pequeñas alegrías y reservar los goces mayores y más fatigosos para los días solemnes y los buenos momentos, es lo que yo aconsejaría a todo el que padece de desazón y falta de tiempo. Son las pequeñas alegrías, y no las grandes, las que nos sirven para el descanso, la liberación y el relajamiento de cada día.


El amor es apetito que ha alcanzado la sabiduría; el amor no quiere poseer nada, sólo quiere amar.
Lo nuevo en mi vida no consiste en que al engaño anterior haya seguido ahora una mayor dosis de verdad. Estoy más distanciado que nunca de la “verdad”. Soy más incrédulo que nunca frente a toda verdad y más crédulo que nunca frente a toda ilusión.
Pero me siento revivir, soy más joven, adivino el futuro, intuyo fuerzas y posibilidades de realización, y todo esto me había faltado durante años. Es una muda de piel, un vestido gastado que quiere desprenderse, y lo que por mucho tiempo había considerado el sufrimiento del tener que morir, significa ahora el dolor del nuevo nacimiento...
Mas parece ser que todo sufrimiento tiene un límite, o desaparece o se transforma, asume el color de la vida; acaso aún duele, pero ya el dolor es esperanza y vida.

Hermann Hesse
Pequeñas alegrías, pág. 161



Represéntate, pues, tu ser como un lago profundo con una delgada superficie. La superficie es la conciencia. En la superficie todo es claridad, en ella acontece eso que llamamos pensar. Pero la parte del lago que constituye esta superficie es en extremo pequeña. Podrá ser la más bella, la más interesante, pues en el contacto con el aire y la luz el agua se renueva, transforma y enriquece. Pero incluso las partículas de agua que están en la superficie se van desplazando incesantemente. En todo momento el agua sube, se sumerge, en cada instante se producen corrientes, desequilibrios, desplazamientos; cada partícula de agua quiere estar en su momento en la superficie... Pues bien, al igual que el agua, nuestro yo  o nuestra alma (no importan las palabras) consta de miles de millones de partículas de un fondo en permanente crecimiento e intercambio de patrimonio, de recuerdos, de impresiones. Lo que nuestra conciencia percibe de ello es la mera superficie. El alma no ve la parte incomparablemente mayor del contenido. Ahora bien, para mí el alma rica y sana y apta para la felicidad es aquella en la que tiene lugar una constante y viva fluencia e intercambio desde la gran zona de oscuridad hasta el minúsculo campo de luz. La mayoría de las personas albergan en sí miles y miles de cosas que nunca suben a la clara superficie, que se pudren y torturan desde allá abajo. Por eso, porque están corrompidas y hacen sufrir, la conciencia las rechaza una y otra vez, se hacen sospechosas y son objeto de temor. Este es el sentido de toda moral: lo que se considera nocivo no puede ascender a la superficie. Pero la verdad es que nada es nocivo y nada es benéfico; todo es bueno, o todo es indiferente. Cada uno lleva en sí cosas que son buenas y deben apropiarse, pero que el sujeto no permite que suban a la superficie. Si subieran, dice, la moral, sería funesto, una desgracia. En realidad, tal vez sería una suerte. Por eso todo ha de salir a la superficie, y el hombre que se somete a una moral se empobrece.

Hermann Hesse
Pequeñas alegrías, pág. 163-164


Hay que atender a todo, pues todo puede significarnos algo.

















































No hay comentarios: