Los hijos son la promesa que el tiempo hace a los hombres, la garantía que cada padre recibe de que todo lo que estima será algún día considerado banal, y de que la persona que más ama en el mundo será incapaz de comprenderlo.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 3


El tiempo es una cosa extraña. Pesa más sobre quienes menos lo tienen. Nada es más leve que ser joven y llevar el mundo a las espaldas; la sensación de lo posible es tan seductora que tienes la certeza de que podrías dedicarte a algo más importante que estudiar para un examen.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 6


Por último, fueron mis amigos quienes comenzaron a cambiar —o acaso fui yo quien empezó a cambiarlos—. No sé muy bien si quería amigos que me entendieran mejor, o que me vieran de otro modo, no lo sé, pero los viejos, como la ropa vieja, simplemente dejaron de servirme.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 18


—Leviatán —dijo Curry, que había escrito un trabajo menor sobre Hobbes cuando estaba en Princeton—. Y te has olvidado el «solitario». «La vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, bruta y minúscula».

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 66


Taft era una criatura voluble, difícil de conocer y todavía más difícil de amar. Bebía demasiado cuando estaba en compañía, pero también cuando estaba solo. Su inteligencia era implacable y salvaje, un fuego que ni él mismo llegaba a controlar. Ese fuego consumía libros enteros de una sentada y encontraba flaquezas en los argumentos, lagunas en las pruebas, errores en la interpretación, todo en disciplinas muy alejadas de la suya. Según Paul, no tenía una personalidad destructiva, sino una mente destructiva. A medida que lo alimentaba, el fuego crecía y no dejaba nada a su paso. Cuando hubo quemado todo lo que encontró a su paso, sólo le quedaba una cosa por hacer. Con el tiempo, acabaría por consumirse a sí mismo.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 67

En lugar de considerarlo un tratado rígido y matemático, mi padre opinaba que la Hypnerotomachia era un homenaje al amor de un hombre por una mujer. Era la única obra de arte por él conocida que imitaba el hermoso caos de este sentimiento. El carácter fantasioso del relato, la implacable confusión de los personajes y el desesperado vagabundeo de un hombre en busca de amor estimulaban su imaginación.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 70

«El día que sepas lo que es el amor —me dijo mi padre una vez—, entenderás lo que Colonna ha querido decir». Si en realidad el libro contenía un misterio, mi padre creía que sólo podría resolverse fuera de él: en diarios, cartas, documentos familiares. Nunca me lo dijo, pero creo que siempre sospechó que entre las páginas del libro se escondía un gran secreto. En contra de las teorías de Taft, sin embargo, mi padre creía que se trataba de un secreto amoroso: un amorío entre Colonna y una mujer de más bajo nivel social; un polvorín político; un heredero ilegítimo; un romance como los que imaginan los adolescentes antes de que la madurez, esa novia horrible, llegue y acabe con los juegos de los niños.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 70

… y la aguja del destino dio una puntada y siguió con su camino.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 76


La madurez es un glaciar que invade silenciosamente la juventud. Cuando llega, la impronta de la juventud se hiela de repente, y nos congela para siempre en la imagen de nuestro último gesto, la postura en que estábamos cuando comenzó la edad de hielo.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 77


Una vez más, el reloj generacional completó una vuelta completa y el tiempo convirtió en extraños a quienes habían sido amigos.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 78


Los conservadores del museo son gente rara: la mitad son apocados como un bibliotecario, y la otra mitad son temperamentales como un artista. Uno tiene la impresión de que la mayoría preferirían dejar que un niño manche un Monet antes que permitir la entrada de un estudiante al museo cuando no es estrictamente necesario.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 79

—¿Has leído el poema de Browning sobre Andrea del Sarto? —pregunta Curry, intentando expresarlo en palabras. Yo lo he leído (en un seminario de literatura), pero Paul dice que no lo ha hecho. —«Tú haces lo que tantos sueñan durante toda su vida» —dice Curry—. «¿Lo que sueñan? No: lo que intentan, por lo que sufren, en lo que fracasan».

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 83

Lo único que la gente puede saber de ti es lo que decides dejarles ver.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 107


Creo que fue mi padre quien me dijo que un buen amigo es aquel que se arriesga por ti cuando se lo pides, y un gran amigo el que no espera a que se lo pidas.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 109


—Ahora vamos a cenar —dijo, tirándome de la mano. Nunca miramos hacia atrás.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 170


… comenzamos a distanciarnos más y más, siempre sentados alrededor de la misma mesa.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 215


Como todas las cosas del universo, estamos destinados a divergir desde nuestro nacimiento. El tiempo no es más que la medida de esa separación. Si somos partículas en un océano de distancia, si somos el resultado de la explosión de un todo original, es posible decir que existe una ciencia de nuestra soledad. Estamos solos en proporción a nuestros años de vida.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 215


—Escúchame bien, Tom. —Mi madre me puso una mano en el mentón y me giró la cara para que la mirara. Según con qué luz, su pelo parecía dorado, como el de la mujer del cuadro de Hopper—. Esto no es normal. A un chico de tu edad no deberían importarle la plata y el oro. —Si a mí no me importan. ¿Qué importancia tiene eso? —Cada deseo tiene su objeto adecuado. Se parecía a algo que me habían dicho en catequesis. —¿Y eso qué quiere decir? —Quiere decir que la gente se pasa la vida deseando las cosas equivocadas. El mundo confunde a la gente, y la gente ama y desea lo que no debería. —Se ajustó el cuello del vestido de tirantes y se sentó a mi lado—. Lo único que se necesita para ser feliz es desear lo adecuado en la medida adecuada. No el dinero, ni los libros, sino la gente. Los adultos que no comprenden esto nunca logran sentirse satisfechos. No quiero que a ti te pase lo mismo.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 217


El amor traza líneas entre nosotros como un astrónomo que dibuja una constelación a partir de las estrellas, uniendo puntos para formar dibujos que no tienen base alguna en la naturaleza. El vértice de un triángulo es el corazón del siguiente, hasta que el techo de la realidad se vuelve un mosaico de relaciones amorosas. Juntas, esas relaciones tienen el diseño de una red; y tras ellas, creo, está el Amor. El Amor es el único pescador perfecto, el que lanza la red más ancha, a la cual ningún pez puede escapar. Su recompensa es sentarse a solas en la taberna de la vida, siempre niño entre los hombres, esperando poder contar algún día la historia del pez que se le escapó.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 245


Las dos cosas más difíciles de contemplar en la vida, le dijo una vez Richard Curry a Paul, son el fracaso y la vejez; y ambas son lo mismo. La perfección es consecuencia natural de la eternidad: basta con esperar el tiempo suficiente y todo llega a realizar su potencial. El carbón se convierte en diamante, la arena se convierte en perla, los monos se convierten en hombres. Pero no nos es dado ver esos logros durante nuestra vida, y cada fracaso se convierte en un recordatorio de la muerte.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 253



“Imagina —me dijo Paul alguna vez—, que el presente no es más que un reflejo del futuro. Imagina que pasamos nuestra vida entera mirando fijamente un espejo con el futuro detrás de nosotros, viéndolo sólo a través del reflejo de lo que tenemos aquí y ahora. Algunos empezaríamos a creer que podemos ver mejor el mañana dándonos la vuelta y mirándolo directamente. Pero aquellos que lo hicieran, aun sin darse cuenta, perderían la perspectiva que alguna vez tuvieron. Pues lo único que no podrían ver directamente sería su propia imagen. Al darle la espalda al espejo, se transformarían en el único elemento de su propio futuro que sus ojos nunca llegarían a ver”.

Ian Caldwell & Dustin Thomason
El enigma del cuatro, página 395


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